¿En qué punto de la Historia y de la Humanidad estamos?La partida que se está jugando a nivel internacional, fundamental para la estabilidad de las sociedades,es de grandes dimensiones. Estamos en un momento crucial. Y, los sectores políticos, empresariales y los denominados expertos, parecen no ser conscientes de ello. El panorama no está para muchos experimentos más.Con Esteban Hernández, escritor, corresponsal político en El Confidencial, abogado y conversador de lujo,analizamos el presente e intentamos desentrañar los caminos del futuro desde su más reciente ensayo, El nuevo espíritu del mundo. Política y geopolítica en la era Trump (Deusto), iluminando las claves que nospermitan reaccionar de una forma eficaz y contundente.
Estamos desorientados, desubicados… ¿Cuál es el mapa que nos ayudaría a ubicarnos en esta nueva realidad? Habla de un «nuevo espíritu», ¿el anterior ya no nos sirve de nada? ¿Ningún empeño futuro puede asentarse en algún logro anterior?
Se ha producido un cambio de marco que tiene efectos en los ámbitos económico, geopolítico, social y cultural. Hay transformaciones tecnológicas en marcha, desafíos de futuro y modificaciones en el nivel de vida de los ciudadanos occidentales. El nuevo espíritu ya está aquí. Hemos abandonado la era global. Es, por tanto, el momento de intentar captar ese nuevo espíritu y de organizar los mecanismos de salida que permitan que el porvenir sea mejor. El orden inmediatamente anterior, el de la globalización, tuvo algunos elementos positivos, pero ha causado perjuicios significativos en los países occidentales, también en España. Hay muchas cosas que corregir de él, y muchas de sus creencias no son convenientes ni válidas para este tiempo. Pero eso es una cosa, y otra hacer tabla rasa con el pasado. Eso no es posible: ningún tiempo nuevo surge de la nada, ningún tiempo crece en el vacío. En el pasado siempre hay enseñanzas que recoger y nos cuenta muchas cosas que hay escuchar.
Es tal la acumulación de cambios y cataclismos que soportamos que ni asimilamos. Analizar y comprender el presente y futuro cada día, ¿le provoca ya más malestar, más incertidumbre, más desaliento…? A este paso, por poner algo de humor al asunto, vamos a estar peor que aquel título del libro de Alberto García-Alix, No me sigas… estoy perdido…, que hoy sería No me sigas…estoy confuso, ¡o ambas cosas!
Analizar el presente e intentar conocer caminos de futuro no me produce ningún desaliento, al contrario. Lo terrible sería renunciar a pensar. Sólo un buen conocimiento de la realidad permite reaccionar de una forma eficaz y duradera. De manera que no podemos abandonarnos a la corriente sin más. La tarea de reflexión es mucho más necesaria que nunca. Cuando intento analizar, lo hago con la convicción de que hay un trabajo grande que realizar y eso es estimulante. Vivimos en sociedad, y no sólo nos debemos a nosotros y a nuestro círculo cercano. Tratar de contribuir a un camino de futuro aporta tranquilidad interior. Y es lo que toca.
Estamos en un momento de cambios muy profundos, aún más con el Gobierno de Trump. ¿Lo primero que habría que preguntarse es si son episódicos o estructurales? Decía hace poco que estamos ante tecnócratas frente a tecnólogos…
Hay cambios estructurales de los que Trump es consecuencia y no la causa. Trump ha dado un impulso muy grande hacia una nueva dirección, pero si no hubiera sido él, habría sido otro. Estamos ante una crisis de modelo. EEUU impulsó la globalización, y esta ha minado su hegemonía; impulsó las deslocalizaciones y eso ha minado seriamente su cohesión interna. Trump ha emprendido un camino diferente desde una visión conservadora con el que trata de dar solución a ambos problemas. Pero eso también tiene contradicciones. Mucha de la gente que le ha apoyado, en especial desde la élite estadounidense, tiene la sensación de que su país, pero también Occidente, se ha anquilosado y que pierde vitalidad y pulso innovador frente a China. Entienden que ese parón proviene de la mentalidad tecnocrática representada por las élites progresistas. Y creen que la solución proviene de la utilización de la tecnología, que puede aportar la innovación necesaria. Se puede gobernar de manera más eficiente el Estado con menos tecnócratas y más algoritmos; se puede aumentar la productividad de las empresas con menos personas y más máquinas; se puede organizar una sociedad mejor gracias a la inteligencia artificial. Esos son los tecnólogos. El problema para Trump es que ese programa puede entrar en contradicción con las clases populares y las medias que votaron a los republicanos en las últimas elecciones presidenciales. Son sectores que también están en contra de los tecnócratas, a los que tienen escasa simpatía, y a los que culpan de sus problemas, pero a los que la visión de los tecnólogos les parece inapropiada y peligrosa. Trump tiene que hacer equilibrios entre ambos, pero finalmente tendrá que decantarse por unos u otros.
