Vivimos tiempos difíciles. También para la lengua española. Muchos hispanohablantes prefieren destacar lo negativo cuando vuelven la mirada a nuestra historia, otros dirigen el foco hacia los micronacionalismos lingüísticos. No caen en la cuenta de que la dimensión cuantitativa y cualitativa del español es mayúscula. Los hispanohablantes tenemos la inmensa fortuna de hablar una de las tres megalenguas que existen en el mundo, entre el chino mandarín y el inglés. El hecho de poseer una megalengua nos llena de inmensas ventajas de las que no somos conscientes. Esas ventajas se han agudizado con la irrupción del ciberespacio.
Nuestra lengua es una de las más avanzadas en el terreno de la Inteligencia Artificial. El ciberespacio, donde intercambiamos en tiempo real y sin barreras, ha irrumpido extraordinariamente a través de una serie de dispositivos que configuran la nueva realidad virtual. Recuerden: en el mundo hay 7.000 lenguas. Somos más de 500 millones de hispanohablantes. Por su parte, el español es la tercera lengua en el ciberespacio, además de la segunda lengua en aplicaciones como X, Facebook o plataformas como Netflix… Asimismo, el par español-inglés es el más desarrollado por la IA: traducción automática, reconocimiento de voz, tratamiento de textos, reconocimiento de imágenes… Quien esté fuera de este tren quedará a la intemperie.
En el Diccionario de Autoridades, Tomo II (1729), leemos sobre el término Curiosidad: “Deseo, gusto, apetencia de ver, saber y averiguar las cosas como son, suceden o han pasado”. Deseo, gusto y apetencia de saber despierta el profesor, creador de las cátedras La guerra de los idiomas y Lengua, ciudadanía y nación hispanohablante, en la Universidad Simón Bolívar de Caracas, además de conferenciante y articulista, Carlos Leáñez Aristimuño, al que todos recordarán por su destacada intervención en el documental Hispanoamérica, de José Luis López-Linares, que lo ha convertido en uno de los referentes del español a nivel mundial. IDEAS tiene el privilegio de mantener esta cordial e ilustrativa conversación colmada de su expresión justa y el argumento más inteligente alrededor del estado actual del español, los retos que se nos plantean, el ciberespacio, la Inteligencia Artificial…
¿De qué depende la potencia del español? ¿Cuáles son sus fortalezas básicas? Y, ¿cuáles son sus debilidades?
La primera fortaleza del español, en el sentido de asegurar su permanencia en el tiempo, es que lo hablan centenares de millones de personas. A esto hay que añadir que, además, lo hacen como lengua materna: se une lo identitario y lo afectivo. Y algo fundamental: los hablantes de español se dan por bien servidos por su lengua: dado su equipamiento, pueden con ella acometer prácticamente cualquier tarea que se propongan. Por esto y por sentirse parte de una inmensa comunidad, cabe señalar igualmente que la mayoría de los hablantes de español no decide aprender otra lengua: no hay prácticamente riesgo, salvo en contadas zonas, de bilingüismo desequilibrado. ¿Las debilidades? Muchos hablantes nativos tienen un dominio insuficiente de la lengua, hay algunas pequeñas deficiencias en lo perteneciente a vocabularios especializados, el equipamiento tecnológico de la lengua depende mucho de factores externos…
Le he escuchado decir que otro factor importante para el futuro del español es que está siendo servido de manera adecuada en lo que se refiere a la digitalización…
Sí, respecto a la IA, reconocimiento de voz, la traducción automática, la interpretación automática y una cantidad de servicios y recursos, efectivamente, el español es una de las lenguas mejor equipadas del mundo. Y ello pasa por una adecuada digitalización. El único problema es que esa digitalización no está siendo llevada a cabo por nosotros mismos, sino por grandes empresas estadounidenses, que la llevan a cabo porque nos consideran, con mucha razón, un enorme mercado que, por supuesto, no se quieren perder.
¿Esa sería una de nuestras debilidades?
