Álvaro Sánchez León (Sevilla, 1979) habla con La Gaceta despacio porque piensa lo que dice. El entrevistador lleva años al otro lado de la mesa y su último libro Emérito, rebobinando a Ratzinger ha cambiado las tornas. Confiesa que no le importa ser entrevistado, porque le gustan las buenas conversaciones «y de paso uno valora mejor el oficio del periodista». La editorial Palabra le encargó hace años una obra sobre Ratzinger, sobre el hombre tras el Pontífice, y cuatro años después publica una original amalgama periodística donde el principio es, precisamente, la muerte del Papa. Con él rebobinamos la vida del gran teólogo de nuestro siglo.
Planteas el libro como un collage periodístico. ¿Por dónde se empieza con Ratzinger?
Yo empiezo el libro por el día de su muerte y acabo con el día que nació. Creo que sirve para ilustrar muy bien la vida de una persona. Creo que es bastante plástico porque me ha servido para conocer a la persona sin juzgarla. Este mecanismo inverso me ha ayudado a ver la figura de Ratzinger con mucha ingenuidad y trasparencia. Yo a Ratzinger le conocía muy poco y, a raíz del encargo, he podido conocer con profundidad el alma de una figura intelectual y cultural muy interesante.
Ratzinger es, probablemente, una de las personas más conocidas de los siglos XX y XXI y, sin embargo, has tenido que ir a testimonios concretos y cercanos para reflejar la auténtica figura de Ratzinger. ¿El mundo conoció bien a Benedicto XVI?
No. Los medios de comunicación hicieron muy mal su trabajo y transmitieron al mundo la figura del Papa con muchos prejuicios. Las personas que lo conocen bien son los que vivieron con él, los que trabajaron a su lado, los que paseaban junto a Ratzinger por Borgo Pío y quienes lo han leído. Ratzinger no es una persona que comunique especialmente bien, es tímido, se maneja bien sólo en las distancias cortas… Ratzinger supo comunicar en sus acciones y sus palabras. Y los medios de comunicación no supieron acercar al mundo esta figura entrañable.
Vayamos a esos testimonios cercanos. En el libro hablas con Lombardi, Gänswein, Giovanni María Vian, etc. Parece que conocer bien a Ratzinger pasa por ir a lo minucioso, frente a esa brocha gorda que trasmite la prensa.
Efectivamente, mientras buceaba entre tanta información, fui a Roma para hablar con aquellos que mejor lo conocían. He tenido conversaciones muy largas, de muchas horas, con gente íntima de Benedicto, con periodistas, cardenales, y hasta con el panadero de su barrio, el portero, el zapatero de Ratzinger. Por eso el mejor retrato de una persona pasa por pintar su alma, y eso sólo se consigue a través de todas las personas que le rodearon. También he querido buscar sus supuestos enemigos. Hablé con Karl Rahner, por ejemplo, y quedó claro que Benedicto no tenía enemigos porque incluso aquellos que disentían con él sentían una gran admiración por Ratzinger.
Por eso he escrito el libro. No pretendo ensalzar a Ratzinger sino hacer lo que hace cualquier periodista en su oficio: contar la verdad. En realidad, «Emérito, rebobinando a Ratzinger» más que un libro es un reportaje, que suena sinfónico por la potente verdad que nace del reflejo de su protagonista.
Hablemos de esa verdad. Benedicto ha sido perseguido durante todo su pontificado por los abusos sexuales y, sin embargo, recoges en el libro cómo su primera medida en este asunto fue en 1988 siendo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe…
Ratzinger ha sido un blanco perfecto con mucha leyenda negra. Si hablas con vaticanistas que llevan años informando sobre la Iglesia, todos te dirán que lo que más llamaba la atención en Ratzinger era su empeño por luchar contra los abusos. Es decir, todo lo contrario al tópico. Ha habido, eso sí, periodistas paracaidistas que buscan convertir la Iglesia en un capítulo de Netflix y cuentan historias que son tan morbosas como falsas. Ratzinger, como era un blanco fácil al quedarse en el plano intelectual, nunca entró a esos trapos. Pero yo sí he querido entrar en el asunto de los abusos sexuales en el libro y con datos se ve que Benedicto ha sido un revolucionario en el abordaje de esta lacra que es un dolor para toda la Iglesia. A raíz de su papel como Prefecto, la posición de la Iglesia sobre los abusos sexuales dio un vuelco total. Se trató más y mejor a las víctimas. Así que Ratzinger cogió el toro por los cuernos y tuvo mano de hierro cuando debía.
La leyenda negra también difundió la idea del Panzer Cardinal. ¿Qué hay de cierto en esa caricatura de su carácter?
Cualquier persona que mire a los ojos a Ratzinger se dará cuenta de que es una persona tímida y buena. En esa mirada queda reflejada toda una personalidad. Ratzinger tenía alergia al poder, no quería ser Papa, quería dedicarse a dar clase en la Universidad y ser un sencillo sacerdote. No estuvo entrenado para la guerra y su carácter es tremendamente conciliador, sereno y tranquilo. Los medios difundieron la idea de panzer cardinal y todavía nadie ha cuestionado la germanofobia de muchos periodistas. A Ratzinger le pusieron la cruz por ser alemán y esa xenofobia ha sido consentida con mucha naturalidad.
