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Barbie y la colonización por EEUU de la izquierda española

No hay sutileza alguna en su mensaje que permita guardar las formas: es explícita y orgullosamente un panfleto feminista. No pretende ser ninguna otra cosa

Ha costado 150 millones de dólares la campaña de márquetin de Barbie y no cabe duda de que han cundido. Supieron crear expectación en el público desde hace más de un año con toda clase de acciones promocionales y convirtiéndola en una moda de las redes sociales mediante eso que se conoce como astroturfing (es decir, dándole apariencia de movimiento de base y espontáneo), pero la clave de bóveda de toda su campaña, sin la que nada de lo anterior hubiera sido posible, fue muy clara: ocultar su trama. Uno veía sus tráileres promocionales y podía intuir una comedia romántica apta para el público infantil —no es para niños, adelantamos, aunque a sus autores les interese dirigirse a ellos—, un entretenimiento colorista y trivial, sentimental y simpático, con alguna moraleja convencional sobre la importancia de la amistad, del amor y de perseguir los sueños. Algo parecido a La LEGO película o Toy Story, para entendernos.

Así que allá fueron en el momento de su estreno padres incautos acompañando a sus hijas pequeñas, novios más o menos resignados de la mano de sus parejas («yo es que soy muy fan de Ryan Gosling», se autoengañaban) y muchas señoras rendidas a la baza de la nostalgia, pero… ¡Qué se fueron a encontrar todos ellos, madre mía! Echando la vista atrás el único evento publicitario que avisó con franqueza de lo que se venía resultó ser el preestreno en Madrid, un circo con sus mujeres barbudas y otros seres salidos de una pesadilla de David Lynch.

Ahora bien, hay un mérito que reconocerle a esta cinta y es que su contenido político no consiste en un par de insinuaciones ante las que levantar la ceja, no hay sutileza alguna en su mensaje que permita guardar las formas: es explícita y orgullosamente un panfleto feminista. No pretende ser ninguna otra cosa. Ni el progresista más intelectualmente limítrofe podrá hacer luz de gas señalando que estaríamos sobreanalizando lo que tan solo es una película de muñecas Mattel. A sus creadores les importa un rábano tales juguetes, el maquillaje, los bolsos, zapatos y vestidos… todo aquello que, en fin, podríamos considerar convencionalmente femenino y que rodeaba a esta marca. No, ellos han venido a hablar del poder y la organización social, temas que a servidor le apasionan —a diferencia de los otros mencionados—, así que recogeremos el guante y analizaremos su argumento e ideología con al menos la mitad de seriedad con la que la película se toma a sí misma. Lo siento chicas, aquí llegan los señoros a hablar de política fumando puros, a pintarse las uñas a otro sitio.   

La historia comienza recreando la escena más conocida de 2001: una odisea del espacio, pero en lugar de homínidos vemos a niñas entretenidas con bebés de juguete, cosa que las mantenía relegadas en el rol de la maternidad, según nos explica la narradora —dar los mensajes perfectamente masticados será una constante— entonces se aparece Barbie a la manera del monolito y las niñas pasan a destrozar los bebes a golpes. Ya sabemos: la biología no cuenta, todo es un constructo social y quienes señalan terraplanismo en los demás no reconocen su tabla rasa-ismo. Salvo que a un niño le dé por jugar con muñecas, entonces es que hay una niña atrapada en su interior y habrá que hormonarlo y mutilarlo. Una de las Barbies es transexual, por cierto, pero no adelantemos acontecimientos.  

Pues bien, ahora las mujeres han sido liberadas por el ejemplo de este juguete que no incide en aquello tan opresivo que era la maternidad, sino en la sexualización de las mujeres en edad fértil, pero, prosigue la voz en off:«Barbie tiene su propio dinero, su propia casa, su propio coche y su propia carrera. Como Barbie puede ser lo que quiera ser, las mujeres pueden serlo igual (…) gracias a una Barbie todos los problemas del feminismo y la igualdad han sido resueltos… al menos eso es lo que las Barbies creen». Aparte de que, por fortuna, nuestros padres y abuelos no prefirieron tener bienes de consumo a descendencia aquí hay que plantarse y aclarar que la mayor parte de la gente no tiene «carreras», solo trabajos.

Sea como fuere, acto seguido la narración nos traslada al mundo de fantasía de Barbieland, presentado como un matriarcado en el que las mujeres ocupan todos los trabajos y posiciones de poder, como la Casa Blanca y el Tribunal Supremo. Todas ellas viven solas —cada una en su casa, sin lazos familiares ni sentimentales— pero son muy felices porque no hay un solo día sin su fiesta con bailes. Por allá deambulan los Kens, mostrados como una clase inferior desocupada (solo playean) cuya existencia depende de lograr algo de atención de las Barbies, pero son bastante tontos y ridículos, así que estas no les hacen caso.

