Sostenía Emilio Lledó que, “la educación es la única manera de evitar el imperio de la monstruosidad que a veces inunda la sociedad”. Y apuntaba a otra diana, la de la memoria. Ambas como soporte vital: “La solidificación de esa memoria, desde una perspectiva colectiva, es la historia: poder saber lo que los hombres han hecho, tener en nuestro presente, aunque pertenezcan al pasado, todas esas experiencias maravillosas de literatura, de historia, de filosofía…”
Estamos deslumbrados por lo novedoso, las modas. Argumentamos que manejarnos a diario entre ordenadores y móviles de última generación supone estar avanzadísimos y superando a otras épocas. Menudo error. El humanismo ha ido perdiendo terreno en las aulas. Ahí comenzamos a entrar en terrenos pantanosos. Qué carentes estamos de una civilización más humanista y rica en valores. Se ha perdido la capacidad de sacrificio a la hora del aprendizaje. La oratoria. La lectura. Pensar. Reflexionar. Son muchos los profesores que revelan cómo sus alumnos no saben explicar lo que han leído. Qué placer saber expresarte con matices y cómo empobrece tu día a día no tener la capacidad de llevarlo a cabo. Si tomamos la temperatura a la atmósfera escolar, advertiremos síntomas evidentes de enfermedad mortal: “La escuela de hoy no quiere trasmitir ni los valores ni los conocimientos de la civilización occidental”.
Parafraseando a Vargas Llosa, ¿cuándo empezó a joderse el Perú?, en este caso, la educación. La escritora y profesora Alicia Delibes llega con el ensayo, El suicidio de Occidente (Ediciones Encuentro) en el que analiza el origen, posterior tormenta y naufragio docente. En esta conversación mantenida con IDEAS nos cuenta las tesis que, tras analizar a estudiosos, políticos, filósofos como Roger Scruton, Condorcet y Rousseau —que marcarán el dilema en la enseñanza durante los últimos dos siglos en Occidente—, pensadores como Jean-François Revel y, sobre todo, Hannah Arendt y su conferencia en Bremen, nos han conducido al presente donde “el afán de superación, el esfuerzo, son denostados”. Arendt, atribuía la crisis educativa al virus del igualitarismo y de la pedagogía progresista que invadió la educación occidental. Con Rousseau la educación se convertía, “en un instrumento de la política y la propia actividad política se concebía como una forma de educación”. Y en política, añadía Arendt, “la palabra educación tiene un sonido perverso; se habla de educación pero la meta verdadera es la coacción sin el uso de la fuerza”.
Educar en libertad es educar en responsabilidad. Si una de las instituciones que hicieron grande a Occidente fue su escuela, ya que sobre ella reposa la responsabilidad de transmitir los saberes y los valores, sean valientes. Aunque Sartre avisara de que la responsabilidad de ser libres, innegablemente, conlleve sentirnos más solos que si decidimos ser gregarios y sumarnos a la mayoría. Merece la pena correr el riesgo.
Realmente nos encontramos ante un estancamiento de la enseñanza. Asistimos a la falta de conocimiento de las humanidades, de la historia, que no sólo se desconoce sino que, además, se falsifica y se tergiversa. Vivimos una especie de “historiaficción inventada”, como decía Julián Marías…
Aunque no sé bien qué quería decir Julián Marías cuando hablaba de “historiaficción inventada”, es de sentido común pensar que la consecuencia más inmediata de la renuncia a la transmisión del saber será la extensión de la ignorancia.
¿No cree que una de las cosas más peligrosas que suceden es que hemos dejado de pensar? No se estimulan ni la crítica ni la reflexión…
Quizás sea debido a que hoy la educación es más colectivista que lo era en mis tiempos. Con eso quiero decir que se cuida mucho más el entretenimiento y el trabajo en grupo que el silencio y la reflexión individual.
Por otro lado, la fascinación por la inteligencia artificial ha fomentado el uso de las tecnologías como método de aprendizaje. Ahora se está dando marcha atrás y es que, como algunos temíamos, el abuso de las pantallas deja poco tiempo para la reflexión. Cultivar el pensamiento es tanto como cultivar el espíritu humano. Tradicionalmente, se aceptaba que el sistema de enseñanza debía ser tal que permitiera el desarrollo de las tres potencias del alma, o del espíritu: la memoria, el entendimiento y la voluntad.
