Fútbol femenino: Cualquier historiador que, hoy día o en décadas posteriores, quiera trazar un recorrido contemporáneo de la idea de Nación española, de la percepción que tenemos de nuestra identidad y lazos comunes, deberá dedicar un capítulo al Mundial de Fútbol de 2010 y las dos Eurocopas que lo acompañaron ¡No hay boutade ni provocación alguna en tal afirmación! Fíjense cómo llegó a ser la cosa que el centro de Bilbao se desbordó de gente agitando banderas españolas al grito de «yo soy español, español, español» . No vasco, ni europeo, ni occidental, no. Esto, naturalmente, puso nervioso a más de uno… ¿Podría estar España saliendo del letargo del R78? Nuestro cine llevaba décadas bien amaestrado, el mundillo literario tiene bien asimilada la consigna guerrista de no moverse para salir en la foto, pero el fútbol —con su prodigiosa capacidad de arrastre—permanecía intolerablemente respondón, no solo reacio a dar muestras públicas de fidelidad al credo progresista, sino alimentando esa criatura tan sospechosa que es el patriotismo. La solución vino del fútbol femenino, hija predilecta del Ibex-35, troyano con el que retornar al deporte nacional al redil y convertirlo en otro espacio más donde replicar la eterna letanía feminista. Con el tiempo llegarían a ganar un Mundial, pero la exaltación patriótica fue convenientemente asfixiada ya desde el día siguiente por una de las polémicas más demenciales que hayamos podido contemplar. Quedaba así, bien clarito, para qué le sirve al poder el fútbol femenino y por qué lo fomenta.
Negacionista: Inicialmente fue una palabra que describía a aquellos que cuestionaban o directamente negaban el Holocausto judío. Tenía por tanto potentes connotaciones emocionales e ideológicas, no podía ser de agrado de nadie ser etiquetado así. De manera que era demasiado tentadora la posibilidad de emplearla para intimidar al adversario en discusiones completamente diferentes y así pasó a ser lanzada contra quienes cuestionasen el cambio climático y, también y más concretamente en España, contra aquellos que negasen la premisa ideológica feminista subyacente en la legislación sobre la «violencia de género». Ser negacionista ahora es, por tanto, salirse del consenso, sea cual sea este.
Diversidad: E pluribus unum («De muchos, uno») fue uno de los lemas nacionales escogidos en 1776 por los llamados Padres Fundadores de Estados Unidos. Tenía la noble aspiración de recoger sujetos de orígenes diversos —inicialmente solo europeos, eso sí— en torno a un proyecto común, una unidad de destino, si me permiten la expresión. Desde hace unos años, sin embargo, el lema que ha pasado a poblar la vida pública estadounidense es engañosamente parecido, pero diferente: «diversity is our strength» (la diversidad es nuestra fuerza). El primero proclamaba la importancia de la unidad, aunque sin excluir al diferente, el segundo simplemente celebra la diversidad como un fin en sí mismo y de forma contraintuitiva: sabemos que las sociedades heterogéneas a menudo han colapsado víctimas de enfrentamientos internos, que grandes imperios multiculturales eclosionaron en múltiples entidades, esas sí, más homogéneas. Como era previsible, en nuestro país los últimos años no han faltado figuras públicas imitando tales manifiestos sobre la diversidad.
Migrante: Suele ir precedido del término «persona» (véase la siguiente entrada). Las palabras van cargadas de intención y usar unas u otras condiciona la política aún sin que lleguemos a ser conscientes de ello —señalarlo es precisamente la intención de este humilde glosario— ¿por qué entonces en los últimos años los medios de comunicación y políticos hablan no del antaño habitual «inmigrante», sino de «migrante»? Si ambos términos son estrictamente lo mismo… ¿por qué no se usa indistintamente uno u otro? pongámoslos bajo el microscopio: el primero presupone una comunidad a la que se llega desde fuera, diferencia nacionales y foráneos, para el segundo solo hay gente indistinguible desplazándose de aquí para allá como aves en viajes estacionales y por tanto todos seríamos, en cierta forma, migrantes en un mundo en el que «las fronteras son cicatrices en la tierra», «la tierra es del viento» y «la patria es un hospital», de acuerdo a las enseñanzas de nuestros cráneos más privilegiados.
