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Enrique García-Máiquez: «Como empecemos a mirar sin amor, el humor se nos transforma en sarcasmo»

Sin fe, del lado de la risa, siempre quedarían el nonsense, el surrealismo y el cinismo, y menos da una piedra; pero, para tener un buen humor bueno, ayuda mucho saber que ni la muerte ni el mal tienen la última palabra

La necesidad de reír siempre ha estado ahí, nunca nos ha abandonado. El rasgo definitorio del hombre es la risa. La alegría. Por otra parte, la literatura sirve para vivir de una forma más rica, más intensa y nos hace sentir mejor en este viaje hacia ninguna parte.

Escritor lúcido, Enrique García-Máiquez maneja con soltura la buena costumbre de disfrutar con su trabajo, de echarle humor a las cosas de la vida y de reírse de sí mismo, si llega el caso. Compruébenlo a diario leyendo sus artículos en prensa así como sus libros publicados que, como ese pellizco del flamenco o el arte de los grandes cantaores, te atrapan porque conviven en él lo sutil del humor con las cicatrices que dejan los años y el orgullo de estar vivos. Esta conversación con IDEAS llega a propósito de Gracia de Cristo (Ed. Monóculo), un oasis de hermosura y buena escritura, del que ya ha llegado a las librerías su segunda edición.

«Para tener un buen humor bueno, ayuda mucho saber que ni la muerte ni el mal tienen la última palabra»

Un humor que tiende a hacer reír siempre por la vía de lo inesperado y de lo sorprendente, nunca con la sal gruesa. Un libro alrededor de Cristo, la esperanza, el amor, los valores, la familia, el miedo y la valentía, que no consiste en no tener miedo, sino en ser capaz de dominarlo, leí a Javier Cercas. La suma de conversaciones, lecturas, caminos y encuentros que lo constituyen como escritor y, sobre todo, como ser humano porque la existencia en Enrique García-Máiquez tiene un componente inmenso de memoria de tiempo. ¿Cómo no defender la belleza de las palabras y la invitación a reír frente al griterío que soportamos diariamente?

Hoy que todo vale, que vivimos momentos tan alocados en los que el respeto al prójimo es casi inexistente, que parecemos solidarios pero a poco que te descuides surge lo más egoísta, de repente nos llegan regalos como este Gracia de Cristo y todo vuelve a recolocarse en su sitio. Un libro para dialogar con la vida, a través de aparentemente pequeños momentos que van haciendo grande un sentimiento y en el que el lector irá descubriendo los momentos más luminosos, «más desternillantes», de la vida de Cristo y que «los Evangelios pueden leerse como la mejor comedia jamás escrita».

Walter Benjamin escribió que la felicidad consiste en vivir sin temor. Alégrese, emociónese y déjese llevar por este caudal de risa fresca.   

Qué bien que nos haga usted reír, falta nos hace con tanta traba que nos ponen a diario. Cualquiera diría que preferirían vernos en un valle de lágrimas…

Muchísimas gracias (precisamente). Dice Armando Pego Puigbó que «quien posee el don del humor, que no debe confundirse sin más con la vis cómica, practica la obra de misericordia más humilde y no por ello menos necesaria: consolar a los afligidos». Yo valoro mucho que me hagan reír, igual que usted. Así que, para tratar al prójimo como uno quiere ser tratado, intento poner mi granito de arena. O mejor, de sal.

En Gracia de Cristo maneja con soltura la buena costumbre de reírse de las cosas de la vida y hasta de sí mismo, si toca en un momento dado. Pero es también un valiente porque, en plena época de ofendidos y con el humor amenazado, llega riéndose con las ocurrencias de Cristo…

Con Cristo, en efecto, que también (y tan bien) practicó la obra de misericordia de hacer sonreír al triste. De tanto leer el Evangelio, tras dos mil años, hemos perdido el efecto sorpresa que el humor requiere, pero, por eso mismo, todavía puede sorprendernos, ya de vuelta. Y en el peor de los casos, como usted señala, siempre dejo abierta la posibilidad de que el lector más serio, el que no vea el sentido del humor de Cristo en algunos pasajes, se ría de mí, por empeñarme. Las bromas son imbatibles, porque cuando no tienen gracia, tienen gracia.

Gracia de Cristo es un texto pensado para todos. Nos invita a huir de lo convencional y a dar crédito a la fuerza espiritual que hay en nosotros descubriéndonos la esencia del Evangelio a través de una sonrisa. A la vez, está escrito no sólo con una mirada religiosa, sino desde una perspectiva cultural con numerosas citas a poetas y obras de la literatura, ¿qué criterio ha seguido para escoger las referencias y autores que va intercalando…?

