Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

El trasvase de voto útil de la nueva derecha al centro-derecha: lecciones europeas

Al final, el trasvase de votos de AfD hacia la democracia cristiana jamás ha servido siquiera para garantizar un gobierno vagamente conservador

Ante la posibilidad de que España afronte una repetición electoral en las próximas semanas, la estrategia del PP se está centrando en lograr una «reagrupación» del voto de la derecha para maximizar el impacto del bloque de votantes más anti-PSOE. La historia reciente europea nos demuestra que este proceso no saldrá bien para nadie.

Una de las curiosidades sobre la muy repetida expresión «países de nuestro entorno», usada con frecuencia para comparar a España con países de Europa Occidental de tamaño similar, es que tales países son bastante singulares y difíciles de comparar, sobre todo en cuanto a sistemas políticos y electorales.

El sistema de voto a doble vuelta en Francia, por ejemplo, hace esencialmente imposible que el partido político que ha tenido los mejores resultados en las últimas dos décadas, el antiguo Frente Nacional, tenga siquiera razonables probabilidades de alcanzar el poder.

Alemania es, pese a las diferencias, el país que tiene un sistema político más parecido al español. Es un estado federal —en muchos sentidos menos federal que España— con dos partidos sistémicos que han sobrevivido muchos escándalos y siguen comandando la lealtad de la mayor parte del electorado, sacudido por las ocurrencias de una banda de niños ricos semianalfabetos que van de progres (Verdes/Sumar). España tuvo a UPyD/Ciudadanos y ahora lo que venga buscando capturar el voto de centro, y Alemania tiene al liberal FDP.

En Alemania, el partido de la nueva derecha Alternativa para Alemania (AfD), en muchos sentidos similar a Vox, ha afrontado en su década de existencia infinitas llamadas a dejarse de tonterías y concentrar el voto útil de la derecha en torno a un líder fiable que hará cosas de derechas como, por ejemplo, Angela Merkel.

Esto ocurrió por primera vez en las elecciones federales de 2013. AfD acababa de formarse, con la concurrencia de gran número de «desertores» de los demócrata-cristianos de Merkel. La preocupación de toda la prensa seria y responsable y de la gran empresa alemana era que AfD le quitaría los votos que necesitaba Merkel para gobernar seria y responsablemente, así que AfD se quedó fuera del parlamento, con menos de un 5% del voto.

Merkel igualmente no ganó una mayoría absoluta y en Alemania se formó una gran coalición con el SPD de centro-izquierda. ¿El resultado de tanta seriedad y responsabilidad? Alemania se comprometió a cerrar sus centrales nucleares y dejar su sistema energético en manos del gas ruso, y Merkel abrió las puertas de par en par a la inmigración masiva e ilegal.

En las elecciones de 2017, AfD aprovechó el tirón de un electorado soliviantado para superar la barrera del 5% y entrar en el parlamento con casi un 13%. Esto le dio voz y voto a AfD, y los demócrata-cristianos, aunque perdieron casi diez puntos en las elecciones, reeditaron el pacto con el SPD: la lenta erosión e invasión del estado alemán continuó como hasta entonces, pero todo con absoluta seriedad y responsabilidad.

En las elecciones de 2021, un ligero bajón del AfD, una vez más incentivado por la llamada al «voto útil», tampoco sirvió para garantizar siquiera un gobierno de centro-derecha. El SPD ganó por poco y formó el actual gobierno junto con los Verdes y los Ciudadanos de FDP, un gabinete sobre cuyos dudosos logros es mejor correr un tupido velo.

Al final, el trasvase de votos de AfD hacia la democracia cristiana jamás ha servido siquiera para garantizar un gobierno vagamente conservador, algo que Alemania no ha visto desde los tiempos de Helmut Kohl. Eso sí: ha servido para envalentonar a lo peor de la izquierda alemana, que ha colocado como ministra de Exteriores en un momento clave para la historia europea a una señora de 43 años cuya total experiencia laboral fuera del gobierno se limita a tres años de plumilla en un periódico de provincias.

Podemos contrastar esto, por ejemplo, con el caso italiano. Allí, el Movimiento Social Italiano, extremadamente pujante en los 1990, recibió enormes presiones para no restarle voto útil a la Forza Italia de Silvio Berlusconi, que dominó la derecha durante tres décadas sin conseguir gran cosa, aparte de entrampar a su líder en infinitos juicios que no le dejaron ni gobernar.

Fue precisamente cuando se fue apagando la vela de Berlusconi, y la salvación de Forza Italia dejó de ser la tesis dominante en los medios de derecha, cuando ascendió el movimiento Hermanos de Italia de la actual primera ministra Giorgia Meloni.

Del Reino Unido no hemos hablado, en parte porque tiene un sistema electoral significativamente diferente del español, italiano o alemán. Pero permítanme que les recuerde los lejanos días de 2016, cuando el pueblo británico votó, por una amplia mayoría, salir de la Unión Europea.

Aquel voto solo se organizó porque David Cameron, primer ministro conservador, se comprometió públicamente a la consulta a cambio de obtener, explícitamente, el voto útil del Partido de Independencia del Reino Unido, dirigido por el notorio euroescéptico Nigel Farage. Cameron, un eurófilo más de centro que una báscula, hizo campaña por la UE y fue derrotado; cuando dimitió, Farage lo hizo con él, asegurando que había cumplido el objetivo por el que había entrado en política, y quedaba feliz de dejar atrás a su partido y volver a redil conservador, ya sin Bruselas en la chepa.

Las consecuencias han de ser obvias para todos: a siete años del referéndum, con el gobierno en mano de eurófilos ansiosos por deshacer el Brexit, y el Partido Conservador implementando todas las medidas progres típicas de la Agenda 2030, con un notable subidón de la inmigración ilegal, el voto útil de Farage sólo está sirviendo para sabotear su propio logro.

Madrid, 1973. Tras una corta y penosa carrera como surfista en Australia, acabó como empleado del Partido Comunista Chino en Pekín, antes de convertirse en corresponsal en Asia-Pacífico y en Europa del Wall Street Journal y Bloomberg News. Ha publicado cuatro libros en inglés y español, incluyendo 'Podemos en Venezuela', sobre los orígenes del partido morado en el chavismo bolivariano. En la actualidad reside en Washington, DC.

Más ideas