Esta historia nace acompañada de imágenes inquietantes en un lejano pasado con guiños de actualidad. Es el nuevo trabajo de Salvador García Jiménez, Nicomedes Méndez, el verdugo de Barcelona (Ed. Alrevés, 2024).
Este catedrático de Lengua y Literatura, con una carrera literaria diversa con la que ha cosechado importantes premios –Encomienda de Plata al Mérito Civil, Cruz de Alfonso X El Sabio, entre otros– y más de medio centenar de libros publicados –Las ínsulas extrañas, premio América de novela; Locura celestial de San Juan de la Cruz-, nos trae ahora la biografía novelada del verdugo más célebre de la historia desde finales del siglo XIX. El autor, sagaz investigador, ha desarrollado una biografía bien tallada, intensa y dramática, llena de momentos vitales, con un lenguaje fílmico, cristalino y potente. Esta tremenda historia merecería un buen director de cine, desde El verdugo de Berlanga (1963) no se ha llevado a la gran pantalla una obra sobre un personaje como Nicomedes Méndez.
IDEAS mantiene una apasionante e ilustrativa conversación –el libro contiene imágenes inéditas de algunas de las ochenta ejecuciones que se calcula llevó a cabo este funcionario del ministerio de Gracia y Justicia– con Salvador García sobre el verdugo titular de la Audiencia de Barcelona entre 1877 y 1908.
Casi 500 páginas muy bien documentadas: archivos de protocolos notariales, archivos parroquiales, archivos de fotografías, prensa histórica, libros relativos a aquella época… Arduo este trabajo de investigación…
En la investigación empleé todo el tiempo del mundo, con paciencia infinita, pues tenía que bucear en todos los archivos que usted ha mencionado, descubriendo a veces como preciadas joyas varios documentos inéditos. Por ejemplo, en la biblioteca de Valencia di por azar con el diario de un verdugo que citaba en varias ocasiones a Nicomedes Méndez, y logré que un coleccionista de fotos sobre la pena de muerte me concediera permiso para publicar una fotografía totalmente inédita de este ejecutor de la justicia en plena actuación, agarrotando a cuatro reos en Villafranca del Penedés. De todas las imágenes que se conservan de él, esta es en la que con más claridad se le puede apreciar. Otro de los tesoros que más tiempo, esfuerzo y dinero me costó rescatar fue su testamento, donde se daba cuenta de la descripción de sus horas cercanas a la muerte en 1912. Escribir el libro y corregirlo escrupulosamente en varias ocasiones me llevaría alrededor de cuatro años.
Hace unos años publicó No matarás. Célebres verdugos españoles (Ed Melusina) ¿Vio entonces en Nicomedes Méndez todos los rasgos que proporcionaban una gran historia?
No matarás. Célebres verdugos españoles, que fue el libro que más entrevistas, críticas y comentarios obtuvo, contiene nueve biografías de ejecutores de justicia españoles, coetáneos de Nicomedes Méndez. Aquella semblanza que dediqué a este personaje fue el germen de estas 474 páginas más las terribles ilustraciones que acoge Nicomedes Méndez, el verdugo de Barcelona. Entonces plagiaron en diarios, revistas y medios digitales parte de mi investigación, sin citar la procedencia. Se puede advertir en la misma Wikipedia, que copia varios de los errores que cometí, como el de llamar a la esposa del verdugo, Alejandra Amor, o reducir su hoja de destinos únicamente a la Audiencia Territorial de Cataluña. En este nuevo y definitivo ensayo biográfico, aporto cientos de nuevos datos que demuestran el plagio de todos los que hablaron de Nicomedes Méndez a la sombra de No matarás. Célebres verdugos españoles. La esposa de Nicomedes Méndez se llama Alejandra Barriuso Amo, 18 años mayor que él, y el verdugo comenzó a trabajar en la Audiencia Territorial de Valladolid, permaneciendo allí durante 11 años antes de trasladarse a la plaza de Barcelona. A raíz de la publicación de este libro, Wikipedia y todos los que hablaron del ejecutor de la justicia Nicomedes tendrán que eliminar sus páginas y arrojarlas a la papelera. Este es también otro de los motivos que me llevó a escribir el libro, mi rechazo a los plagiadores que tanto han proliferado en este país.
