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El mito de la igualdad

El consenso entre minorías oligárquicas herederas de las utopías revolucionarias francesas y leninistas, monopolizando la democracia, han distorsionado la historia de Europa

La expresión justicia social de Taparelli no enfatizaba las desigualdades. Aludía simplemente a las injusticias que suelen existir en las comunidades humanas, acentuadas en las circunstancias italianas y europeas del momento. Decía don Quijote a Sancho, que «nadie es más que otro, si no hace más que otro». Pero como al igualitarismo ideológico no le gusta que alguien haga más que otro, inventó la política «social», para igualar a todos materialmente. A la que se ha reducido prácticamente la política «interior» y, en parte, la «exterior».

1.- Los igualitaristas liberadores de la humanidad confunden la igualdad, en el sentido de que todos los hombres son iguales como miembros de la misma especie, con la igualación material utilizando el poder.  Igualdad cuya realización requiere un déspota o un tirano elegido legalmente o no: tiranía y despotismo igualan a los oprimidos, las políticas igualitarias igualan empobreciendo al pueblo —la igualdad mítica se refiere principalmente a la igualación económica—, sobre todo a los más débiles, al impedir, limitar o condicionar las actividades de los más capaces. Pues la mentalidad igualitaria es antiaristocrática —aristocracia significa el mando de los mejores— por definición. Tocqueville percibió en el antiaristocratismo, la negación de la autoridad y la jerarquía, el problema más grave de la democracia. Forma de gobierno que favorece la pasión de la igualdad induciendo a los ciudadanos a votar a quienes prometen acciones y medidas niveladoras, aunque sean los peores. Es decir, la democracia favorece la selección a la inversa. No hace falta poner ejemplos concretos. La norma es hoy la falsificación o perversión de la democracia.

2.- ¿Cómo se afirmó la mentalidad igualitaria que relega la natural libertad humana controlándola de modo que aumenten paradójicamente las desigualdades? Un buen ejemplo es el del merecidamente famoso Jacques Maritain (1882-1973): crítico neotomista de la soberanía estatal, cayó empero en la confusión de prescribir la justicia social para conseguir la libertad. Escribió en El hombre y el Estado: «en el transcurso de veinte siglos de historia, predicando el evangelio a las naciones y levantándose ante las potencias de la carne para defender contra ellas las franquicias del espíritu, la Iglesia ha enseñado a los hombres la libertad». Pero, simultáneamente, hizo implícitamente suyo el aforismo igualitarista del movimiento socialista francés —Étienne Cabet, Louis Blanc— divulgado por Marx en su Crítica del programa de Gotha (1875), «de cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad», que implica la redistribución de la riqueza por la burocracia estatal, al decir en el mismo libro: «la justicia social es la necesidad crucial de las sociedades modernas. En consecuencia, el deber primordial del Estado moderno es la realización de la justicia social».

La influencia de Maritain en la democracia cristiana, fundada en Italia por el sacerdote Luigi Sturzo (1879-1959) para contrarrestar al fascismo, al socialismo y  al comunismo, fue determinante en la aceptación por los partidos no socialistas del mito de la justicia social, que coarta, condiciona o suprime, según los casos, las libertades y dificulta la creación de riqueza. La democracia cristiana terminó fungiendo como la «derecha» del consenso socialdemócrata progresista, que utiliza el Estado como «un arma de la lucha de clases» (C.  Schmitt) y «honra» al citoyen ascendiéndolo a la condición de  contribuyente y, si la fiscalidad es extrema, degradándolo a la de siervo de la gleba.

3.- La causa del estatismo no es, pues, solamente la envidia igualitaria, «el sentimiento social reaccionario por excelencia» (G. Fernández de la Mora).[1] La envidia, «raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes» (Cervantes) es parte de la condición humana. Las virtudes  la controlan normalmente, relegándola a la vida privada, si bien la inmensa mayoría de las personas no se caracterizan por ser envidiosas y hay una envidia sana que induce a emular a los mejores. En economía, la competencia estimula la innovación creadora schumpeteriana.

