José Ramón Ayllón: «Hablar de valores es vender humo, en cambio la virtud compromete a actuar»

Con su habitual sencillez y claridad, el filósofo conversa con GACETA sobre el origen del carácter anticristiano de las ideologías , el aborto, la sentimentalización de la sociedad y la importancia de la familia como núcleo de resistencia

Cántabro asentado en Burgos como profesor de Ética y Filosofía, José Ramón Ayllón tiene una infrecuente capacidad para sintetizar de forma comprensible cuestiones complejas. Su libro El mundo de las ideologías es toda una referencia, más allá de su brevedad. Pero, además, ha abordado los principales problemas de la antropología en En torno al hombre, y los de la Ética en Ética razonada y Ética actualizada. El tema de Dios es también frecuente en su trabajo ensayístico, con referencias como Diez ateos cambian de autobús. Su último trabajo ofrece una Breve historia de Occidente, con la agudeza que le caracteriza. En esta entrevista habla del origen de muchos de los problemas culturales que padecemos y de por qué combatirlos no es una batalla sencilla, sino una que requiere mucho tesón.

Su libro, El Mundo de las Ideologías, pone de manifiesto que los problemas sociales y culturales que padecemos vienen de lejos y que quizá no tienen fácil arreglo.

Efectivamente. Los problemas tienen raíces profundas. Se remontan, por lo menos, a la Ilustración francesa y a su consiguiente revolución. La Ilustración francesa se diferencia de las demás (de la española, de la portuguesa, de la alemana…) en haber provocado una revolución violenta y en su carácter anticristiano.  Esto no se da en la ilustración española, cuyo pensados más representativo, Feijoo, es un fraile. O Jovellanos, que es católico. Pero lo mismo pasa en Portugal, o en Inglaterra, aunque allí sean anglicanos.

-¿Cuál es la explicación?

En parte se debe a que son hijos de Voltaire. Voltaire había muerto cuando empezó la Revolución Francesa, pero es uno de sus padres indiscutibles, como Rousseau y como casi todos los enciclopedistas. Hay que decir que la Enciclopedia tiene una obsesión, que es acabar con el cristianismo. De hecho, cuando uno la lee, se encuentra con que, junto a una labor de divulgación del conocimiento muy interesante, cada vez que habla de España es un gigantesco panfleto. Están obsesionados con España como representante de un Imperio que hasta ese momento ha sido siempre más poderoso que el francés y que es eminentemente católico.  

Esta ideología ilustrada francesa traspasa este carácter anticristiano visceral a todas las demás ideologías, como el positivismo, la masonería, los nacionalismos, o el evolucionismo radical, que no es lo que dijo Darwin en su obra La evolución de las especies, sino más bien lo contrario: un intento de sustituir la cosmovisión bíblica sobre el origen de la vida y el hombre.

La pregunta es por qué triunfa justamente esta cosmovisión antirreligiosa de la Ilustración, existiendo otras opciones…  

La crítica ilustrada de los franceses al mundo anterior, al Antiguo Régimen, tiene una parte de verdad, y a esa parte se agarran sus seguidores. La parte de verdad es la existencia de una clase privilegiada, muy minoritaria, a la que pertenecen los señores, el Ejército y una parte de la Iglesia ligada al poder político.

Europa nace como nace y tiene que apoyarse sobre la Iglesia Católica porque cuando desaparece el Imperio Romano todo queda barrido. En cambio, la Iglesia Católica está muy bien organizada y tiene unos líderes muy potentes, que pronto se convierten en asesores de los reyes bárbaros. En esta situación es fácil abusar. Hoy la separación Iglesia-Estado nos parece algo evidente, pero no era nada sencillo en un mundo como el medieval.

Eso podría explicar el anticlericalismo, el rechazo hacia el poder del clero, pero ¿a qué responde el salto que se ha dado hacia una civilización sin perspectiva trascendente y que sitúa el placer por encima del deber, invirtiendo las prioridades clásicas?

