Quizá, en ocasiones, asomen sentimientos de perplejidad; en otras, desasosiego e incertidumbre. Quizá, entonces, convenga, como respuesta a estos sentimientos, llenarnos de palabras cargadas de belleza y de verdad, ya sea en una conversación o sumergiéndonos en una lectura.
La llegada de El hombre del abrigo, de Valentí Puig, a las librerías, de la mano de Athenaica, que ha tenido a bien reeditarlo 25 años después de su primera publicación, ha sido un soplo de aire fresco, tanto a la expresión y al buen uso de nuestra lengua como al caudal de pensamiento bien fundamentado.
Si Stevenson proponía el uso justo y sabio de nuestra lengua así como su sentido de la acentuación de lo importante, qué mejor que dejarse guiar hoy por Josep Pla para volver, efectivamente, a lo leído y vivido y huir de ruidos infernales que causan crispación.
Con el escritor, articulista (actualmente en El Periódico y El Periódico de España) y ensayista Valentí Puig, que hace una interpretación justa de Josep Pla en El hombre del abrigo, IDEAS mantiene esta estimulante conversación acerca del escritor catalán que, “con un adjetivo radical nos hace comprender que la naturaleza y la vida tienen secretos, que todo se complica y que la belleza existe”. Por otro lado, conocía tanto “el valor de la política de lo posible” que es un magnífico referente para entender la España de Sánchez y lo grotesco del “procés”. Ahora que nuestro tiempo para leer se encoge todos los días —escribe el articulista Puig—, está en nuestras manos saber penetrar en el alma de las cosas leyendo al que fuera uno de los grandes cronistas del siglo XX.
Como aperitivo, quédense con la sabiduría mediterránea del autor ampurdanés acerca de qué le gustó de la vida: “Hablar con la gente, mirar el cielo y leer libros”.
Dice Pla: “No soy un producto de mi tiempo; soy un producto contra mi tiempo”. Siempre le acompañará esa fama de escritor de minorías. ¿Qué tiene Pla para seguir persuadiendo a más y más lectores? Por cierto, ante esta recuperación de El hombre del abrigo, ¿cómo se siente usted cuando echa la mirada atrás?
El gran atractivo de Pla es nadar a contracorriente, resistirse a las inercias, a los lugares comunes. Con Pla esa resistencia se hace con contradicciones y aquí está uno de sus poderes como escritor de prosa tan dúctil y gustosa. Va mirando las cosas y, de repente, se planta con un adjetivo radical y nos hace comprender que la naturaleza y la vida tienen secretos, que todo se complica y que la belleza existe. Pla hace inteligible lo que es confuso, por su propia razón de ser. Sí, escribí El hombre del abrigo hace más de un cuarto de siglo. Sigo leyendo a Pla como cuando mi padre me lo recomendó en la adolescencia. Diría que hoy tiene más lectores que nunca, en toda España. En parte es porque se añora la literatura con carácter y libre de dogmas. Me gustaría que la reedición de este libro por Athenaica sirviera a los nuevos lectores de Pla.
¿Es hora de volver a la emoción? “La cuestión es escribir sobre cosas que tengan un interés humano”, dice Pla. En esto debería consistir también el periodismo, hoy que se desprecian los hechos y se hurta la verdad. ¿Vivir la historia es más difícil que leerla o escribirla, como apuntaba en Viaje en autobús?
Ahora estamos sumergidos en el emocionalismo y es abusivo. El emocionalismo mediático hace los titulares. Pla, no. Si a veces es sentimental pronto se desembaraza de la sentimentalidad, no la deja expandirse. Ahí usa el escepticismo, un descreimiento fruto del paisaje, de la experiencia histórica y el trato humano. Al mismo tiempo, vivió momentos históricamente tan decepcionantes que todas las ideologías le desengañaban. Después del desastre de la guerra civil, había que dar las gracias por estar vivo y reanudar la vida procurando no contribuir a un nuevo desequilibrio entre orden y libertad.
Pla creía en la exigencia de orden y era un conservador que creía en la libertad. No creo que se sorprendiera mucho ante lo que está pasando ¿Qué cree que opinaría hoy?