Decía Gregorio Marañón sobre Pascual Duarte: “Un manso cordero acorralado por la vida”. ¿Qué habría que mejorar, actualmente, para no tener que aguantar tanto por miedo, por necesidad…?
Nicomedes Méndez estaba de acuerdo con la pena de muerte. En una entrevista llegó a decir: “Si viviera cuarenta años más, desearía seguir siendo verdugo”. De haber sido sentenciado un ángel por un tribunal de justicia, le hubiera atado las alas y apretado el cuello con la argolla, que mantenía limpia como una patena. ¿Qué habría que mejorar? Defender a capa y espada el derecho a un trabajo digno, proclamado por la Constitución, y dedicar mayor presupuesto para generar empleo y ofrecer a los españoles plazas de acuerdo a sus aspiraciones. El mayor cáncer para el empleo en este país es el tráfico de influencias, robando miles y miles de puestos a los ciudadanos honrados, serios, bien preparados y poco aduladores. El Ministerio de Trabajo y Economía Social debería focalizar sus objetivos en acabar con la precariedad laboral y facilitar que los españoles encontrasen salida a su vocación. Resulta lamentable, por ejemplo, ver a tantos licenciados en Administración y Dirección de Empresas opositando a plazas de auxiliares administrativos, mientras la esposa del actual presidente de Gobierno, sin estudios, fue nombrada directora de una cátedra en la Universidad Complutense.
En La familia de Pascual Duarte, éste clama: “Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo…”. Nicomedes es tan repudiado que parece más la víctima que el verdugo…
Nicomedes era víctima de la sociedad, pero no le importaba que lo repudiaran, que se bajaran del tranvía cuando él subía, que tirase el tabernero a la basura los platos y cubiertos de su almuerzo, que le quemasen los tablados del patíbulo los enemigos de la pena de muerte, que lo amenazasen con acabar con su familia colocando una bomba Orsini a la puerta de su casa o dentro del ataúd donde iban a parar los cadáveres de sus reos. Él se deleitaba escuchando el cántico de sus canarios mientras los patricios mostraban sus galas en la ópera. Nicomedes formulaba en tono jocoso la misma pregunta a jueces, abogados, alcaldes y mandos del Ejército, presentes en el gran espectáculo de sus ejecuciones: “¿En qué puedo servirle?”.
¿Por qué nos atrae el lado oscuro de una persona? La novela negra nos acerca personalidades oscuras mientras leemos cómodamente sentados en el sofá. “Son unos hipócritas; esta mañana solo les faltaba aplaudirme frente al patíbulo y ahora no pueden ni verme”, leemos a Nicomedes.
Todos llevamos un monstruo interior, como un alien, que se alimenta de novelas negras y filmes de terror y de violencia. La hipocresía está presente en todas las esferas. Cuando ocurre un grave accidente de tráfico acude infinidad de gente para grabar con sus móviles la sangre y el rostro de las víctimas; las cámaras de televisión, los youtuber… Sentados en el sofá, los máximos enemigos de la pena de muerte contemplan las horribles escenas de guerra que trasmite la televisión, donde yacen tendidos mujeres y niños inocentes que acaban de morir. Nadie sabe ni quiere saber que, según la Organización Mundial de la Salud, 200.000 niños y adolescentes se suicidan cada año a causa del bullying, porque todos, hasta una inmensa mayoría de profesores, inspectores y consejeros o delegados de educación han mirado hacia otra parte. Hay que decir de forma valiente, comprometida y tajante: “¡¡Basta ya!!”, blandiendo la espada de San Pedro si fuera preciso.