Pero que los individuos prosperen por sí mismos, sin la ayuda y el control de los políticos y la burocracia, es letal para los demagogos que viven de invocar la igualdad como un valor social excitando la envidia y el resentimiento, motores, generalmente inconscientes, del estatismo. Del que suelen ser víctimas los envidiosos y resentidos creados artificialmente por la propaganda igualitarista y humanitarista, que actúan contra su propio interés. Votando, por ejemplo, a partidos intervencionistas y cuya «política» fiscal consiste en aumentar los impuestos.[2]

4.- El principal responsable de la explotación demagógica de la envidia como el valor social determinante de la clíopolítica de los siglos XX y XXI y del igualitarismo antinatural fue y sigue siendo Vladímir Ilích Uliánov  (1870-1924), Lenin, apodo por el que se le conocía cuando estuvo confinado en Siberia por la policía zarista junto al río Lena. Lenin ha sido el político más decisivo del siglo pasado y, hasta ahora, del actual. El siglo XX no hubiera sido «devastado por la demiurgia de los totalitarismos, que respondían a intentos de transfigurar el mundo humano», sin Lenin,[3] austero como un Robespierre, decía su camarada y crítico Plejánov. Nacido en una culta familia ortodoxa y zarista, dominaba varios idiomas y, gran lector, creía factible la utópica sociedad igualitaria sin Estado y sin clases imaginada por el francés Babeouf, fundador de la «Sociedad de los Iguales». Igualdad garantizada por Saint Simon, Comte y Marx, si se utilizaba despóticamente la razón racionalista[4] guiada por la ciencia, que hizo del igualitarismo el valor social supremo del modo de pensamiento ideológico.

Lenin no fue un gran pensador. Pero es fundamental en la historia de las ideas. Es probable, que, sin él, no se hubiera difundido el socialismo —«el evangelio de la envidia» (Churchill)— en sus diversas formas —la socialdemocracia liberal, la lassalliana, el laborismo, un producto autóctono de Inglaterra, el comunismo— hasta llegar a ser la ideología predominante tras la guerra civil europea de 1914-1918. La tercera después de las guerras mal llamadas de religión, que terminaron en 1648 con la paz de Westfalia, que afirmó la estatalidad como la forma de lo Político al reconocer la soberanía como un monopolio del Estado, y de la guerra de los siete años (1756-1763). La cuarta si se consideran guerras civiles las napoleónicas.

5.- El joven Lenin era un fiel ortodoxo poco interesado en la política.[5] Pero dolido, como es natural, por el fusilamiento de su hermano mayor, participante en un complot para asesinar al zar Alejandro III en 1887, y deslumbrado, como otros compatriotas, por la novela ¿Qué hacer? (1862) de Nikolai  Chernyshevski, sustituyó su fe ortodoxa, por la fe en la ciencia, convirtiéndose en un activista político. Figura sobre la que teorizaría más tarde como una profesión, aunque no esté catalogada como tal.  

Adscrito a la socialdemocracia de la rama marxista, rival en Alemania de la más pujante socialdemocracia lassalliana, contra la que reaccionó Bismarck, se distanció de la liberalizante de su maestro Gueorgi Plejánov (1857-1918), considerado el «padre» del marxismo ruso. Asimiló empero el credo marxista,  debiéndole Marx (1818-1883), casi desconocido durante toda su vida del gran público y en los círculos intelectuales influyentes, su fama póstuma. Sin Lenin, apenas se ocuparía de Marx alguna historia del pensamiento económico o de la sociología. Su fervoroso discípulo ex lectione inventó el marxismo-leninismo, que tiene bastante más de Lenin que de Marx, aunque la hagiografía presente a Marx como Moisés y como Josué, su sucesor, que derribó las murallas de Jericó, a Vladímir Ilích Uliánov, un eslavo occidentalizador en tanto marxista. A Marx le habría sorprendido enormemente que la revolución proletaria comenzase en Rusia, un país agrícola; luego en China y siempre en países campesinos, salvo la versión nacionalsocialista del marxismo, trufada de leninismo/estalinismo, en la industrializada Alemania. Y Marx habría rechazado seguramente, entre otras cosas, el terrorismo como un método revolucionario y que el partido bolchevique confundiese, como dijo Plejánov, «la dictadura del proletariado con la dictadura sobre el proletariado», para imponer la «justicia proletaria», una modalidad de la justicia social. «La organización está bien, pero el control es mejor», decía Lenin. Un rasgo característico de casi todos los partidos comunistas y bastantes socialistas; por ejemplo, los españoles e hispanoamericanos. Marx no fue ciertamente el gran pensador de la propaganda. No obstante, como afirma Fritz Reheis, es el único pensador interesante del siglo XIX para entender la situación socioeconómica actual.[6]  