El Pla adulto es un hombre muy precavido. Lo ha visto casi todo. Supongo que ahora insistiría en que es más fácil destruir que construir. Que cuando no hace falta cambiar, no hay que cambiar. Recordaría el poder destructivo de la naturaleza y el valor de la política de lo posible. Me pregunto qué pensaría de los cambios tecnológicos, de la caída del muro de Berlín o de Trump, de la cocina liofilizada. No andan muy finos los que le atribuyen una identificación con el franquismo. En realidad, Pla sabía que en una guerra civil los buenos no están todos de un lado y los malos del otro. Sin entender eso no se entiende nada.
Todo un “esfuerzo titánico el de Pla por hacer del catalán una lengua literaria moderna, versátil, con lectores, despojada de juegos florales”. Y lo consiguió, por su parte. ¿Escribir es defender una época? ¿No es demasiada responsabilidad para una persona que, entre otras cosas, se sintió hasta agotado tras sufrir el desprecio (aquel Premio de Honor de las Letras Catalanas que le negaron)?
La obra de Pla es, en buena parte, una reconstrucción del paisaje y de la humanidad de su tiempo. Piense en los dietarios, su obra narrativa o los “homenots” —biografías de personajes conocidos—. Ahí está el Viaje en autobús con su observación de la postguerra inmediata. A la vez, su mirada sobre Europa siempre es certera. Y todo se queda convertido en literatura. Se le acusa de sucesivos cambios de camisa para no aceptar que tuvo, intelectualmente, mucho sentido de la responsabilidad.
Una lengua debe ser fácil y cómoda; jamás una forma de heroísmo, decía Pla…
A diferencia del nacionalismo que ha querido hacerse suya la lengua catalana, y así ha ido la inmersión lingüística, Pla aspiraba a una lengua para todo, para todos, sin épica romántica de re-alquiler, ni ruralismo. Me pregunto qué sería Barcelona sin Cataluña. El catalán que quería Pla debía poder tener la precisión de un texto jurídico, incorporar las grandes prosas, la elegía, la crónica periodística, la abstracción y el día a día, la postal. Pero esa lengua adaptable requiere mucho esfuerzo y talento. Pla lo tenía.
Para Josep Pla “escribir es un sentido de lealtad a la vida”, y así me lo imagino a usted también —poeta, ensayista, articulista…—. “El desencanto es la pérdida de luz, de esperanza, de belleza, quizá es la única lealtad y honestidad verdadera que nos queda”, ¿es así?
Sí. Es un anti-metafísico. Como conservador, recela de las abstracciones. Hay que ser leales a la vida incluso cuando creemos que nos traiciona. A Pla sus enemigos le llamaban el hombre del acordeón porque es un instrumento que se estira y contrae. Su literatura, por el contrario, incluye piezas de cuarteto, solos de saxo y alguna aria. Vea que solo la mediocridad puede juzgarle tan negativamente.
Coincide con Pla en que “la escritura no es sino una manera de ordenar el pensamiento”. Vamos a ordenar, pues: hablando de Prat de la Riba decía: “En España un gobernante no es más que un opositor, momentáneamente triunfante, que aplica y realiza sus ideas de oposición”. Esto explica que en España nunca se gobierna por “alguna” cosa, sino que se gobierna siempre “contra alguna” cosa. Suena tan actual… ¿No hemos aprendido nada? ¿Hemos hecho algo realmente bien?
De Prat de la Riba importa más lo que hizo —bibliotecas, carreteras, la sinergia de la Mancomunitat— que lo que escribió. Conviene recordar que la reforma de la administración local que posibilita la Mancomunitat provino de una iniciativa de Maura, es decir, del Estado. Luego viene la complicidad entre Pla y Tarradellas en el exilio. A Tarradellas le sirvió de mucho el ejemplo inmediato de De Gaulle, los gestos, el sentido institucional. Eso fascinaba a Pla. Y así Tarradellas logró lo que parecía imposible, regresar y ser presidente de la Generalitat en el proceso —de la ley a la ley— que hizo posible la transición. Al regresar, le impuso a Pla la Medalla de Oro de la Generalitat, en compensación por aquel Premio de Honor de las Letras Catalanas que el nacionalismo le había negado mezquinamente. No lejos de casa tenemos una carretera de los tiempos de Prat de la Riba. Los pequeños puentes lo aguantan todo. Eso se hizo bien. Yo creo en la política que quiere hacer bien las cosas, con la mínima ideología y la máxima responsabilidad. Es todo lo contrario de la España de Sánchez.
