Auge y caída de los hombres con peluca

Las órdenes ejecutivas de Trump contra la ideología de género y las cirugías de reasignación en menores marcan un cambio de tendencia cultural

En el principio fue Bibí Andersen. Hay que reconocer que daba el pego. Llegó con el Destape, aquel cambalache transicional por el que la libertad consistía en ver tetas y más aún si las llevaban hombres, saltando al cine con una película titulada precisamente Cambio de sexo y afianzándose luego con el cine de Almodóvar. Como la moral tradicional no dejaba de ver dignidad/alma hasta en el más extraviado, aquí teníamos a Paco Martínez Soria — encarnación misma del español promedio— un tanto desconcertado ante el asunto, pero elogiando a la vedete «bella como un ramo de flores». Ea, que se vista y peine como quiera, venía a decir. Al fin y al cabo, era un juego de adultos y lo suyo se circunscribía al mundo del espectáculo, donde el transformismo siempre ha causado una particular fascinación, desde los cabarés hasta los carnavales. Años después, apareció en nuestras televisiones La Veneno, personaje dotado de indudable carisma, y para hacerle la competencia Javier Sardá llevaba a su programa a Pozí, un desdichado con notorios padecimientos físicos y mentales al que el paladín progresista disfrazaba con trajes de mujer o de niña entre las risas del público.

De manera que, por entonces, el travestismo podía ser a menudo espeluznante en su estética y moralmente cuestionable en algunos aspectos, pero en cualquier caso carecía de agenda política, al menos más allá de un soma hedonista ¡Eso ya estaba cambiando, aunque no lo supiéramos! En 1990, Judith Butler publicó su influyente El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad, todo un hito en el viaje de descenso a los infiernos que estamos esbozando, libro pleno de afirmaciones esotéricas y oraculares como la que siguen: «El hecho de que el cuerpo con género sea performativo muestra que no tiene una posición ontológica distinta de los diversos actos que confirman la realidad. Esto también indica que, si dicha realidad se inventa como una esencia interior, esa misma interioridad es un efecto y una función de un discurso decididamente público y social, la regulación pública de la fantasía mediante la política de superficie del cuerpo». Vale, ¿y esto qué significa? Digamos que veía en los travestis a los nuevos revolucionarios. Aunque, al final, esto también fuera performance.

Muestra de lo anterior la vivimos en nuestro país con el aterrizaje de Podemos, la quintaesencia del parto de los montes. No me detendré a desglosar en qué quedaron todas sus promesas, su santa indignación y en si trajeron alguna mejora para las vidas de otros que no fueran sus líderes, pues las luces de aquella fiesta ya se apagaron y en el escenario solo queda un borracho durmiendo la mona. Me centraré en su relación con el asunto transgénero porque ese fue uno de sus puntos programáticos fundamentales, quizá el más importante, si tenemos en cuenta que la aprobación de la Ley Trans fue la cuestión que más larga y agriamente les enfrentó con sus socios de gobierno. Recapacitemos sobre lo que esto significa a la luz del dato de que el 99,98% de los recién nacidos son de uno de los dos sexos, mientras que apenas un 0,018 por ciento a causa de diversas enfermedades congénitas resulta más complicado de clasificar. Ah, pero no estamos hablando de realidades biológicas sino de autopercepciones puramente subjetivas, pues como decía la propaganda de este partido, «solo las personas trans pueden saber quiénes son» ¿Como los Illuminati o el Club de la Lucha? Ojalá fueran así de discretos…

Según dijo Mónica Oltra durante un debate parlamentario: «yo soy mujer, no por mis genitales, lo soy porque pienso y me comporto como una mujer». Vale, ¿y cómo debe pensar y comportarse alguien para ser una mujer? Porque eso nos puede acabar remitiendo a La mujer tal como debe ser, del doctor Salustio y demás guías decimonónicas de urbanidad y buenas costumbres. Para negar la realidad natural de la distinción entre hombres y mujeres eleva por oposición las diferencias culturales a categoría diferenciadora: si un hombre lleva peluca y faldas entonces debemos fingir todos que es mujer. Ahora bien, si es su percepción subjetiva lo que realmente determina su sexo, ¿qué necesidad entonces de disfrazarse, hormonarse o someterse a cirugía? El «derecho a la autodeterminación de la identidad sexual y a la expresión de género» que anunciaba Podemos encierra en sí mismo la contradicción principal que lo destruye: Si la identidad de género no es un hecho biológico, la transexualidad tampoco. Si los genitales no determinan el género, no es entonces necesario mutilarlos para que haya tal equivalencia entre el sexo con el que se nace y el género del que uno «se siente».