Podríamos decirlo así, sí, esa sería una de nuestras debilidades. Las seis o siete empresas que están metidas en el mundo de la IA son todas estadounidenses (Google, Microsoft, OpenAI, X, Meta…). ¡Invirtieron el año pasado unos 140.000 millones de dólares para “investigación y desarrollo”! Esto está generando una dinámica de creación de recursos en las redes de todo tipo que está cambiando el mundo.
¿De qué hablamos cuando hablamos de Inteligencia Artificial?
Para mí, es lo más importante que ha ocurrido después de la invención del fuego. Vamos a empezar a vivir como humanos, por primera vez, en amplia medida, dentro de ideas, conceptos y proyectos que no han sido realizados directamente por mentes humanas. Quien no esté en pleno diálogo con la IA, dentro del propio marco referencial de su lengua, estará realmente a la intemperie. ¿De qué hablamos concretamente? La IA, básicamente, es inteligente porque tiene capacidad de interactuar con nosotros, de entender nuestro lenguaje natural y de respondernos en nuestro lenguaje natural también, manejando una cantidad de datos gigantesca. Hasta el momento, hace lo que nosotros le decimos que haga y resolviendo, más rápido y eficientemente, una cantidad de cuestiones. Ahora bien, pronto llegaremos a una IA que ya sea relativamente autónoma de nosotros y que, tras recibir unas cuantas indicaciones, actuará sola. Es el próximo capítulo: la IA general. ¿Cómo se alimenta la IA? Básicamente, necesita muchos documentos adecuadamente digitalizados. Pueden ser fotos, escritos… pero que estén adecuadamente digitalizados. ¿Qué es digitalizar un texto? Sacarlo de la condición meramente física y ponerlo en una condición que pueda ser procesada por las máquinas. ¿La IA que habla se nutre de textos? Sí. ¿Mientras más textos, mejor? Sí. ¿Es posible la IA con pocos textos? Extremadamente difícil. Esto afecta claramente a las lenguas con pocos textos y, más aún, aquellas que sólo se realizan en la oralidad.
Me hablaba usted también del dominio insuficiente de la lengua…
Sí, claro. Otro punto importante es que muchos hablantes nativos de español tienen un dominio de la lengua bastante precario. Es decir, muchos hablantes son lo que yo llamo “hablantes rígidos”, hablantes que sólo saben moverse en un registro y en una situación. Pretenden hablar con todo el mundo, en todas las situaciones en las que se hallan, como hablan en el bar con los amigos. Eso no puede ser. Una persona que viva en una sociedad urbana y moderna se encontrará en cantidad de situaciones que requieren distintos modos de comunicación. Si alguna de estas variables no funciona bien, esta persona va a ser rechazada en determinados círculos. El buen hablante es aquel que, así como sabe cómo vestirse para ir a una fiesta, para ir a la playa o para ducharse, también sabe que debe hablar de manera distinta según la situación en la que se encuentra.
Entre muchos hispanohablantes muchas personas no tienen esta capacidad y están condenadas a la pobreza en todos los ámbitos: material, espiritual…
Sin duda. Este problema se soluciona, en general, en la escuela y con un buen maestro de primaria. La escuela primaria es la etapa más importante de la educación formal. Ahí aprendemos símbolos y sistemas que nos van a permitir entender e interactuar con la realidad y con la cultura en general. Si tenemos un dominio precario del lenguaje, tendremos una vida precaria, ni más ni menos. La sociedad no es consciente de la importancia de unos buenos maestros, cree que hablar es sencillamente abrir la boca y poner una palabra detrás de otra. Lamentablemente, la cosa es más compleja si queremos generar valor y tener, como ciudadanos, una participación política rica y pertinente.
