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Cómo empezar a leer a Benedicto XVI

Lo mejor sobre el legado del pontífice alemán –que ahora intuimos inocentemente pero desconocemos– lo escribió Ignacio Peyró en Ya sentarás cabeza. Lo recuerdo porque con Peyró comparto, entre otras muchas cosas, un cariño especial por Benedicto XVI y aquella cita la apunté de corrido en una pequeña libreta: «Ahora hay un viento muy fuerte contra el catolicismo, pero lo más pesado en una religión que sobrevivió a Vespasiano y a Arrio no está en sus enemigos sino en nuestros propios hermanos católicos: unos muy progres, otros muy sacristanescos. Lo más justo, sin embargo, es decir que mis problemas con los católicos empiezan conmigo mismo. Por suerte, terminan en ese consuelo intelectual llamado Benedicto XVI».

La prosa de Benedicto XVI ha sostenido tanto a Occidente como a la Iglesia estas últimas décadas

Benedicto XVI, así, se nos revela en palabras de Peyró como nuestro «consuelo intelectual». El papa Francisco, que ha sido Padre generoso e hijo humilde, añadió hace días al ramillete de Peyró una tierna definición: Benedicto es sustento silente de la Iglesia. Y ni lo primero ni lo segundo son tremendismos literarios: la prosa de Benedicto XVI ha sostenido tanto a Occidente como a la Iglesia estas últimas décadas. Y se me viene a la cabeza ahora aquel buen amigo que, apasionado por Churchill, compraba y compraba biografías sobre el político inglés. Hasta que un día le dijimos, claro, que ese tipo al que tanto admiraba había escrito treinta y siete libros, y que quizás ya era hora de empezar a leerlo a él. Con Benedicto pasa algo parecido. Así que, si usted quiere conocer a Benedicto XVI, leer cuanto ha ido escribiendo a lo largo de estos años le servirá para descubrir, página por página, el patrimonio que de él hemos recibido.

Empezar por Ratzinger

Ahora bien. Cualquier forma no es buena para leer a Benedicto XVI. En estos casos, aunque pueda parecer redundante, empezar por el principio siempre es lo más acertado. El cardenal suizo Georges Cottier, teólogo emérito de la Casa Pontificia, explicaba hace ya años que la forma más sencilla de leer a Benedicto XVI pasaba por leer primero a Joseph Ratzinger. «Sugiero leer literalmente al papa, desde sus primeras obras hasta sus últimos libros-entrevista». Y esto tiene un sentido profundo: así como el joven Ratzinger escribía recurrentemente sobre el «divorcio» entre la fe y la razón, planteando dudas, sugiriendo ideas, el papa Benedicto abordó el tema con la madurez de la Cátedra de San Pedro, con la sabiduría del que pronto será Doctor de la Iglesia. Por eso empezar por el principio, más allá de parecer una simplicidad, nos ayudará a vivir un proceso de entendimiento paralelo al de Ratzinger.

El Obispo de Roma tuvo durante toda su vida una obsesión: Cristo

En este punto vengo a recomendarles un librito que, sin ser de los más elevados, puede ayudarnos a entrar en el pensamiento de Ratzinger. Apenas pasaron unas semanas desde que el joven Joseph, sacerdote en su Baviera natal, fuera ordenado obispo y creado cardenal. En concreto, en menos de treinta días Ratzinger pasó del anonimato sacerdotal al purpurado cardenalicio. Con estos mimbres, el nuevo cardenal publicó Mi vida: recuerdos 1927-1977 (Encuentro, 2005). Repleto de buen humor, pasión y una aguda inteligencia, Ratzinger analiza los desafíos de la Iglesia en su siglo a través de su propia historia personal. Y diferenciándose de otras biografías y entrevistas publicadas, en esta obra el cardenal alemán abre su corazón a la Iglesia del nuevo milenio, dejándonos un libro ideal para adentrarnos en su extenso pensamiento.

Una obsesión: Cristo

Igualmente redundante puede parecerles la siguiente afirmación, pero el Obispo de Roma tuvo durante toda su vida una obsesión: Cristo. La tuvo presente en la Alemania nazi, en su episcopado y la llevó al extremo desde el balcón la Plaza de San Pedro. Cristo articuló su vida sacerdotal y en todas sus obras hay un poso de amor trinitario, una bella obsesión por «el Hijo que nos salva». Mirar a Cristo y Caminos de Jesucristo son, entre otras muchas, dos obras que anteceden, en clave de divulgación teológica, a su opera magna: Jesús de Nazaret, trilogía que publicó entre 2007 y 2012 y en la que aborda, ustedes lo podrán intuir, la vida de Jesucristo. Así, el ya Santo Padre Benedicto XVI nos dejó en novecientas noventa y dos páginas un compendio teológico de la vida de quien, en sus palabras, «da sentido a nuestra fe».

Y permítanme una última recomendación. En 2010, cuando cumplía cinco años en el Pontificado, Benedicto XVI concedió a Peter Seewald una larga entrevista, que quedó publicada en forma de libro. En Luz del mudo (Herder, 2010), pues, el Santo Padre aborda la transformación que sufre nuestra sociedad y repasa, con la franqueza del hombre libre, todos los temas polémicos de la Iglesia. Y las últimas palabras del libro hoy se nos vuelven profundamente reveladoras: «Cristo vino para que conozcamos la Verdad. Para que podamos tocar a Dios. Para que nos esté abierta la puerta. Para que encontremos la vida, la vida real, la que ya no está sometida a la muerte».

Estudiante de Relaciones Internacionales, Filosofía, Política y Economía. Colaborador habitual de La Gaceta, Revista Centinela, Libro sobre Libro y La Iberia. Woody Allen, Fernando Alonso y Julio Camba.

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