En no pocas ocasiones se acostumbra a dar las cosas por sentadas y el ámbito político es un espacio donde suele suceder esto. Así, es habitual que se haya entendido que falangismo y catolicismo son dos elementos que van de la mano. En sectores izquierdistas, de hecho, se tiende a ver a esta unión como algo natural. Sin embargo, las cosas nunca son —ni fueron— tan simples. Falange Española, en el momento de formar un único partido con las JONS, tuvo una serie de debates importantes, e incluso tensos, a propósito del papel que el catolicismo debía jugar en la nueva agrupación y, por extensión, en España. Unos debates sumamente sugestivos que, por cierto, también se habían dado en sectores ideológicos italianos y franceses homólogos al falangista. Como tantas otras cosas valiosas, en España este episodio está un tanto olvidado, pero atendiendo a efemérides recientes, como el 18 de julio, qué mejor momento para rescatar este pedacito de historia. Este artículo constituye una invitación para acercarse a ese instante de nuestro ya clausurado siglo.
Si en algo es prolijo nuestro idioma es en refranes, modismos y demás categorías de dichos. Los dirigentes de Falange Española tropezaron por aquellos años con uno de los más conocidos —¡con la Iglesia hemos topado!— cuando tuvieron que sentar las bases ideológicas de su partido; unas bases, dicho sea de paso, que ponían en duda el sistema político, económico y social establecido, recordando en su retórica y en su pensamiento a aquellos camisas negras que once años antes habían desfilado por las calles de la Ciudad Eterna.
A la hora de establecer sus postulados, Falange Española se vio obligada, por las circunstancias del momento, a tratar ciertos asuntos que, en principio, no revestían en el seno del partido una gran preocupación, al menos en un primer momento. Una de estas temáticas fue la conocida «cuestión religiosa». Pese a que los dirigentes falangistas centraban su atención en la lucha contra los separatismos locales, la oposición al enfrentamiento generado por los partidos políticos y la crítica a la división producida por la lucha de clases —algo que se encargará de recordar José Antonio en el único vídeo que ha llegado hasta nuestros días—, tratar el asunto religioso resultaba ineludible.
Así, el apartado VIII de los Puntos Iniciales, titulado LO ESPIRITUAL, se dedica íntegramente a discutir este hecho. En él se afirman cuestiones como que «la interpretación católica de la vida es, en primer lugar, la verdadera; pero es además, históricamente, la española», o también «toda reconstrucción de España ha de tener un sentido católico», para terminar resumiendo toda esta idea política en lo siguiente: «el Estado nuevo se inspirará en el espíritu religioso católico tradicional en España y concordará con la Iglesia las consideraciones y el amparo que le son debidos».
El texto no puede ser más claro ni más taxativo: catolicismo y nación están inextricablemente unidos, pues así lo ha determinado la historia nacional, haciendo que el pueblo español se sienta y se reconozca como católico de manera ineludible, por lo que mantener esta tradición es forzoso.
Sin embargo, los tiempos nuevos exigen que las formas «políticas» de Iglesia y Estado permanezcan separadas. Sólo así se podrá responder a las demandas contextuales, que para los falangistas exigían de un poder político vigoroso, independiente e indiscutible.
Sin embargo, aquí no se agota esta problemática. La cuestión del papel político de las instituciones religiosas sigue creando controversia y animando los corrillos del partido. Mientras tanto, Falange Española afrontaba cambios esperanzadores de cara a futuro, como suponía aumentar su fuerza al unirse a las JONS de Ramiro Ledesma Ramos. Ahora bien, tras esa incorporación se hizo necesario elaborar un nuevo programa político que encontró acomodo en la Norma Programática de los Veintisiete Puntos. El punto 25 aborda específicamente la cuestión religiosa y se preocupa de clarificar el papel del catolicismo en la reconstrucción nacional, fijando el rol necesariamente subordinado, aunque importante, de las instituciones religiosas. Decía así: «Nuestro Movimiento incorpora el sentido católico —de gloriosa tradición y predominante en España— a la reconstrucción nacional. La Iglesia y el Estado concordarán sus facultades respectivas, sin que se admita intromisión o actividad alguna que menoscabe la dignidad del Estado o la integridad nacional».
De extensión sensiblemente más reducida que el apartado VIII, FE de las JONS mantiene lo defendido por Falange Española desde un inicio, pero restando importancia a la catolicidad del Movimiento. La mano de Ramiro Ledesma Ramos estaba detrás, sin duda, de este cambio.