El español es una lengua extremadamente poderosa. Andrés Bello decía que era un “medio providencial de comunicación y un vínculo de fraternidad”. Usted agrega que cuando esos factores convergen constituyen un destino común. Somos la segunda lengua más hablada, la tercera en la Red, en definitiva, somos una de las pocas comunidades mundiales que puede sobrevivir sin ser avasallados…
Podemos sobrevivir y no sólo eso, podemos volver a ser países relevantes en el mundo. No sólo sobrevivir como si estuviéramos aferrados a un tronco en medio de la tormenta, sino navegando en una embarcación adecuada, coordinando nuestra navegación con otras embarcaciones. Pero para eso necesitamos desmontar las autorrepresentaciones negativas, que proliferan entre nosotros sobre nuestra propia cultura. ¿Qué autorrepresentaciones? Por un lado, los hispanohablantes solemos considerarnos poco aptos para la ciencia, más bien atrasados y, por otro lado, con un pasado histórico que escuchando esas voces negativas pareciera que fue un error, ya que aparecen palabras como genocidio, inquisición … En realidad, todo este tema forma parte de una guerra cultural que se le montó al universo hispano, esencialmente porque era muy poderoso y católico, por parte del protestantismo de diversos signos, en los siglos XVI y XVII, y que después ha continuado, por supuesto, hasta nuestros días. Cuando España era, indudablemente, la primera potencia mundial y nadie podía ganarle en los campos de batalla, inventaron la guerra cultural, dejándonos con la imagen de genocidas, por ejemplo, con respecto a América. Esa visión nos priva de nuestro mayor motivo de orgullo. Lo que hizo España en América fue la creación de un nuevo pueblo muchísimo más próspero, con unas coordenadas de progreso absolutamente impresionantes. España, para ser claros, fue a generar nuevas Españas. Entregó lo máximo que tenía: su propio Dios. Entregó lo máximo que tenía de su propia humanidad, que fue su propia sangre, en el mestizaje y en la red de ciudades. Esa obra magna que debería ser el gran orgullo de todo hispano, de la península y de América, resulta que, por arte de magia de la guerra cultural, se vuelve motivo de vergüenza y motivo de resentimiento por haber sido supuestamente vejados. Cuando entendamos que nuestro pasado no es oprobioso, sino todo lo contrario, podremos desplegar a plenitud nuestro real potencial.
¿Por qué vamos siendo tan poco? ¿Por qué nos dejamos manipular tanto?
Vamos siendo tan poco porque tenemos una autorrepresentación terrible y totalmente falsa. Por un lado, la posición, muy hispanoamericana, de la víctima. Esto es muy “sabroso”: genera superioridad moral e irresponsabilidad… pero también impotencia… siempre estamos a merced del “imperialismo” o el villano de turno que resurge incesante e implacablemente. En España ocurre el mismo cuento, pero al revés. Los roles están bien repartidos y son complementarios. Los españoles son victimarios —“genocidio” americano, inquisición…—, con lo que quedan en una posición moral de inferioridad y culpabilidad. Quienes esgrimen estas posiciones en España —que son muchos— básicamente se consideran gente muy consciente que desea pedir perdón para reparar no sé qué injusticias históricas. Quedamos así, los hispanos todos, entrampados entre el resentimiento y la vergüenza cuando, si nos conociésemos bien, estaríamos plenos de agradecimiento y orgullo, generando las actitudes óptimas para retomar páginas de grandeza.
Volviendo a los idiomas, damos tanta importancia a otras lenguas que se nos olvida cuidar la nuestra. Usted reitera que lo importante y lo que nos salvará es estudiar bien nuestro idioma, leyendo y hablando correctamente
La mayoría de los padres no prestan mucha atención a cómo su hijo aprende español porque piensan que su hijo ya habla español. Y ciertamente lo habla, pero español de monte, silvestre. Lo que hay que verificar es si la lengua que aprende está dotando al niño de otras capacidades: que el niño sepa leer bien, que sepa escribir bien, que sepa razonar de manera adecuada y que sepa moverse en diferentes ambientes. También, actualmente, se pierde mucho tiempo estudiando otras lenguas. A mí me parece que deberían estudiar otras lenguas sólo las personas que tengan mucho interés en ello o las personas que tengan mucho talento para ello y les guste o las personas que vivan en un medio claramente bilingüe. La cantidad de horas que se invierten en el sistema educativo estudiando idiomas extranjeros me parece que cada vez más será considerada como pérdida de tiempo. Me refiero, esencialmente, al inglés. Ya prácticamente no hay necesidad de aprenderlo, pero esto no es visto o no se quiere ver. La necesidad de una lengua vehicular mundial se solucionará cada vez más haciendo una pequeña inversión en aplicaciones y aparatos que ya proporcionan un nivel de lenguaje netamente superior al que suele adquirir el hablante medio de inglés como lengua extranjera tras largos años de estudio. El buen hablante del futuro, será aquel que domine muy bien una lengua plenamente digitalizada, como el español, y que por este hecho pueda entrar en diálogo a todo nivel con las otras grandes lenguas digitalizadas. Con ello tendrá acceso al 90% de los hablantes del mundo y prácticamente a toda la información que pueda requerir en su propio idioma gracias a la traducción y la interpretación automáticas. El paradigma ha de cambiar: la comunicación global óptima no dependerá de medio saber varios idiomas, sino de saber muy bien el propio, si está adecuadamente digitalizado. Esto asegurará gran incisión y calidad expresiva. Los aparatos y la tecnología asegurarán que ese mensaje —cualitativamente superior— pueda ser captado en otros códigos lingüísticos impecablemente. Mensaje óptimo ampliamente captado son los signos de un habla futura bien gestionada.
