«El día 9 de noviembre de 2021, alrededor de las once de la noche, la policía atendió una llamada de un hombre mayor notablemente alterado que denunciaba un episodio de insoportable violencia en el domicilio familiar […] «¿Has estado alguna vez detenido?» «No, desde luego que no…». Cuarenta y cuatro horas después entre tres calabozos el protagonista de este fragmento salía absuelto. ¿Qué pasó realmente? ¿Qué sucede ante una falsa denuncia? y ¿Quién restaura el daño ocasionado a personas inocentes?
En Matar al hombre (Ciudadela Libros) están todas las respuestas. Manuel Mañero, su autor, es periodista y escritor. Y padre. De su mano comprobamos que actualmente, «la figura del padre es la más cuestionada desde las ideologías dominantes, desde los productos culturales, desde la educación oficial y desde la misma legislación democrática», como expone en el magnífico prólogo el escritor Enrique García-Máiquez. Un libro que es consecuencia de un vistazo al mundo, más allá de la experiencia propia.
¿Qué tal se encuentra?
Especialmente bien, dadas las circunstancias. Soy un hombre extremadamente feliz.
¿Por qué este libro? ¿Considera que este era el momento de hablar?
Este libro trata de responder a una necesidad, creo que intergeneracional, de darse pausa en el descubrimiento de las nuevas sensibilidades masculinas y la reivindicación de las clásicas. Cualquier momento es bueno para ello, pero especialmente este: ser hombre siempre ha sido un factor de riesgo, aunque nunca como hasta hoy el riesgo venía diseñado en los semisótanos de la ingeniería social.
Ha escrito un libro que es mezcla de ensayo, memoria, documentación y narración…
Para que el tema caiga bien entre los escépticos, creí importante aportar humanidad a la ristra de citas y referencias aportadas. Que siempre mereciera la pena soportar cierta densidad y retintín moralista con pinceladas más ácidas y rotundas. Me cuidé de ser imperativo, pero sí quería, sobre todo, tratar con ideas propias.
Hábleme del título, Matar al hombre (para matar al padre)
Viene directamente de la novelita de Amélie Nothomb, Matar al padre, que trata todo esto de una manera magistral. Nothomb es una debilidad personal, pero aquí toca especialmente la fibra de los referentes paternos extraviados. Probablemente parta de alguna vivencia interior, como casi toda su obra por cierto, y la forma de llevarlo a ficción me tendió un puente de cristal a mi propia experiencia, como hombre y como padre, justo mientras avanzaba en la investigación y documentación para mi trabajo. Concluí que para matar al padre primero había que tratar de matar al hombre, y en eso están muchos. Y muchas.
¿Qué pasó?
¿Conmigo? De todo. Sigue pasando. Mi propio Leviatán sigue vibrando pero he conseguido convertirlo en una fuente de inspiración continua, por la cuenta que nos trae a mí y a mi legado en el mundo. Nada salubre, duradero e importante parte del miedo o la ansiedad. Superados ambos, tenía claro que quería estudiar causas y consecuencias. En mi caso, me ayudó a situar en el marco de lo real algo que visto en tercera persona sigue siendo negado por adultos funcionales. Me refiero, claro, al maltrato sistemático al hombre en nuestro país.
Existen las denuncias falsas, es evidente. Se lo pregunto para confirmarlo a muchos que aún siguen creyendo a puestos de responsabilidad en el Gobierno empeñados en hacernos entender que no…
Les votan para eso, para que se esfuercen en engañarles y no sea tan imprescindible hacer introspección. Llevan regular la autocrítica, siempre hay un like o un aplauso a tiempo que les valida los delirios. Por suerte para las víctimas reales y por desgracia para todos los inocentes que vamos quedando marcados por el camino –decenas de miles de niños incluidos–, parece que la narrativa se va estrechando. La trampa está siempre en el lenguaje y el galimatías judicial. Claro que existen las denuncias falsas por violencia de género, de hecho son la mayoría: casi ocho de cada diez desde hace 20 años. No hay otro delito en este país que soporte una carga parecida de casos archivados o sobreseídos, y tal anomalía estadística requiere explicaciones igualmente anómalas. Una vez probado que las denuncias falsas son mayoría, trataron de redefinirlas como instrumentales, como si aquello, instrumentalizar un recurso en defensa de víctimas reales, les restara gravedad. El listón está alto, pero probablemente la actual LVG sea la prueba más obvia de que vivimos en un Estado fallido.
