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Ponç Puigdevall: «Que nadie crea que las consignas de Jordi Pujol se han borrado. Calaron demasiado hondo»

El escritor y crítico literario catalán conversa con GACETA sobre su carrera literaria, el mundo editorial y la Cataluña del Procés

Dice Ponç Puigdevall que la distancia es un buen remedio para observar con paz interior. Ponç es uno de los mejores conocedores de la Barcelona de los mejores años. Decidió marchar y hoy es feliz lejos de la tierra en la que creció. Vive exiliado en Asturias desde que hace unos años ya no aguantó más los desvaríos de una sociedad atenazada por el Procés. “En mi soledad/ he visto cosas muy claras,/ que no son verdad”, decía Machado.

Virtuoso de la palabra y la pluma, es un certero crítico literario al que podemos leer en Cuaderno de El País y en la revista política&prosa. Asegura que cada lector es un crítico y si un autor no está listo para tener críticos, no está listo para tener lectores. Pero también es autor de títulos como Ilusiones elementales, Era un secreto, Un día tranquilo (premio Ciudad de Barcelona), ensayos como Los invitados de piedra y la reciente Una novela comercial (Edicions de 1984), una historia costumbrista sobre el espectáculo grotesco de la condición humana. A lo George Simenon, uno de sus referentes. Libros que dan fe de su valía y del reconocimiento del que goza, como aquella vez que Roberto Bolaño lo destacó como uno de los tres o cuatro mejores escritores catalanes vivos. Gusta saber y aprender de todo. Sin ir más lejos, Ilusiones elementales, uno de sus libros más importantes, destacaba la necesidad de tener una idea clara de cómo funciona la sociedad y el ser humano. Qué importante que las condiciones mejoren al ritmo de los avances científicos.

Desde su atalaya asturiana, recibe a IDEAS este autor al que escribir seguro reconfortará su vida interior, y otras veces se embarcará en un viaje por la nostalgia, pero la buena, esa nostalgia que te permite valorar qué es lo importante de la vida. Entretanto, lo imagino a orillas del Cantábrico “donde la espuma sueña”, que decía Luis Cernuda.

Le confieso que me sabe hasta mal venir a interrumpirle con esta paz que le rodea en plena naturaleza, entre animales, – burros, el vuelo de las aves, el canto del gallo… ¿Cómo está? ¿En qué momento vital le encuentro?

Estoy convencido de que envejecer no es malo, pero hoy, después de cumplir 61 años, aun me encuentro en el estado de estupefacción que inauguré al entrar en los sesenta. Es triste advertir que el cuerpo, de vez en cuando, se queja por unos motivos que me cuesta aceptar como válidos o razonables, pero quizás ahoga más darse cuenta de que la velocidad mental ya no es tan viva ni tan brillante, ni tan duradera, como uno imaginaba tiempo atrás. A pesar de todo, no me puedo quejar. Aún tengo energía para leer mucho, reír cada día un poco y, sorprendentemente, entusiasmarme con la estupidez que me rodea y con la mía propia, que no es poca. También me sobra algo de energía para escribir bastante: estoy metido de lleno en los últimos compases de un libro sobre la literatura rusa del XIX, voy reescribiendo un diario escrito en el 2006, un año de crisis personal, y que recuperé por casualidad no hace mucho –se llama Les amants secundàries y a veces me da miedo leerlo–, y estoy dando vueltas, muy desorientado aun, a una novela, Els homes muts, con unos personajes que quieren, creo, ser la puesta en escena de aquello que dijo Pavese en alguna ocasión, que las mujeres son un pueblo enemigo.    

Lo que representa cambiar de vida está muy presente en sus escritos. Usted pasó de vivir en Cataluña a una gran urbe como Nueva York. Y, no hace mucho decidió abandonar, definitivamente, su tierra catalana para trasladarse a Asturias. Consideró, tal vez, como mejor opción convertirse en un exiliado, ¿Necesitaba usted respirar aires nuevos?