¿A quién beneficia que el pensamiento se vaya apagando?
Permítame que le responda con una cita de Tocqueville que he comentado en la última parte del libro:
“Un déspota puede tener interés en igualar a sus súbditos y dejarlos en la ignorancia, a fin de mantenerlos más fácilmente en la esclavitud. Un pueblo democrático de esta especie, no solo no tendría ninguna aptitud ni afición a las ciencias, la literatura y las artes, sino que, probablemente, jamás podría tenerla”.
¿Coincidimos en que educar es una tarea titánica y que, además, comienza en casa?
Lo difícil de la educación, entendida como la completa formación del individuo, es que no puede considerarse una ciencia como tampoco lo es la pedagogía. Lo que vale para un niño puede no servir para otro. Ni siquiera la experiencia nos enseña a educar.
Yo no he querido hacer con El suicidio de Occidente un libro de educación y mucho menos de pedagogía. Mi intención ha sido escribir un relato de las ideas filosóficas y políticas que han ido influyendo a lo largo de la historia de la educación desde la Revolución francesa hasta nuestros días y mostrar cómo esas ideas han llevado a transformar la esencia de la institución escolar.
Se lo comentaba porque hoy son constantes las intromisiones del Gobierno en la vida de la gente, y más en concreto en la familiar. Disponen asignaturas “con perspectiva de género” que, en ocasiones, atropellan muchos valores familiares. Recuerdo aquella frase de la exministra Celaá, “los hijos no pertenecen a los padres…”
Robespierre criticó el modelo de instrucción pública de Condorcet porque este no admitía que el Estado impusiera una misma educación moral e ideológica a todos los ciudadanos. Robespierre defendía que la formación completa del individuo debía depender del nuevo poder político, pues sólo creando un “hombre nuevo” se podría enterrar el Antiguo régimen.
Cuando el proyecto político es cambiar la forma de pensar de la sociedad, es lógico que el Estado reclame el control absoluto de la educación. Decía Gramsci que para extender la hegemonía socialista no hacía falta una revolución violenta sino tener el control de la iglesia, de la educación y de los medios de comunicación. Después de la Segunda Guerra Mundial, el gran inspirador de la política de la izquierda marxista ha sido Gramsci.
Figuras como Hannah Arendt. Su conferencia sobre la crisis de la educación podría leerse tal cual hoy. Arendt reconocía en cada crisis una oportunidad. El problema es que la única oportunidad de muchos, cuando toman el poder, es: “Ahora es la mía”. ¿No cree que sólo les interesan las cifras y el encontronazo como rival político? Los prejuicios, soberbia, ideología no dejan avanzar…
Cuando va lleno un autobús no es raro escuchar al conductor dirigirse a los viajeros con la siguiente recomendación: “Avancen hacia atrás, por favor, al fondo hay sitio”. Para comprender lo que pasa hoy con la educación, incluso para hacer una política “innovadora”, creo que habría que seguir el consejo del conductor de autobús. Ocurre que, generalmente, para un político lo de “avanzar hacia atrás” no tiene ningún sentido.
Hace muchos años que la izquierda se hizo con la hegemonía pedagógica. Ese lenguaje, que a algunos nos resulta tan rebuscado como difuso, es un invento de la izquierda y hoy es el utilizado en el mundo de la educación. A quien no lo habla se le tacha de ignorante, anticuado o reaccionario. Desde que Orwell escribió 1984, deberíamos tener claro que quien domina el lenguaje, domina el pensamiento.
Revel ya nos anticipaba lo que se nos venía encima. ¿Cuándo, como diría Vargas Llosa, se empezó a joder el Perú (nuestra educación)?
Revel señalaba como origen Mayo del 68 pero ya diez antes Hannah Arendt había advertido lo que iba a pasar. En su análisis de la crisis de la educación en EEUU, la filósofa alemana señalaba la influencia de las ideas de Rousseau en el origen de esa crisis. Por eso, decidí comenzar el recorrido histórico por la disputa entre educación e instrucción que tuvo lugar en la Revolución Francesa.
El colmo era Rousseau que hacía de “la ignorancia, la semilla de ese hombre nuevo” que siempre quieren “diseñar”…
Rousseau es una fuente de contradicciones, resulta sorprendente que haya tenido tanta influencia en la educación.
