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Aliados deconstruidos, solteras felices y la erosión de la monogamia

En todas las sociedades el cortejo, el matrimonio y el conjunto de las relaciones entre hombres y mujeres han sido concienzudamente regladas

Se ha hablado mucho estos días de la previsión del Banco de España sobre que nuestro país necesitaría nada menos que 24 millones de inmigrantes para poder seguir pagando las pensiones en las próximas décadas. Más allá de la paradoja de que esta clase de noticias acostumbren a alternarse con otras sobre la inminente sustitución de millones de empleos por la IA y la automatización —lo que abocará al paro indefinido a buena parte de la población— surge inevitablemente la duda de por qué en su lugar no se fomenta la natalidad, lo que nos lleva a la gran pregunta que tantos buscan responder desde diferentes enfoques: ¿A qué se debe que ahora haya tan pocos nacimientos, generando así una insostenible pirámide poblacional invertida?

Hay muchas explicaciones y al abordar un fenómeno tan amplio probablemente todas tengan su parte de razón: se responsabiliza a los métodos anticonceptivos, a la secularización de la sociedad, a la disminución de la fertilidad debido a productos químicos o estilos de vida, al incremento de la población urbana frente a la rural, al aumento de la renta per cápita, a la incorporación de la mujer al mercado de trabajo, a los valores ahora imperantes de hedonismo/individualismo que desdeñan los sacrificios que impone la paternidad, a la precariedad laboral y al complicado acceso a la vivienda… Cada una de estas razones merecería un artículo específico, pero quisiera detenerme en otra que apuntaba hace unos días en esta interesante entrevista la analista Louise Perry, autora de un libro que hace un par de años causó cierto revuelo y se convirtió en todo un superventas, Contra la revolución sexual. Desde la autoridad que le confiere haber dedicado su trayectoria profesional a responder a esa incógnita dice que el motivo principal es que la gente cada vez se empareja menos. Una vez se cuenta con una pareja estable, sostiene, cierto resorte psicológico que entonces salta en nuestras cabezas nos lleva a dar el siguiente paso de procrear. Por eso considera, por ejemplo, que de las medidas tomadas por Hungría para fomentar la natalidad la más efectiva ha sido incentivar los matrimonios.  

Si nos fijamos en la realidad de nuestro país encontramos que entre 2005 y 2020 el número de solteros aumentó del 32% al 36%, mientras que en las últimas dos décadas aquellos situados específicamente entre los 30 y 50 años se han duplicado. Ahí podríamos tener entonces una buena explicación a que España presente una de las tasas de natalidad más bajas del mundo. Pero esta respuesta abre la puerta a otra pregunta ¿Por qué ya no nos casamos/arrejuntamos? Es una cuestión muy enjundiosa, pues siendo importante la natalidad, sin duda, el hecho mismo de tener una relación sentimental suele mejorar la vida de muchas personas y merece ser consideraba un fin en sí mismo. Refiriéndose expresamente a la población masculina (cabe imaginar que en varios aspectos será parecido en las mujeres), el profesor de psicología de Harvard Dan Gilbert ha apuntado que los hombres casados viven más años, tienen mejor salud, se suicidan menos, ganan más dinero, practican sexo con más frecuencia y cometen menos crímenes que los solteros. Ea, habrá que echarse novia entonces, pues mejor no nos lo puede vender. Tomada esa determinación ¿Cuál es la manera de lograrlo? Tal vez aquí es donde se compliquen las cosas…

Uno podría pensar que el mecanismo no debe ser tan complicado si al fin y al cabo descendemos de miles de generaciones previas que lograron ese objetivo. Hay poderosos elementos evolutivos que nos conducen a ello y la vida siempre se abre camino, decían en Parque Jurásico. Y, sin embargo… a la vista de los datos apuntados previamente o del hecho tan llamativo indicado por Perry de que la población está decayendo, al menos en Europa ¡por primera vez desde la Peste Negra del siglo XIV!, parece que no basta con dejarse llevar por el impulso biológico. En todas las sociedades humanas el cortejo, el matrimonio y el conjunto de las relaciones entre hombres y mujeres han sido concienzudamente regladas. Así que por mucho que nos guste decir que nada hay más fuerte que el amor (salvo un helicóptero Apache, puntualizan algunos), en realidad resultaría ser más frágil de lo que creíamos… Cabe deducir un elemento cultural y social vertebrándolo que, resultando crucial, ahora estaría siendo quebrado ¿Cuál?

Liberalismo sexual

La clave la proporcionaba Houellebecq en su novela Ampliación del campo de batalla, que contiene un fragmento justamente célebre que quizá ya conozcan y si no es así aquí lo tienen: «Definitivamente, me decía, no hay duda de que en nuestra sociedad el sexo representa un segundo sistema de diferenciación, con completa independencia del dinero, y se comporta como un sistema de diferenciación tan implacable, al menos, como este. Por otra parte, los efectos de ambos sistemas son estrictamente equivalentes. Igual que el liberalismo económico desenfrenado, y por motivos análogos, el liberalismo sexual produce fenómenos de empobrecimiento absoluto. Algunos hacen el amor todos los días, otros cinco o seis veces en su vida, o nunca. Algunos hacen el amor con docenas de mujeres, otros con ninguna. Es lo que se llama la ‘ley del mercado’. En un sistema económico que prohíbe el despido libre, cada cual consigue, más o menos, encontrar su hueco. En un sistema sexual que prohíbe el adulterio, cada cual se las arregla, más o menos, para encontrar su compañero de cama. En un sistema económico perfectamente liberal, algunos acumulan considerables fortunas, otros se hunden en el paro y la miseria. En un sistema sexual perfectamente liberal, algunos tienen una vida erótica variada y excitante, otros se ven reducidos a la masturbación y a la soledad».