Ya tenemos nuevo Govern y la lengua es, como siempre, vehículo para la perversión del lenguaje. Ahora vivimos en un “espacio público compartido”, se subvenciona todo aquello que esté escrito en catalán… Sin embargo, la realidad en la calle es otra. El tanto por ciento que habla catalán, por ejemplo, es menor de lo que cuentan…
Parto de la realidad que Cataluña es bilingüe casa por casa, casi familia por familia. El nacionalismo no quiere ni puede reconocer eso. Las lenguas necesitan capacidad de persuasión y no normativas excluyentes. En Barcelona, el uso del catalán retrocede mucho por zonas. La imposición ha dañado el uso normal del catalán. Y a la vez, el catalán, amparado por la Constitución de 1978, nunca ha tenido tantas oportunidades. Incluso me temo que las nuevas generaciones, las de la inmersión lingüística tienen pocas ganas de leer en catalán. Ya sabíamos que la cultura de Cataluña es creada en catalán y en castellano, pero el nacionalismo lo ha negado y sigue en eso. Yo creo que las dos lenguas han de ser vehiculares.
Qué valioso destacar la palabra, la belleza de la expresión. Pla era lo excelso en lo verbal, su adjetivación: “Luz dulce, mate, vaga, dócil, flotante” decía de los pubs ingleses. ¿Somos los grandes perdedores, hoy que la palabra está perdiendo su sentido?
Se da una degradación del lenguaje, un deterioro semántico y un bajón de la calidad expresiva. La literatura, casi en todas partes y con excepciones individuales, es muy monótona aunque quiera vivir de las fórmulas con sorpresa que ya no sorprenden a nadie. Los muchos lectores que tiene Pla son la prueba de que hay otra manera de entender la literatura. Cabe todo si hay lucidez, pasión y estilo. La corrección política destruye lenguaje, desintegra la relación entre la palabra y su significado. Quizás un puñado de jóvenes estén escribiendo ya de otra manera. No soy fatalista.
Me gustó, por acertado, aquello que escribió sobre los licenciados en Filología: “Miles de licenciados en Filología pretenden cambiar el mundo con una novela”. Decía también que, “pronto los departamentos de Filología catalana, como no tienen nada más que hacer, programarán una asignatura sobre las novelas del desencanto del procés”. Qué desvirtuado todo…
Eso fue el pujolismo. El intervencionismo cultural en nombre de una nación imposible. Subvencionaba la cantidad y desconfiaba de la calidad. Era mejor tener muchos escritores a medias que un puñado con excelencia. El reconocimiento natural del catalán luego se manipuló aplicando el sistema coercitivo de la inmersión lingüística. Con el independentismo todo fue a peor. Los argumentos del “procés” eran de una cualidad intelectual ínfima. Ahora muchos escritores y periodistas implicados en el “procés” ya están mirando para otro lado. Compare la literatura catalana de los años sesenta —siglo XX— con la actual. El contraste es llamativo, aunque por decir eso te pueden castigar de cara a la pared.
También hablaba sobre los talleres de escritura. “Nos debería importar el Pla escritor, su lucidez intelectual y aprender a escribir leyendo su prosa, no yendo a talleres de escritura”. Esta burbuja de negocio para aprender a escribir también es para analizarla…
Para ser escritor hay que hacer lo de siempre, leer y ver como los grandes escritores han escrito sus novelas, sus libros. Aprender de los que lo han hecho bien. No hace falta ir a talleres de escritura. La literatura es otra cosa, confrontar la realidad, domesticarla con la palabra. Así llegó Pla a escribir sus mejores libros.
Ese toma y daca entre Gobierno y Gobierno catalán me lleva a aquello de Quevedo, “nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir”. Cuando Tarradellas -a cuya sombra parece Illa sentirse pleno- regresó del exilio, Pla le preguntó qué pensaba hacer: “Todo menos el ridículo”, justo todo lo contrario que estamos viendo…
Ciertamente, el gobierno de Pedro Sánchez está en un atolladero que es —como diría Pla— “manicomial” y que resulta incomprensible en el resto de España. Se diría que el PSOE está perdiendo votos ininterrumpidamente. Para la investidura de Illa, Sánchez ha llegado a extremos insólitos, como su crítica al poder judicial. De todos modos, soy de los que piensan que en la sociedad catalana hay tantas ganar de olvidar el “procés” que quizás incluso esté pactado engañarse recíprocamente para ir tirando. Junts es una chatarra sin carburador y ERC es la guerra interna permanente. Faltan piezas para iniciar otro tiempo. Salvador Illa es un recambio pero en una situación endemoniada. Veremos sus primeros cien días.