6.- La socialdemocracia leninista, bolchevique para diferenciarse de la menchevique, más moderada,[7] consiguió implantarse férreamente, en 1917 (revolución de octubre) prometiendo «paz, tierra y pan», en la Rusia eslavófila, en el transcurso de la revolución de febrero del mismo año que derrocó al zar, dirigida en ese momento por el socialista-burgués Kerenski. Ambas con la pretensión de completar la inacabada revolución francesa de la liberté para hacer reales l’égalité y la fraternité de la democracia jacobina  creando un hombre nuevo altruista, figura que imita y sustituye la del hombre nuevo cristiano de san Pablo. Un mito de la Gran Revolución, que ha sustituido en el siglo XXI la cuestión social por la cuestión antropológica y cuya idea subyace en las bioideologías identitarias, en la woke[8] y en el gnosticismo transhumanista.

La Gran Revolución, a la verdad una contrarrevolución contra la revolución cristiana, la revolución de la libertad individual y colectiva —la libertad política—, prosiguió su marcha disfrazada de revolución leninista colectivista  en Alemania, España, China, Corea, Vietnam, Camboya, Cuba, países africanos —Somalia, Angola, Mozambique,…— e intentan proseguirla la Nicaragua comunista, propiedad del matrimonio Ortega, el socialismo bolivariano «del siglo XXI» con su grito de guerra «¡exprópiese!» y, de otra manera, el «socialismo corporativo» (A. Sutton) de las élites norteamericanas, parecido a la socialdemocracia sueca, que controlan el deep State y la sovietizada, observaron Vladímir Bukowski, Alexandr Solzhenitsyn et alii, Unión Burocrática Europea.[9] La revolución francesa y la soviética son dos momentos de una sola revolución cuyo objetivo es comenzar la utópica historia de los hombres nuevos emancipados e iguales, iniciada en 1789.


7.- Rousseau había dicho: «quien se atreva a acometer la empresa de instituir un pueblo, debe sentirse capaz de cambiar, por así decirlo, la naturaleza humana». Dictum que sugirió al comunista cristiano Wilhelm Weitling (1808-1871), «el San Juan Bautista del comunismo» lector del demente Fourier y del inquieto sacerdote humanitarista Lamennais, y autor de El hombre, tal como es y debería ser (1838) al que siguió El Evangelio de un pobre pecador (1843), donde presenta a Cristo como fundador del comunismo. [10] Marx, cuyo espíritu religioso recuerda al teólogo de la revolución Thomas Müntzer,[11] apreciaba a Weitling —«¿podría mostrar la filosofía alemana una obra como la de Weitling?»— e intentó atraerlo. Engels le consideraba el fundador del comunismo alemán. Una consecuencia inesperada pero no ilógica de la interpretación por Lutero —«el hombre más plebeyo que jamás haya existido; pues, sacando al Papa de su trono, puso en su lugar a la opinión pública» (Kierkegaard)— del libre examen y el sacerdocio universal de los cristianos eliminando el sacerdocio ministerial. Doctrina que conduce a la mundanización de la religión, que afectó a larga a la Iglesia católica, por lo menos a la institucional. Inicialmente, como «modernismo», la tendencia a considerar la fe religiosa y la moral como inventos humanos, una idea que empezó a circular en la Ilustración.[12]

8.- Al conmemorarse el segundo centenario de la revolución francesa en 1979, las consecuencias, las investigaciones, la crítica —no sólo la «reaccionaria» tradicional  de Javier de Maistre, Burke, Bonald, Chateaubriand, Gentz, …—, habían descolorido su imagen y puesto en cuestión sus virtudes, o mejor, sus valores. Destacaron excomunistas como  François Furet.[13] Sin embargo, la revolución, que tuvo aspectos positivos, sigue viva en los mundos de las costumbres y las ideas. Especialmente, en el pensamiento político y «social». Sobre todo, porque la continuó la soviética.