Es decir, estamos hablando de la monogamia, institucionalizada de una u otra forma en prácticamente todas las sociedades humanas —pues dónde se ha permitido la poligamia se reservaba para sus élites— mediante distintas estrategias como la consagración del matrimonio como un rito fundamental en la vida (¡y único!), la persecución del adulterio —en España, por ejemplo, era un delito castigado con hasta 6 años de cárcel hasta 1978— y la desaprobación generalizada de la promiscuidad. No solo la femenina, recordemos que Don Juan Tenorio a punto estuvo de ir al infierno a causa de su vida disoluta y se salvó por su arrepentimiento y por el amor de doña Inés. Pues bien, nada de lo anterior en los tiempos actuales resulta ya concebible, el péndulo se ha movido al otro extremo y la monogamia digamos que no pasa por su mejor momento. Basta recordar, como botón de muestra, la letra de la canción que representará a España en Eurovisión que, lejos de ser subversiva o ir a contracorriente como pretende venderse, representa la tónica cultural dominante desde hace décadas. Tiremos un poco de este hilo.

 Camboya viogen

Para quienes, por vicio o por trabajo, llevamos tiempo siguiendo la actualidad y las ocurrencias mediáticas diarias, lo que hemos tenido ocasión de ver desde hace ya una década ha sido, por gastada que resulte la expresión, orwelliano. O quizá lovecraftiano, por el desfile de criaturas que pudimos contemplar. Lo cierto es que el enfoque feminista en casi todos los medios fue ganando espacio inexorablemente, no por casualidad, sino siguiendo instrucciones políticas (como ya intentamos analizar aquí), de tal manera que cualquier noticia pasaba a interpretarse por el filtro morado, da igual que se tratara de deportes, economía, cultura… ¡no digamos ya de sucesos! Las entrevistas incluían las consabidas preguntas y declaraciones convertidas en titulares y así nos enterábamos de que tal o cual actor, músico o escritor confesaba, oh, Dios mío, haber sido machista en el pasado, pero ahora se había deconstruido íntimamente reencontrándose con su lado femenino, o que Ana Patricia Botín tras heredar un banco debía dar la batalla como mujer en un mundo como el financiero mayoritariamente masculino (¡pobrecita!). Así ad nauseam.

Inevitablemente, la propaganda fue calando en la población y los desfiles del 8M en España pasaron a ser algo así como el 1 de mayo en la RDA: más de cien mil personas acudían en Madrid a manifestarse en una fecha que en París apenas reunía 5.000, convirtiendo a nuestro país en «referente mundial» del artefacto feminista.Se instalaba cierto sentido de excepcionalidad por el que ninguna mujer estaba a salvo de morir a manos de su pareja en cualquier momento, el amor romántico era una antigualla patriarcal (leído en La Razón) y cualquier muestra de celos o discusión propia de la convivencia podría ser una pendiente resbaladiza hacia el abismo. No parece que este clima ayude a formar y consolidar parejas.

La cuestión es que puesto en la picota el matrimonio o ya directamente toda relación monógama estable… ¿Qué es lo que queda? Aquello que señalaba Houellebecq: promiscuidad para unos (mediante webs de citas que multiplican las relaciones de usar y tirar) y soledad para otros, una vez abolido el igualitarismo y la promesa colectiva de que a cada uno le tocará —mal que bien— su media naranja, que es lo que la monogamia trae consigo. Es entonces cuando se empieza a hablar de incels, referido despectivamente a los hombres que no logran ser promiscuos, mientras que a las mujeres solteras se las intenta convencer de que en realidad son «las personas más sanas y felices del mundo» aunque ellas no lo sepan. Algunas han optado incluso por casarse consigo mismas. Suerte en ello, pero permítanme dudar de que así logren superar la soledad. Acorde a los tiempos, la reciente producción cultural hollywoodiense tiende a prescindir de una narración tan fundamental como «chico conoce a chica»; ya no hay sitio para el romanticismo, pues ahora los personajes femeninos son todos fuertes, independientes y no necesitan a ningún hombre al lado; huelga decir que el cine actual suele ser bastante más aburrido que el del siglo XX… En conclusión, a la vista de todo lo anterior ¿No va siendo hora de replantearse algunas ideas dominantes?

Nacido en Baracaldo como buen bilbaíno, estudió en San Sebastián y encontró su sitio en internet y en Madrid. Ha trabajado en varias agencias de comunicación y escribió en Jot Down durante una década, donde adquirió el vicio de divagar sobre cultura/historia/política. Se ve que lo suyo ya no tiene arreglo.

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