AfD y la maldición del Sonderweg

La teoría de que Alemania ha seguido un camino histórico especial, distinto al de otras naciones, es anterior a la Segunda Guerra Mundial

Vivimos, quizá, el primer año del gran cambio de paradigma en la política mundial, el principio del fin de un modelo asentado en la posguerra mundial, y muchos esperaban que Alemania fuera la siguiente pieza en caer en este dominó de regreso al soberanismo que ha acelerado la victoria de Donald Trump.

Alemania es caza mayor. Si Alemania se decantase por el soberanismo, probablemente el globalismo se desmoronaría en pocos años en el Viejo Continente. La locomotora de Europa, después de todo, ha sufrido más que ningún otro país occidental las consecuencias catastróficas de tres epifenómenos del globalismo: una inmigración alógena masiva que está transformando irreversiblemente la nación, una fantasiosa ‘agenda verde’ que está destruyendo la industria alemana y un agresivo alineamiento contra Rusia en la guerra en Ucrania que le ha privado de la energía barata que sus fábricas necesitan. En una situación tan desesperada, ¿cómo es posible que el único partido soberanista, la única opción diferente al rumbo que está llevando a Alemania al precipicio, Alternativa para Alemania (AfD) no haya obtenido más del 20% del voto en las pasadas elecciones legislativas?

La respuesta tiene nombre y apellido: Adolf Hitler. Es la sombra omnipresente en la vida política y cultural de Alemania, un fantasma que sigue condicionando la psique colectiva del país. El ahora cesante canciller socialdemócrata Olaf Scholz ha reflejado esta losa psicológica en sus declaraciones más recientes. En la última tenida del Foro Económico Mundial, Scholz se defendió de quienes acusaban al gobierno alemán de reprimir las opiniones disidentes en Internet alegando que en Alemania se respeta la libertad de expresión, solo que no se aceptan las opiniones de ultraderecha. ¿Por qué de ultraderecha, y no las opiniones extremistas, sin más?

Más explícito fue al responder al duro discurso del vicepresidente norteamericano J.D. Vance en la Conferencia de Seguridad de Munich: “Rechazo expresamente lo que dijo el vicepresidente estadounidense Vance. La experiencia del nacionalsocialismo ha llevado a los partidos democráticos de Alemania a un consenso común: el cordón sanitario contra los partidos de extrema derecha”. Lo que está diciendo entre líneas Scholz en otras palabras es que Alemania nunca podrá ser una democracia normal. Como en las redes sociales, en Alemania todo va de Hitler.

Aunque hayan pasado más de tres cuartos de siglo, el colapso que vivió Alemania en 1945 –militar, político, económico y, muy significativamente, moral– está grabado a fuego en el alma de cada alemán aún hoy en día, y con él la necesidad de demostrarse y demostrar al mundo que han aprendido la lección, el “nie wieder”, nunca más.

Pero lo que convirtió el trauma y la culpa nacionales en algo muy parecido al autoodio o, al menos, a una enfermiza alergia a todo lo que se sonase a reivindicación patriótica, fue la interpretación que se elaboró para explicar el surgimiento del nazismo: el Sonderweg, el camino especial, que postula la aparición del régimen nacionalsocialista como una inevitabilidad histórica, algo a lo que abocaba irremediablemente la historia de Alemania.

El del Sonderweg es un concepto historiográfico que en su forma moderna, postula que el Holocausto sólo pudo haber ocurrido en Alemania porque ese país siguió un «camino especial» separado de otras naciones y único en sus particularidades. Según esta teoría, el antisemitismo de los alemanes estaba tan profundamente arraigado en su cultura e instituciones que Hitler fue meramente un desencadenante de un Genocidio que, en cualquier caso, estaba destinado a producirse. Es la versión más popular de un lado del debate Historikerstreit de la década de 1980 y tuvo su versión más extrema y enloquecida en Los verdugos voluntarios de Hitler, de Daniel Jonah Goldhagen, hijo de un superviviente del Holocausto. La tesis de Goldhagen es que el pueblo alemán estaba predispuesto a participar en un «antisemitismo exterminador» a causa de la cultura alemana en su conjunto, desde los hermanos Grimm, Wagner y Nietzsche hasta la forma de las iglesias alemanas.