La importación de la idea norteamericana de felicidad, «una idea nueva» (Saint-Just) en Europa, inauguró la política basada en el citoyen en lugar de las instituciones, que deberían «ceder el puesto al ciudadano virtuoso como fundamento de la cosa pública y del Estado». La Gran Revolución se limitó prácticamente a mitificar al citoyen y exportarlo a todo el mundo.[14] Pero Napoleón, orgulloso de su obra, fundamentalmente l’état de Droit, decía que, después de él, las instituciones. Sabía, que él buen gobierno es proporcional a su calidad. Sin las instituciones, escribe Th. Molnar, «el individuo se convierte en una entidad frágil, sin defensa contra las fuerzas desnudas del Estado centralizado y ciertos grupos salvajes de una sociedad deshilvanada». De lo que se infiere, que la ideología democrática-liberal es un problema al ser «anti-institucional en su esencia». Problema agravado, pensaba Molnar, porque «la ideología utópica viene a acentuar esta tendencia».[15] Pero Robespierre había dicho en 1794: «La mitad de la revolución mundial ya se ha llevado a cabo; la otra mitad queda por realizar». Y Lenin, el personaje a quien más se parece Robespierre según Alain Besançon, pues ambos creían en lo que decían, se impuso la tarea de completarla interpretando religiosamente el marxismo como la ideología del bien capaz de vencer al mal encarnado en la desigualdad. Lenin completó la Gran Revolución con la extraordinaria fuerza de voluntad que le daba su fe marxista: «el marxismo es todopoderoso porque es cierto».

9.- El libre examen del protestantismo, que debilita el sentimiento comunitario, potencia el individualismo y la indiferencia religiosa, no penetró en Rusia. Lo que explicaría, de acuerdo con el filósofo de la cultura Walter Schubart, que, mientras la «ausencia de religiosidad, aún en los sistemas religiosos… es la nota característica de la Europa contemporánea», sea en cambio la persistencia del sentimiento religioso, incluso en una ideología materialista, el sello distintivo del mundo soviético ruso. Entre los rusos, dice Schubart, «todo es religioso…, hasta el ateísmo, de modo que ofrecieron al mundo por vez primera, el insólito espectáculo de un ateísmo religioso: una pseudomórfosis de la religión, el nacimiento de una creencia en forma de incredulidad, una nueva doctrina de salvación en la figura de la perdición, de la impiedad». «En realidad, los ateos rusos sostienen una «guerra santa»; pero por cosas impías». «Hubo bolcheviques, que levantaron una estatua a Judas, como un santo de un reino impío».[16]

En efecto, el leninismo, influido por la religión de la Humanidad de Comte, una positivización de la católica que estaba en el ambiente de la época, era en principio más radicalmente ateiológico que el jacobinismo de Robespierre, quien creía en el Ser Supremo.[17] Pero como Lenin era ruso y en Rusia es todo religioso, el ateísmo no es indiferentismo sino reproche, oposición u odio a Dios: «cada pensamiento dedicado a Dios es una vileza indecible», es una frase de Lenin. Quien, con el mito de Moscú como la Tercera Roma en arrière pensée, proclamó malgré tout,  una suerte de  translatio imperii: «Escúchame, piadoso zar, había escrito el monje Filoteo en 1511: todos los reinos cristianos han convergido en el tuyo… Bizancio es la segunda Roma; la tercera será Moscú. Cuando esta caiga, no habrá más».[18] Consecuencia: «Rusia no es más que una etapa hacia la dominación mundial».

Tal sería la missio imperial de la nueva oligarquía dictatorial del poder bolchevique organizada en torno al partido comunista para imponer el colectivismo, versión politizada de la comunidad religiosa en una nación donde era muy débil el individualismo como una forma de vida. Una renovatio imperii capaz de imponer el igualitarismo colectivista como único «modelo» social al mundo entero. Missio sagrada que obliga a utilizar el terror para redimir a la humanidad de las desigualdades. Lenin no vaciló en escribir en La enfermedad Infantil del Izquierdismo: «Nosotros rechazábamos solamente por motivos de conveniencia el terror individual; ahora bien, esas gentes capaces de condenar por principio el terror de la gran revolución francesa o, en general, el terror de un partido revolucionario victorioso (…), esas gentes, ya han sido ridiculizadas y puestas en la picota…». Sin Lenin, no hubieran existido tampoco los justicieros sociales colectivistas tipo Santiago Carrillo, Che Guevara o Pol Pot.