El mundo se mueve a una velocidad de vértigo. ¿Qué frentes más urgentes debemos atajar? Esta situación, peligros los acumula todos, pero ¿alguna ventaja?
Tendrá las ventajas que construyamos. Las piezas globales se están moviendo, lo que quiere decir que también se abren oportunidades. Sin embargo, cualquier opción para España pasa por cambiar de mentalidad, algo que tendría que ocurrir tanto en la izquierda como en la derecha. Somos el sur de Europa, es decir, la parte perdedora de un continente que sale tocado en este cambio de época. Lo primero que tenemos que entender es que, en un contexto donde los Estados cada vez juegan un papel mayor, que eso es la desglobalización, España tiene que recuperar y asentar capacidades estratégicas. Cuanto más nos fortalezcamos, más y mejores posibilidades de negociación tendremos de cara a Europa, pero también con terceros países.
Mientras nosotros estamos en un presentismo atroz –con una atmósfera cargadísima de escándalos, mentiras, que no dejan ver el horizonte–, fuera las grandes potencias aumentan o pierden su poder e influencia por varios motivos, sus miradas son más amplias…
Entiendo el atractivo que tiene para mucha gente a la que le interesa la política, y para los partidos, insistir en el sainete nacional cotidiano y en los asuntos de Leire, Koldo y demás. Entiendo que, además, el malestar y el descontento que generan. Pero estar todo el rato pendientes de esos temas lleva a olvidar que la partida que se está jugando a nivel internacional es de grandes dimensiones, y que estamos en un momento crucial. Los sectores políticos, los expertos y los empresariales deberían ser conscientes de ello y, por tanto, tendrían que comenzar a pensar con mucha mayor profundidad. El Sálvame de la política le gusta a mucha gente porque permite expresar su descontento, y ratifica una reconfortante sensación de superioridad, pero es demasiado perturbador, porque gasta las energías en lo secundario en lugar de centrarse en lo principal.
Las grandes potencias nos llevan años luz de distancia. Aquí deambulamos aún entre izquierdas y derechas a garrotazos o con representantes políticos muy cercanos a aquel Miquel Iceta que confesaba en las entrevistas: «Me encanta exhibir un desconocimiento enciclopédico». Occidente, por tanto, está perdiendo uno de sus rasgos más definitorios: reflexionar, pensar, examinar, como buenos descendientes de los clásicos que somos…
Llevamos décadas en las que el pensamiento se reduce a lo numérico. En la empresa y en el Estado se han dedicado a leer el mundo a través del Excel. Creen que la realidad se puede reducir a los números. Y, desde luego, hay una parte de ella que se puede medir y que los análisis que parten de esa perspectiva tienen su utilidad. Pero no puede entenderse lo que nos ocurre únicamente desde esa mirada. Una de las cosas más negativas de este tiempo, para las empresas y para el Estado, es la pérdida de capacidad reflexiva a que ha llevado no tomar en cuenta las humanidades. Mucha gente las contempla como algo útil para la vida privada, porque enriquece interiormente. Es así, pero no es sólo eso. La historia, la filosofía, la sociología, las creaciones culturales son también instrumentos para conocer mejor al ser humano, a las sociedades en que vive y las relaciones que se establecen entre ellas. Nos permite tomar mejores decisiones, en la empresa y en lo público, y las hemos excluido porque las clases dirigentes estaban seguras de que unos cuantos números nos iban ofrecer las soluciones más brillantes. Esa falacia es una parte no menor de nuestros problemas.
Y en esta nueva época que asoma por el horizonte, Europa no está bien posicionada perdiendo poder e influencia. Y sólo plantea como solución invertir en defensa. ¿Por qué pensar sólo en defensa y no en recuperar capacidad productiva impulsando la creación de fábricas, tecnología y, sobre todo, abastecernos de energías propias, que las tenemos? ¿Somos incapaces de emprender nuevas industrias, fábricas, (aquella Seat, por ejemplo)?
Es imprescindible recuperar capacidades productivas en muchos sectores. Sería preciso un plan estratégico para España que permitiera desarrollar ámbitos necesarios, que impulsara sectores ya existentes que funcionan bien y que abriera espacios en otros que resultarán decisivos en los años que vienen. Eso implica un cambio de mentalidad que está lejos de producirse, pero al que estamos abocados si queremos pintar algo.
