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José María Marco: «La antigua leyenda negra es una broma comparada con el mito del 98»

El escritor José María Marco conversa con Nieves B. Jiménez a propósito de su reciente 'Historia Patriótica de España'

Durante el estreno de Azaña. Pasión española, recuerdo que el actor José Luis Gómez decía, «estamos en un momento muy difícil de la política española, cuyo ejercicio se ha convertido en una manifestación continua de desavenencia, de descalificación, con las peores palabras y los peores supuestos; como diría don Manuel Azaña, permítame, su señoría, que me sonroje en su lugar«.

José Luis Gómez dio vida espléndidamente a Manuel Azaña en un texto firmado junto a José María Marco, que no sólo es escritor —Diez razones para amar a España; Azaña. El mito sin máscaras; estudios sobre Lope de Vega como El verdadero amante. Lope de Vega y el amor—,  colaborador en medios —Ópera actual, La Razón— y profesor —Universidad Pontificia Comillas de Madrid—, sino como dice la escritora y traductora Julia Escobar es un hombre de letras, «vieja denominación de un espécimen en peligro de extinción». Con José María Marco conversamos hoy a propósito de Historia patriótica de España (Encuentro), una edición revisada y ampliada hasta nuestros días.

Al hilo de las tensiones entre nación y nacionalismo, nuestras notorias carencias o la vergüenza que nos provocan muchos de nuestros políticos, Marco nos recuerda los valores que nos sustentan, nuestras instituciones, un Estado moderno y los rasgos que dieron forma a nuestro país. Si José Luis Gómez apuntaba que era un momento complicado también aseguraba, esperanzado, que esto podía corregirse con buena voluntad, «nuestro país merece la pena mucho, y debemos contribuir  a hacerlo mejor con la fuerza de cada uno». Coincide optimista la mirada de José María Marco con un sentido fuerte de la esperanza, mirando de frente a una España que es querida y admirada, y atento a la historia, la literatura, el arte y la belleza, que hacen de la vida un río en el que merece la pena adentrarse.

Historia patriótica de España es un canto de amor a España, a pesar de que asistimos a una falta de espíritu crítico y a una erosión cultural que afecta, inevitablemente, al gran discurso sobre nuestro país. Y, aunque sabemos que el mal acecha desde los orígenes de la humanidad, también sabemos que «la Aurora del océano surgiendo está», decía Virgilio.

En el libro empieza con una figura, Querefonte, filósofo griego que nos interesa por su defensa conceptual de la patria…

El prólogo de la Historia patriótica pone en escena, efectivamente, un diálogo entre dos personajes. Uno es Querefonte, el amigo de Sócrates, que aparece en varios diálogos platónicos y en alguna comedia de Aristófanes. El otro es Menipo, filósofo itinerante y apátrida. Querefonte, que se dispone a ir a la guerra, intenta definir el patriotismo, que es el amor a la patria. Y lo defiende frente a quienes desconfían de él, como aquella que sostiene el «patriotismo constitucional». Querefonte es un patriota y está orgulloso de serlo como está orgulloso de Atenas, su patria.

¿Qué diferencia establece usted entre patriotismo y nacionalismo?

El nacionalismo quiere crear una nación nueva mediante criterios ideológicos, y por tanto excluyentes: la etnia, la cultura, la lengua, la religión… Al patriota, en cambio, le inspira el amor a su país tal como es, aunque probablemente quiera cambiarlo en algunos aspectos. El nacionalismo es incompatible con el pluralismo, la tolerancia y la democracia liberal. El patriotismo es la base de las virtudes cívicas que nos permiten convivir con quienes no son ni piensan como nosotros.

Por cierto, el patriotismo —considero—  se adquiere, como la educación, en casa. Mire que el cine nos ha enseñado a besar, a enamorarnos, vestir…  me pregunto por qué se hacen tan pocas películas históricas con una historia tan rica y compleja como la nuestra. ¿Somos los españoles incapaces de enfrentarnos de una forma natural con nuestra historia?