El Anticristo representaba para el vidente Dostoyevski, el ideal de la igualdad sobre el de libertad que priva a la vida de su sentido moral, escribe Walter Schubart en otro lugar, evocando el mito del Gran Inquisidor.[19]

10.- Donoso Cortés adivinó el peligro  de la combinación del  socialismo comunista con el eslavismo.  ¿Conocía el discurso de Bakunin (29. XI.1847) sobre la unión de los pueblos eslavos mediante una revolución en Rusia? A partir de ese discurso, comentaba Jesús Fueyo en La vuelta de los budas. (Ensayo-ficción sobre la última historia del pensamiento y de la política) apareció la idea de la misión de la Santa Rusia de salvar a la humanidad.[20] La idea bakuniana de la revolución «era, escribe Fueyo, el supremo suceso escatológico, la absoluta apocalipsis. De no haberse dado Bakunin, la ciencia europea hubiera podido seguir discutiendo los catastróficos pronósticos de Marx con la misma plácida espectacularidad con que el frío y confiado burgués de Occidente sabe de las oraciones de los bonzos ante las conjunciones planetarias que anuncian periódicamente el fin de los tiempos».

Tocqueville había advertido poco antes que Donoso, la posibilidad de  un gran conflicto entre la Rusia zarista, representante de la servidumbre, y la Norteamérica democrática defensora de la libertad individual. Rivalidad dirimida en la guerra fría de 1947 y 1989, pero no extinguida. Ha vuelto  a manifestarse en el conflicto caliente de Ucrania. Ahora, por iniciativa norteamericana.

11.- «Buena parte del éxito de Lenin en 1917 se explica, sin duda, escribe Orlando Figes, por su imponente dominio sobre el partido. Ningún otro partido había estado tan íntimamente ligado a la personalidad de un único hombre. Lenin fue el primer dirigente moderno de un partido, que logró la categoría de un dios. Stalin, Mussolini, Hitler y Mao-Zedong le sucedieron en este sentido. Ser bolchevique había llegado a significar un juramento de lealtad hacia Lenin, tanto como «dirigente» como en calidad de «maestro» del partido».[21]  

«Salvo el poder, todo es ilusión», creía y decía Lenin y concibió el partido del proletariado como una comunidad o pouvoir spirituel comteano y la tropa de choque de la Historia contra el «capitalismo monopolista de clase». Su objetivo consistía en dirigir la revolución igualitaria impulsando el stajanovismo y el gaganovismo, de modo que no hubiese horas libres de trabajar, sino actividades libres, para conseguir la igualdad total en la que, al ser todos iguales, todos serían libres.

Saint Simon, el profeta del «nuevo cristianismo» cientificista a quien debe tanto Marx, había dicho:   «Todos los hombres deben trabajar». Marx era judío. El proletariado era para él el pueblo judío, el elegido de Dios, y un Gottersatz, el ídolo que sustituye a Dios y dirige la historia. Empleó el concepto proletariado para explicar la lucha de clases como racionalizaciones, según él, de los intereses de los trabajadores. Las ideas fundamentales de Marx suelen estar inspiradas por escritores conservadores. Así, fisiócratas como Quesnay y el ilustrado escocés Adam Ferguson, estudioso de la división del trabajo de la que surgen las clases e inventor del concepto «sociedad civil», que encajaba con la Bürgergesellschaft de Hegel, escribieron sobre las clases sociales. Y la teoría de los «movimientos sociales» de otro conservador, el hegeliano Lorenz von Stein, para explicar el tránsito hacia la sociedad industrial, le sugirió a Marx interpretar la lucha de clases como «el motor de la historia». Lucha que justificaba los partidos y la «superioridad moral» de los partidos socialistas. Pues, como decía Vázquez de Mella, «las clases son naturales, los partidos artificiales». Marx, espíritu religioso convencido por Comte, discípulo de Saint-Simon, de que empezaba el estadio positivo y definitivo de la Humanidad, profetizó el triunfo final, escatológico, del proletariado «que emerge de las entrañas misteriosas de la sociedad» (Díez del Corral), y utilizó místicamente las mediaciones dialécticas de Hegel para demostrarlo científicamente.