Otra de las cosas importantes que tiene el español es que léxico, ortografía y gramática están consensuados entre todos nosotros, gracias a la labor de la Asociación de Academias de la Lengua Española
En la Asociación se encuentran todas las academias de la lengua española del mundo. Cada país hispanohablante tiene su academia de la lengua, no solamente España. Estas asociaciones se reúnen y generan consensos en torno a gramática, ortografía y léxico de uso corriente. Entre las grandes lenguas del mundo, el español es la única que posee ese consenso entre léxico, ortografía y gramática. Sólo nosotros tenemos esa fortuna. Este es otro factor de unidad y fortaleza de la lengua española.
A las grandes potencias tecnológicas les conviene tenernos cerca
¡Y a nosotros nos conviene tenerlas cerca también! Poseen una tecnología que nos es absolutamente imprescindible, y, evidentemente, a ellos les conviene tenernos cerca a nosotros porque somos un gran mercado. Hay una mutua necesidad que tenemos que saber explotar en todas las negociaciones que emprendamos con ellos, de tal manera que nuestra cultura y nuestra lengua no se vean sometidas a manipulaciones o reducciones inconvenientes.
La lengua que no esté plenamente digitalizada desaparecerá, dice usted. Y no le estamos dando la importancia que merece…
En España hay cantidad de iniciativas relacionadas con la digitalización y la IA que actualmente están llevando a cabo la Biblioteca Nacional de España, diversos ministerios del Estado español, la RAE, comunidades autónomas, etc. La RAE negocia espacios interesantes con Microsoft y Google, por ejemplo, para que las máquinas lleguen a hablar la lengua española de manera competente. En Hispanoamérica, por otra parte, las actividades son, hasta donde he podido constatar, digamos, artesanales. Los esfuerzos son loables, pero, a todas luces, insuficientes. ¡Recordemos que las grandes tecnológicas están invirtiendo 140 mil millones de dólares al año en estos temas!
Nos encontramos, pues, ante grandes retos…
Los retos son hacer entender a las grandes tecnológicas que ellos nos necesitan a nosotros y nosotros los necesitamos a ellos. Y a partir de esa necesidad mutua debemos emprender un marco de negociación de beneficio mutuo. En esa mesa deben estar sentados todos los hispanohablantes, todas las instancias, entre ellas la Asociación de Academias de la Lengua Española. Es vital que la representación no sea exclusivamente española peninsular, que es lo que ha ocurrido hasta el momento por negligencia hispanoamericana. La lengua es un bien común de españoles peninsulares e hispanoamericanos. Todos somos propietarios: no hay inquilinos y mucho menos okupas. Tenemos que tratar de defender esto, que es tan estratégico, todos juntos, ya que así tendremos más peso a nivel mundial.
La comunidad hispana está llamada a ejercer una posición de mayor hegemonía y liderazgo. Sin embargo, no lo estamos haciendo, en algunos casos, por cuestiones ideológicas. Los nacionalismos, por ejemplo, están erosionando el avance del español.