Nos resulta muy difícil porque las élites españoles han interiorizado y han establecido como discurso dominante el argumento de que España es una nación fracasada. En los últimos cuarenta años hemos hecho el experimento de construir una democracia sin nación, o, mejor dicho, en contra de la nación española. No hay forma de hacer una historia atractiva en esas condiciones.

No lo puedo evitar, oigo «patria» y me viene a la cabeza la sarta de despropósitos que suele decir Yolanda Díaz, «una matria que cuide, que dé más y al que menos tiene y ponga los servicios públicos en el centro»… Matria ya lo hablaba Unamuno. Está claro que si echamos mano de nuestros clásicos no todos los caminos llevan a Roma con estos políticos que nos gobiernan…

Bueno, que digan «matria» o «patria» da un poco igual. Si con eso están contentos, o contentas… Lo relevante sería que valoraran el concepto, lo difundieran y se esforzaran en ayudar a consolidar una sociedad que entendiera lo que es, sus orígenes, su evolución y lo que ha sido capaz de crear.

Poniéndole un poco de humor, echo de menos un Julián Barnes que escribiera un España, España al estilo Inglaterra, Inglaterra. Nos hace falta desinhibirnos y el estilo satírico de Barnes, claro. Será por personajes y acontecimientos… ¿Sería factible?

Es difícil. El humor aplicado a uno mismo requiere una cierta seguridad. De otro modo, nos vamos al esperpento o a la parodia de trazo grueso.

Valorar las regiones españolas, su personalidad, es enriquecimiento para todos, pero interpretarlas desde el punto de vista nacionalista está claro que es un error gravísimo. Ya decía Julián Marías que «los nacionalismos son suicidas». Añadió, «el catalán unido al español es un enriquecimiento, aislado es una prisión», y seguimos igual. ¿Cuál sería la pauta moral a seguir imprescindible?

La pauta moral y política es la de que todos somos españoles y que España, nuestro país, es la garantía última de la libertad de cada uno y, por supuesto, de la preservación de un legado tan extraordinario como el pluralismo lingüístico. Dicho esto, España es una sociedad extraordinariamente consistente, por mucho que se haga todo lo posible para acabar con esta capacidad de integración.

Volviendo al inicio, a Grecia: sabiduría, belleza, conocimiento, libertad, la piedad… pilares estos muy importantes de la herencia humanista griega, ¿están amenazados?

Siempre lo están. Son virtudes frágiles, que hay que cultivar sin tregua. Ahora pasamos por una fase en la que las élites que nos gobiernan han decidido que hay que acabar con ellas. Habrá que hacer algo más de lo que se hace para demostrarles que las sociedades occidentales no están de acuerdo con esa empresa de demoliciones.

Asocia la nación al liberalismo. Su juicio de los nacionalismos separatistas es duro, pero, ¿qué opinión le merece el «nacionalismo español no liberal» (que sitúa en inicios del siglo XX)?

El mismo que los demás nacionalismos. De hecho, pienso que si seguimos sin reconciliarnos con nuestro país es porque ha seguido vigente la idea del fracaso de la nación española, que es algo muy propiamente nacionalista. Los nacionalistas españoles son quienes argumentan que la nación española no existe y quieren construir una a la medida de sus fantasías y sus frustraciones.

Al hablar de la Constitución de Cádiz, usted señala que los diputados no quisieron ejercer de revolucionarios como los franceses, y que, a veces, le recuerdan los motivos conservadores invocados por los independentistas norteamericanos. ¿Se parece la Constitución de 1812 más a la americana que a la francesa?

La Constitución del año 12 fue muy importante en lo político, porque fundó la nación española moderna, y en lo simbólico. Como es una Constitución hecha en condiciones muy difíciles, resulta farragosa y poco operativa y pronto se convirtió en una bandera partidista. Es lo peor que le puede ocurrir a un texto constitucional.

El siglo XIX está trufado de militares liberales. No falta el liberal masón. ¿Tuvo que imponerse el liberalismo?