Más que buscar aires nuevos, de lo que se trata es de convertir la experiencia personal en un juego para desvelar el enigma del mundo. Y puesto que nunca he sido demasiado sociable, y yo diría que en cualquier sitio donde he vivido lo he hecho con la sensación de estar al margen de la comunidad que me tocó en suerte, y tanto da que haya sido en Gerona, en Barcelona, en Nueva York o ahora aquí, en Asturias, pues vaya donde vaya confío en la gracia de la superación. Pero no en una superación ascética; para decirlo de una manera medianamente comprensible, confío en la gracia de crearme un estado de espíritu capaz de comprender todas las metas infinitas de mi voluntad individual. Lo que importa es seguir jugando como un niño, y tomarse en serio las sugestiones que uno puede imaginar. Lo único intolerable es aburrirse o enloquecer.            

Por otra parte, como una ley de Murphy, las cosas siempre pueden empeorar y usted se las prometía muy felices con esta toma de oxigeno renovador, hasta que en Asturias comienzan a empeñarse en la oficialidad del asturiano, la llingua asturiana… Sale de Málaga y se mete en Malagón… ¿cómo está viviendo esto?

Es como despertarte una mañana y encontrarte con una angustia que no estaba en la pesadilla que soñaste. Hace más de ocho años que vivo en Asturias y le puedo asegurar que en ningún sitio, ya sea una aldea, ya sea una ciudad, he encontrado a nadie que hable en asturiano. Sí que es cierto que, en medio de una frase, un paisano puede recurrir a un vocablo que no se halla en el diccionario castellano, y también es cierto que en uno de los canales televisivos regionales, el más folklórico, se está incentivando su uso. Miras este canal y crees que la ciudadanía entera de Asturias anda con una gaita y un acordeón a cuestas voceando cantos de taberna o cantos relacionados con los ciclos agrícolas. Es puro nacionalismo rural. Pero, por ahora, el implemento de esta lengua de laboratorio sólo se nota en los rótulos de las carreteras. Estás seguro de ir a Soto del Barco, por ejemplo, y cuando llegas al municipio te enteras de que has entrado en Sotu’l Barco.       

Es triste reducir a un solo idioma la cultura de una provincia bilingüe. No creo que formemos parte de una cultura por usar una lengua u otra, como quieren imponer

Parece que se desconozca que las lenguas no tienen ideología, y que solamente sirven para dos cosas, para comunicarse y divertirse.   

El poema La ciudad, de Kavafis, decía algo así como que por mucho que marchemos a otras tierras u otros mares seguimos siendo los mismos en todas partes. ¿Nuestro carácter  es nuestro destino?

Me gustaría responder que no, pero como debe tener razón, y sí, nuestro carácter y personalidad en el fondo siempre forjan nuestro destino, nuestra suerte y nuestra desdicha, es por eso que tanto él como su poesía me caen bastante mal.  

Además, es imposible tenerlo todo bien atado en esta vida, existe lo imprevisible. ¿Las cosas más interesantes suelen surgir cuando no se sabe muy bien por dónde tirar?

Yo diría que hay que poseer la habilidad de transformar los caprichos del azar en algo favorable para los intereses particulares. Lo que pasa es que si alguien me diera este consejo enseguida le pediría que me enseñara cómo. 

Ha disfrutado escribiendo Una novela comercial, su último libro, y creando cada personaje.  Cuenta que comprobar hasta dónde puede llegar el ser humano por ambición le hace reír. Eso es que viene muy de vuelta de todo, ha visto muchas cosas ya… ¿puede ser?

No, por suerte no he visto demasiadas cosas ni estoy de vuelta de nada. He dispuesto de una existencia cotidiana tan ferozmente tranquila que he disfrutado de tiempo suficiente para intentar que el material temático de mis novelas no sea la vida, sino la vida tal como aparece en la literatura y, en consecuencia, lo que de literatura tiene la vida. Una novela comercial no sería como es si no fuera por Simenon y Flaubert y La educación sentimental, de la misma manera, por ejemplo, que una novela anterior, D’incògnit, es como es gracias a que Juan Benet escribió las maravillas que escribió. Por un lado, el efecto general de una novela debería ser el efecto general que produce la vida en la humanidad, aconsejaba Joseph Conrad; por otro lado, cualquier novela existe porque antes han existido otras novelas que ejercen su influencia y su poder sobre las que escribimos. 