Entonces un nubarrón se cierne sobre este paraíso feminista cuando la protagonista comienza a tener pensamientos depresivos y a mostrar signos de deterioro físico. No, como cabría esperar, por llevar esa vida vacía y muelle sino porque según nos explican la niña que juega con ella en el mundo real tiene problemas, así que Barbie deberá viajar a nuestra dimensión para desfacer el entuerto… Oh ¿entonces es como Matrix o El show de Truman? ¡No! recordemos que es una parábola feminista: aquí lo positivo es el mundo de mentira y alienación y lo problemático es el mundo real. Como si Cifra hubiera ocupado el lugar de Neo.

De manera que Barbie, acompañada a regañadientes por Ken, aterriza en nuestro mundo y descubre que las mujeres son víctimas continuamente, pues en todas partes sufre acoso sexual, burlas y discriminación por su sexo. Además, por obra y gracia del guion no visita una fábrica, almacén o andamio, sino que acaba ante la junta directiva de una gran multinacional (la propia Mattel) donde advierte horrorizada que todos los directivos son hombres. Así que poder y masculinidad son sinónimos, nos dicen, si bien un secretario presente en la sala se pregunta inquieto «yo soy un hombre sin poder ¿me convierte eso en una mujer?». Muy propio del feminismo contemporáneo esta fijación exclusiva por las élites y la presencia de mujeres en ellas, así la Ana Botín, ministra o actriz de Hollywood de turno pasan a ser la víctima/heroína de nuestros desvelos y la cuestión de la clase social se relega como antigualla.

Para colmo cuando Barbie se encuentra con la niña descubre que es una Lisa Simpson que le lanza arengas —y de paso a la audiencia— acerca del fascismo, el capitalismo, la objetivación sexual de las mujeres y sobre que, cito, «los hombres odian a las mujeres y las mujeres se odian unas a otras». ¿Cómo? ¿Pero las feministas son así de paranoicas? ¿Es que no tienen padres, hermanos, hijos, parejas o amigos que las quieran?

No desesperemos, en cualquier caso, porque ahora llega la que es a mi juicio la mejor parte de la película. Mientras Barbie anda consternada Ken vive una epifanía. Caminando por la calle una mujer le pregunta la hora y esa experiencia tan banal le hace sentirse respetado ¡Eso era lo que siempre anheló! Por fin era importante para alguien, siquiera por un instante, y esa nueva percepción de sí mismo desata una fuerza prometeica en su interior, ad astra per aspera. Acude a una biblioteca en busca de libros sobre «patriarcado» (palabra que se repite una veintena de veces en el guion) y vuelve raudo a Barbieland dispuesto a instaurarlo anunciando la buena nueva ¡Otro mundo es posible, compañeros de playa! Así, sin la menor resistencia por parte de las demás barbies, el matriarcado se desmorona ante el poder de un solo hombre con iniciativa. Frente a la utopía feminista estática, conformista, socialmente atomizada, el nuevo orden masculino es enérgico e innovador, introduce cambios en la sociedad como la cerveza (¡viva el patriarcado!), las relaciones heterosexuales y la protección de la comunidad frente a peligros externos, pues Ken ahora presidente quiere construir un muro que rodee Barbieland (cómo adivinar con tan sutil guiño a quién estarán aludiendo…).

En este punto recomendaría al lector dejar de ver la película y es donde deberían haber aparecido los títulos de crédito. Pero recordemos de nuevo que esta es una narración feminista, es decir, no pretende ser divertida, ni emocional e intelectualmente satisfactoria, ni se esfuerza en mostrar un universo consistente y una trama lógica en su desarrollo. Han venido a hablar de su libro y punto. Así que Barbie se queda estupefacta ante todos esos cambios que encuentra cuando regresa del mundo real, acompañada de aquella chica repelente y de su madre. Nostálgica de un matriarcado que solo puede existir en un mundo de plástico sin contacto con el exterior ni abierto a nuevas ideas… ¿Cómo podrá arreglárselas ahora para introducir al genio de nuevo en la lámpara?

La solución llega cuando la madre de la niña repelente suelta un monólogo sobre las dificultades de ser mujer en el día a día: «se espera que estés delgada, pero no demasiado; que seas sexy, pero no guarra», etc. Entonces se ilumina el rostro de las demás ¡Eso es! recuperarán Barbieland susurrando al oído de cada una consejos de autoayuda y para ello primero «hay que llevar a las barbies lejos de sus kens», pues no olvidemos que ahora la heterosexualidad es común y se han formado parejas.