Lo primero que hacen es poner denuncia sin saber qué ha pasado, ¿es así? Es decir, existe todo un entramado político, de justicia con abogados, psicólogos…
Hace bastante tiempo, antes de caer yo mismo en esa vorágine, ya advertía a allegados y familiares de la atrocidad que era esta Ley. Y me enfrenté siempre a todo tipo de reacciones, claro. Hasta que a alguien le toca de cerca. No te imaginas la de gente que en los últimos años se me ha acabado acercando a contarme en voz muy bajita sus experiencias. Hay muchas formas de arruinar la vida a un padre responsable y presente hoy, y todas están amparadas por el sistema.
El Gobierno sigue escribiendo sobre renglones torcidos y nadie pone remedio…
El Gobierno bastante tiene con lo que tiene. Ojalá fuera sólo cosa suya. La presunta oposición, que bebe los vientos por el qué dirán, baila un ritmo similar, aunque en una esquina. Del negocio de la victimización de la mujer viven muy bien muchas personas que fuera de la política no valdrían más que cualquiera.
Es decir, la denunciante tiene presunción de veracidad y el hombre de culpabilidad, así de primeras…
Siempre e indiscutiblemente, pese a los juristas que pretenden hacer pasar lo contrario. De nuevo el corto músculo de la autocrítica. En un país en el que un hombre puede pasar 72 horas encerrado por llevar la contraria a su pareja, o expareja o un rollo de hace siete u ocho años que ha estado guardando un pantallazo de un WhatsApp en una carpeta, algo va especialmente mal. No te digo ya cuando, a su salida, este hombre puede haber perdido trabajo, casa, familia, amistades.
Los políticos actúan sin escrúpulos. Todo está orquestado para conseguir un fin. En realidad, ¿se debería poner el foco en las instituciones que apoyan tanta mentira alrededor de las leyes que están totalmente politizadas/ideologizadas? (esa silver bullet es el detonante final)
Para eso primero hay que incidir, como creo que hace este libro, en abrir el conflicto a lo humano y sacarlo del discurso ideológico. En general falta mucha humanidad y amor tratando de las consecuencias de haber perdido la capacidad de comunicarnos y resolver ciertos problemas fuera de los tribunales. Hemos concedido al Estado algunos poderes que no les corresponden y que nos han vuelto en forma de limitantes humanos que nos reducen y trituran como especie.
«No saben lo que hacen porque no saben lo que deshacen», decía Chesterton. Nadie piensa en los niños. Utilizan a personas inocentes y desprotegidas para su beneficio sin importarles el daño que ocasiona. Nadie repara después el daño. Quizá va siendo hora de que alguien ponga también esto en el centro del debate…
Para mí esto no va de hombres y mujeres sino, especialmente, de padres y madres. Claro que los niños son la primera e inequívoca víctima. Y los resultados están ahí: cada vez menos niños, cada vez menos responsabilidad, cada vez menos compromiso. Y cada vez más siervos del poder. Esta carrera sí la están ganando.
Destaca dos palabras en su libro: cinismo y teatralización
El cinismo de negar un problema innegable –el del maltrato sistemático al hombre– insistiendo en otro artificial y sobreactuado –el del maltrato sistemático a la mujer–. La teatralización es el medio. Léase con cuidado: existe la violencia como existe el mundo. Es un irrenunciable que no pertenece exclusivamente a hombres y mujeres, sino a nuestra especie. La antropología se ha cansado de glosarlo y explicarlo a través de décadas y no hay forma humana, o política, de contenerlo si no es con pura represión (una solución ineficaz que siempre llega a posteriori del problema).
Uno de los factores que aumenta la hipocresía es la tergiversación del lenguaje. Los eufemismos. Lo que es destrucción ellos lo llaman resignificación, por ejemplo. O aquello de Zapatero, «son siglos de incultura, siglos de patriarcado», y así miles de mentiras que se han institucionalizado, legitimado…
Lo que decía del neolenguaje: hay que hacer verdaderos esfuerzos por rodear las trampas que te ponen para que no te cierren la conversación llamándote negacionista, por ejemplo, un término muy concreto con una historia muy especial –la negación del Holocausto– que hoy nos llevamos a pamemas como el cambio climático y demás. Claro que en una sociedad cada vez menos dada a preguntarse cosas y buscar convicciones, es especialmente fácil inculcar versiones oficiales.
Tanto que la palabra feminismo ha perdido todo su valor. Dice en el libro que hay dos tipos actualmente…
Claro, están el feminismo convencional y el radical. El convencional lo hemos vivido todos de puertas para dentro, con los ejemplos conocidos de mujeres fuertes y valientes luchando por sus familias, que era también la forma de luchar por sí mismas. Las primeras feministas eran esencialmente mujeres familiares, que reclamaban su identidad junto al hombre, no contra él. Poco que ver con el radicalismo actual, tan alérgico al debate, que sólo busca enfrentar y suprimir (en primer lugar, a las propias mujeres). Pero estamos en un momento importante: la niña que maduró ideologizada temiendo y odiando al hombre es hoy una mujer frustrada, solitaria, infeliz. Nadie quiere eso en su vida. Volveremos pronto al origen del feminismo que todos admiramos y respetamos.