Y eso que a Benet lo tildaban de ininteligible. Recuerdo a Blanca Andreu decir que fue muy afortunada con él. Benet afirmaba que, en contra de lo que se decía (que un crítico es un escritor fracasado), para él era al revés, el novelista era un crítico fracasado, “un hombre que por querer llevar hasta un límite imposible el conocimiento del arte  que le apasiona no encuentra otra salida que la creación…”

Acerca de Benet hay mucho que decir sobre la composición de su obra y su batalla por el estilo, y todo bueno, seguro, pero es indiscutible que le gustaba recorrer parsimoniosamente zonas limítrofes con lo ininteligible. Como si describiera su propio quehacer literario, decía Benet que veía el Quijote como una nebulosa formada por partículas de fascinación, inquietud y sorpresa. Y sobre que el crítico sería un escritor fracasado, que viene a ser otra versión de aquel aforismo de Eugenio D’Ors, inscrito por cierto en la fachada del Casón del Buen Retiro de Madrid –“Todo lo que no es tradición es plagio”–, una manera de afirmar que sólo hay originalidad verdadera cuando se está dentro de una tradición, me gusta recordar que Francisco Rico decía que cualquier crítica literaria es válida siempre que sea válida literariamente.     

Una novela comercial es una visión desolada de la condición humana, una obra de ficción basada en acontecimientos verdaderos. Ha utilizado varios tics de la sociedad del Procés, esos delirios de grandeza… Al final va a tener que darles las gracias por lo mucho que han alimentado sus páginas. ¿Cómo ve la sociedad catalana actualmente?

Lo grotesco siempre invita a la risa, y lo que sucedió en los momentos más majestuosos del espectáculo del Procés, olvidándonos ya de los aspectos políticamente más deleznables, fue una antología de la comicidad involuntaria. De repente, una sociedad enloquece, sin avergonzarse de su locura, y entonces es cuando te encuentras con una pareja de jubilados que salen del portal de tu edificio con una escalera y un bote de pintura para subirse al punto más alto de la farola que está enfrente y estampar allí un delicado lazo amarillo. O que, en el bar de chinos donde desayunas cada día, uno de aquellos borrachos profesionales de mañana regala a los propietarios un buda de aquellos que saludan, pero tuneado con la cara de Jordi Pujol. La última vez que fui a Barcelona el regalo estaba aún envejecido y polvoriento en el mismo rincón, saludando a nadie, pero el borracho había desaparecido de la misma manera, creo, que se ha esfumado el delirio del Procés. De todas maneras, que nadie crea que las consignas de Jordi Pujol se han borrado. Calaron demasiado hondo.     

Dice Thoreau, “nunca se hizo nada sin entusiasmo”, me refiero a que, al menos, usted procuró que alguien despertara de ese delirio intentando llevar orden y concierto a su tierra, siendo uno de los fundadores de Ciudadanos. Decía Pla, “yo he ido a la procesión de mi país. Yo he tomado parte en la procesión de mi país con una cerilla. Hay quien ha ido con una candela, con un hachón y quien con un cirio. He creído que había que ir a la procesión”…

En los momentos de sensatez me miento a mí mismo y me digo que no volvería a repetir la experiencia de Ciudadanos, no porque haya cambiado de parecer, sino para evitarme una serie larga de malentendidos, enemistades y complicaciones diversas en el día a día, pero creo que sí, que conservo en algún sitio una cerilla, o un mechero, para tomar parte en cualquier otra procesión. Lo que pasa es que la distancia es un buen remedio para observar con paz interior los desmanes de la política estatal o regional. 

Más mérito aun viendo cómo tratan de imponernos la manera de pensar y actuar. Lo primordial sería que las personas se preguntaran por qué quieren manipularnos. ¿Se está perdiendo el ser críticos?

Saberse dentro del laberinto de la realidad entusiasma, y arrastra a mucha gente a olvidarse por completo de sí mismos y a no poder apartarse de lo que tienen delante. Y quien no consigue distinguir lo que está fuera de sí de lo que él es, termina por caer en una especie de desvarío. ¿Cómo era aquello de Machado? “En mi soledad/ he visto cosas muy claras,/ que no son verdad”.

¿Qué es para usted escribir?, dice que no le gusta. Por cierto, ¿cómo ha cambiado el mundo editorial en estos años?