12.- En la futura Edad de Oro de la Humanidad profetizada por Saint Simon, el trabajo no sería ya un castigo o un modo de santificación. Organizado científicamente, es decir, como trabajo colectivo sería la virtud por excelencia del hombre nuevo, El individuo sin individualidad de Giuseppe Capograssi.[22] Lenin esperaba que la «emulación socialista» del hombre nuevo soviético, en lugar de la competencia capitalista, aumentaría la productividad. Y, como Dios o la Naturaleza crearon al hombre para trabajar, la Constitución de 1936  del exseminarista Stalin sustituyó la palabra «necesidad» por «trabajo»: «De cada cuál según sus capacidades, a cada cual según su trabajo». Ernst Jünger describió el citoyen de la sociedad tecnológica  como el hombre trabajador en el famoso libro Der Arbeiter.[23] Los anarquizantes marxistas-leninistas piden hoy la reducción de las horas de trabajo e incluso la eliminación del trabajo mediante la innovación tecnológica, la inteligencia artificial y la robótica.

13.- Yuval Harari, el intelectual israelita amigo y colaborador de Klaus Schwab, el ideólogo del Foro de Davos, dice, desde su punto de vista biologicista, que quien conoce la historia conoce el futuro. Pero sólo hasta cierto punto: la diosa Fortuna está siempre enredando, la historia da muchas vueltas y revueltas y «no nos corresponde aclarar cómo terminará» (Ratzinger). Puestos a predecir, el futuro inmediato de la Europa sumisa a Norteamérica, y quizá el del mundo, puede depender de que recupere el poder Trump o alguno de sus partidarios. O de que triunfe, aunque sea limitada o simbólicamente, la Rusia ortodoxa postleninista, que no es antioccidental sino antinihilista, en el conflicto ucraniano suscitado por el imperialismo useño. Un conflicto de civilizaciones. En este caso, entre la civilización ortodoxa y la nihilista a lo Nietzsche descrita por Schubart. El patriarca ortodoxo ruso, Kirill, lo interpretó así en una homilía en que hizo referencia a la prepotencia del movimiento homosexual como definitorio de Occidente.

Berdiáev sugería, casi profetizaba, que, después de predominar el catolicismo latino en la Edad Media y el protestantismo germánico en la Moderna-Contemporánea, le prevalecería la ortodoxia eslava. Los síntomas le son favorables a pesar de las discrepancias surgidas con motivo de la «operación especial» en Ucrania, entre el patriarcado de Moscú y el greco-ortodoxo heredero del de Bizancio —Constantinopla— hoy en manos de la Sublime Puerta que quiere resucitar Erdogan. Quien ha convertido nuevamente la antigua (537) basílica ortodoxa Hagia Sophía, Santa Sofía, en una mezquita. Causa probable de un futuro conflicto entre la Rusia ortodoxa y la musulmana Turquía. Enemigos seculares semialiados de momento por la neccesitá delle cose contra Norteamérica. 

14.- El igualitarismo de la utopía socialista suprime la inventiva creadora, el esfuerzo, la familia —la comunidad natural fundamental—, el relevo generacional, la política y la historia. Tal es la encrucijada en que se encuentra la Europa nihilista dirigida desde Bruselas, su capital y su tumba,[24] por el consenso socialdemócrata, que renuncia a Jerusalén, donde empezó la historia a ser verdaderamente universal. Consenso entre minorías oligárquicas herederas de las utopías revolucionarias francesas y leninistas que, monopolizando la democracia, han distorsionado la historia de Europa. Oligarquías plutocráticas o crisocráticas que, como si fuesen auténticas aristocracias, estigmatizan las actitudes y opciones políticas propiamente europeas de partidos excluidos del consenso, como antidemocráticas, xenófobas, fascistas, ultra o extrema derecha,[25] o populismo en sentido despectivo. Es el caso de partidos políticos como Alternative für Deutschland o Vox o de Polonia y Hungría, acusadas por la UERSS de retroceder democráticamente. Los consensuados progresistas deciden los asuntos políticos por la interacción entre los gobiernos elegidos y las élites que representan hoy casi exclusivamente intereses económicos, temerosos de perder o tener que compartir sus negocios con nuevos socios, consideran ilegítimos a partidos de tendencia conservadora-liberal como los citados —no son los únicos—, quizá también porque no participan en la corrupción. Como no se atreve a ilegalizarlos, les pone retóricos «cordones sanitarios» para desanimar a los electores. Chantal Delsol concluye en su libro sobre los populismos:[26]  «El populismo sería el apodo con el que disimularían virtuosamente las democracias pervertidas su menosprecio por el pluralismo».

