Walt Disney debe estar revolviéndose en su frigorífico a la vista de lo que han hecho con su compañía: de inventar historias y personajes entrañables que se convirtieron en clásicos y formaron parte de la memoria colectiva de varias generaciones, a transformarse en una compañía inmersa en absurdas guerras culturales que espantan a buena parte del público e, incapaz ya de cualquier logro creativo, se obceca durante los últimos años en la producción de refritos de sus títulos más conocidos, pero ahora como mero producto manufacturado sin gracia, alma ni talento artístico. Peor aún, no contenta con dejar yermo su propio legado, a la manera de una miasma incontenible incluso compra otros estudios y franquicias para poder vampirizarlos a gusto, tal es el caso de Lucasfilm y de sus ahora desdichadas sagas.
Pero antes de entrar de lleno en Indiana Jones y el dial del destino y para entender mejor qué falla en esta conviene recordar a dos de los personajes de las últimas entregas de La Guerra de las galaxias. Por un lado, tenemos a Luke Skywalker, quien tras un proceso de aprendizaje, sacrificio y superación termina salvando a la galaxia y festejándolo junto a sus seres queridos en los bosques de Endor. Puede sentirse orgulloso. Cabía suponerle desde entonces una vida dichosa, con reconocimiento y admiración en su entorno, muchas batallitas que contar y una vejez apacible y sabía, digna continuadora del maestro Yoda. Pues no. Lo que vemos es a un anciano huraño, deprimido, apartado del mundo, alguien que nada tiene que ver en sus valores, metas y carácter con el personaje que conocíamos. Toda aquella madurez y autoconocimiento que le vimos adquirir se han borrado de su mente. Así nos quedará bien claro su contraste con la heroína que debe sucederle y que apenas tendrá nada que aprender de él… aunque eso suponga echar por tierra la historia narrada originalmente.
Ea, fuera Luke, ¿Y qué hay de Han Solo? Un tipo carismático, buscavidas, que siempre sabía caer de pie y al que vimos crecer interiormente al abrazar una causa más grande que la de su propio interés, ahora reducido a un viejo gruñón escasamente competente (ella incluso le explica el funcionamiento de su propia nave). Todo para terminar muerto sin heroísmo alguno, con una ingenuidad impropia de él. Ese cascarrabias solo estorbaba, parecen decirnos, pongamos de una vez el foco en ella, epítome de toda perfección.
Pues bien, con tales antecedentes… ¿qué nos deparará la nueva entrega del otro gran personaje de Harrison Ford, ahora en los cines? Exactamente la misma fórmula. Tras la adquisición de Lucasfilm por Disney, Kathleen Kennedy pasó a ser su presidenta y hay quien ve en el esquema argumental de «señoros ineptos frente a mujeres jóvenes brillantes que deben ocupar su lugar» cierta proyección psicológica y vital por parte de ella. No lo sé, de ser cierto estaríamos ante la terapia psicológica más cara de la historia, pero mejor centrémonos en la película (sin desvelar su trama).
Tras una escena introductoria situada al término de la II Guerra Mundial que, pese a tanta infografía, evoca a la trilogía original nos encontramos, ya en 1969, a un anciano derrotado por la vida. Alguien que bebió del Cáliz de Cristo, voló en la onda expansiva de bombas nucleares, cabalgó submarinos y esquivó trampas precolombinas, consiguió un autógrafo de Hitler, presenció ovnis despegando y la apertura del Arca de la Alianza… ahora es un hombre solitario —su hijo murió y su mujer le abandonó—, amargado y presumiblemente alcohólico, a quien no deja dormir la música de los vecinos y cuyos alumnos le escuchan entre bostezos el día de su jubilación (en deliberado contraste respecto al arrobo con que las chicas le atendían años atrás). Un momento, esto me suena, si echan por tierra a un personaje masculino antaño admirable es para así reforzar el contraste con la heroína recién llegada y… ¡Bingo! Ahí aparece ella siendo «guapa, inteligente, divertida e independiente», y no, no es que esa sea la impresión que el personaje provoca en la audiencia (es más bien el equivalente a Jar Jar Binks), sino que son exactamente las palabras que usa ella para describirse a sí misma. Lo que nos permite deducir que de modestia anda algo más falta y que estamos ante otra de esas películas contemporáneas en las que toda la información se suministra explícitamente en los diálogos. Permítanme la digresión recordando esta secuencia de Aliens: el regreso, justo después de que le pidan que vuelva a enfrentarse a ese horror del que logró escapar por los pelos:
Su mirada perdida mientras tiene un cigarro consumido sin calada alguna nos da a entender que está absorta en un dilema interior. Podemos intuir que no quiere volver a tratar con esos engendros, pero su conciencia le dicta que no puede dejar morir a una colonia. Un mal guionista hubiera puesto en su boca «estoy ante una encrucijada, no quiero ir, aunque sé que debo». Aquí vemos pistas y lo deducimos. De esto va la narración cinematográfica.