Al verdugo le gustaba su trabajo; en definitiva, era una persona con un sueldo y cumplía con su labor sin más. Decía Flaubert que la forma más profunda de sentir algo es sufrir por ello. Y vaya si sufrió… El suicidio de su hija. Su hijo también muere…
La tremenda tragedia de su existencia la comencé a escribir sobre documentos extendidos sobre la mesa de mi despacho que nadie sabía ni que existían, perdidos entre miles de legajos que pude rescatar con gran esfuerzo. Tenía los certificados de muerte de su hija y de su hijo; el testamento de Nicomedes; los documentos de sus enterramientos en el cementerio de Montjuic; los planos de la casa que se construyó el verdugo en la calle Verdi de la barriada de Gracia, núm. 270,… Su hija Paula, con 20 años, se suicidó disparándose en la sien con la pistola de su padre, abatida porque el novio había roto su relación con ella tras enterarse de que el futuro suegro era un verdugo. Y su hijo Juan, no pudiendo soportar tampoco las enseñanzas prácticas a que lo sometía su padre para dejarle en herencia su oficio, enloqueció y en uno de sus delirios agitados murió inmovilizado con una camisa de fuerza en el ‘Asilo de pobres’.
“La noche que Nicomedes acarició desesperado el cadáver de su hija, la policía le salvó la vida al arrancarle de las manos la escopeta que empuñaba con el cañón pegado a un costado del cuello”…
Fue la noche más triste de su vida. Nicomedes no tenía un corazón de hielo, ni de hierro, como creía el pueblo. No cesó de llorar y trató de suicidarse, siendo él mismo su verdugo al considerarse culpable de la muerte de su angelical y preciosa hija.
Nicomedes incluso inspiró a escritores de la época como Blasco Ibáñez para el relato Un funcionario.
El ejecutor de justicia coincidió con el escritor en la cárcel valenciana de San Gregorio. Blasco Ibáñez, preparado con la pluma, el tintero y las cuartillas, fue tomando nota del drama personal que arrastraba el funcionario-verdugo de Barcelona, alterando la realidad que éste le contaba para escribir un relato titulado Un funcionario. Mientras el botxí, inocentón, abría en canal su alma, el literato y periodista sólo pensaba en obtener fama. Dejándose llevar por el estilo literario cometió varias falsedades, pues los periodistas no presentaron jamás en letras de molde a su familia, ni tampoco su hija se suicidó cenando cabezas de fósforos. Blasco Ibáñez acudió a ellos por ser el veneno más barato y a mano que tenían todas las clases bajas para acabar con sus sufrimientos. Y, además, anotó que el hijo Juan Méndez, muerto de “delirio vesánico” en un asilo de locos, siguió el ejemplo de la hermana al lanzarse al mar para acabar con su vida: “… le pescaron frente a Barcelona; salió envuelto en redes, hinchado y descompuesto”. El escritor no supo ver que la desgarradora biografía de Nicomedes le hubiera dado más juego literario que su ficción.
Nicomedes fue un profesional, tanto que ansiaba perfeccionarse. Creó el garrote vil catalán…
Fue la colocación de un punzón en la argolla que apretaba el cuello de los reos para fulminarlos en el acto, sin ninguna convulsión, atravesándoles el bulbo raquídeo. El botxí Nicomedes, un hombre en el fondo amante de su trabajo y compasivo, trataba de que los condenados que se sentaban en el banquillo no sufrieran ni un segundo de agonía. Su invención fue aprobada por la Audiencia de Barcelona, comprobados sus buenos resultados, pues la mayoría de los reos preferían que fuese él quien les diera muerte por la fama de diligencia y perfección en el oficio que había alcanzado. Cada vez que terminaba su intervención, solía decir fríamente: “Vámonos con la música a otra parte”. También repetía orgulloso y ensoberbecido por aquella fatídica misión que le había encomendado la ley en el corazón de Barcelona, plaza monumental de su consagración: “He inventado algo, soy inventor. He inventado un procedimiento para evitar que “mi hombre” saque la lengua”. Él había ideado la manera tanatoestética de meterle en la boca a sus reos agarrotados la lengua con una cuchara para evitar el gesto horriblemente feo.