Si le digo «ya sabes cómo va esto», ¿qué se le viene a la cabeza?
La frase que encabeza un epígrafe muy especial del libro y que rodea la causa en sí del proyecto. Me la regaló uno de los agentes personados el día de mi detención. Sabía lo que decía y por qué. Contesté: «sí, claro que lo sé». Y en un abrir y cerrar de ojos, una vez activado el protocolo, me vi arrastrado ahí, al frío, la oscuridad, la nada. Todavía no lo sabía, tardé en verlo, pero salí de aquella experiencia mucho más fuerte y capaz, y reafirmado en todo cuanto sospechaba. Sabemos de qué va esto: de reducir al hombre, reduciendo su función. Pero el objetivo principal es reducir la familia.
¿El mayor de sus temores?
No tengo demasiados, no me permito muchos miedos. A veces me pregunto qué tipo de hombre o padre habría sido en otras circunstancias, pero esas otras circunstancias no existen, y aunque es un pensamiento recurrente invasivo, hay que atenderlo igual. Francamente, me habría gustado no haber pasado (y estar pasando) por esto. Pero como yo hay miles de hombres, y de niños y mujeres, víctimas reales cada día atravesando pasillos: insomnes, arruinados, abandonados, tristes, iracundos, deprimidos. Quizá mi mayor temor es que sigan, que sigamos, siendo invisibles a la mayoría.
¿Podríamos decir que la Ley de Violencia de Género (LVG) ya no es tan vaca sagrada?
Es difícil de decir, porque todavía no existe debate político real al respecto. Lo que sí está claro es que en la calle lleva tiempo percibiéndose de otra forma, por aquello que llaman sesgo de proximidad. Somos demasiado pragmáticos a veces en lo de negar un problema hasta que nos toca sólo porque creemos, erróneamente por cierto, que no nos toca. Nos relacionamos a menudo con víctimas del sistema, que no es lo mismo que relacionarse con individuos victimizados por el sistema. Estos últimos son peones al servicio de. Nuestra misión es convivir pacíficamente con ellos hasta que podamos tenderles la mano y sacarles de ese estado de sumisión.
Muchos van despertando en España, pero ¿es usted consciente de que aún va contra corriente? ¿Qué espera que aporte su libro?
Ir contracorriente por convicciones es divertidísimo, muy importante, y sobre todo algo que se aprende y se ejercita en casa. El libro es sólo consecuencia de un vistazo al mundo, más allá de la experiencia propia. Lo habría escrito igualmente de no haber pasado por calabozos, juzgados, denuncias falsas, amenazas, taquicardias, acosos reiterados, episodios de ansiedad, hipertensión e hipervigilancia, bruxismo, descompensaciones tiroideas o renales, visitas de la policía a los parques en los que columpiaba a mi hija en mis días de custodia, etcétera. Más que aportar algo, espero sobre todo que abra y amplíe el debate. Me encanta cuando me reportan enmiendas y críticas constructivas. Odio la uniformidad, ya lo ves.
¿Le ha pasado factura emocional todo este proceso? ¿Qué Manuel Mañero hay ahora?
Me ha pasado una elevada factura emocional y otra económica no menos importante, pero no espero ni quiero imputársela a nadie. De momento. El Manuel Mañero actual es un tipo muy tranquilo y, como decía al principio, razonablemente feliz. Estoy disfrutando la paternidad como nunca, además, pero no quisiera ni mucho menos romantizar esta situación, más bien al contrario. Que nadie se deje engañar con el trampantojo tan posmoderno y gratuito de que separarse a voces es mejor que convivir a voces. Porque no lo es.
Como le decía, parece que los aires van cambiando. Desde luego, la justicia sigue siendo justa, podemos dar fe. Aunque, en ocasiones, se tambaleen los cimientos del Estado de Derecho confiamos en que no conseguirán destruirlo. ¿Esperanzado? ¿De qué no debemos olvidarnos?
No debemos olvidarnos de que el infierno existe y está ahí, a la vuelta. En una discusión mal llevada o una ruptura descompensada. De que hay que seguir apostando por el amor y la familia, la presencia, la comunidad. Incidir en la comunicación, llamar a las cosas por su nombre, reaccionar a lo que sabemos injusto y triste. Repeler el feísmo en todas sus formas, trabajar lo bonito sin perder de vista al monstruo, y arrinconarle hasta que, acorralado, detone su autodestrucción.