Esos dos giros son trascendentes para explicar el mundo en el que estamos. Y por todo eso apuestan la Revolución Francesa y los ilustrados. Hay que tener en cuenta que, además de Voltaire, otro que influye mucho es Rousseau. En su caso no es que fuera anticristiano, porque, de hecho, en una etapa de su vida fue católico, aunque luego lo dejó de ser, pero es un tipo que pone por encima de todo el sentimiento. También por encima del deber, que no le gusta nada. Este es uno de los rasgos que caracteriza nuestra sociedad, que es profundamente sentimental. Mis alumnos tienden a pensar que, si sienten algo, eso tiene que ser verdad. Y si, además, lo sienten muy intensamente, entonces tienen derecho a ello. 

Sin embargo, existe contestación. Gregorio Luri publicó hace unos años La mermelada sentimental, un conjunto de artículos que criticaban esta emotivización.

Soy un admirador de Gregorio Luri, pero es, por desgracia, voz que clama en el desierto. También hablan de lo mismo José Antonio Marina y Fernando Savater… y en general toda la gente que ha pensado un poquitín y que ha pensado bien en este país. Pero, frente a la marea, impresionante, de los medios de comunicación, frente a Hollywood, a Netflix, y a las televisiones españolas, no tienes nada que hacer.

Ahí entramos en el terreno de la narrativa y su capacidad para justificar cualquier cosa con sus seducciones.

Efectivamente. ¿Por qué Platón, en su ciudad ideal, o sea, en su República, no admite a los escritores? Pues precisamente por esto, porque son capaces de presentar como bueno lo malo, y como malo lo realmente bueno. Por eso la tragedia griega, que es un género literario que juega limpio, tiene como uno de sus principios rectores que lo bueno y positivo hay que presentarlo como tal, mientras que lo negativo debe mostrarse como malo y aborrecible. Porque, si no lo haces así, confundes, engañas y envenenas a la gente.

Sin embargo, estamos en un momento en el que, por un lado, hay una sobreabundancia de historias, y al mismo tiempo estamos instalados en un momento cultural bastante relativista que no tiene claro el bien y el mal.

El problema es que las advertencias contra todo esto las plantean gente muy responsable y con la cabeza bien amueblada, pero que son voces minoritarias. En cambio, cualquier librero mínimamente serio con el que hables te reconoce que el 90% de las novedades que recibe, y, por lo tanto, el 90% de las cosas que tiene en su librería, es perfectamente prescindible. Por eso una librería ahora mismo es algo así como el templo de la confusión. El único modo de defenderse es crear una especie de comunidad cultural e intelectual, donde unos y otros se vayan nutriendo, al margen de las recomendaciones habituales y las reseñas, con indicaciones que resulten fiables y ayuden a orientarse.

Volvamos a Dios y a la idea de que la nuestra es la primera civilización materialista de la humanidad. ¿Puede tener esto que ver con el aumento del bienestar material?

Creo que es absolutamente así. De hecho, los países con más nivel de vida son los menos religiosos, aunque siempre hay excepciones. Pero el problema no es la riqueza, sino dónde pones el corazón y dónde sitúas tus prioridades. No pasa nada por tener un montón de millones, si dedicas esa pasta a ayudar a los demás y a crear trabajo, y si tú tienes un tenor de vida austero.

Ahora está de moda el estoicismo. Que precisamente lo que predica es eso, la austeridad en la vida, entre otras cosas. Y es muy bueno que algunos de los estoicos más relevantes hayan sido muy ricos. Uno era Seneca, y otro era nada menos que el emperador Marco Aurelio. Marco Aurelio, en sus famosas Meditaciones, dice que él agradece mucho a sus padres que le hubieran educado lejos de las costumbres de los ricos. No dice lejos de los ricos, sino lejos de las costumbres de los ricos.

Considerar el aborto como un derecho supone poner tu bienestar, tu soberanía personal, tu capacidad para determinar tu vida, y lo que haces. por encima de la existencia de una vida que tienes en tu interior. ¿No es esto algo profundamente ultraliberal?

Esa es una de las grandísimas contradicciones de nuestro tiempo, aunque no se perciba en la calle. Es una revolución impresionante porque ataca en profundidad muchas cosas, empezando por la estructura psicológica y moral de las personas. Es una de las más grandes revoluciones de la historia humana, pero, como se da en la intimidad, pasa desapercibida. Sin embargo, eso destroza a cantidad de personas. Y personas destrozadas implican familias destrozadas, y sociedades destrozadas. Por eso el filósofo Julián Marías decía que la aprobación del aborto era lo peor que había pasado en el siglo XX.

