Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

¿El fin del anonimato en redes sociales?

El debate político volvería a ser monopolio de los medios de comunicación y periodistas, bien adiestrados en respetar líneas rojas

«Toda persona en redes sociales debe estar verificada por su nombre, es una cuestión de seguridad nacional. Cuando haces eso la gente tiene que responsabilizarse de lo que dice, y así eliminaremos los bots rusos, iraníes y chinos. Entonces tendremos algo de civilidad, cuando la gente sepa que su nombre está junto a lo que dice, y sepan que su pastor y su familia van a leerlo». Esta es la reflexión que lanzó al aire durante una entrevista esta semana Nikki Haley, una de las candidatas republicanas a las elecciones presidenciales de 2024. Si recurrimos al anonimato en internet solo con oscuras intenciones, como da a entender, entonces cabe suponer que lo siguiente será derogar tanto el secreto del voto y las comunicaciones como la inviolabilidad del domicilio, pues si uno es un ciudadano ejemplar nada debería tener que ocultar, ¿no?

Pero mejor empecemos conociendo un poco más sobre quién es ella y en qué contexto lo está diciendo, para poder prever con más exactitud las consecuencias de lo que propone. Ya que tanto le preocupa el nombre real de los demás cabe señalar que el suyo es Nimrata Nikki Randhawa, de padres indios, aunque nacida en territorio estadounidense (condición esta última imprescindible para acceder al cargo de presidente), fue gobernadora de Carolina del Sur desde 2011 y durante los dos primeros años de mandato de Trump ocupó el puesto de embajadora ante la ONU. Pero lo realmente interesante es que a partir de 2019 pasara a ser parte del consejo de administración de Boeing, empresa armamentística contratista del gobierno federal, lo que le permitió amasar una considerable fortuna personal hasta convertirse en multimillonaria, según han denunciado sus adversarios políticos.

Para sorpresa de nadie, sus pronunciamientos sobre política exterior, dentro de la línea neocon, son acordes a esos intereses del complejo militar industrial y su abierto belicismo la ha llevado a ser apodada como la «Hillary Clinton republicana». No en vano la ha considerado públicamente como inspiración y modelo a seguir: «La razón por la que me postulé para un cargo es por Hillary Clinton… Ella dijo que cuando se trata de mujeres que se presentan para un cargo, todo el mundo te dirá por qué no deberías hacerlo, pero esas son las razones por las que necesitamos hacerlo, y entonces pensé: ‘Eso es todo. Me postulo para un cargo’». Y es esta última, la candidata demócrata a la presidencia en 2016 que desde entonces se ha negado a reconocer la legitimidad de la victoria de su rival, quien nos lleva de vuelta a la cuestión del anonimato en internet con la que habíamos comenzado.

El FBI y los memes subversivos

Tres días antes de que el afamado Tucker Carlson aterrizara en Madrid publicó la primera entrevista que Douglass Mackey ha concedido a los medios. Quizá ese nombre no nos diga nada, así que mencionaremos su alias tuitero, Ricky Vaughn… ¿Tampoco? Basta decir entonces que cuando Trump se presentó como candidato para las elecciones de 2016 contó con dos bazas que resultaron decisivas. En primer lugar, llevaba ya más de 30 años de ubicua presencia mediática que le había labrado una imagen de tipo simpático y cercano al norteamericano corriente, era difícil sustituir esa impronta colectiva por la de «peligroso fascista» que quería adjudicarle ahora el sistema. En segundo lugar, contó con el apoyo entusiasta de una base de seguidores en internet que fueron forjando un discurso, una estética y unas maneras novedosas imitadas luego en otros países como el nuestro. En esa tarea el tuitero Ricky Vaughn tuvo un papel protagonista. Publicaba cientos de memes diariamente a menudo virales, y uno de ellos fue este en el que animaba, en un tono evidentemente satírico, a los simpatizantes de Hillary a votar por ella enviando un mensaje de texto en lugar de en la urna.

El tuit en cuestión pasó desapercibido, tiempo después Trump ganó las elecciones y ya en 2018 el medio Huffington Post reveló la identidad de la persona que se escondía bajo ese nick. Ahí empezaron a torcerse las cosas para Douglass, expuesto ahora públicamente ante sus compañeros de trabajo, familiares y amigos como un «nacionalista blanco» (niega serlo, solo se define como conservador). Entendemos que ese es el tipo de señalamiento colectivo que defiende la candidata Nikki Haley, aquello de «que la gente sepa que su nombre está junto a lo que dice, y sepan que su pastor y su familia van a leerlo». Pero la situación empeoró considerablemente con la victoria de Biden en 2020. Apenas una semana después de que jurase el cargo, un total de 10 agentes, entre policía local y FBI, se presentaron en la casa de Douglass de madrugada para llevárselo detenido bajo la acusación de conspirar para alterar el funcionamiento democrático mediante aquel meme antes citado. A comienzos de este año Hillary Clinton habló de él como parte de esa conspiración rusa que le habría arrebatado el poder y, hace unos días, se ha publicado la sentencia de 7 meses de cárcel a la que finalmente ha sido condenado.