La mediocridad, dice usted, es gran culpable de lo que estamos viendo. Hay que destacar nuestra voluntad de esfuerzo cuando el sistema sólo te ofrece mediocridad, somos unos héroes, ¿no cree? Usted resume muy bien ante quienes estamos, “un personal chapucero, rústico y, a veces, desvergonzado”…
En el pasado el nacionalismo catalán tuvo mentores de calidad, aunque se discrepe de sus postulados. Con el “procés” esto no ha sucedido y ha sido aparatoso como el búnker independentista —político-mediático—, con toda su inanidad intelectual, ha logrado desplazar del escenario los argumentos que defendían el vínculo hispánico y advertían de los riesgos de una secesión. Y así hasta la grotesca espantada de Puigdemont. La picaresca del “procés” ha tenido personajes de parodia.
Por otra parte, cada vez más, las noticias de sucesos son primera plana. Un viento de locura parecido a la tolvanera azoriniana –apuntaba Manuel Alcántara-, capaz de mover las cosas quietas y que, describía Pla, “se está colando por todas las rendijas de nuestra desajustada España…” ¿Qué opina sobre la deriva que está tomando tanta violencia…?
Estamos ante una crisis de autoridad, incentivada por la palabrería post-moderna. Pla era escéptico pero no relativista que es lo que ahora prepondera. Deslegitimar la autoridad es muy peligroso. Acaba en psicosis y agresión. Son inolvidables las contorsiones del consejo de ministros PSOE-Sumar. Efecto llamada en inmigración o silencio ante las elecciones venezolanas.
Se habla ya abiertamente del tema de la inmigración. Hasta ahora no era políticamente correcto, el buenismo negaba esa realidad, como usted decía. Como Pla, usted ya adelantaba lo que se venía, “África es una bomba de relojería”…
Durante años, en toda Europa el consenso de postguerra funcionó. Tenía que funcionar. Eso produjo inercias. Por ejemplo, no asumir que la inmigración estaba preocupando a la gente. Y ahora tenemos que esa preocupación ha cambiado el mapa político de Europa. El buenismo ante la inmigración ha sido —y es, todavía, con Sánchez— un error que se pagará carísimo.
Josep Pla distinguía entre amigos, conocidos y saludados. Será verdad que a España no la va a conocer ni la madre que la parió, que dijo aquel. En esta España de intereses creados, de Gobiernos sustentados por socios que están en contra de España, ¿en qué categoría situamos a esta respetable España, cuna de Quevedo, de Goya, de Velázquez, de Cervantes…?
Sigo creyendo en una España que suma. Eso es, 1978. La cifra clave es la Corona. Pla hablaba de la buena gente. Si no hubiera buena gente estaríamos en un pedregal. Y no es así. Quizás haría falta un relevo generacional en la política y, de otra parte, es probable que entremos cualquier día en un ciclo liberal-conservador. Yo estoy por el moderantismo y por no hacer experimentos. Por ejemplo, salvemos el sistema educativo de la destrucción progresista. Estoy por la continuidad entre generaciones, un vínculo.
“La vida consiste en estar siempre en un lugar muy distinto de allí donde desearías hallarte”. Una fuerza oscura impulsaba a Pla a salir de casa, viajar, observar, pero quizá no tenía otra justificación que la de volver un día u otro a casa. Usted vive en un lugar rodeado de belleza, escribe frente a un paisaje que da paz. ¿Volver a casa fue la mejor elección?
En estos tiempos la gente viaja por viajar, sin enterarse de nada. Con tanto viaje de IMSERSO los ancianos de la tribu han perdido sabiduría o ya no la transmiten. Eso debilita la continuidad de las cosas que importan. Los experimentos con la familia coinciden con las tesis del transhumanismo. Volver a la entelequia del hombre nuevo nos devuelve a lo peor del siglo XX. Cada vez que se ha querido trastocar la naturaleza humana los resultados han sido monstruosos para todos. Saber quedarse en casa no es una filosofía tonta. No vayamos a perder por completo el sentido de pertenencia, las raíces, la memoria familiar. Pla sabía que lo mejor del viaje es el regreso.