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Casas de cine en las que quedarse a vivir

Siempre digo que existe un cine donde vivir. Y con ello quiero decir que hay un cine a donde uno anhela entrar y del que desearía no regresar nunca

Siempre digo que existe un cine donde vivir. Y con ello quiero decir que hay un cine a donde uno anhela entrar y del que desearía no regresar nunca. Un poco al contrario de esas historias en las que el personaje sale de la pantalla a la vida real, a estos lugares somos nosotros los que queremos entrar, traspasando el límite entre ficción y realidad, para quedarnos a vivir sus aventuras. Claro que ese cine, si viene acompañado de lugares bonitos, con diseño y elegantes, es mucho más acogedor y en él uno vive mejor. Es por eso que hoy, muestra de ese cine donde vivir, les traigo esa retahíla de casas que no me importaría habitar, en las que no me disgustaría plantar un buzón con mi nombre y marcarlas como domicilio fiscal a efectos tributarios. Adéntrense conmigo en esta visita a alguna de las casas más bonitas de la historia del cine que nos demuestran, una vez más, eso de que el cine es arte de artes. Toquemos —al más puro estilo vídeo de la revista Architectural Digest— en sus puertas y veamos quién vive ahí. Toc toc.

La casa en las alturas de Con la muerte en los talones, 1959, de Alfred Hitchcock y disponible en Movistar+. Si hablamos de casas de cine, sin duda una de las más famosas que se pueden recordar es la mítica Vandamm house que se alzaba en lo alto del Monte Rushmore en esta obra maestra de Hitchcock. Una gran mansión que, coronando un acantilado, se ha convertido, además de en una de las imágenes icónicas de una película repleta de momentos icónicos, en el fondo de pantalla de mis sucesivos ordenadores. Una casa de Frank Lloyd Wright sin Frank Lloyd Wright, de quien Hitchcock era ferviente admirador, y a quien, cuenta la leyenda, la Metro Goldwyn Mayer no pudo pagar sus honorarios. Por lo que de esta maravilla que vemos en la pantalla en la realidad existían las paredes y un par de salas. ¡Ay! esas trampas del cine, qué bien sientan.

Las escaleras de la casa Malaparte de El desprecio, 1963, de Jean-Luc Godard y disponible en Filmin. En lo alto de un risco en la isla de Capri se alza la casa que fue propiedad de Curzio Malaparte, diseñada por Adalberto Linera, uno de los arquitectos más representativos del movimiento moderno italiano.  No quiero hablarles de la película porque a ella ha de llegarse sin saber nada. Sólo les preguntaré si no desearían ustedes sentarse en su azotea bajo el sol, a orillas del Mediterráneo y con Brigette Bardot al lado, y ahí escribir una adaptación para teatro de un gran clásico de la literatura universal. O fumarse un cigarrillo con Fritz Lang hablando sobre el arte y la vida. Pues eso es El desprecio. Eso es lo que inspira esta casa Malaparte, que tanto me gusta.

El hogar para el americano moderno de Los increíbles, 2004, de Brad Bird y disponible en Disney+. Pixar siempre ha cuidado la arquitectura y el diseño en todas sus películas, pero si hay una en la que el adjetivo a utilizar para definirla sea el sustantivo de su propio título esa es esta cinta dedicada a los superhéroes. No son pocas las ubicaciones destacables de la película, pero hoy destaco la vivienda en la que la familia Parr, la que forman Mr. Increíble y Elastigirl, rehace su vida tras la prohibición de las superheroicidades. Con amplias evocaciones a aquellos autores de la época (Neutra, Saarinen…), el diseño de sus espacios, que combina la nostalgia clásica y la expectativa tecnológica de ese futuro que se estaba haciendo, encaja a la perfección con la premisa que nos plantean: un justiciero venido a menos que añora aquellos años dorados y suspira por volver a poner su nombre en el nuevo mundo.

El refugio de madera y cristal de Colin Firth en Un hombre soltero, 2009, de Tom Ford y disponible en HBO MAX. Una película que está en los ápices de la sofisticación, la elegancia, el diseño, la distinción y la clase. Diseñada por John Lautner en 1949 siguiendo la doctrina de las prairie-houses de Frank Lloyd Wright, Ford la utiliza como la otra protagonista de su historia. Una vivienda que destaca por su relación exterior-interior, «¿quién quiere vivir expuesto al mundo en una casa de cristal?», llega a preguntarse Firth, en la que no existen puertas y cada estancia se separa de la contigua a través de cambios en la configuración espacial del mobiliario o, directamente, en función de la iluminación, un poco como ese hombre soltero que es el George Falconer de la película y la novela de Isherwood que, por cierto, tienen editada en Acantilado.

El ático de Gambardella en La Gran Belleza, 2013, de Paolo Sorrentino y disponible en Filmin. La obra maestra de Sorrentino nos muestra dos romas, esa que aparece en las postales y que ve todo el mundo y esa otra que no se ve a simple vista, que parece siempre estar cerrada pero que, de cuando en cuando, con algo de suerte y sabiendo dónde mirar, uno puede apreciar. De esa Roma oculta el director nos ofrece su lado más poético y trascendente combinado con la intrascendencia, la nada, la futilidad casi vulgar. Y es justo en esa combinación donde aparece la espléndida morada de Jep Gambardella, que Sorrentino marca en el ático de un edificio de Piazza del Colosseo 9, y que da al lado sur del Anfiteatro Flavio —el Coliseo—, puede que el monumento más famoso del mundo. Una espléndida morada, una espléndida terraza, donde tienen lugar esas fiestas con trenes «que no van a ninguna parte» y esas conversaciones con amigos que llevan el mismo destino que los trenes y que, crueles y aburridas, permiten a Jep ser el rey de la mundanidad. Un espacio que es metáfora de esa combinación entre el todo y la nada, entre lo divino y lo humano, a caballo entre la trascendencia de lo que tiene enfrente (una de las maravillas del mundo moderno) y la banalidad de unas vidas derrotadas, que es la obra magna del italiano.

No puedo olvidar, por aquello de que uno escribe siempre sobre sus filias subconscientes, todos esos inmuebles en los que, a lo largo de todos mis años disfrutando del cine de Woody Allen, he deseado vivir: El apartamento de Allan Felix y el piso de Tony Roberts y Diane Keaton, en Sueños de un seductor; la vivienda de esa última en El dormilón; esos hogares de Annie Hall; el dúplex de Isaac Davis en Manhattan; los interiores de Interiores; la vivienda de Mia Farrow en Hannah y sus hermanas; la casa familiar de Septiembre; el ático de Joe Mantegna en Alice; el apartamento de los Lipton en Misterioso asesinato en Manhattan; el pisito de soltero de Tobey Maguire en Desmontando a Harry; el dúplex con vistas al Támesis de Match Point; la casa-taller de Bardem en Vicky Cristina Barcelona; el piso de Larry David o esa casa barco en Si la cosa funciona; la casa de Gertrude Stein en Midnight in Paris; la mansión de los Catledge en Magia a la luz de la luna; o el penthouse en Nueva York de Cate Blanchett en Blue Jasmine. Todos ellos lugares de mi educación sentimental. ¿Cuáles son las suyas, querido lector?

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