En cierto sentido es un ensayo muy laico, porque aplico a la lectura del Evangelio los hábitos y los métodos de una lectura literaria actual. Por ejemplo, hay una salida de Cristo (la de que por qué vamos a temer a los que sólo matan el cuerpo, psch) que es muy parecida en su humor negro a un microrrelato de Jorge Luis Borges. Me parece un poco injusto y raro que todos nos riamos a bazo partido con Borges y nos pongamos hieráticos con Jesús. Por otro lado, es una lectura muy religiosa. Doy por sentado que todos los milagros que se recogen en los Evangelios y la Resurrección son verdad de la buena (¡y por eso tienen gracia!). La mayor es que Aquel que está comiendo y bebiendo, andando sobre las aguas o sobre los caminos (es igual de sorprendente) y replicando con una paciencia de santo a los fariseos es Dios. Leonardo Castellani resumió el trasfondo teológico: «El humor de Cristo traduce la inserción de lo eterno en lo finito, y despatarra lo finito. Podría destruirlo y aniquilarlo, pero no hace más que despatarrarlo; y por eso es humor».

Cito a poetas y a escritores porque han configurado mi manera de leer y de ver el mundo. Ese es el criterio, y también el que he contado antes: en los escritores por lo civil vemos con más soltura las ironías y las paradojas que Jesús gastó antes y mejor. En ellos vemos su sonrisa como en un espejo.

Por ejemplo, cita a María Zambrano, que nunca dejó de reflexionar “porque el hombre no se explica sólo a través de la historia, sino escarbando hasta su alma”. Zambrano jamás dejó de buscar a Dios y a algunos les va a hacer mucha gracia conocer esto, sí…

María Zambrano me ayuda a entender bien esa escena en la que Jesús, diciendo que la hija difunta de Jairo está en realidad dormida, hace que todos los que lloraban se rían de Él. Nuestra filósofa sostiene que el peaje que tienen que pagar los héroes para pasar por el mundo es ser el hazmerreír de los simples. Pone el ejemplo de El Quijote y hay que recordar que a Jesús le llamaron «loco» alguna vez, y también sus parientes y vecinos, como a Alonso Quijano su sobrina, el ama y el barbero. Pero Jesús atraviesa –como dice Zambrano– la burla.

Ha logrado hacernos sonreír, que miles de lectores se relajen y se diviertan sin gritos, sin groserías, sin insultar, sin rabia. Ya decía Chesterton, “el buen humor es más irritante que el malo”. El suyo es un humor de la sutilidad en unos tiempos en los que predomina el griterío, la verborrea… ¿Qué piensa de estos tiempos?

Uno lee la graciosa maldad de Chesterton y se dice: «¡Qué perspicaz era!», pero al escribir eso estaba sangrando tinta por la herida. Su buen humor irritó bastante a algunos de sus más malhumorados contemporáneos, a los que todo el mundo les reía las gracias (que no tenían) y los consideraba sesudos porque eran sosísimos.

Es cierto que mi humor es menudo, sutil y literario. Me gustaría tenerlo un poquito más evidente. Mi mujer, cuando me lee, me dice por encima del libro o del periódico: «A veces se me olvida lo gracioso que eres». Mi madre no descubrió que yo tenía gracia hasta que empecé a escribir en los periódicos. No he podido escoger: es el único humor del que dispongo. Lo que sí añado es que gracias a no gritar ni hacer bromas bastas tengo los lectores más finos del mundillo. Los tiempos son malos, pero, entre los que los transitamos, queda suficiente gente buena, brillante y divertida, como para no anhelar haber nacido en otro tiempo que éste al que la Providencia –¿embromándonos?– nos destinó.

Recuerdo que Tricicle dedicó uno de sus espectáculos a David Garrick, un reconocido actor inglés del siglo XVIII que estaba tan extraordinariamente dotado para la comedia que los médicos recomendaban sus actuaciones como una especie de remedio mágico, capaz de sanar cualquier pena del alma. ¿Cómo no iba a tener humor Jesús que sólo (¡sólo!) vivió por nosotros y para hacernos el bien…?

El buen humor tiene un efecto terapéutico. Ramón Eder dice que a Chesterton, justamente, habría que venderlo en farmacias, como antidepresivo. El mismo Eder es muy recetable para la vista: porque se ve la realidad mejor tras leer sus aforismos. Que muy buena parte de las delicadas ironías de Jesús coincidan con sus milagros es una señal de que el humor era parte del tratamiento.

Una mirada amorosa con gracia puede con todo, pero ¡qué complicada es tenerla actualmente, ¿verdad?!