No quería ser obispo, no quería ser Papa… En enero estuve en Roma, en su funeral, y Matteo Bruni, portavoz de la Santa Sede, nos decía cómo Benedicto ha hecho siempre lo que debía aunque su voluntad fuese la contraria y que por fin hacía lo que quería: ir al cielo.
Eso llama poderosamente la atención. Cuando estudias a fondo la vida de Ratzinger te das cuenta de que es una línea recta ascendente. Te das cuenta de la importancia que tiene en su vida el peso de la conciencia y hasta qué punto lo único que le interesó durante toda su vida era el juicio que Dios tenía sobre él. Es una cosa muy llamativa.
Una vocación a la santidad la suya…
Mira, cuando se dio cuenta de que ya no era capaz de ser el Papa que el siglo XXI demandaba, dio un paso atrás y se convirtió en emérito con gran humildad. Se fue a la trastienda a rezar por la Iglesia y por el Papa Francisco. Se quitó del medio porque no le interesaba ni el boato del poder, ni las influencias del Vaticano… A él lo que le interesaba era irse al cielo. Esa es una cosa que Ratzinger tiene clara desde que es niño, desde que decide ser sacerdote. Por eso su santidad tiene mucho que ver con la bondad, con la inteligencia y con la lealtad. Una lealtad increíble hacia la Iglesia, que demuestra hasta qué punto ser bueno es mejor que ser listo.
Ratzinger fue ambas, claro. ¿Qué hay en el pontificado de Benedicto de aquel joven maestro universitario?
Hay miles de discursos para subrayar y meditar. Son discursos que invitan a la reflexión a todo el mundo, en un tono muy constructivo y de forma atractiva. Su magisterio está marcado por sus años universitarios precisamente por esa inquietud que siempre tuvo. A Benedicto XVI le interesan todos los temas, se preocupa por todas las personas, no se dirige únicamente al pueblo de Dios o a una burbuja de cristianos. Sus mensajes son vitamina espiritual para toda la humanidad. Los gestos pasan, pero los discursos de Benedicto permanecen. Cuando la palabra nos invita al cambio, la conversión es muy profunda.
Con Ratzinger la conversión del mundo ha sido grande, sin duda.
Hay una cosa que me llama mucho la atención. Creo que Ratzinger, sin quererlo, ha sido un revolucionario del tiempo por lo siguiente: ha sido el Papa de la verdad en la época de la posverdad; el Papa de la reflexión en la sociedad más emotiva de la historia; ha sido el Papa de lo permanente en una era vertiginosa… Al final, su vida es una invitación a recuperar lo esencial, a disfrutar de la belleza del mundo, a buscar la verdad en todo y en todos. Ratzinger es un humanista en tres dimensiones y eso es muy llamativo.
Cambiemos de tema. La reseña del libro dice que Ratzinger fue un «inteligente bávaro» y en su testamento espiritual a muchos nos llamó la atención esa referencia a su tierra, «los Alpes bávaros». ¿Cuál es la patria de Ratzinger?
Él es un hombre de pueblo. Baviera es la Andalucía alemana y Ratzinger está marcado por ese carácter: es profundamente familiar, sereno y contemplativo. Le gustan las tradiciones, la música, la lectura, la cultura de su tierra. Es muy probable que las dos etapas más felices de su vida hayan sido, por una parte, sus primeros años como sacerdote dedicado a la pastoral juvenil y a la universidad; y por otro lado sus primeros años en Mater Ecclesiae tras su renuncia. Yo creo que, pese a los achaques de salud, ha disfrutado mucho, porque se ha dedicado a leer, a contemplar, a conversar. Y eso es profundamente bávaro. Además, ha estado muy conectado a su familia a través de sus hermanos y del cariño a sus padres, así que es un bávaro agradecido con su tierra. Es también un revulsivo para los obispos alemanes, en un momento en que la Iglesia Católica en Alemania no está precisamente en tiempos de lealtad al Papa.
Nos dijeron en la Cantina Tirolesa, restaurante favorito de Benedicto XVI en Borgo Pío, que siempre solía pedir una naranjada y un strudel. ¿Es la sencillez la mayor virtud de Ratzinger?
La naranjada en la cantina. En una pequeña tiendecita de al lado compra queso y habla con el tendero. Toma té negro en la cafetería de la Piazza della Città Leonina, habla con el portero del edificio, va al sastre a comprar su ropa de cardenal. Y al final ves que todas estas personas, cuando me cuentan su conexión con el «abuelo Ratzinger», le tienen mucho cariño, como si fuera una persona de su familia. Eso significa que el carácter que nos han contado los medios, el supuesto panzer cardinal, el tanque en la Plaza de San Pedro, pues no tiene nada que ver con el Ratzinger de verdad. Ha sido un tanque en la defensa de la fe y en la lealtad por la Iglesia y el Papa. Eso todos los católicos se lo tenemos que agradecer siempre. Ratzinger ha sido un guante de seda, una sonrisa tranquila, una mirada clara, que ha ayudado a muchas personas a entender mejor que ser cristiano no es ser de hierro, sino más corazón y más cabeza.