Persona: Personas migrantes, personas LGTBI, personas trans, personas racializadas, personas en estado de prostitución, personas con discapacidad… Palabra repetida hasta el hastío como señalización de virtud, pues supuestamente decir directamente «discapacitados», «prostitutas» o «negros» al parecer nos haría olvidar que son seres humanos. Para terminar de arreglarlo el movimiento ecologista lleva unos años planteando el reconocimiento de las «personas no humanas» para referirse a los grandes simios.
Populismo: Dícese de quien se sitúa del lado del pueblo frente a las élites, algo que es obligado hoy día dada la excepcional idiotez de estas. Durante los últimos años ha dado lugar a una ingente excreción de tertulias, artículos y ensayos de gente que adorna su discurso con palabras en inglés en torno a la verdadera naturaleza, la esencia misma, la verdad última en torno a este amenazador fenómeno del siglo XXI, por la cual al final se deducía que la democracia en sí misma era populismo. Ea, lo que diga Von der Leyen y ya está.
-Ista, -fobo: Las expresiones con tales sufijos más comúnmente empleadas en nuestra conversación pública, por no decir griterío partitocrático, acostumbran a ser palabras-policía que convierten en defectos morales las argumentaciones políticas. El oponente no expresa razones que puedan ser sopesadas y compartidas por pocos o muchos, sino un odio puramente subjetivo, psicologista, que lo descalifica para seguir expresándose. Así mismo, cuando se critica a alguien por su conducta, en realidad se estaría atacando a todo el colectivo del que formaría parte y que al parecer representa. En consecuencia, tal conducta queda automáticamente redimida.
Incel: Término de origen estadounidense importado, cómo no, a España para referirse a alguien que es involuntariamente célibe y que esta vez no suele ir precedida de «persona» (¿la minoría sexual más oprimida?). Como la acusación de «machista» ha sido repetida tan maniáticamente que ha terminado generando indiferencia en quien la recibe, había que probar otra cosa para referirse a aquellos que critiquen el feminismo. Servidor la ha visto utilizada hasta contra Elon Musk, padre de siete hijos. Es un recurso dialéctico que conlleva ciertas paradojas, pues encontramos que el hombre deconstruido y la mujer emancipada que recurren a él terminan siendo un poco como los de toda la vida, al considerar la promiscuidad masculina —a ellas nunca se las llama incel— como algo digno de celebración, símbolo de estatus, que dotaría a las opiniones políticas de alguien de una mayor legitimidad. Para ese viaje no hacían falta tales alforjas…
Mercadona: Hace unos días Yolanda Díaz agradecía con gran ditirambo a la revista Forbes, cuyo lema por cierto es «La herramienta del capitalista», su invitación a un evento en el que se premiaba además de a la susodicha, a un compañero suyo de partido que por algún motivo suele definirse a sí mismo como mujer, Elisabeth Duval. Alguien podría pensar que esta nueva izquierda apadrinada por el mundo financiero neoyorquino, cuyas preocupaciones oscilan entre los huertos urbanos, los carriles-bici y las minorías raciales y sexuales, habría olvidado por completo las cuestiones económicas. Craso error. Son frecuentes en sus discursos las alusiones ferozmente críticas a la mayor empresa con sede en nuestro país, una que emplea —según dicen, con buenos sueldos— a más de 100.000 españoles. Esa, en concreto, no les gusta nada. También son frecuentes sus reproches para otra gran empresa española de alcance mundial, Zara, y su propietario Amancio Ortega. Con las multinacionales de otros países, ya sean competidoras o no de estas dos, no suelen encontrar ocasión de indignarse, por lo que sea.