Curiosamente, aunque con otro nombre, la teoría de que Alemania había seguido en su historia un camino especial, fundamentalmente distinto al de otras naciones de su entorno, es bastante anterior a la Segunda Guerra Mundial. A finales del siglo XIX algunos conservadores alemanes disertaban con orgullo sobre la especificidad de la evolución histórica alemana, en la que la élite había generado instituciones políticas sin esperar a verse forzada hacerlo por una revolución desde abajo. En plena ‘primavera de los pueblos’, como se denomina al periodo revolucionario europeo de mediados del XIX, Alemania siguió siendo un Estado autoritario gracias a la iniciativa de los terratenientes y líderes militares alemanes, a diferencia de lo que ocurría en el resto del continente. Alemania, y eso es indiscutible, se diferenció del resto de Europa en el hecho de que se convirtió en un estado antes de convertirse en una nación.

En los años treinta, el filósofo y sociólogo Helmuth Plessner (en la foto), entonces exiliado en los Países Bajos, desarrolló el concepto de Alemania como “nación tardía” (verspätete Nation) en el que ya aparecían muchas de las ideas clave de la posterior teoría del ‘camino especial’ de Alemania hacia la modernidad.

Así, Plessner veía en la reacción alemana al humanismo político de Europa occidental una actitud presuntamente fundamentalista antioccidental. También postulaba que los alemanes carecían de un «concepto de Estado», la naturaleza «apolítica» de la burguesía alemana, una natural deferencia a la autoridad arraigada en el luteranismo alemán, la supuesta «falta de tradición», vulnerabilidad al nihilismo y una inclinación hacia lo que llamaba «biología autoritaria».

Con excepciones más o menos disparatadas como la del citado Goldhagen, la teoría del Sonderweg está ya ampliamente superada desde hace décadas en círculos académicos. Quizá el golpe de gracia se lo diera en 1978 Rudolf Vierhaus, de la Universidad de Gotinga. Sostenía Vierhaus que esa evolución pretendidamente “normal” que todas las naciones y estados deben seguir para evitar el fracaso no existe.

Pero lo que importa es su impronta en el pensamiento colectivo alemán, y ahí la teoría no solo sigue viva, sino que es, por así decir, la versión oficial, el relato obligado, lo que hace que cada niño étnicamente alemán nace con una marca indeleble, un pecado original imborrable, la Kriegsshuld, la culpa por la guerra.

Pero el hecho de que un partido expresamente soberanista y patriótico se haya convertido en la segunda fuerza en Alemania es poco menos que un milagro. Ese 20% que para un observador externo puede parecer insuficiente dados los problemas que amenazan con destruir el país es, en realidad, un inesperado prodigio. Significa que una parte considerable y creciente de alemanes se han sacudido ese fantasma que ha obligado a todas las generaciones desde el final de la Segunda Guerra Mundial a renunciar a una reivindicación explícita de su identidad nacional.

En sus primeras palabras tras las elecciones, el presumible futuro canciller alemán, el democristiano Friedrich Merz, ha expresado precisamente la mentalidad de la Alemania aún castrada por la culpa, al hablar antes de beneficios para Europa que de iniciativas a favor de Alemania. Porque la Unión Europea, la identidad vacua de la UE, fundirse en Europa ha sido la forma de huida convencional de Alemania con respecto a su ser nacional. Alemania, por parafrasear a Ortega, es el problema –el pecado imperdonable– y Europa es la solución, la absolución, la disolución.

Pero ya despunta una Alemania desembarazada de un pasado inmovilizante, de una culpa que, como en algún pasaje veterotestamentario, persigue a los hijos hasta la séptima generación. Una Alemania, en fin, dispuesta a ser alemana sin complejos, en el convencimiento de que el verdadero Sonderweg, el camino históricamente anómalo, es el de tratar de desprenderse de lo que constituye el ser mismo de la nación.

Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.

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