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La historia negra del PSOE (II)

Una vez pierde las elecciones de 1933, la izquierda, y muy particularmente el PSOE, empieza su obra de acoso y derribo contra el nuevo gobierno y la República

Tras la renuncia del general Primo de Rivera y su posterior exilio, el monarca nombra de inmediato a Dámaso Berenguer como Presidente del Gobierno con el encargo claro de recuperar el sistema constitucional. Primo de Rivera marcharía a Paris, donde fallecería poco después, el 16 de marzo de 1930. Para cuando Alfonso XIII se da cuenta del cumulo de errores cometidos, ya es demasiado tarde. El siguiente en partir hacia el exilio seria el mismo, el 14 de abril de 1936, falleciendo en Roma a la edad de 54 años en 1941.

El 17 de agosto de 1930, una serie de políticos e intelectuales de muy diversas tendencias, firman «el pacto de San Sebastián«. El conclave fue organizado por la Alianza Republicana en la ciudad vasca, por ser precisamente San Sebastián la capital veraniega de la realeza y nobleza española y europea. El pacto fue firmado por todos los partidos republicanos, con el objetivo de poner en marcha una estrategia para liquidar el régimen monárquico e instaurar una segunda república en España. Al evento no solo asistieron partidos políticos separatistas y de izquierda, también acudió la derecha liberal republicana de Maura y Alcalá Zamora, dispuestos a ejercer de tontos útiles. La CNT declino asistir, aunque mostro su compromiso con destruir la institución monárquica. Tampoco asistieron el PSOE y la UGT, aunque más tarde si suscribirían el pacto. Es curioso observar, como aquellas organizaciones que inicialmente no firmaron el pacto, luego se apoderaron del “espíritu de la II República” y acabarían por destruirla. El objetivo común del pacto era «meter a la monarquía en los archivos de la historia» y establecer una república creada por una asamblea constituyente que fuera la depositaria de la soberanía nacional. Respecto a Cataluña, la influencia de los separatistas en el texto es innegable y se apoyaba la redacción de un estatuto de autonomía que «regulase su vida regional y sus relaciones con el Estado Español», como si España y Cataluña fueran dos entes extraños. A pesar de que la mayoría de los partidos aspiraban a proclamar la república mediante una votación, el PSOE y su sindicato apostaban por declarar una huelga general insurreccional que fuera seguida por una sublevación militar dirigida por oficiales republicanos. Debido a que los socialistas y la UGT habían colaborado profusamente con el gobierno del general Primo de Rivera, la mayoría de las formaciones firmantes del Pacto de San Sebastián optaron por seguir un cauce más o menos formal para constituir una república sin tener que recurrir a huelgas ni asonadas militares.

Con el llamado Pacto de San Sebastián, Indalecio Prieto y Largo Caballero estuvieron de acuerdo en aliarse con los republicanos burgueses para formar parte como ministros de un gobierno dirigido por estos, si lograban derribar la monarquía parlamentaria. Era un pacto llamativo, y los hechos demostrarían que el marxismo en 1930 despertaba mucho más apoyo popular que el de los republicanos burgueses. En las elecciones legislativas de 1931 y 1933, se evidenciaría que atraía mucho más voto en España la etiqueta ‘socialista’ que la etiqueta ‘republicana’ y, sin embargo, Largo Caballero y Prieto aceptaron que el Gobierno quedara temporalmente en manos de los Alcalá Zamora, Miguel Maura y Manuel Azaña. Una actitud que ocasionó la dimisión de la presidencia del partido de Julián Besteiro, que se oponía a aquel desigual pacto y que además había comprendido que el liderazgo del PSOE hacía tiempo que ya no estaba en sus manos. En 1932, Largo Caballero asumía la presidencia de la organización socialista. En la década de los años 30, en el partido socialista conviven tres almas, pero ninguna de ellas puramente democrática o lo que hoy podríamos calificar como socialdemócrata. Marxistas teóricos, socialistas de raíz obrera y puramente revolucionarios, pero ninguna de estas tres corrientes veía la democracia como algo necesario o fundamental para el buen desarrollo de la república. La democracia era respetada, porque los resultados salidos de las urnas eran positivos. Era un medio como otro cualquier para alcanzar el poder, pero en cuanto los resultados dejaron de acompañar, la democracia paso a ser un sistema prescindible, como así lo manifestaba el responsable de la principal de las corrientes socialistas, Francisco Largo Caballero, El Lenin Español, que sería el primero en colocarse al margen de la propia constitución, y que tras más de dos años al frente del ministerio de trabajo acabaría afirmando: “Yo, antes de la República, creí que no era posible hacer obra socialista en la democracia burguesa, y después de llevar veintitantos meses en el Gobierno de la República, si tenía alguna duda ha desaparecido. Hoy estoy convencido de que realizar obra socialista dentro de una democracia burguesa es imposible” También afirmaba la necesidad de un “periodo de transición” que no podía ser otro más que “la dictadura del proletariado”. Importante resaltar que estas frases pronunciadas por el líder socialista, las decía como miembro del gobierno, estando él en el poder.