Volvamos ahora con Helena, así se llama la ahijada de Indiana Jones, que desde el primer momento que contacta con él le deja claro que va un paso por delante y tiene unos conocimientos arqueológicos equiparables, aunque podría ser su nieta. De ella también sabemos que está sexualmente liberada y que solo le preocupa el dinero y no porque, qué sé yo, la veamos realizar subastas de objetos robados, sino porque expresamente tiene una línea de guion en la que nos cuenta que «yo solo creo en el dinero». Nos describen lo que vemos porque habrá algún espectador mirando el móvil, supongo. Luego el personaje evoluciona —es un decir— y hora y media de película más tarde Indiana le dice «no es cierto que a ti solo te importe el dinero». Pues ya estaría. Ya tenemos hecho el arco del personaje: primero nos lo han definido en los diálogos de una manera y luego de otra. Si no un Óscar, al menos un Gallifante sí se merece esto.
Decíamos que ella siempre va un paso por delante, lo que plantea otro problema narrativo. Veamos, Harrison Ford cumplirá esta semana 81 años y su personaje, tal como hemos señalado, es alguien ya sin fuerzas ante la vida (¡hay un momento en que suplica que lo dejen morir tranquilo!) ¿Puede construirse con esos mimbres una estrella del cine de acción? La cinta lo intenta y el resultado a menudo es lastimoso. Es significativo constatar que en Indiana Jones y la última cruzada Sean Connery tenía 58 años. Sin embargo, siendo una historia trepidante saben qué papel le correspondía —hombre sabio que prevé el conflicto antes que embestirlo a cabezazos—, complementándose así con la fisicidad de Indiana, más brutico él. Algo semejante pudo haberse intentado aquí con este ocupando ahora el lugar del padre, pero resultaba inverosímil la lánguida Phoebe Waller-Bridge repartiendo mamporros y además nadie podía ser más listo que ella, Kathleen Kennedy no lo hubiera permitido.
Es decir, que una historia tenga elementos mágicos o sobrenaturales no significa que deba prescindir de toda coherencia o verosimilitud, esto es algo que a veces cuesta hacer entender. Lo que nos lleva al último punto. La trilogía de Indiana Jones tuvo como eje y seña de identidad a un intrépido arqueólogo en un universo de magia y religiosidad. La primera versó sobre los mitos del judaísmo, la segunda sobre el hinduismo y la tercera sobre el cristianismo. La cuarta, sin embargo, introdujo alienígenas y la quinta reincide en la ciencia ficción centrándose en los viajes en el tiempo, lo cual es el equivalente a las chocolatinas rebozadas en aceite hirviendo que comen los anglosajones ¿Habrá una sexta entrega ya con ella de protagonista y añadiendo quizá a Batman? La cuestión de los viajes temporales y los multiversos, bastante manida en estos últimos años, se desarrolla cayendo en las habituales paradojas y planteando unas situaciones absurdas y anticlimáticas. Alguien que se ha pasado la vida intentando preservar la historia ahora no tendría inconveniente en alterarla por completo. Menos mal que hay mujeres como ella para salvar el mundo, nos cuentan…
En conclusión, estamos ante una cinta innecesariamente larga, tediosa, mera acumulación de retales, absurda en sus planteamientos, deprimente por momentos, carente de gracia, carisma y originalidad, bien cargada de agenda feminista y de una iconoclastia respecto a una saga y un personaje muy queridos por el público que resulta incluso cruel ¿Es que a la gente que ha perpetrado este bodrio no le gusta el cine? Es una superproducción de nada menos que 300 millones de dólares (sin contar gasto publicitario) y dado que las salas se quedan en torno a la mitad de los ingresos, por los malos resultados de su estreno cabe suponer que vamos a presenciar uno de los mayores desastres de Hollywood de los últimos años, que no vienen escaseando ciertamente. Ante este panorama sólo cabe atesorar la trilogía original como una de esas preciadas reliquias de otro tiempo que el propio Indiana quería poner a salvo.