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Atenea: una apología a la insurrección

La semana pasada se estrenó la película «Atenea» que aborda la espinosa cuestión de la tensión que viven los quartiers de la periferia francesa. Dirigida por Romain Gavras, hijo del aclamado Costa-Gavras, este drama social narra la historia de una familia francesa de origen argelino cuyo hijo menor, Idir, es asesinado presuntamente por un grupo de agentes (que se ven implicados en un caso de brutalidad policial y que acaban siendo encubiertos por la policía).

Más allá del arco dramático de cada personaje, lo cierto es que Gavras enfrenta claramente dos actitudes ante la desgracia de perder un ser querido. Por un lado, Karim, que es un joven que busca venganza y organiza al resto de desdichados de los suburbios de Athéna. Sus acciones las preside la ira: “Hasta que no nos den los nombres es la guerra”. Por otro lado, Abdel, que es un militar responsable que vela por la seguridad de sus conciudadanos y vecinos: “Créeme, no querrás que haya una guerra”.

Se trata de una apología a la insurrección que toma como sujeto revolucionario a los jóvenes de las “no-go zones” de la periferia francesa islamizada

Así dispuestas las fichas, cuando uno se sienta frente al televisor, ve exactamente lo que esperaba encontrar. Básicamente, se trata de una apología a la insurrección que toma como sujeto revolucionario a los jóvenes de las “no-go zones” de la periferia francesa islamizada y que encumbra el típico antiestatismo necio que desprecia y deslegitima todo aquello que tenga que ver con las autoridades. Jóvenes que creen estar protagonizando una revolución al grito de “¡Somos los putos amos!” mientras ondean la bandera tricolor (emblema republicano, mancillado por una facción antirepublicana y particularista). En definitiva, la película de Gavras es un buen acicate para pensar lo que en la literatura académica se denomina “territorialidades” o “legitimidades superpuestas”, es decir, zonas en las que se ha creado una paulatina paralegalidad tal que el Estado ha perdido el control efectivo sobre ellas.

El politólogo Heriberto Cairo Carou nos da claves para “distinguir en relación con el Estado-nación dos usos de la palabra territorialidad: en cuanto realidad de derecho se refiere a la vinculación jurídica entre determinado territorio y las personas que se encuentran en el mismo, en tanto percepción del self alude a un territorio que es considerado por un grupo de personas como el marco normal y exclusivo de sus actividades”. Analizar la película a partir de estas coordenadas nos permite ver cómo hay un divorcio real entre la territorialidad de la República Francesa (como realidad de derecho) y la autopercepción de una parte creciente de su ciudadanía que no respeta ese marco de convivencia. Permítanme poner un par de ejemplos que dan cuenta de este fenómeno. Cuando los jóvenes han asaltado y saqueado la comisaría, huyen en una ambulancia con las armas en dirección a Athéna, el barrio que ya está dispuesto para una guerra civil. En primera instancia no lo consiguen ya que los jóvenes del barrio al ver que se trataba de una ambulancia tratan de rechazar su entrada a pedradas, parapetados en las barricadas (en otras palabras, tan siquiera una ambulancia por el hecho de ser un vehículo, que representa la oficialidad del Estado francés, está autorizada a entrar en sus confines). Más adelante, uno de los amotinados desde la azotea se jacta de estar meándose sobre los antidisturbios que intentan entrar en el edificio.

La peculiaridad del caso francés es que la Ley (…) se ha substituido por otro marco legal, la ley islámica

Vamos a ver, esto es un hecho que se da no sólo en Francia, sino en todos aquellos suburbios en los que la Ley se ha convertido en la falta absoluta de normas. La peculiaridad del caso francés es que la Ley no es tan sólo la suma aritmética de los intereses de mafiosos, delincuentes y extorsionadores, sino que se ha substituido por otro marco legal, la ley islámica, la Sharia. Además, esto resulta especialmente sangrante si atendemos al siguiente dato: 8 de las 10 ciudades europeas con mayor tasa de criminalidad son francesas (Nantes, Marseille, Niza, París, Lille, Montpellier, Grenoble, Rennes…). Creo que no es necesario desvelar cuál es el credo mayoritario entre los inmigrantes en dichas ciudades…

Si bien esta película no es novedosa en este sentido, sí hace hincapié en al menos dos cuestiones que merecen ser señaladas.