Una persona que sólo domina una lengua que no es hablada por centenares de millones de personas inevitablemente carece de una serie de servicios y recursos tecnológicos sencillamente porque esa lengua no tiene la escala —ni a nivel económico ni a nivel de textos disponibles para la digitalización— para producirlos. Al menos por ahora. Cualquiera que hable una lengua minoritaria tiene que tener conciencia de que va a necesitar, inevitablemente, una lengua de comunicación con el resto de su país e incluso con el resto del mundo. Es decir, si una persona habla, por ejemplo, euskera, lo cual evidentemente está muy bien y es totalmente respetable, va a tener que hablar otra lengua si pretende entenderse con alguien que no hable euskera o tener acceso a cantidad de servicios. ¿Cuál es esa lengua? Naturalmente debería ser el español: es una de las megalenguas del mundo y, además, es materna para al menos el 70% de los que habitan el País Vasco. ¿Por qué será que se está queriendo privilegiar con tanto énfasis una lengua que es hablada por una pequeña cantidad de personas? La respuesta para mí es totalmente política: divide y vencerás. ¿A quién conviene esto en el mundo? A todos los que quieren una hispanidad sin perspectivas de unidad ni de grandeza. Tenemos que entender que hay muchos factores que están interesados, a través de los nacionalismos lingüísticos, en acabar no sólo con España, sino con cualquier camino que nos llevara a una reconstrucción de poder hispano en el mundo. En este sentido, fragmentar España es clave, ya que —contrariamente a Hispanoamérica, que se desentiende del asunto por complejos—, España invierte en lo que podríamos llamar “orquestación panhispánica global” a través de un enjambre de instituciones de todo tipo. Esto representa un peligro para los grandes del orbe: en el mundo no se quiere un competidor global más. Se quiere ratoncitos manipulables. Y se les viene fabricando desde el siglo XIX en Hispanoamérica, con Simón Bolívar, hasta hoy con Carles Puigdemont. Evidentemente, el primer flanco de ataque es interno: los españoles que odian España, que son muchos. Estamos bajo fuego amigo. Los nacionalismos lingüísticos españoles son la máscara de un juego duro y sostenido: la fragmentación continua, incesante, del bloque hispano… ¡yo diría incluso desde el siglo XVII, con el Duque de Braganza! Esa fragmentación incesante tiene como afán que nosotros los hispanos nunca levantemos cabeza. Y nuestra misión en el siglo XXI es justamente esa: levantarla para coescribir la historia y no ser cáscaras de nuez a merced de las corrientes.
Somos el producto de un gran encuentro, lo que hace falta es más comunicación entre las dos orillas y valorarnos más. ¿Es optimista?
Totalmente optimista. Y en términos racionales. El español es un idioma hablado como lengua materna por 500 millones de personas que hoy, gracias al ciberespacio, se hallan más intercomunicadas que nunca: los hispanos somos el tercer bloque mundial en internet. Esto puentea las fronteras de los Estados, anula las distancias como nunca antes y genera un trinomio de poder: gran población (500 millones) + una lengua común (el español) + un territorio (el ciberespacio). Hoy hay más intercambios entre hispanos de diferentes países que nunca. Esto está generando una demanda de tejido panhispánico que tendrá que ser tomada en cuenta por las instancias de poder real, que habrán de desdibujar cada vez más las fronteras jurídicas que nos separan en el mundo físico: dudo que pase la primera mitad de este siglo sin que haya libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas entre nosotros. Por si esto fuera poco, lo anterior, espontáneo, está siendo acelerado conscientemente, insisto, por lo que he dado en llamar la “rebelión hispanista”: un movimiento panhispánico claramente en curso desde 2016 —fecha de publicación de Imperiofobia de María Elvira Roca Barea— que desmonta los relatos inhabilitantes que nos han agobiado y nos coloca ante una visión de nuestro pasado que nos hace pasar del resentimiento y la vergüenza al agradecimiento y el orgullo. Las consecuencias positivas de este cambio son imposibles de exagerar. El gran oso hispánico se fue a hibernar a comienzos del siglo XIX, no estaba muerto, no. Y hoy, claramente está asomando la nariz a la primavera.
(Imagen extraída de Hispanoamérica, de José Luis López-Linares)