A la verdad, los partidos estigmatizados, que representan y expresan el desencanto o el rechazo de cada vez más europeos a la política antieuropea del establishment, suelen ser algo confusos, lo que les resta adhesiones y fuerza. Si precisaran mejor sus ideas y objetivos y tuvieran líderes menos titubeantes, podrían revitalizar las languidecientes naciones europeas y enderezar el rumbo de la llamada, cada vez más justamente, Unión Europea de Repúblicas Socialistas Soviéticas (UERSS).

15.- La igualitarista Europa bruseliana —en las antípodas de la Europa de Adenauer, Schuman, de Gasperi, Monet— está empeñada en afirmarse, no como un Gran Espacio imperial a la altura de los tiempos, sino como un anticuado Superestado de tendencia totalitaria, marginando la cultura clásica de la Atenas y la Roma paganas y el cristianismo. Al rechazar su pasado con sus pros y sus contras, sus tradiciones y la fe religiosa, gracias a las cuales fue la primera y la única civilización liberal tendencialmente democrática, corre el riesgo de salirse la historia. Salvo que, movimientos no demagógicos, populacheros o anarquizantes, que empiezan también a abundar, sino auténticamente populistas, reclamen y consigan la libertad política, las libertades personales y sociales conculcadas, arrumbando pacífica —¿o violentamente?— a las oligarquías dominantes que traicionan a sus pueblos —supuestamente soberanos según la doctrina rousseauniana imperante de la mítica volonté générale—, les engañan, humillan, corrompen, pervierten, explotan, empobrecen y pretenden incluso, remplazarles étnicamente. Occidente vive en la mentira, aunque se llame ahora metaverso,  y Clío parece darle la razón a Solzhenitsyn.[27]


[1]  La envidia igualitaria (1984). Madrid, Áltera 2011.También, H. Schoeck, La envidia y la sociedad (1968). Madrid, Unión Editorial 1999. J.-P. Dupuy, El  sacrificio  y  la  envidia. El  liberalismo  frente  a  la  justicia  social. Barcelona, Gedisa 1998.

[2] Vid. J. Marshall, ¿Porqué actuamos contra nuestro propio interés?. PanamPost.com (22. VI. 2023).  Marshall cita a Jonathan Haidt: «muchos politólogos solían suponer que la gente vota de forma egoísta, eligiendo al candidato o la política que más les beneficia. Pero décadas de investigación sobre la opinión pública han llevado a la conclusión de que el interés propio es un débil predictor de las preferencias políticas».

[3] Ch. Delsol, La haine du monde. Totalitarismes et modernité. París, Le Cerf 2016. Al comienzo.

[4] Vid.  A. Adam. Despotie der Vernunft? Hobbes, Rousseau, Kant, Hegel. Friburgo/Munich, Karl Albert Verlag 2002. La utilización ideológica de la ciencia es el origen del cientificismo en boga, comodín de todas las formas ideológicas, incluidas las más estúpidas. Justifica la tecnocracia como el modo de gobierno —la «gobernanza»—, el totalitarismo como la forma del Estado, impulsa  la difusión del ateísmo, etc. Es la «idea-fuerza», que hace superfluas la teología, la metafísica, la estética, la moral,…  

[5] Dos biografías de Lenin: V. Sebestyen, Lenin, una biografía. Barcelona/Madrid, Ático de los Libros 2020. St. Courtois, (prólogo de F. Jiménez Losantos), Lenin, el inventor del totalitarismo. Madrid, La Esfera de los libros 2021.

[6] Wo Marx Recht hat. Darmstadt, WBG 2012. Escribía Reheis al comienzo: antes de que surgieran la crisis financiera de 2008, la económica y la discusión sobre los bajos salarios y los elevados sueldos de los ejecutivos, «la Justicia era para el 85% de los alemanes un «Bien muy alto», y menos del 20% tienen la impresión de que exista en Alemania. El 70% habla mal de la economía social de mercado, el 14% tiene incluso la idea de una posible alternativa». Pocos creen, según Reheis, que el crecimiento económico repercuta en la mejoría de sus condiciones de vida. El escepticismo de los alemanes, y del resto de los europeos, ha aumentado exponencialmente en los 10 años trascurridos desde la publicación del libro de Reheis.

[7] Bol’chevik significa miembro de la mayoría. Los bolcheviques se oponían a los menshevikí, miembros de la minoría, la fracción moderada del Partido Obrero Socialdemócrata, cuyas figuras eran Yuri Martov y Pavel Axelrod, partidarios de hacer de Rusia un país democrático burgués al estilo occidental como paso previo al socialismo. La palabra bolchevique adquirió su  connotación actual al triunfar Lenin apoyado por la «mayoría». Soviet significa «consejo»; un grupo de gente que discute y toma decisiones. Los soviets eran los representantes de los trabajadores.