El anonimato, realmente, no existe

Este caso nos muestra claramente la desconfianza con la que desde el poder se observa a las redes sociales, su empeño en imponer castigos ejemplarizantes que sirvan para disuadir a otros de toda actividad política mínimamente discrepante en ese ámbito (si ese meme implica semejante condena… ¿quién podría estar a salvo publicando cualquier otro?). Porque, aclarémoslo, condenas por algo publicado en internet ya las hemos visto en España también, no son nada nuevo y en realidad por mucho que usemos seudónimos y avatares imaginativos la policía puede dar con nosotros sin dificultad a través de las direcciones de IP y nuestra respectiva operadora de internet. La diferencia en este caso es que previamente hubo una exposición o «doxeo» de la identidad real en los medios y eso es algo que, según Douglass, no fue un hecho aislado de su enjuiciamiento sino parte integral de él, la primera fase del proceso kakfiano que sufrió. Pero nada de eso parece ser aún suficiente, así que el siguiente paso sería obligar a cualquier red social a incluir el nombre y apellidos de cualquier usuario en el contenido que publique. Es decir, el planteamiento no es acabar con el anonimato en internet (que no existe en sentido estricto), sino con los seudónimos ante nuestro entorno social. No es solo una ocurrencia de Nikki Haley, las autoridades británicas por su parte andan desde hace un tiempo acariciando esa idea. Según la parlamentaria conservadora Maria Miller, «desde el acoso individual hasta los grupos y agentes extranjeros hostiles, el anonimato se utiliza para incitar al odio, difundir el miedo y promover falsedades. No podemos dejar que esto continúe». Debbie Abrahams, diputada laborista, sostiene una opinión casi idéntica: «hay que abordar el problema de las cuentas anónimas en las redes sociales. Durante demasiado tiempo, estos usuarios han podido difundir odio, falsedades y miedo con impunidad. Ese tiempo ahora debe llegar a su fin». En España el Partido Popular, por boca de Rafael Hernando, lleva años insistiendo en esa idea. Consecuencias Aunque las leyes que regulan la libertad de expresión tienden a ser cada vez más elásticas, prohibir toda difusión entre las comunicaciones de millones de individuos de lo que la autoridad de turno considere «odio, miedo y falsedad» requeriría una vigilancia que excedería la capacidad burocrática del Estado más elefantiásico. Eliminar toda posibilidad de usar seudónimos en internet es, por tanto, una manera de delegar, de subcontratar esa custodia amparándose en la presión social, en la «espiral de silencio», para lograr así una población mansa ante el coste insostenible de cuestionar los dogmas establecidos. Pensemos simplemente en que el 70% de las empresas afirma haber descartado a un candidato basándose en información publicada en sus redes sociales.  

¿Qué opiniones sostendría alguien en internet si sus jefes presentes o futuros, su familia, amigos y vecinos pueden tener acceso a ellas? Pues las más convencionales, anodinas y centristas que podamos imaginar, sin Ricky Vaughn o Españabola alguno. Sí, sabemos que el anonimato también sirve para tirar la piedra y esconder la mano, para ser mezquino sin consecuencias, para sostener de forma altiva valores que luego no se aplican en la propia vida, dado que no hay seguimiento posible por los demás. Debido a todo ello quien se atreva a dar su nombre y exponerse mientras defienda algo siempre logrará un punto más de consideración hacia aquello que sostenga. Pero por otro lado sin ese refugio en el anonimato (que ya hace siglos se entendió fundamental para el voto) apenas habría provocación, audacia, subversión u originalidad en un entorno donde lo importante sería el qué dirán los demás de mí. Twitter/X, 4Chan, Forocoches, Burbuja o cualquier otra ágora digital pasarían a ser algo como LinkedIn, y el debate político volvería a ser monopolio de los medios de comunicación y periodistas, bien adiestrados en respetar líneas rojas señalando lo que las supere como conspiranoico y risible. No habría, en definitiva, nuevos Trumps y sí muchas Nikki Haleys y Feijóos. 

Nacido en Baracaldo como buen bilbaíno, estudió en San Sebastián y encontró su sitio en internet y en Madrid. Ha trabajado en varias agencias de comunicación y escribió en Jot Down durante una década, donde adquirió el vicio de divagar sobre cultura/historia/política. Se ve que lo suyo ya no tiene arreglo.

Más ideas