Lo que nos lleva a la cuestión fundamental, aquello que le otorga gravedad trágica y que exige una rotunda oposición a toda esta diarrea ideológica: los tratamientos médicos de «reasignación», particularmente en menores, con sus consecuencias devastadoras e irreparables. Resulta muy recomendable respecto a estos temas el libro Nadie nace en un cuerpo equivocado, de los psicólogos José Errasti y Marino Pérez Álvarez. Publicado antes de que se aprobara la Ley Trans, recoge sin embargo otras disposiciones de diversos niveles de la administración, como la elaborada por ejemplo por el Gobierno Vasco —similar a la de otras autonomías— para detectar niños presuntamente transexuales en los centros educativos:

«Cuando el tutor o tutora de un grupo o cualquier miembro del equipo docente observe en un alumno o una alumna de manera reiterada la presencia de conductas que pudieran indicar una identidad sexual no coincidente con el sexo que le asignaron al nacer en base a sus genitales, o bien comportamientos de género no coincidente con los que socialmente se espera en base a su sexo, se procederá de este modo: El/la profesor/a o el tutor/a lo comunicará al Equipo Directivo del centro. El Equipo Directivo recogerá discretamente información complementaria sobre la situación y la contrastará con el tutor-a, con el personal docente y no docente. El tutor-a —junto al Equipo Directivo— valorará la conveniencia de hablar con el/la menor sobre su situación. El tutor-a —junto al Equipo Directivo— se reunirá con las y los representantes legales del/la menor, para informar sobre la situación observada, contrastar y valorar la situación».

Espero que no haya naufragado algún lector entre el lenguaje inclusivo. Ahora bien, ¿cuál sería la «identidad sexual no coincidente con el sexo que le asignaron al nacer en base a sus genitales»? Los autores del citado libro lo explican a continuación:

«Entre los protocolos de actuación no hemos encontrado ningún anexo en donde se incluya un inventario de comportamientos socialmente esperables en un alumno varón y otro paralelo referido a una alumna. Pero los materiales didácticos que asociaciones como Chrysallis están ofreciendo a las escuelas como recursos pedagógicos para tratar estos temas nos ofrecen ciertas pistas. En dichos materiales, por ejemplo, se cuestiona que una niña asignada al nacer como mujer sea auténticamente mujer si no le importa perder los pendientes, si salta de alegría cuando mete un gol, si se pinta un bigote o no le gusta vestir de rosa».

Con ese reglamento en la mano un profesor celoso de su tarea podría arruinarle la vida a cualquier joven, si tenemos en cuenta que la mencionada ley podemita da libertad a los mayores de 16 años para someterse a tratamientos de tratamiento hormonal y mutilación y a aquellos de entre 12 y 16 años con aprobación de sus padres. Bajo unos ropajes de tolerancia e inclusividad y tras la estela de la pedantería académica posmoderna dirigida a impresionar a incautos, estamos ante un sistema que no es mucho mejor que ponerse a vender heroína en la puerta de los colegios, pues acaso… ¿Ha habido alguna vez algún niño o adolescente que no se sintiera desconcertado en algún momento respecto a su propio cuerpo?

En Estados Unidos más de 5.700 menores de edad han sufrido cirugía de cambio de sexo entre 2019 y 2023. En uno de los casos se trató de un niño de 3 años. Las fotografías que servidor ha podido ver del resultado de tales operaciones son grotescas, meros experimentos médicos mengelianos. A esta cifra hay que añadir los casi 14.000 pacientes que han recibido bloqueadores hormonales. Son tratamientos irreversibles que los marcarán de por vida (no son pocos los que terminan en suicidio), que por su progresión en los últimos años tienen un componente de moda, de imitación —los activistas Queer tienen un particular empeño en visibilizarse ante los niños—, y que diagnostican erróneamente comportamientos que pueden estar relacionados, entre otras cosas, con la orientación sexual o con trastornos del espectro autista.

Por todo ello ha resultado de particular trascendencia las órdenes ejecutivas que ha firmado Trump en estos últimos días sobre tales asuntos. En la primera estableció que solo hay dos sexos, en la siguiente consideró que los transexuales no serán aptos para ingresar en el ejército y, finalmente, ha proscrito el apoyo federal a la cirugía de reasignación en menores de 19 años. Son medidas que salvan vidas, intrínsecamente buenas, que marcan un cambio de tendencia cultural. También en los países de su órbita, como España, donde hemos podido ver en los últimos tiempos no ya vedetes, sino hasta políticos con tales pintas, ¿qué será de ellos ahora que pasa la moda? Es significativo que, en los estertores de toda esta extraña doctrina del género, teñida a menudo de culto sectario, se produzcan noticias tan desconcertantes como la del grupo terrorista transgénero animalista y transhumanista de los Zizianos, que ya tiene varias muertes en su haber. Nuestro presente es ya un futuro distópico, esperemos que el péndulo se mueva a partir de ahora en la dirección correcta…  

Nacido en Baracaldo como buen bilbaíno, estudió en San Sebastián y encontró su sitio en internet y en Madrid. Ha trabajado en varias agencias de comunicación y escribió en Jot Down durante una década, donde adquirió el vicio de divagar sobre cultura/historia/política. Se ve que lo suyo ya no tiene arreglo.

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