El líder jonsista había protagonizado con anterioridad polémicas relativas a la Iglesia, especialmente en 1931 con la quema de conventos. Llegó a escribir que no negaba «cierta eficacia rotunda a las llamas purificadoras». No puede decirse que Ledesma fuese el mejor haciendo amigos. Decidió ir incluso más allá, y en el mismo año también afirmó que «en nuestro programa revolucionario hay la subordinación absoluta de todos los poderes al Poder del Estado. ¡Nada sobre el Estado! Por tanto, ni la Iglesia, por muy católica y romana que sea». Estas opiniones reticentes al poder eclesiástico obedecían, en gran medida, a la consideración que tenía Ledesma acerca de la Iglesia y de todo lo que la rodeaba. El dirigente de las JONS veía a la Iglesia en cuanto institución como un potencial lastre para los objetivos revolucionarios que la nación necesitaba, es decir, Ledesma sospechaba que las jerarquías religiosas se comportarían de un modo excesivamente conservador, tratando de preservar su poder y sus privilegios. Pero no sólo eso, temía que la institución religiosa se afanara en rivalizar con el poder estatal. A ojos de Ledesma, el Estado proyectado debía ser omnímodo, por lo que compartir esferas de influencia política con otras estructuras tan sólo provocaría el debilitamiento del mismo, haciendo, precisamente, que dicho Estado ya no fuese totalitario, algo en lo que no estaba dispuesto a ceder.
Pese a que el punto 25, junto con el resto de la Norma Programática, sentaba de manera casi definitiva el pensamiento falangista, aún había alguien que tenía algo que decir en el matrimonio, no sabemos si bien avenido, entre catolicismo y Falange. El marqués de la Eliseda, Francisco Moreno y Herrera, consideraba que la Falange debía tener un marcado carácter clerical, pero este punto del programa dejaba a las claras que el camino a seguir iba a ser otro, por lo que tomó la decisión de anunciar con toda pompa su deserción, llevarse su dinero a otras opciones políticas más afines a su pensamiento y, finalmente, abandonar la formación; algo que, por otra parte, deseaba desde hacía tiempo. Con ello, el marqués estaba afirmando que FE de las JONS no le parecía lo suficientemente católica, es decir, lo debidamente apegada a la doctrina y a las decisiones de la Iglesia católica.
Esta resolución no gustó a las jerarquías falangistas y el ABC de la época se convirtió en la prensa rosa política del momento. José Antonio empleó sus páginas para responder al marqués y en la nota ofrecida a ese diario dudó del compromiso político del aristócrata, pues «el marqués de la Eliseda buscaba hace tiempo pretexto para apartarse de Falange Española de las J.O.N.S., cuyos rigores compartió bien poco». Primo de Rivera deja claro también que «el punto 25 del programa de Falange Española y de las J.O.N.S. coincide exactamente con la manera de entender el problema [religioso] que tuvieron nuestros más preclaros y católicos reyes», para terminar su invectiva atacando de forma clara a Moreno y Herrera, considerando que«la Iglesia tiene sus doctores para calificar el acierto de cada cual en materia religiosa; pero que, desde luego, entre esos doctores no figura hasta ahora el marqués de la Eliseda».
No cabe suponer que ambos aristócratas terminasen de manera cordial su relación, al menos de cara al público, pero tras estas últimas declaraciones del Jefe, el asunto religioso pareció visto para sentencia. Desde luego, tras esta polémica de 1934 no hay grandes escritos falangistas que hablen sobre religión, catolicismo o cuestiones clericales.
Sin embargo, merece la pena recordar un pequeño texto que José Antonio redactó mientras estaba prisionero, ya en 1936. Entre todas las preocupaciones que a un hombre se le pueden pasar por sus mientes cuando está cautivo y ve que su mundo se desmorona, la cuestión de su trascendencia, tanto de sí mismo como de la obra que ha elaborado a lo largo del tiempo, por pobre que sea, no puede resultarle ajena. Bajo este état d’esprit compuso estas líneas, casi pueden llamarse anotaciones, que reflejan la búsqueda incansable de Primo de un remedio para un mundo que él consideraba en crisis: «Solución religiosa: el recobro de la armonía del hombre y su contorno en vista de un fin trascendente. Este fin no es la patria ni la raza, que no pueden ser fines en sí mismos: tienen que ser un fin de unificación del mundo, a cuyo servicio puede ser la patria un instrumento; es decir, un fin religioso. -¿Católico? Desde luego, de sentido cristiano».
Negar la catolicidad de Falange resultaría por tanto temerario, pero darla por supuesta estaría al mismo nivel. No fue una cuestión que resultase clara, y el sentido católico que se incorpora a los postulados falangistas está más mediado por la propia religiosidad de sus líderes que por querer obtener apoyos eclesiásticos, cuya posibilidad, por otro lado, se vio inhabilitada cuando se abogó por una separación entre Estado e Iglesia. Por ende, no cabe más que concluir que Falange era católica en alma y pensamiento, mas no clerical, y para llegar a dicha conclusión tuvo que enfrentar conflictos externos, pero también, y sobre todo, controversias internas.