Es decir, lo personal es político y el feminismo es entendido como una terapia de grupo que alivie la neurosis respecto a las normas y expectativas de la sociedad moderna (querían trabajo y poder, pero sin estresarse). Tengamos en cuenta, sin embargo, cómo a Ken le bastó con que alguien le preguntara la hora para que se sintiera en la cima del mundo y ya ningún obstáculo se le hiciera insalvable ¿Podemos deducir de esto que se nos cuenta que —a diferencia de los hombres— las mujeres son de carácter frágil, están necesitadas de constante aprobación y solo cabe depositar en ellas bajas expectativas para que no se sientan abrumadas? Los guionistas apartan esos sombríos pensamientos intrusivos de su mente haciendo que esta nueva Lisístrata logre dividir nuevamente a ambos sexos (el único aliado masculino es un personaje homosexual) y, finalmente, recuperar el viejo orden matriarcal. No uno nuevo, síntesis de ambos, que reconcilie a las partes, sino uno revanchista y en el que Ken, siempre enamorado de Barbie, deberá aprender a estar solo. Ah, y sin lógica alguna respecto a la trama y el carácter, ahora Barbie a la manera de Pinocho quiere convertirse en una mujer real (¿por qué querría regresar a ese patriarcado que tan odioso se le hizo si ahora Barbieland es como ella quería?). En cualquier caso, sus deseos son concedidos y lo primero que hace en su nueva encarnación es acudir al ginecólogo. Algo, por cierto, que Elisabeth Duval jamás podrá hacer. Y fin, ahora sí aparecen los títulos de crédito en una película donde lo más memorable resulta ser el papel de Ryan Gosling y los pies descalzos de Margot Robbie.

¿Qué conclusiones podemos extraer?

Resulta llamativa la insistencia de este film desde su primer minuto hasta el último en despreciar la maternidad, la familia y toda relación entre hombres y mujeres (¡el sexo opuesto es el enemigo!) y si ampliamos el foco más allá de este caso concreto encontramos que es, exactamente, el mismo mensaje que propone la nueva versión de La Sirenita, la nueva versión de Blancanieves y buena parte de la producción audiovisual estadounidense desde hace al menos una década, que ya no parece proponer al espectador otra aspiración que el encierro narcisista en uno mismo, el aislamiento individual y la atomización social, pues todos los que te rodean solo van a aprovecharse de ti o someterte. Estados Unidos es un país en decadencia que está perdiendo su hegemonía en el orden mundial y en consecuencia ve avivadas sus divisiones internas por cuestiones ideológicas e identitarias… un clima generalizado de resentimiento, suspicacia y agravio que finalmente, por lo que vemos, es lo que segrega también en sus producciones culturales pop.

Lamentablemente la izquierda española, lejos de marcar distancias, ha encontrado en toda la doctrina progre/woke de la academia estadounidense, el Partido Demócrata y Netflix los pilares de su nuevo credo político. Concretamente uno alienante, de subordinación a los intereses de otros. A menudo ya ni se molestan en traducir sus términos y nos encontramos cada día en los medios más destacados de nuestro país artículos sobre el mansplaining, el manspreading o cualquier otra ocurrencia de nombre anglosajón. Por ejemplo, ¿cuál ha sido la acogida en los medios españoles de Barbie? Pues para sorpresa de nadie una entusiasta, expresada con el servilismo habitual. Para El Diario es un «divertidísimo blockbuster feminista que el mundo necesita», para El Mundo un «misil contra el patriarcado» y para El País «la bandera popular (y política) del verano». Cómo no, por su parte figuras políticas como Yolanda Díaz se apresuraron a acudir a su estreno. A todo esto, ¿y el público qué opina? Pues esta distribución del voto [ver siguiente gráfica] lo dice todo —siendo 1 la puntuación mínima—. Nada más cabe añadir acerca de qué lado está la gente.

En definitiva, recapitulando todo lo anterior y a modo de conclusión última y más importante: ojo con ir al cine sin leer reseñas antes, ¡las campañas de márquetin las carga el diablo!

Nacido en Baracaldo como buen bilbaíno, estudió en San Sebastián y encontró su sitio en internet y en Madrid. Ha trabajado en varias agencias de comunicación y escribió en Jot Down durante una década, donde adquirió el vicio de divagar sobre cultura/historia/política. Se ve que lo suyo ya no tiene arreglo.

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