Por un lado, describe una realidad dual a nivel generacional. Los jóvenes son los vándalos revolucionarios que buscan venganza airados contra un sistema que no les comprende. Luego están los adultos de talante conservador que discuten en la mezquita sobre cómo evacuar a mujeres y niños. Esta contraposición es tan explícita que Gavras deliberadamente entre los insurgentes sólo incluye a dos adultos: un drogadicto y un excombatiente yihadista con formación en artefactos explosivos.

Aunque a priori esta dualidad pudiera ser interpretada como una crítica a los excesos de la juventud, en el fondo está instalado el buenismo izquierdista que nos alecciona continuamente: “hay musulmanes buenos y musulmanes malos”. No obstante, si nos abstraemos por un momento de la película podemos constatar que en todas y cada una de las 4 grandes ramas del islam existen visiones rigoristas, “discursos de odio” que en última instancia se organizan como grupos terroristas: Hanafí (salafistas en Egipto o wahabitas en Arabia Saudí); Malikí (en el norte de África como Boko Haram); Shafi’i (Indonesia, Yemen o el Cuerno de África que surgen de Al-Shabaab); Hanbalí (insurgencia yihadista en el Sinaí). ¿Casualidad?

Luego está la cuestión de la fe religiosa stricto sensu. Hay una escena en que, durante el velatorio del niño, sus hermanos Karim y Abdel cruzan las miradas. Karim lo escruta acusatorio porque no da crédito de que su hermano mayor se refugie en la oración en lugar de ayudarle a luchar contra la opresión perpetrada por los medios de comunicación y los responsables del asesinato. En este mismo contexto, se da uno de los momentos de máxima tensión argumental cuando la que parece su hermana increpa a Abdel:

“¿Por qué vas de santurrón ahora, no haces la guerra normalmente? ¿Pero a ti qué coño te pasa? ¿Te sigue apeteciendo obedecer? ¿Después de lo que han hecho, por qué no quieres quemarlo todo? Pero ¿no te das cuenta de que la guerra ya ha empezado?”. He aquí un aspecto fundamental. Ese querer quemarlo todo tan prototípico del hombre fáustico posmoderno parece que se promueva por activa y por pasiva en los productos culturales de la izquierda mainstream, como ensayando escenarios para nuevas revoluciones de colores: Seattle, Génova, Primavera árabe, Euromaidán, lo mismo da. Son todo expresiones de una disidencia controlada ideada para que todo se descontrole. Quizá el filósofo Diego Fusaro esté en lo cierto cuando apunta que los fenómenos migratorios en la actualidad turbocapitalista están orquestados por las plutocracias supranacionales para fragmentar a la clase trabajadora, para despojarla de los derechos sociales adquiridos y para fomentar una cainita “guerra del último contra el penúltimo”.

La película naturaliza peligrosamente la radicalización de toda una comunidad a partir de una tragedia familiar (particular)

Sea como fuere, la película naturaliza peligrosamente la radicalización de toda una comunidad a partir de una tragedia familiar (particular). A diferencia de su padre, a Romain Gavras no le interesan tanto las pesadas estructuras sociales tales como la desigualdad o la falta de oportunidades entre los jóvenes. El hijo da por sentado el “hecho social” y parte de él como un apriorismo, no profundiza en el drama de la comunidad, sino en un drama personal que acaba permeando y contagiando a la comunidad entera. Esta narrativa resulta peligrosa, por razones obvias, porque cualquier evento puede ser el pretexto potencial para que estalle una insurrección (sin ceñirse siquiera a aspectos culturales, étnicos o religiosos). Karim, por ejemplo, en una arenga dirá: “Estamos aquí para que entiendan que se acabó lo de ser víctimas. Cuando ellos peguen, pegaremos; cuando ellos maten, mataremos. Nos hablan de inseguridad, vamos a enseñarles qué es inseguridad”.