Y ya que estamos con el aborto, vayamos a la familia. Que es la otra bestia negra. Pese a que es una institución previa a cualquier tipo de discurso religioso. ¿Qué está pasando?

Es previa y es esencial, porque, hay mucha gente que podemos no ser padres, pero todos somos hijos. Es decir, todos hemos nacido de una mujer. Y lo primero que hemos visto es un rostro sonriendo, el de nuestra madre.  Nacer en una familia es absolutamente necesario en la educación de cualquier persona. Y ya sabemos lo que pasa cuando la familia va bien y cuando está patas arriba. Los que hemos dado clase sabemos perfectamente qué ocurre cuando tienes en el aula unos cuantos niños de familias desestructuradas y lo problemático que es todo eso.

¿Por qué ese rechazo a la familia en muchas instancias culturales occidentales? Pues en parte porque la familia es el ámbito idóneo para transmitir la idea de Dios. Es decir, una madre, lo primero que piensa es que su hijo es un regalo, y que es un regalo de Dios. No piensa que lo ha fabricado ella. Por eso la familia siempre ha sido religiosa.

Pero, además, si tú quieres tener autómatas y gente que trabaje para ti como esclavitos, la familia es un obstáculo. A menos familia, gente más débil y manejable. Cuanto más fuerte sea la familia vas a tener más crítica y ciudadanos más libres, porque están respaldados, tienen las espaldas cubiertas, y no son súbditos.

¿Es la familia un núcleo de resistencia?

Siempre lo ha sido y en estos momentos lo es mucho más. El otro día me contaba un amigo español, arquitecto, que está trabajando en Alemania, que por las tardes, cuando vienen los niños del colegio, tienen que dedicarse su mujer y él a averiguar qué les han contado para enderezar un montón de cosas, porque dice que no me puedo hacer idea de la ideologización que hay en la enseñanza alemana. Y en general en la sociedad alemana.

Quizás puede haber otra razón para este ataque a la familia. Puede ser muy molesta, porque marca límites.

Debería ser así, pero desde hace tiempo sabemos que no siempre es así. Una pedagoga española que se llama Mercedes Ruiz Paz se hizo famosa porque publicó un libro titulado Los límites de la educación  en el que explicaba que la educación es una cuestión de límites y que sin ellos no hay manera de educar. Pues bien, esta señora nos advertía, hace ya más de 20 años, de que en España unos millones de adolescentes de 13 a 18 años estaban siendo educados por otros millones de adolescentes de 40 a 50 años. Claro. Ese sí es el problema. Porque ¿quién educa a la gente joven? Probablemente un montón de gente no solo ignorante en muchas cuestiones fundamentales, sino a la que, además, les faltan las virtudes fundamentales. O sea, la templanza, la justicia, la fortaleza, la honestidad. ¿Adónde vamos así?

El filósofo y escritor Jorge Freire plantea en La banalidad del bien la crítica de la idea de valores y la reivindicación de las virtudes. Viene a decir que en la vida lo que cuenta es lo que haces, no los discursos que sostienes.

Eso es profundamente verdadero. Los valores son la teoría de la virtud, la teoría del bien, pero la virtud es la práctica del bien. Hablar de valores es vender humo. Los políticos sólo hablan de valores, y nunca de virtudes, porque la virtud compromete a actuar, es la práctica de algo. Los valores, en cambio, son una palabra vacía.

Y hablando de valores, oímos hablar mucho estos días de los valores europeos, que estarían amenazados por la nueva administración norteamericana de Donald Trump. Pero, ¿de qué valores hablamos?

No lo sé. Alguien me lo tendrá que explicar. Al final, el único valor es yo y mi placer, mi seguridad…O sea, un gran egoísmo.

Diego Fusaro ha escrito recientemente Defender lo que somos, las razones de nuestra identidad. Defiende la tesis de que en nuestra sociedad todo gira en torno a la forma mercancía: todo tiene que ser material, flexible, intercambiable…

Lo que dice Fusaro sobre la cosificación es verdad. Hace unos 15 años estuve en un curso de pedagogía que organizaba la Universidad Complutense y al que asistían muchas alumnas hispanoamericanas. Les pregunté por su estancia en Madrid y me dijeron que les había llamado la atención una cosa: que la palabra que más habían oído entre la gente con la que se cruzaban ‘comprar’.  Supongo que eso ahora ya no llamaría la atención, porque también las grandes superficies y su cultura han llegado a sus países, pero hace 20 años a estas chicas, que eran de clase media, les sorprendió.