Sí, como en casi todos los países. Pero estaba consolidado desde 1876. Y como en casi todos los países, entró en crisis a finales del siglo XIX, lo que aquí llamamos la «crisis del 98», cuando aparecieron los nacionalismos antiliberales, que quisieron, y lograron, acabar con la nación constitucional.

Usted elogia la Unión Liberal, como un moderantismo que generó prosperidad, ¿es Cánovas una forma de continuación? ¿Hay una línea entre ellos y el 78 para usted?

Sí, es la gran tradición doctrinaria o moderada o liberal conservadora (por el partido de Cánovas). Su legado llega hasta hoy: en el equilibrio de poderes, en la función de la Corona, en el equilibrio entre democracia y contrapesos. Es una tradición extraordinaria, la que ha permitido la convivencia entre españoles, pero que curiosamente casi nadie reclama.

Señala que en la Constitución de 1931 desaparece la nación y es sustituida por «el pueblo», que eso ya es otra cosa… ¿es así?

Es una tentación característica. También ahora el gobierno socialista y Pedro Sánchez se dicen intérpretes del pueblo por encima de la ley y de las instituciones.

Usted parece tener buena opinión de la Transición, dice que volvió a fundar la nación sobre la base del perdón, incluso llega a hablar de lección de historia patriótica, pero dentro de ella señala que se produce «la deconstrucción nacional», justo cuando se «consolidaba el Estado de las Autonomías», y habla del Plan Pujol del 1990. ¿Se produce ahí o es un vicio de origen del 78?

Sí, tengo una muy buena opinión de la Transición. Tal vez se podía haber aclarado más el contenido del consenso, y la indefinición en cuanto a la naturaleza del Estado ha tenido consecuencias nefastas, como el absurdo y descabellado Estado de las Autonomías. Pero no son realidades achacables a la Transición. Entonces se hizo un ejercicio ejemplar de transigencia, de voluntad de negociación y de reconciliación, que tiene por fundamento el perdón.

¿Qué mito de la historia de España es el más peligroso, el que más nos perjudica?

El del 98, el de que la nación española es un fracaso. La antigua leyenda negra es una broma comparada con este.

Palabras literales suyas: «La voladura de la nación española en marzo de 2004». ¿Esa importancia da a los atentados de Atocha?

El 11-M demostró que las élites españolas no están dispuestas a llegar a un acuerdo, ni a actuar según criterios nacionales, ni siquiera ante un ataque de tal gravedad. A partir de ahí todo era posible: la rendición ante el nacionalismo con la supuesta victoria sobre la ETA, el procés y referéndum de independencia, la obsesión del PP por la gestión, el gobierno plurinacional de Sánchez.

De los prejuicios sociales y culturales que están profundamente arraigados en nuestra sociedad, ¿cuáles son los más peligrosos? El odio y la intolerancia considero que se llevan la palma…

Completamente de acuerdo. Pero el odio y la intolerancia se desencadenan cuando dejamos de percibir que nos une algo más importante que nosotros mismos, como es la nación que garantiza la tolerancia y el pluralismo. No son sólo categorías morales. Son realidades políticas.

Tal vez, también, es que una de las cosas más peligrosas que nos pasa es que estamos dejando de pensar…

Bueno, yo espero seguir pensando por mi cuenta, aunque sea a ratos. De mis coetáneos y compatriotas… espero que no se les olvide del todo que son seres algo racionales.

Aunque parece que se escuchan más voces críticas y que hay un poco más de conciencia sobre este disparate que nos rodea, aún hay gente que no se hace preguntas y mientras otros siguen chupando del bote… Los (pocos) que no nos conformamos con este panorama tan pobre intelectualmente, estamos constantemente buscando signos de esperanza ¿Encuentra usted signos de esperanza?

Hay una tendencia, parece que bastante generalizada, a imaginarnos que la democracia y la nación están garantizadas, como si las dos se dieran por hecho. No es así. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría hace unos años, cuando no se veía con claridad el resultado de lo que estaba ocurriendo, ahora ya hay muchas personas que no están dispuestas a seguir actuando como si no pasara nada y todo fuera eternamente reversible. No es así y una parte importante de la sociedad lo sabe, y lo dice.

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