El marxismo teórico lo encarnaba Julián Besteiro, mientras que el socialismo obrero lo representaba Indalecio Prieto y Largo Caballero el socialismo revolucionario. Julián Besteiro era el socialismo moderado, si es que un marxista puede ser considerado moderado. Antepuso su lealtad gubernamental como presidente de las cortes en 1931 a su ideario socialista, cuestión que le causaría más de un disgusto. Lideraba la tendencia más minoritaria dentro del partido y huía de toda confabulación revolucionaria. Posiblemente, fue el único dirigente socialista de cierto peso que estuvo al margen de la intentona golpista de 1934. Acuso a Largo Caballero de crear un clima violento y propicio para el enfrentamiento violento entre españoles, motivo por el cual las Juventudes Socialistas pidieron su expulsión.

Indalecio Prieto es, junto con Juan Negrín, el exponente más relevante del conocido como socialismo obrero republicano. Prieto era ambiguo en los planteamientos, posibilista y siempre nadando a favor de obra. Mantenía las apariencias e intentaba llevarse bien con unos y otros. Prieto y Negrín eran inseparables, hasta que el primero consideró que el PSOE, una vez iniciada la contienda civil, dependía mucho de las consignas de la Unión Soviética y del Partido Comunista de España. Este enfrentamiento continuaría en el exilio, donde ambos se disputaban lo robado en España. El primero fue acusado de conocer lo que realizaría su escolta personal cuando estos asesinaron a José Calvo Sotelo, uno de los dirigentes más destacados de la oposición, el 13 de julio de 1936, además de estar al tanto y colaborar en los preparativos de la intentona golpista del 34; el segundo fue acusado de ser el ideólogo de vaciar el banco de España y llevarse las reservas de oro del país a Moscú y convertir al PSOE en un satélite del PCE a las órdenes de la URRS. Indalecio Prieto fue ministro de Hacienda, Obras Públicas, Marina, Aire y Defensa Nacional, durante la República. Negrín fue ministro de Hacienda y responsable del robo del oro de Moscú. Ambos son considerados como ‘moderados’ del PSOE, en comparación con el sector revolucionario. Con esto, nos podemos hacer una idea de cómo era el sector mayoritario del Socialismo Español, liderado por Largo Caballero.