4 X. Martin, Nature humaine et Révolution française. Du siécle des Lumières au Code Napoléon. Bouère, Dominique Martin Morin 2002. D. Negro, El mito del hombre nuevo. Madrid, Encuent[8] Sobre el poderoso mito del hombre nuevo: G. Küenzlen, Der Neue Mensch. Eine Untersuchung zur säkularen Religiongeschichte der Moderne. Frankfurt a. Main, Suhrkamp 1997. ro 2009. K. O. Hondrich afirmaba en Der Neue Mensch (Frankfurt a. M., Suhrkamp, 2003), que los hombres nuevos están actuando ya. Lo confirma en cierto modo  R. Redeker en Egobody. La fabrique de l’homme nouveau. París, Fayard 2010. A. Robitaille,  Le nouveau homme nouveau. Voyage dans les utopies de la posthumanité. Québec, Boréal 2007. [9] Cf., por ejemplo, H. Tertsch, Breznev en Bruselas. El debate.com (17. VI. 2023).

[10] Sobre el mito de Jesús político, idea clave, por ejemplo, en la teología de la liberación, como poco menos que  fundador del socialismo, Ch. Gave, Un liberal llamado Jesús. Madrid, Unión Editorial/Centro Diego de Covarrubias 2020.

[11] E. Bloch, Thomas Münzer, teólogo de la revolución. Madrid, Ciencia Nueva 1968. A. Pineda Canaval, La noción de democracia mística en Thomas Müntzer, teólogo de la revolución. En Internet. Según el pensador brasileño Olavo de Carvalho, las ideas de Lenin y Gramsci coinciden con las de Wyclff, Huss, Müntzer y otros mesiánicos. 

[12] Sobre la crisis moral, A. del Noce, Agonía de la sociedad opulenta. Barañaín, Eunsa 1979. Espec. VI, La moral común del siglo XI y la moral de hoy.

[13] Vid. La revolución a debate. Madrid, Encuentro 2000.

[14] Sobre el citoyen como el hombre regenerado, Mona Ozouf, L’Homme régénéré. Essai sur la Révolution française. París, Gallimard 1989.

[15] El socialismo sin rostro. Madrid, EPESA 1979. I, p. 30.

[16] Europa y el alma de Oriente (1938). Tarragona, Ed. Fides 2018. (Incluye el ensayo de C. J. Blanco Martín, El espejo ruso). II, pp. 194-5.

[17] Según J.-C. Martin, los laicistas radicales ajusticiaron a Robespierre, porque  propugnaba una revolución moralizadora  de orientación cristiana. Robespierre: the making of a monster. París, Perrin 2016.   

[18] Vid. O. Novikova (ed.), La Tercera Roma. Antología del pensamiento ruso de los siglos XI al XVIII. Madrid, Tecnos 2000. 

[19] Dostojewski und Nietzsche. Sowie Aufsätze zum geistigen Verhältnis von Russland und Europa (1939). BoD Norderstedt 2020. Für und wider Christus, p. 80.

[20]  Madrid, Organización Sala Editorial 1973. IX, 9, pp. 578ss.

[21] La Revolución rusa (1891-1924). La tragedia de un pueblo. Barcelona, Edhasa 2010. 9, III, pp. 440-441. Según Figes, era esa lealtad lo que separaba los bolcheviques de sus rivales mencheviques. Vid. todo el parágrafo, titulado «La cólera de Lenin».

[22] Madrid, Encuentro 2015.

[23] El trabajador. Barcelona, Tusquets 1990.

[24] J. J. Esparza, «Bruselas, la tumba de Europa». La Gaceta de la Iberosferra (20. VI. 2023).

[25][25] Vid. P. C. González Cuevas Miseria del antifascismo. latribunadelpaisvasco.com (6. XII. 2018). En el mismo número, B. Kerik, Los ‘antifas’ son terroristas.

[26] Populismos.Una defensa de lo indefendible. Barcelona, Ariel 2015.

[27] J. Pearce, Solzhenitsyn y Putin. Infovaticana.com (2. IV. 2022). E. Gentile, La mentira del pueblo soberano en la democracia. Madrid, Alianza 2018.

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