Recuerdo, en mi época de estudiante, la importancia del cálculo mental, los dictados, comentarios de texto, expresión oral, nos enviaban a la biblioteca entre archivos, hemerotecas… ¿No cree que la autonomía de un alumno es el objetivo, pero es el resultado final de todo un proceso de aprendizaje?
Estoy de acuerdo con usted, por eso creo que si “avanzáramos hacia atrás” podríamos conocer el origen de los errores e incluso encontrar ideas viejas que pueden servir para resolver nuevos problemas.
El panorama educativo parece el camarote de los hermanos Marx. Como en un matrimonio, tres ya son multitud. ¿No cree que profesor, alumno y conocimiento ya serían suficientes? ¿No son demasiados pedagogos, inspectores, sociólogos, expertos, políticos, alrededor de la Educación?
Una de las características de la escuela moderna es el exceso de normas, protocolos, y, en general, de burocracia que conlleva la multiplicación de “agentes socioeducativos” diversos. Hay bastantes profesores y colegios que hoy se quejan de ello.
El panorama es difícil. ¿Cómo motivas cuando todo hoy es ocio, “me gusta” en las redes sociales y diversión? Para colmo, no repiten curso, si suspenden asignaturas. Lógico que estudiar sea lo último en sus preferencias…
Ese afán por entretener, por divertir, por esconder las dificultades, es la consecuencia de uno de los prejuicios pedagógicos señalados por la filósofa Hannah Arendt: el niño sólo es capaz de aprender jugando. Esta máxima hoy la encontramos convertida un derecho: el derecho del niño a ser feliz. El problema es que felicidad y diversión son cosas distintas.
No se fomenta nada la memoria, ni retener datos (“está en internet”, te dicen). Eso sí, “matemáticas de sentimientos” y el recreo llamado “segmento de ocio”. ¿Alguien piensa que se puede instruir algo tan íntimo como las emociones?
Lo tremendo es que se pueden dirigir las emociones y los sentimientos y además enseñar matemáticas. Los gobiernos totalitarios de Hitler y Stalin enseñaron cómo hacerlo.
Recuerdo al ministro Castells: “Condenar a los alumnos por un suspenso es elitista, machaca a los de abajo y favorece a los de arriba”. El deterioro también proviene del “desprecio” hacia lo que algunos responsables consideran “élite”. ¿No cree que este sistema “educativo” tan tartufo es lo más beligerante que nos ha caído?
El elitismo, el mérito, el esfuerzo, la competitividad, la selección, todo ello fue condenado por la pedagogía revolucionaria de Mayo del 68. Ahora el estudio no sirve para ascender socialmente. Cuando se habla de este asunto siempre me viene a la cabeza la frase que escribió Jean-François Revel: “La pretendida matriz de la justicia ha parido la injusticia suprema”. Por otra parte, está de moda decir a los jóvenes que pueden llegar a donde quieran, lo que no se les dice es que, para ello, tendrán que esforzarse. Y es que la vida nos enseña que, sin esfuerzo, no se puede ser un buen matemático, un buen escritor, un buen pintor, un buen saltador de altura, un buen médico, un buen músico…
¿Es tan difícil estar de acuerdo sobre la necesidad de una educación en condiciones? ¿Tan complicado es consensuar una ley de educación más allá de un gobierno?
Es muy difícil cuando se tienen visiones antagónicas de lo que es “una educación en condiciones”. Lo que venía a decir Condorcet en su proyecto de instrucción pública, es que, en la educación completa del individuo, la responsabilidad del Estado debía reducirse a la instrucción y a unos valores “consensuados” por toda la sociedad.
Cuando se pone bajo la tutela del Estado toda la educación, excepto la transmisión del saber (es decir, la instrucción), lo que se está diciendo es que el gobierno es quien decide cuál ha de ser la formación moral e ideológica de los escolares.
La contemplación, las horas de estudio y de atención, de comprensión, están en horas bajas, pero siempre habrá señales que nos indiquen un camino a la esperanza. Díganos, ¿qué le resulta esperanzador?
Esperanza, no mucha. Occidente atraviesa una de esas épocas, temidas por Tocqueville, en las que el ansia de igualdad les hace olvidar su amor por la libertad. Y en el terreno de la educación se perciben, más que en ningún otro campo, las consecuencias nefastas de esa obsesión igualitaria. El afán de superación, el esfuerzo, son denostados porque crean desigualdades. Es preferible una sociedad de individuos ignorantes que una sociedad con jerarquías.