Y es que muy en la línea de los trabajos anteriores de Gavras la película entremezcla escenas casi lúdicas, orgiásticas, luminosas con escenarios apocalípticos. Claramente esta película parece rendir tributo y homenaje a los motines en el suburbio de Clichy-sous-Bois (París) en noviembre de 2005. Aquello, que estalló con la muerte de dos jóvenes musulmanes de origen africano, se saldó con cerca de 1300 vehículos incendiados y 300 personas arrestadas. Aléssi Dell’Umbria en su libro ¿Chusma? (2009) extrajo de ello la siguiente reflexión “Más allá de la protesta contra las coacciones policiales, los incendiarios, habitualmente separados por el urbanismo de los suburbios, aspiraban a reconocerse entre sí. Y al hacerlo, accedieron a una celebridad escandalosa. Cotidianamente marcados por la hogra -el rechazo social- no pueden esperar reconocimiento social alguno si no es por medio del escándalo”. Hay que quemarlo todo, la guerra ya ha empezado y los bandos están perfectamente delimitados.

Este film no logra escapar de la estela cinematográfica en que dominan códigos maniqueos a la hora de abordar el acuciante problema de (…) la radicalización de los jóvenes en los guetos musulmanes de nuestras capitales europeas

Con todo, este film no logra escapar de la estela cinematográfica en que dominan códigos maniqueos a la hora de abordar el acuciante problema de la inmigración, la inseguridad y la radicalización de los jóvenes en los guetos musulmanes de nuestras capitales europeas. Contra esta pusilanimidad el filósofo progresista Slavoj Žižek escribió en 2016 a propósito de los atentados de París La nueva lucha de clases: los refugiados y el terror (2016). En este interesantísimo ensayo, Žižek nos anima a “evitar embarcarnos en la típica letanía de la izquierda liberal”. Y, aunque si bien es cierto que toma distancia tanto de los progresistas que abogan por el multiculturalismo, como de los populistas antiinmigración, lo tiene clarísimo: “Los mayores hipócritas son aquellos que defienden abrir las fronteras (…) ha llegado el momento de abandonar el mantra izquierdista según el cual nuestra tarea básica es la crítica del eurocentrismo (…) la máscara de la diversidad cultural la sustenta el presente universalismo del capital global (…) hay que acabar ya con ese miedo patológico de muchos izquierdistas liberales de Occidente a ser culpables de islamofobia (…) lo que se quiere alcanzar es la eliminación, en la medida de lo posible, de los ‘musulmanes occidentales moderados’, y radicalizarlos, creando así las condiciones de una guerra civil abierta”.   

Estoy seguro de que esta película será elogiada y encumbrada en todos los platós de televisión, en cada tertulia. Sin embargo, me gustaría recordarles -estimados lectores- que hace justamente un año se estrenó la película ‘Bac Nord’ (2021) también producida por Netflix, una historia real de corruptelas y mala praxis que tuvo lugar en Marsella en 2012 y que abordaba la misma problemática general, pero desde el punto de vista “equivocado”, es decir, el de los agentes de policía. Entonces, se dijo que se trataba de “la película de la extrema derecha” porque Marine Le Pen la recomendó, esperemos a ver quién recomienda «Atenea» y cómo es etiquetada para captar quiénes promocionan estas insurrecciones pretendidamente espontáneas y a qué fines políticos obedece. Lo que sí está claro es que pretenden que normalicemos un estado de cosas que sin las convulsiones que vivimos a diario (Saint Denis, Marruecos vs. Chile, fiestas de la Mercè, etc.) nos resultarían inaceptables.

Netflix lo ha vuelto a hacer, es una maquinaria perfectamente engrasada de crear opinión pública.

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