Francisco Largo Caballero es, sin duda, el que representaba la línea más numerosa e importante del partido, la revolucionaria. La línea dura de la organización y el que marca los pasos del socialismo español durante la II República. La democracia es solo un instrumento, no un fin. La revolución socialista es lo que cuenta y la república burguesa debe ser sustituida por la república socialista. Entre las frases célebres de Largo Caballero, y para hacernos una idea del personaje, cabe destacar las siguientes: «Quiero decirles a las derechas que, si triunfan, tendremos que ir a la guerra civil declarada«, «La democracia es incompatible con el socialismo», “La transformación total del país no se puede hacer echando papeletas en las urnas”, “Que no digan que nosotros decimos las cosas por decirlas, que nosotros lo realizamos”…

Largo Caballero es el líder indiscutible del PSOE y la UGT. Fue ministro de trabajo de 1931 a 1933, cerebro de la intentona golpista del 1934, una vez que perdieron el poder en las urnas y obtener prácticamente la mitad de los escaños de los obtenidos en 1931, y Presidente de Gobierno entre 1936 a 1937.

Durante el periodo de la Segunda República, el enfrentamiento interno en el PSOE entre el sector de Francisco Largo Caballero y el sector de Indalecio Prieto fue creciendo a pesar de que ambos tuvieron en muchos momentos una misma posición. Ambos formaron parte de la huelga revolucionaria con la que los socialistas intentaron tomar el poder por la fuerza en octubre de 1934, tras el triunfo electoral de la CEDA, acción que llevaría a Largo Caballero a pasar por la cárcel y a Prieto a pasar por el exilio. A partir de aquel suceso, Largo Caballero asumirá que la obra marxista era imposible dentro de la república burguesa, y propondrá acercarse al Partido Comunista de España y distanciarse de los republicanos burgueses. En el lado contrario, Indalecio Prieto seguía manteniendo la línea de defender las instituciones republicanas. En esta ocasión, Prieto demostró tener el apoyo del ‘aparato’ del partido y de su periódico, El Socialista, lo que llevó a Largo Caballero a dimitir de la presidencia del PSOE, que pasó a ser ocupada por figuras menores como Remigio Cabello o Ramón González Peña, y a los ‘caballeristas’ a crear su propio diario Claridad, evidenciando la fricción interna. Después del ‘triunfo’ del Frente Popular, la presión de Largo Caballero impidió a Indalecio Prieto asumir la presidencia del Consejo de Ministros que le ofreció Manuel Azaña.

En mayo de 1936, apenas un mes antes del estallido de la Guerra Civil española, las tensiones dentro del PSOE son más que evidentes entre las facciones lideradas por Largo Caballero e Indalecio Prieto. El 31 de mayo, partidarios de Prieto son atacados en Écija por partidarios de Largo Caballero. Prieto salva la vida gracias a la intervención de su escolta personal, la tristemente conocida como “la motorizada”, que el 13 de julio serían los asesinos materiales de José Calvo Sotelo.

Como vemos, la división interna del socialismo español volvió a ser atajada por el método habitual de la época: el intento de asesinato que se manifestó en el atentado de Écija.

Los dirigentes socialistas de la época, que en la actualidad son reivindicados por el presidente Pedro Sánchez y la totalidad de la directiva socialista, tenían un comportamiento chulesco y mafioso. El 4 de julio de 1934, Prieto saca su revólver en las Cortes contra el diputado derechista Jaime Oriol. Faltaban tres meses para la intentona golpista de octubre de 1934, más conocida como la Revolución de Asturias, por ser el único sitio donde la intentona tuvo algún resultado.

La República había nacido en un ambiente de crispación, en el que los socialistas, más veces de las deseables, sobre todo en los ambientes rurales, pujabna con los anarquistas en desmanes y desórdenes públicos. Los desórdenes se ‘cronificaron’ desde mayo de 1931, continuaron a lo largo de 1932 y llegaron a su máximo apogeo en enero de 1933, aunque lo peor estaba aún por llegar.