Verdad. Una cosa preciosa de Cristo en los Evangelios es que no siempre tiene esa mirada humorística. A veces mira con tristeza, otras con piedad, alguna vez enfadado, incluso con cansancio, ya sabemos que lloró en tres ocasiones… Asume toda la riqueza de los sentimientos humanos. Lo que nunca hace es dejar de mirar sin amor. Es el quid. Como empecemos a mirar sin amor, el humor se nos transforma en sarcasmo, que, aunque la gente se ría, tiene mucha menos gracia.

Para no oxidarnos conviene entrenar la alegría y qué mejor que con sus libros y sus artículos. Los buenos momentos, como dice Luis Rojas Marcos, conviene contarlos y recordarlos porque la suma de las pequeñas cosas, los pequeños placeres, acaban moldeando nuestro buen carácter…  

La alegría tiene su parte de decisión de la voluntad. De apuesta. Lorenzo de Médici escribió un verso que parece un pleonasmo pero que es magnífico: «Quien quiera ser feliz, ¡pues que lo sea!». Con todo, quizá la expresión más útil sea la de su propia pregunta: me apunto a esa idea del entrenamiento. Contar lo bueno y concentrar ahí la memoria nos moldea. Tendríamos que rebelarnos contra el prestigio intelectual que tienen el pesimismo y la melancolía. Montaigne ya los consideraba «un estúpido y horrible ornamento».

Usted es un gran creyente, pero ¿en qué ha dejado de creer?

Con mi mujer tenemos esa broma: yo aporté a nuestro matrimonio la fe; ella, la caridad, que es la mejor de las tres; y los niños, la esperanza. ¿En qué he dejado de creer…? [Silencio largo que se va haciendo poco a poco angustioso y violento.] Espero que en mis 54 años me haya desengañado de algo, por favor, por piedad, espero que sí; pero ahora mismo no caigo…

Comenzaba esta entrevista agradeciéndole este humor que nos viene de perlas hoy que vivimos tiempos convulsos y que lo que domina es la incertidumbre, el miedo. Y ya no es tener miedo, sino qué hacemos con él…

El miedo es la materia prima del valor, así que, para los que consideramos la valentía como uno de los grandes atractivos de esta vida, el miedo nos viene de miedo. Las cuatro virtudes cardinales que yo hubiese escogido habrían sido el valor, el humor, la belleza y la cortesía.

-¿Cómo defendernos del mal (y del mal humor)? ¿Cuál es ese alimento espiritual para combatirlo? Yo, por ejemplo, rezo…

Del mal hay que defenderse como gato panza arriba, principalmente no haciéndolo. Del mal humor hay que reírse, porque tiene su vis comica. Si usted reza mucho, hace de maravilla. Sin fe, del lado de la risa, siempre quedarían el nonsense, el surrealismo y el cinismo, y menos da una piedra; pero, para tener un buen humor bueno, ayuda mucho saber que ni la muerte ni el mal tienen la última palabra. Dicho de otro modo: el mejor reirá el último.

-Cuentan que el ingenio es «el modo en que se divierte la inteligencia». ¿No es el colmo que existan «inteligencias aburridas»?

El colmo es que las preguntas sean tan inteligentes que uno sólo pueda responder: «sí, sí». El humor, más que la ironía, el idioma de la inteligencia. Por tanto, de las «inteligencias aburridas», puro oxímoron, hay que guardarse como del óxido. Samuel Johnson, cuando estaba con sus jóvenes amigos y veía por el rabillo del ojo que se aproximaba uno de ésos, les conminaba: «Vamos a ponernos serios, muchachos, que ahí llega un tonto».

¿Le sigue sorprendiendo Jesús? ¿Le surgen a menudo preguntas sobre algunas circunstancias de su vida y su forma estoica de soportar?

Como a Lope, me pasma que siga llamando a mi puerta cubierto de rocío. Preparando el libro, me sorprendió vivamente descubrir que, además de su naturaleza humana, tenía un carácter propio, que se muestra por una palpable coherencia entre las bromas que le gusta gastar (pasar de largo, ser confundido, desconcertar al interlocutor…) y las parábolas que le encanta contar. Se le reconoce un estilo personal. Otra sorpresa inesperada fue su insondable humildad: ¿no dice que sus discípulos harán cosas más grandes que Él? ¿O no se extraña de que no le crean (a Él, al Hijo de Dios) porque, a fin de cuentas, tampoco creen en Moisés ni a Jonás…?

¿Y qué le impresiona más del mensaje de Jesús de Nazaret?

Su actualidad.

Hablando de humor, en una entrevista que pude hacerle ya hace unos añitos, me contaba que su amigo el poeta Eloy Sánchez Rosillo siempre bromea con usted, “poniendo en duda mi ser de Murcia”. Y añadía, “pero si por nacimiento lo soy sólo a medias, gracias a la pintura (Gaya, pero también Serna, y Muñoz Barberán, gran amigo de mis abuelos y del que tengo cuadros en casa, felizmente heredados) y a la poesía me siento doblemente vinculado a la ciudad y a la Región” ¿Ha regresado por Murcia últimamente para confirmar con Sánchez Rosillo sus orígenes además de procurar convidarse mutuamente?