Barcelona puede considerarse un personaje más en la novela.
El 7 de noviembre de 1893, cuando se estaba cantando en el gran Teatro del Liceo el segundo acto de la ópera Guillermo Tell, el terrorista anarquista Santiago Salvador arrojó desde el gallinero a la platea dos bombas Orsini. Solo estallaría una, dejando doce muertos y treinta y cinco heridos, de los cuales también perderían la vida más adelante otros ocho. A consecuencia de estas bombas y de las que harían estallar años después los anarquistas, Barcelona comenzaría a ser conocida internacionalmente como La Rosa de Foc. Nicomedes Méndez ejecutó años más tarde a Santiago Salvador entre el aplauso y los gritos de un numeroso público, que celebraba estos actos macabros como si fuesen una fiesta. Otro capítulo tiene como contexto la Exposición Universal de Barcelona en el parque de la Ciudadela, donde trabajó el hijo de Nicomedes Méndez de carpintero, tras haber aprendido el oficio fabricando los patíbulos de toscas maderas con que su padre liquidaba a los asesinos. Asimismo, doy cuenta de todas las casas que habitó de alquiler Nicomedes Méndez en Barcelona y del contacto que tuvo con Antonio Gaudí en la Sagrada Familia. Los viajes a Francia también eran frecuentes. El mismo funcionario Nicomedes, admirador de Anatole Deibler, a quien denominaban con el pomposo título de ‘Ejecutor de las Altas Obras’, fue a París para presenciar cómo les guillotinaba la cabeza a dos asesinos peligrosos.
Para los catalanes, San Nicomedes fue el verdugo que se encargó de la crucifixión de Cristo. Gaudí llamó a Méndez: “¿Prestaría su rostro y su torso para esculpir al santo del que tomó el nombre?” —le preguntó el arquitecto. “—No soy digno yo, don Antoni, de tal conversión en piedra.” San Nicomedes también bajó a Cristo de la cruz, “para entregárselo a sus sepultureros, como usted hace con los reos que ejecuta”. A Nicomedes no le gustó. “¿Cómo iba a dejarse modelar como sayón de Cristo?”. Esta fue una de las mayores ofensas que recibió…
En el primer párrafo cito a este patrón y santo de Nicomedes. Dice así: “En el Archivo Parroquial de Haro se halla inscrito en uno de los libros de bautismos aquel niño que se convertiría en el verdugo más hábil y diligente de España. De haberlo sabido sus vecinos, seguro que hubieran roto el mármol de la pila bautismal con un hacha. El 16 de septiembre de 1842, Santiago Méndez y Paula López Moral bautizaron a su hijo con el nombre que auguraba la profesión terrible que marcaría su futuro, porque el santo de quien procedía su nombre, san Nicomedes, figuraba en algunos santorales como patrón del verdugo, según se recoge en esta nota hagiográfica: “La voz popular dice que san Nicomedes era uno de los muchos patrones del verdugo, porque lo era de la ciudad de Jerusalén, entonces de la Pasión de Jesús, y fue quien por razón de su cargo tuvo que cuidar de la crucifixión del Justo”.