Las amenazas del Congreso de los Diputados siguieron vigentes durante toda la Segunda República. Y si son más recordadas las de los comunistas, como aquel «usted morirá con los zapatos puestos» de José Díaz a José María Gil-Robles (que figura en el Diario de Sesiones), o aquel «este hombre ha pronunciado su último discurso» a José Calvo Sotelo (que no figura en el diario de sesiones, aunque sí en la memoria de Salvador de Madariaga y Josep Tarradellas), tampoco los diputados del PSOE se quedaron atrás. El diputado del PSOE Ángel Galarza declaró en la sesión del 1 de julio de 1936, dirigiéndose al líder monárquico José Calvo Sotelo:

“La violencia puede ser legítima en algún momento, pensando en Su Señoría [Calvo Sotelo], encuentro justificado todo, incluso el atentado que le prive de la vida”.

Dos semanas después, el 13 de julio de 1936, socialistas y guardias de asalto sacaban de su casa a José Calvo Sotelo y lo asesinaban. El hombre señalado como autor material de los disparos fue Luis Cuenca, que fuera escolta personal de Indalecio Prieto, y posiblemente el hombre que salvara su vida en el atentado de los ‘caballeristas’ en Écija.

No se puede decir que el que fuera presidente del PSOE entre 1932 y 1935, y líder máximo de una de las dos corrientes del partido hasta su muerte, Francisco Largo Caballero, fuera sutil al declarar la visión que tenía del marxismo de las elecciones de febrero de 1936. Para Largo Caballero, como para el movimiento marxista en general, la democracia parlamentaria vigente en la República no era su objetivo ni era su modelo. Sólo la habían aceptado si se entendía como un paso previo a proclamar la revolución, pero su objetivo seguía siendo un sistema soviético que acabara con la diferencia de clases e impusiera la igualdad social bajo el modelo comunista, mediante la dictadura del proletariado.

El respeto de los marxistas por la democracia parlamentaria de la II República quedó claro y forjado en hierro en la historia en las elecciones de 1933, cuando por primera vez un partido de la derecha que no se declaraba expresamente republicana, la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), esencialmente vaticanista, ganaba las elecciones dando inicio al periodo apodado como ‘bienio negro’ por la izquierda. En verdad, si la izquierda lo consideraba “bienio negro”, es precisamente porque ellos habían perdido las elecciones. La izquierda denomina los dos primeros años de La República como bienio reformista, aunque poco reformaron. Una vez pierde las elecciones de 1933, la izquierda en general, y muy particularmente el PSOE, empiezan su obra de demolición de las instituciones, de acoso y derribo contra el nuevo gobierno y contra la República. El descontento económico, político y social iba en aumento desde casi todos los sectores de la sociedad. La oleada de violencia desatada en toda España, más los separatismos vasco y catalán, habían provocado desconfianza hacia el régimen republicano. La gran masa católica del país, hasta este momento desunida y muy desorganizada, toma cuerpo con la CEDA y el liderazgo de José María Gil Robles. Una masa de católicos, que hasta el momento había permanecido pasiva, pasa a la acción, sobre todo motivada por la persecución que sufre la religión católica y el creciente y cada vez más violento anticlericalismo. La CEDA pretendía una amalgama del amplísimo espectro de la derecha, desde los netamente conservadores hasta la de aquellos sectores sociales que deseaban una reforma ‘sana’ del país, sin cambios traumáticos o revolucionarios, pero todos ellos bajo el denominador común del catolicismo. Desde el mismo día que se proclama La República, comienza la persecución religiosa, la quema de iglesias y conventos se normaliza y una vez gana la derecha las elecciones de 1933, las milicias socialistas se lanzan a la persecución de rivales políticos y de católicos en general. Nada más proclamarse la República, comienza la ofensiva anti clerical. La gran mayoría de los católicos mantienen lealtad a las instituciones republicanas, a pesar de que, a pocos días de su proclamación, se producen incendios de edificios religiosos que las autoridades se negaban a investigar. La persecución religiosa se inicia en 1931, se incrementaría de forma notable en 1934, con la intentona golpista de la izquierda y el separatismo, y se desató de forma incontrolable a partir de julio de 1936, con el objetivo claro de buscar la destrucción total de la iglesia católica española, tanto de sus edificios como de las personas que la integraban, ya fueran religiosos o laicos. Practicar la fe católica estigmatizaba hasta tal punto que a partir de 1936 sería motivo suficiente para ser ejecutado.