Lo de haber nacido en Murcia me da unos enormes quebraderos de cabeza. Porque, con el catetismo autonómico imperante, hay quien me considera menos del Puerto de Santa María —donde mi familia paterna lleva tres siglos largos— o menos poeta andaluz, por eso. La explicación es natural: mi madre era de Murcia y fue a tener todos sus hijos al abrigo de los cuidados de su madre. Era nacer, bautizarnos y volvernos. Un poco como lo de Jesús con Belén y Nazaret. Me han aconsejado que me quite lo de Murcia de las solapas (de los libros), pero por ahí no paso. Estoy muy contento de haber nacido allí y es un homenaje a mi madre. Decía Ramón Gaya que él no tenía sangre en Murcia pero que es importantísimo el lugar donde uno vio por primera vez la luz. Estoy de acuerdo. Hace mucho que no vuelvo, y tengo unos grandes deseos de presentarle la ciudad a mis hijos. No vuelvo, quiero decir, de cuerpo presente, porque tengo en casa un cuadro de Muñoz Barberán y dos de Pedro Serna. Y leo a Eloy Sánchez Rosillo cada dos por tres. Más Murcia del espíritu y la luz, aunque sea desde el Puerto de Santa María, no cabe.

Científicamente conocemos que los niños ríen unas trescientas veces al día y los adultos tan sólo unas veinte. Habrá que hacer algo para agitar los cuatrocientos músculos que tienen que ponerse en marcha para morirse de risa…

No lo sabía. ¿Es o no es sorprendente lo de Jesús, que nos dijo que nos teníamos que hacer como niños? ¿Ve? No da puntada sin hilo.

-Después de leer su libro me ratifico en que el secreto de todo en esta vida es el cariño; si tú quieres a la gente, ese cariño se te devuelve. Lo decía San Juan de la Cruz: “Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”

Repito la respuesta: ¡sí, sí! Este libro ha sido recibido con muchísimo cariño —y es de recepción difícil, a medias entre la teología y el humor— y ha sido así por un cariño devuelto, tanto a su Protagonista, como, en menor medida, pero un poquito también, a mí. Por ejemplo, muchas gracias por entrevistarme. Compartiendo la fórmula de san Juan de la Cruz, hay que decir que, a veces, sin embargo, el amor que pones no te lo devuelven a la primera, como comprobó nuestro gran pequeño fraile poeta. Si devolviesen el cariño automáticamente, no tendría mérito, porque obedecería al cálculo. Jesús recomienda insistir con lo de la otra mejilla y con lo de darle la capa al que te gorronea la túnica. Urgía a dar una segunda oportunidad.

-Considero que no hay mejor forma de afrontar un día que con amor (y humor). Creo que hay cosas que te sorprenden en el día a día y que te asombren para bien es la forma que tienen las cosas de sonreír, ¿no cree?

Hilaire Belloc estaba de acuerdo con usted y yo con ambos. Él decía: «Renqueamos a través de este mundo complicado con la ayuda de dos muletas: la diversión y la belleza».

Tiene usted razón en que la actitud es muy importante y es bellísima esa hipálage de la sonrisa de las cosas. Sin embargo, no hay que caer en el subjetivismo ni en el voluntarismo. Hay asuntos que están mal y hay que enfrentarlos. No importa, porque la épica también es apasionante.

Su obra va ganando como el vino más exquisito. Leí a Gonzalo Sobejano, ilustre hispanista, “la actualidad de un escritor no depende de las mareas del mercado. Es efecto de un mensaje que, por esencia y presencia, abre una huella duradera o enciende una lumbre que el viento del tiempo, a pesar de su furia, no sabe apagar”. Usted crea debate, plantea teorías interesantes y remueve nuestro interior emocionándonos con sus textos, ¿qué cree que trascenderá de usted?

Qué bien. Las comparaciones con el vino son siempre muy de agradecer. Es, por cierto, muy rara y autolesiva esa manía de la derecha de valorar más las opiniones de la inteligentsia de izquierdas, si me perdona la redundancia, que la de los escritores, periodistas y lectores auténticos, como usted, que uno admira y con quienes comparte cosmovisión. Me gustaría que perdurasen de mí cinco o seis poemas y dos o tres artículos que trasparentasen, en un hombre del siglo XXI, la misma actitud que expresó el poeta escocés Dunbar en el siglo XIV: «Agrada siempre a Dios y está contento/ que lo demás no importa ni un pimiento».

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