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Cuando Franco le dijo «no» a Kissinger

Gerald Ford le pidió a Franco que permitiese el uso del territorio español como plataforma para contrarrestar la revolución portuguesa

Una de las lecciones sobre las alianzas es que el socio principal, por poderoso que sea, siempre respeta al aliado que actúa con dignidad y de acuerdo con sus intereses nacionales, mientras acaba despreciando al que se limita a conceder todas las peticiones que se le hacen.

En 1975, una España cada vez más aislada ante la ola izquierdista en todo el mundo, mediante triunfos electorales, actos terroristas y golpes de estado, fue capaz de oponerse a una petición expresa y directa de su único aliado de importancia. Francisco Franco, octogenario  y enfermo de Parkinson, se sintió lo suficientemente fuerte como negarse a un ruego del cosmopolita Henry Kissinger, entonces poderoso y treinta años más joven.

COMUNISTAS EN PORTUGAL

El golpe militar del 25 de abril de 1974 que derrocó el Estado Novo —la dictadura de derechas que gobernaba Portugal desde los años 20 del siglo XX— causó una conmoción por lo inesperado. Hasta ese momento, en Portugal no había pasado nada. Tan aburrido era el país que la CIA se había planteado en 1973 el cierre de su oficina allí.

A Portugal su primer ministro Antonio Oliveira de Salazar (1932-1968) había dado paz pero no prosperidad. En una discusión sobre la orientación de la política económica de posguerra, Franco le dijo a su ministro de Hacienda, José Larraz, que estaba empeñado en equilibrar el Presupuesto y reducir la deuda pública: “Usted piensa en Oliveira Salazar y no ve que en Portugal se vive ínfimamente”.

Más tarde, la industrialización de los años 60 no había sido tan potente como la realizada en España; la tasa de analfabetismo era la más alta de Europa Occidental; la población emigraba a Europa para encontrar trabajo y escapar del reclutamiento militar; la guerra en las colonias africanas, aunque victoriosa, duraba casi 15 años y lastraba la economía (en 1973 el Ejército encuadraba a 170.000 soldados y el gasto militar absorbía el 43% del Presupuesto General). Pero la oposición era casi inexistente.

De pronto, unos conspiradores militares se alzaban contra el régimen en el que habían crecido y todo el Estado se desmoronó en cuestión de horas.

La España franquista perdió entonces a su más antiguo aliado. El régimen naciente, controlado por el Movimiento de las Fuerzas Armadas, derivó hacia la izquierda, aunque el nuevo presidente de la república fue hasta septiembre de ese año el mariscal Antonio de Spínola.

A muchos franquistas, el golpe les preocupó, pues era la institución guardiana del régimen luso la que le ponía fin. En cambio, en la pequeña oposición provocó alborozo, pues se creyó posible imitarlo en España. Ilusiones, porque, como subraya el historiador Pío Moa, “el ejército español era franquista con pocas excepciones”.

Seis meses antes del golpe en Portugal, ETA había asesinado en Madrid al presidente del Gobierno, el almirante Luis Carrero Blanco, en un atentado tan sorpresivo como pasmoso. La izquierda ibérica, que durante décadas había sido contenida, comenzaba a levantarse.

A Estados Unidos y a los demás países de Europa Occidental, la situación en Portugal les preocupaba cada vez más, sobre todo cuando entraron ministros comunistas en el Gobierno y Lisboa otorgó la independencia a Angola, Mozambique, Guinea y Cabo Verde, que cayeron uno tras otro bajo control de dictadores que se alinearon con la URSS. Y además, en julio de 1974, la junta de los coroneles se desmoronó en Grecia.

El minúsculo grupo de los socialistas españoles se benefició del miedo en la OTAN —de la que Portugal era miembro— y en las cancillerías a que la inestabilidad se trasladase a España a la muerte de Franco y el PCE se hiciese con el poder. Para evitarlo, Occidente se apresuró a poner en pie un partido socialista moderado.

LA VISITA DE FORD A FRANCO

Cuando los comunistas portugueses aumentaron su control en el Gobierno y la calle, sobre todo a partir de marzo de 1975, momento en que Spínola, que había dimitido de la presidencia, trató de dar un golpe y fracasó —huyó a España—, el Gobierno de EEUU recurrió a Madrid.

El presidente Gerald Ford y su secretario de Estado, Henry Kissinger, llegaron en visita oficial a Madrid el 31 de mayo de 1975. Hacía un mes que Saigón, capital de Vietnam del Sur, había caído en poder de los comunistas de Vietnam del Norte. Una humillación tal que muchos les pareció la inauguración del ocaso de Estados Unidos como superpotencia.

En su reunión con Franco, Ford y Kissinger trataron la situación en Portugal y, para sorpresa de los norteamericanos, el español se mostró calmado sobre el futuro del país vecino. Además, el caudillo se negó a inmiscuirse en Portugal. Según el diplomático Luis Guillermo Perinat, Ford le pidió a Franco que permitiese el uso del territorio español como plataforma desde la que podrían irrumpir fuerzas militares de EEUU.

«En aquel momento, y escogiendo cuidadosamente sus palabras que, sin duda, habían sido previamente seleccionadas, Ford llegó incluso a insinuar la petición de que España prestase ayuda para contrarrestar la revolución portuguesa sin explicitar de qué forma, pero que, por el modo de expresarse, parecía estar sugiriendo un apoyo desde territorio español para algún tipo de acción«.

¿Y cómo respondió Franco ante la petición de su casi único aliado para combatir su gran enemigo, el comunismo, y en las puertas de su patria?

“El Jefe del Estado reiteró, imperturbable una vez, que nada pasaría en Portugal con carácter definitivo, que había que dejar pasar el tiempo, que cualquier intervención o acción sería contraproducente y que el pueblo portugués comprendería pronto que sus dirigentes no defendían los intereses verdaderos y legítimos del país. El mismo pueblo portugués haría posible que la situación evolucionase favorablemente”.

De nada valieron las notas apresuradamente manuscritas que Kissinger le pasaba a Ford para hacer cambiar de opinión a Franco.

ELOGIOS DEL SOCIALISTA SOARES

Quien fue en Portugal en esos años ministro de Asuntos Exteriores y luego primer ministro (1976-1978), el socialista Mario Soares, reveló más detalles sobre la protección que dio Franco a la «revolución de los claveles».

En vísperas del XL aniversario del golpe, Soares desveló que se reunió en Londres con Manuel Fraga, entonces embajador (1973-1976) en el Reino Unido, para conocer los planes del régimen español. El político español le dijo que “como gallego, Franco piensa que Portugal es Portugal y debe de ser respetado y por tanto no debe preocuparse de eso”.

Soares también conoció por documentos norteamericanos desclasificados la petición de Ford y Kissinger. Según Soares,

“Franco les respondió: «Yo soy gallego y no acepto que Portugal no sea lo que quiera ser», eso es lo que está escrito en los documentos, y a su vez fue lo que me había transmitido Fraga. «Yo no autorizo que los ‘marines’ pasen para actuar contra Portugal», fue lo que dijo Franco. Fue fabuloso.”

Quizás uno de los factores que explican que en el otoño de ese mismo 1975, Estados Unidos respaldase la invasión de la provincia española del Sáhara por Marruecos fuese la negativa que el presidente Ford recibió de Franco. Pero seguramente el rey Hassán II no se habría atrevido a lanzar la Marcha Verde si Franco hubiera mantenido la salud y el régimen no hubiera entrado en un período de colapso a la espera del “hecho biológico” y la sucesión.

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