Si suelo decir que escribir no me gusta es porque requiere una concentración y un cuidado que me aleja de la vida normal. No me gusta escribir porque me pongo de mal humor, todo lo ajeno a lo que estoy escribiendo me molesta y me incomoda, y entonces me transformo en un ser quisquilloso o injusto con lo que sucede a mi alrededor. Pero en el fondo creo que merece la pena el sacrificio que me representa convivir con la gestación de un libro durante un tiempo que, luego, en el recuerdo, nunca deja un sabor amargo en la boca. Digamos que escribir te acaba reconfortando la vida interior con una especie de dulzura incomprensible, o quizá te cose desgarraduras que uno hasta entonces desconocía, y sanar siempre es bueno. Y sobre el mundo editorial, qué quiere que le diga. Están los grandes grupos, que hacen muy bien su trabajo, y están las editoriales pequeñas y más o menos independientes, que aún lo hacen mejor. Mire, en Gijón, por ejemplo, existe Satori, una editorial especializada en dar a conocer en castellano la literatura japonesa, en Oviedo hay Krk, en cuyo catálogo es muy difícil no hallar un libro que inmediatamente te pida instalarse en tu biblioteca, como los diarios de Stendhal, por ejemplo, y en Málaga había otra, que no sé ahora si está todavía en activo, Pálido Fuego, donde se podía leer a Robert Coover, imagínese. Y lo mismo pasa en la edición catalana: lo último publicado por Cal Carré son Pushkin y Willa Cather, Labreu propone Djuna Barnes y Marguerite Yourcenar, y sólo hay que mirar lo hecho por Edicions de 1984 en los cuarenta años que lleva trabajando para llenarse uno de gozo. Leer no es obligatorio, pero quien desee hacerlo, tiene donde escoger con la seguridad de que encontrará el libro adecuado para las circunstancias de cada momento.       

Roberto Bolaño dijo de usted que es uno de los tres o cuatro mejores escritores catalanes vivos. No es cualquier cosa este piropo…

Si Bolaño tenía razón, cosa que pongo en duda, me gustaría que fuera en la segunda parte de la frase, ya que así, al ser el cuarto mejor escritor, me ahorraría la obligación de subir al pódium y podría dirigirme directamente al restaurante.   

Bolaño, Vila-Matas, Juan Luis Panero, Ferrán Torrent… ¿Recuerda con agrado esa época? ¿Qué destacaría de ellos?

La literatura sirve para bastantes cosas, y no es la menor el ser un instrumento para trabar amistades, que pueden desvanecerse con el tiempo, pero que también resultan duraderas a lo largo de los años, y que incluso pueden acrecentarse. Todos estos escritores citados tienen en común, a pesar de la diferencia de sus obras, la terca voluntad de escribir literatura, y no un simulacro de ella, y haberlos conocido, ser contemporáneo suyo y, sobre todo, haberlos leído, es un privilegio, un honor. Pero no sé decirle si recuerdo con agrado estos episodios tan lejanos porque un aspecto bastante curioso de la memoria es lo que podría llamarse el envejecimiento del recuerdo, como si de golpe las cosas felices, guardadas en un receptáculo donde deberíamos celebrar lo que fuimos, se transformase en un depósito de tristeza y dolor. Pero no es nada nuevo, es un proceso que ya explicó Proust.  

¿Qué es el éxito, en qué consiste? Usted ha visto ascender y caer tantas personalidades que aspiraban a tanto, y lo ve todo ahora desde su atalaya asturiana…

Desconozco en qué consiste el éxito porque nunca he pisado este estadio. Y sobre aspirar a eso, pues me acuerdo de un alumno que tuve en un taller de escritura y que, a las pocas clases, me dijo que lo había convencido, que sería escritor. Lo primero que me pidió fue que intermediara con una agencia literaria para conseguir que sus honorarios, cuando nada había escrito, fueran lo máximo posible de cuantiosos. Esto ocurrió tiempo atrás y, que yo sepa, no corre por ahí ningún libro suyo.      

Llámeme sentimental, pero creo que lo que nunca se pierde es la necesidad de ser importante para alguien, saber que te quieren. Creo que es una de las condiciones indispensables para seguir viviendo…

Hay quien cree, aunque sea inadvertidamente, que el amor hacia una mujer determinada puede ser lo más desgraciado que le puede ocurrir a un hombre en su vida. Yo no. Llámeme también sentimental.

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