La persecución religiosa fue la tónica dominante durante los algo más de cinco años que duro la República. Esta se circunscribía única y exclusivamente contra la religión católica. La propia Constitución atacaba de forma deliberada a la Iglesia Católica con un marcado carácter anticlerical. La cifra de muertos entre los miembros de la Iglesia Católica se eleva a 6.832 asesinados, de ellos 282 monjas, 13 obispos, 4.172 curas y párrocos y 2.364 monjes y frailes (entre ellos 259 claretianos, 226 franciscanos, 204 escolapios, 176maristas, 165 hermanos cristianos, 155 agustinos, 132 dominicos y 144 jesuitas). Sólo en Barbastro se asesina al 88% del clero. Hubo distinto grado de ensañamiento, mientras los más afortunados fueron simplemente fusilados, otros muchos fueron salvajemente torturados antes de morir. El PSOE es el principal culpable de las matanzas, era el partido hegemónico de la izquierda y el de mayor peso y responsabilidad; era el partido que incitaba a ese anticlericalismo que aun a día de hoy sigue vigente en la izquierda española.

La perdida de las elecciones de 1933 es el detonante para que el PSOE entienda que ya la democracia no vale y que directamente deben acudir a la vía revolucionaria. Lo curioso de todo esto es que siempre se toma como excusa para la intentona golpista de octubre de 1934 el hecho de que la CEDA, que era el partido ganador en las elecciones de 1933, quisiera introducir tres ministros en el consejo de gobierno, como si eso fuera una excusa aceptable para dar un golpe de Estado; sin embargo, desde agosto de 1934, ya sonaban tambores de guerra. El PSOE solo necesitaba la excusa perfecta que justificara el golpe de estado, y esta la encontró en octubre de 1934, con la incorporación de los tres nuevos ministros de perfil bajo de la CEDA.  El 11 de septiembre, El Turquesa fondeó en alta mar, entre San Esteban de Pravia y Muros de Nalón. A él se acercaron varias embarcaciones, de donde se recogieron “miles de municiones y gran cantidad de armas”. Concretamente 2116.000 cartuchos Mauser. En su momento, El Comercio informaría que se había procedido a la detención de 24 ocupantes de las furgonetas y que “por Trubia pasaron en coche González Peña y Amador Fernández, ambos dirigentes socialistas”, que no serían detenidos, dada su condición de diputados.

Cientos personas perdieron la vida en aquel golpe contra la República con el supuesto objetivo de salvarla. Además, como en la semana trágica de 1909, o el 11 de mayo de 1931, el anticlericalismo volvió a estar presente y esta vez de manera aún más violenta, con asesinatos de religiosos como los de Turón, incendios como los del Convento de San Pelayo y el Palacio Arzobispal, el del Convento de Santo Domingo que incluyó el asesinato de seis seminaristas o la destrucción de la Cámara Santa de la Catedral o de la Universidad de Oviedo. En total 33 sacerdotes fueron asesinados en la Revolución de Asturias/Golpe de Estado, al igual que cerca de 300 militares y miembros de las fuerzas de seguridad, junto a unos 200 civiles. Sus nombres han quedado olvidados y borrados de la historia, incluido el diputado tradicionalista Marcelino Oreja Elósegui (y padre de Marcelino Oreja Aguirre). La verdad es que España quedó aterrada por aquellos crímenes, como reflejan las crónicas en prensa de la época.

Lo que sucede es que los horrores causados por el marxismo en 1934 iban a quedar prontamente olvidados por la brutalidad que asolaría España apenas dos años después, con una guerra civil en el que el grado de horror y crueldad llegaría a extremos espeluznantes. Para no pocos historiadores, la intentona golpista del PSOE de 1934 es el comienzo de la guerra civil que se reanudaría en 1936.

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