Es efectivamente llamativo la cantidad de tiempo que todos dedicamos a hablar de cosas. Los objetos han cobrado un protagonismo inusitado en nuestra vida.

Miguel Delibes, en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua, hablaba de objetocentrismo. Cuando daba clases en Secundaria, alguna vez visité la casa de algunos de mis alumnos y al entrar en sus habitaciones me encontraba no sólo con los pósteres de rigor, sino con la raqueta de tenis, los esquíes, el ordenador… Y comparaba esa habitación con la que habíamos tenido muchos de nosotros, que era mucho más escueta, o sea una mesa para trabajar y poco más. Y pensaba que con tantas solicitaciones y tantas tentaciones es imposible tener la cabeza centrada.

Ese objetocentrismo del que habla, ¿alimenta de algún modo también el egocentrismo y el narcisismo?

Alimenta el corazón, alimenta la cabeza, hace que seas una persona superficial, frívola. A veces me siento incómodo hablando de estos temas porque son duros y yo soy partidario siempre de hablar de cosas positivas, de ver cómo salimos de esto. Pero es difícil porque el clima social es asfixiante.

La idea que sugiere Freire de volver a reivindicar las acciones, los hábitos, lo que hacemos, ¿es un buen comienzo?

En las clases de Ética, cuando hablábamos de la felicidad, a menudo los alumnos me preguntaban: Pero entonces, ¿qué hay que hacer para ser feliz? Y yo les contaba algo que escuché a Carlos Díaz en una conferencia: Mire usted, en estos momentos, con la que está cayendo, hablar de felicidad me parece indecente. Usted preocúpese de los demás, y ya verá cómo, de rebote, va a conseguir ser feliz. Este mensaje los alumnos de Universidad lo entienden y les gusta. Es así porque yo lo he comprobado.

Lo que complica las cosas es que todo el discurso woke se basa en la preocupación por los demás. La cuestión es cómo se gestiona eso. Podemos hacerlo con discursos, yendo a manifestaciones, cancelando a gente, firmando campañas… o intentando hacer algo de provecho.

Eso sí que es un envenenamiento… Es que hay que empezar por el principio, por el ‘abc’. Habrá que explicar muy bien qué es respetar la verdad, qué es respetar los compromisos, qué es la prudencia, qué es la justicia, qué es la fortaleza, qué es la templanza, y cuáles son sus campos de aplicación, para que no sean sólo teorías. A la gente que quiere leer bien, les recomiendo que lean buenas biografías, porque aparte de disfrutar de una buena literatura, van a poder confrontarse con modelos y van a aprender historia. Que falta nos hace.

El coach James Clear plantea en Hábitos atómicos que el único modo de lograr los objetivos que nos hayamos propuesto es construir progresivamente un buen sistema de hábitos que nos permita llegar a la meta.

Eso es absolutamente necesario. Como dice el refrán, ‘del dicho al hecho hay un trecho’ y el único modo de salvarlo es mediante el puente de los hábitos. O, si quieres, enlazando con lo que hablamos antes, pasando de los valores a las virtudes. Y ese puente es absolutamente necesario. Si no existe, no tienes nada que hacer. Pero, ojo, los buenos hábitos –que sabemos se adquieren por repetición de actos– no son fáciles de adquirir. Sobre todo si eres una persona a la que le guste la facilonería. En el hábito te tienes que pringar.

Como decía Aristóteles, en la Ética para Nicómaco, que es el libro clave sobre Ética, no existe la menor posibilidad de que seas justo si no haces muchos actos de justicia. Ni existe la menor posibilidad de que seas una persona honrada si no haces muchos actos honrados. Desde que eres pequeño.

La dificultad de la acción nos la revela uno de los males de nuestro tiempo, que es la procrastinación. Y quizá eso también explique por qué hemos decidido refugiarnos en esa realidad paralela de los discursos, de los valores, de las palabras, y de la exhibición moral.

Es que con eso te autoengañas. Te parece que tú también eres un tipo con amplitud de miras y con grandeza de alma y no tienes grandeza de nada. Mientras no pringues y actúes… mientras no te duela… Porque te tiene que doler.

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