Hablando de Cataluña, la Audiencia Territorial de Barcelona, hoy Palau de la Generalitat, parece que ya vaticinaba los actuales “sucesos”. Se castigaban delitos políticos como ahora los de terrorismo. Y la escalera gótica de la Audiencia de Barcelona, transitada por el verdugo y los reos condenados a muerte, hoy la ocupa el presidente de la Generalitat. Allí han caído varios políticos que se creían intocables…
La Audiencia Territorial de Barcelona era para Nicomedes su segunda casa; se refugiaba en ella como la tortuga en su concha. La visitaba cada primero de mes para cobrar su sueldo de funcionario, deambulaba por su patio de los naranjos, subía sus escaleras, asistía a los juicios donde se olía la pena de muerte y acostumbraba a oír misa en su capilla de San Jorge. Marginado por toda la sociedad, buscaba en los ujieres, alguaciles y porteros de estrados un gesto de amistad. Allí acudía, además, para limpiar y engrasar los manubrios y collarines de cuatro instrumentos de garrote vil que guardaba en el tabuco del sótano. En este palacio que fue de la Justicia todos vestían de uniforme: los abogados usaban toga con birrete; los fiscales, toga, medalla y bastón; los porteros y alguaciles, pantalón y casaca azul oscuro con botón dorado, galón de oro y sombrero apuntado. Al único funcionario que se le permitía trabajar de paisano, con su sombrero de hongo y abundante bigote, era al ejecutor de la Justicia. Su esposa, Alejandra Barriuso, le recriminaba que pasara allí más horas que en su casa. Nicomedes Méndez trabajó como brazo de la ley en este bellísimo edificio gótico durante treinta y un años, desde su toma de posesión en 1877 hasta 1908, cuando se convirtió en sede de la Diputación Provincial de Barcelona.
Esta tremenda biografía de Nicomedes merecería una película o serie
Gran parte de su acción transcurre en el edificio más emblemático y conocido de Barcelona: el Palau de la Generalitat, del que ya hemos hablado. Su geografía abarca fotogénicos e interesantes pueblos repartidos por nuestra geografía, donde a Nicomedes le correspondía levantar el escenario de sus patíbulos en cumplimiento de las condenas a muerte. El objetivo de la justicia era retorcido: enseñar a la gente a no matar gente, matando gente. El argumento de la desgarradora existencia de Nicomedes no tiene parangón.
¿Cómo se ha enfrentado a Nicomedes y sus ejecuciones, usted como católico…? ¿Situado ante el papel en blanco, sus palabras nacían desde las tripas o desde el corazón?
No, no soy partidario de la pena capital, aunque esté entre dos fuegos o iluminaciones: el quinto mandamiento de la Ley de Dios: “No matarás”, y la frase que San Lucas pone en boca de Jesús: “Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo precipitaran al mar, antes que escandalizar a uno de estos pequeños”. Para escribir la obra he contado con la experiencia, con mi oficio. Después de publicar varios libros de poemas, de cuentos, novelas y ensayos, he aprendido a tallar cada palabra como un rubí; a intuir qué personaje me aportaría el summum de la biografía para investigarla hasta el último dato y novelarla.
Este personaje daría un buen tema a Iker Jiménez para Cuarto Milenio. El Palau de la Generalitat ofrecería con su estilo gótico el marco más sombrío y adecuado para evocar la biografía de Nicomedes Méndez… Hace años, en la presentación de mi primer ensayo sobre ejecutores de la justicia (No matarás. Célebres verdugos españoles), ya compartí el plató de Cuarto Milenio con Inés Sánchez, la hija del verdugo Bernardo Sánchez Bascuñana durante la época franquista. Ahora tendría que entrevistarme con mayor razón, porque he metido el fantasma de Nicomedes Méndez en el Palau de la Generalitat. Un periodista me advirtió que no harían caso: “¡Ya hay demasiados dentro!”, exclamó con una sonrisa. Me lo imagino subiendo y bajando por su elegante escalera gótica, detenido y suspirando en la sala donde se reúne el Gobierno de la Generalitat, frente al mural de Tàpies, con capa negra y sombrero de ala ancha, igual que el fantasma de Lorenzo Huertas, su coetáneo y camarada, que vieron deambular por la Chancillería de Granada.
(Fotografía de Enrique Martínez Bueso)