Hay que tener en cuenta que esta situación de cambio internacional está provocada por la tensión entre la potencia hegemónica, EEUU, que cuenta con capacidades militares, financieras y tecnológicas, con la emergente, China, que era fundamentalmente la gran potencia productiva y que ahora lo es en muchas más áreas. Como suele ocurrir en la historia, la potencia productiva acaba por ganar terreno. En ese contexto, España ha perdido muchas de sus capacidades, y los países europeos cada vez estamos más relegados en el orden internacional. Recuperar las capacidades productivas es algo que están haciendo los EEUU de Trump. Nosotros deberíamos hacerlo también.
En su libro habla de Madrid y Barcelona, sus grandes diferencias. Dependemos de capital extranjero. Lo de la desigualdad es otro problema. Como leí hace poco, no es un problema como tal, pues no es una injusticia que Amancio Ortega tenga avión privado y yo no. El problema es la falta de las condiciones mínimas para mantener una vida digna: alimentación, vivienda, sueldo digno…
Mencionas dos problemas serios. El primero es la dependencia de capital extranjero. En España hay dinero, lo que ocurre es que, en lugar de invertirse en nuestro país, acaba en la esfera global, y en especial en EEUU. Es curioso que los ahorros de un señor de Jaén no sirvan para impulsar el crecimiento de España, sino para alimentar la burbuja financiera global. Hay capital extranjero que viene a España a invertir productivamente, y hay que darle la bienvenida, pero buena parte de él no sirve más que para juegos especulativos. El primero nos ayuda, el segundo nos hace daño. En segunda instancia, sería muy razonable que España pudiera contar con sectores estratégicos que dependieran de nosotros, y no es así. Tenemos muy poco en nuestras manos lo que, en momentos como este, supone una debilidad que no podemos permitirnos.
En cuanto a la falta de condiciones para mantener una vida digna, hay que entender su significado real. Hablamos de clases populares que tienen difícil llegar a fin de mes, pero también de familias de clase media que tienen cada vez menos recursos, de hijos de esas capas sociales cuyo nivel de vida desciende sustancialmente a pesar de tener trabajo (a veces en buenos sectores), o de personas de más de 50 años a las que les cuesta mantener un empleo o encontrarlo si lo pierden. Hablamos de clases medias altas que cuentan con una buena situación, pero cuyos recursos, que están por encima o muy por encima de la media, ya no les permiten ahorrar lo suficiente como para ayudar de verdad a las generaciones siguientes. Hablamos de una sociedad donde podemos comprar camisetas, zapatillas o móviles relativamente baratos, pero en la que los bienes esenciales, como la vivienda, la energía y los alimentos son cada vez más caros, y donde la educación y la sanidad exigen ya una inversión significativa. Hay muchas cosas estropeadas en el sistema económico, y ya no pueden arreglarse con la receta tradicional de rebaja de impuestos, desregulación y ajustes del gasto público.
Tenemos nuevo Papa. Recuerdo que el escritor Jorge Edwards, cuando le preguntaron por la importancia de la intervención del Papa Francisco en un acercamiento entre EEUU y Cuba, respondió que no estaba tan seguro de eso: «Cuatro días en Cuba es exagerado, oiga, ¿por qué no ha ido ni un minuto a Chile, por ejemplo? ». Debería haber sido una visita más equilibrada, decía. Recién llegado León XIV ya quieren que participe en alcanzar una paz. No sé si es conveniente mezclar religión y política…
Convenga o no, está muy mezclada hoy. Y es paradójico, porque si bien en Occidente el proceso de secularización es grande, la influencia de lo religioso tiene un peso. Desde luego, en el resto del mundo. Oriente Medio está atravesado por ella: el mundo árabe, que se había secularizado en la segunda mitad del siglo XX, vivió un notable resurgimiento religioso. En Israel, los partidos identitarios ligados a la religión fueron ganando espacio continuamente en las últimas décadas. El papel de los evangélicos en Hispanoamérica es importante políticamente, como lo es en EEUU, donde quizá no sean sectores mayoritarios, pero tienen relevancia y ejercen a menudo de fuerza de choque. Pero, en la misma Europa, estamos viendo como muchos países del Este, como Rusia, Polonia o Hungría, entre otros, los lazos del entorno político con el religioso son amplios. En este sentido, es lógico que el mundo católico quiera jugar un papel en el ámbito internacional, pero que también apueste por unos valores que tengan repercusión social. No sería raro que viviéramos surgir una nueva democracia cristiana.
¿En qué punto de la Historia y de la Humanidad estamos? ¿Qué nos estamos jugando?
En un momento de cambio de época. Será complicado y difícil. Pero a cada cual le toca vivir en su tiempo. Hay muy pocas épocas en la historia en las que la vida haya sido fácil.
(Fotografía de Salomé Sagüillo)