Hay que pensar mucho para decidir cuál fue la última película que nos incomodó realmente. Quizá toca remontarse a Saló o los 120 días de Sodoma (1973) de Pier Paolo Pasolini. O a la tensión salvaje de Funny games (1997) de Michael Haneke, con su ruptura de las reglas de Hollywood. O puede que a alguna escena de Henry, retrato de un asesino en serie (1986), de John McNaughton. De todas ellas tiene algo American psycho (2000), dirigida por la canadiense Mary Harron después de muchas vueltas, tras el abandono del proyecto de David Cronenberg. A pesar de algunas escenas extremas, la película fue un éxito global de taquilla: se hizo con siete millones de dólares y recaudó más de 34.
Según los rumores, Cronenberg —maestro del terror alucinado— venía con ideas muy claras que no convencieron al escritor ni al estudio. Odiaba rodar en clubes y restaurantes y se negaba a incluir escenas de violencia, una exigencia algo excéntrica si trabajas en la película sobre un yupi ochentero con tendencia a la mutilación de prostitutas callejeras. Tampoco quería que la cinta durase más de noventa minutos, pero Ellis se veía incapaz de condensar tanto la trama. El plan de Cronenberg era honrar el espíritu experimental de la novela, publicada en 1991, recreándose en las superficies de los productos de lujo que hipnotizaban a Patrick Bateman, el personaje principal, desde cuchillos de alta gama a tarjetas de visita para millonarios, pasando por la piel de sus amantes de pago. Al final, no pudo ser.
El arranque del proyecto fue una crisis continua: primero se quiso enrolar a un Brad Pitt que todavía no era estrella y después a un Leonardo di Caprio recién salido de Titanic. Otro grande, Johnny Depp, llegó a ofrecerse para el papel, pero al final se lo llevó Christian Bale, opción defendida por la directora definitiva. Tras varios años de zozobra, en los que Ellis terminó carbonizado, ella supo marcar el rumbo del barco: «Quería conservar uno de los aspectos más sorprendentes e inquietantes del libro: la forma en que cambia abruptamente y sin previo aviso de una escena de comedia social a una de violencia horrorosa. Te ves atravesado entre dos mundos, lo cual me pareció realmente sorprendente, pero también asombroso que un libro pudiera hacer eso, y quería conservarlo para que nunca supieras dónde estabas. No habría seguridad en esta película: estarías disfrutando de algo divertido y ligero, burlándote de los yupis de Nueva York, y de repente te encontrarías en una terrible escena de violencia», explica.
La directora fue periodista musical en su juventud y por eso le fascinaron los capítulos donde Bateman repasa la trayectoria de tres superventas ochenteros tirando a azucarados: Phil Collins, Whitney Houston y Huey Lewis & The News. «Es muy emotivo cuánto ama esta música pop convencional. De alguna manera, aquí es donde ve reflejada su alma. Había algo muy gracioso en esto. Pensé: ¿cómo lo mantenemos? ¿Cómo lo presentamos? Recuerdo estar en una casa de playa con unos amigos, con el libro conmigo, y tuve lo que pensé que era mi gran idea: tomar parte de este diálogo, este capítulo musical, convertirlo en monólogos, y él va a decir uno justo antes de matar a alguien, el primero. Y luego, la próxima vez que empiece a hablar de música, y cada vez que empiece a hablar de música, tendrás miedo de que mate a alguien. Aparte de la escena de la tarjeta de presentación, los monólogos musicales son los que más se convierten en memes, y son parte de la extraña y duradera popularidad de la película», recuerda.
American Psycho es la historia del joven Patrick Bateman, un joven ejecutivo de éxito en la banca de inversión que vaga por Manhattan entre restaurantes de lujo, rutinas de gimnasio y limusinas. Por la noche, cuando se aburre, descuartiza mendigos y prostitutas. Estamos ante un clásico sociópata, un criminal que cumple de manera escrupulosa los mandatos sociales, con la excepción de su gusto por relajarse descuartizando seres humanos. Hasta su llegada, solo había un asesino en serie con clase, Hannibal Lecter, pero se pasa media vida con el mono naranja de la prisión. Bateman fue el pionero del criminal chic, mucho antes que el Jordan Belfort de Scorsese o el seductor protagonista de la serie Dexter. Incluso tiene su propia frase emblemática, que le sirve para desaparecer cuando se aburre: «Tengo que devolver unas cintas al videoclub». Estamos ante un tipo que descuartiza personas sin techo pero nunca se retrasa con los VHS ni los devuelve sin rebobinar. El rasgo principal de su personalidad, su máxima aspiración, puede resumirse en dos palabras: «Quiero encajar», aunque odie la hipocresía de sociedad actual con toda su alma.
El enfoque de Bale para la interpretación fue sacar las cosas de quicio, por ejemplo en la escena donde está haciendo un trío anal con dos prostitutas y termina mirándose en el espejo y sacando músculo: «Nunca vi a Patrick Bateman como un personaje real. No iba a funcionar a menos que me hiciera parecer absurdo. Hubo muchísimas veces en esa película en las que tuve que dar ese salto», explicó en la revista Interview. Ellis también comentó que la novela buscaba capturar un momento el cambio de patrones de la masculinidad occidental, cuando los heterosexuales adoptan muchos rituales de consumismo narcisista gay, desde las cremas antienvejecimiento hasta el imperativo de estar a la última en tendencias de moda y alta cocina. ¿Cómo afecta esto a las relaciones y la psicología de los hombres educados con los marcos tradicionales?
La revista Rolling Stone publicó este mes una entrevista de ocho páginas con Ellis para celebrar el 25 aniversario de la película (de allí están sacadas varias declaraciones de este artículo). El reportero le recordó las numerosas menciones de la novela a Donald Trump, pero el escritor prefirió no apuntarse el tanto de ser un visionario. «Trump hoy no es el Trump de 1987. No es el Trump de El arte de la negociación. Parecía mucho más elitista en 1987 y 1988, ahora parece estar dando voz a los votantes blancos, enojados y de clase trabajadora. Creo que, en cierto modo, Patrick Bateman puede estar decepcionado por la imagen que está dando Trump y con quién se está conectando. Para los muchachos con los que hablé en los años ochenta cuando estaba investigando para American Psycho, Donald Trump era una figura a la que se aspiraba. Por eso hay chistes a lo largo del libro. No fue como si lo hubiera sacado de la manga; eso estaba sucediendo. Así que me pareció gracioso que ‘Bueno, Patrick Bateman va a estar obsesionado con Donald Trump. Va a querer aspirar a ser Donald Trump’. Y no sé si pensaría lo mismo de su ídolo hoy», aclara.
En 2023, Ellis concedió una rueda de prensa en el Espacio Telefónica donde compartió algunos comentarios sustanciosos. “Nunca fue un libro sobre matar mujeres, más bien es una comedia social. La furia de Patrick nace de que está atrapado en la sociedad. Hay tanta violencia en el mundo que es gracioso que siempre me asocien solo a mí con ella. Aunque una parte es verdad: estoy borracho de violencia y no sé por qué”, respondía. ¿Qué le diría a su ‘yo’ de los veintitantos que escribió el libro? «Nada, solo que hizo bien en ser lo suficientemente fuerte y seguro como para luchar por su novela cuando tantas ejecutivos del mundillo literario quisieron editarla, cortarla y amputarla. ¡Había tanta presión! No sé si era un niño mimado, pero creía en la novela, sabía que iba a tener éxito. También le diría que se metiese menos coca. No necesitaba tanta”, soltó sonriendo.