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Cuando Valéry se equivocó

En el epílogo del libro Malos pensamientos & otros (Abada Editores, 2021), que recoge los aforismos de Paul Valéry (1871-1945), nos cuanta José Luis Gallero que hubo un momento en que el celebérrimo poeta francés dejó de creer en la gloria literaria. «La posteridad ha muerto», escribió, como un epitafio. Otros pensadores, como Albert Camus, pensaban lo mismo. El pesimismo se había adueñado de las inteligencias más preclaras. Adivinaban que Europa se adentraba en lo que Alfonso Reyes llamó «La Edad del Estiércol», donde tal vez quizá sigamos.

Cuando el pensamiento es fino y valioso, vence los peores presagios y se sacude de encima su época

Estos pequeños aforismos son grietas de esperanza, por donde se cuela la luz de una posteridad ganada a pulso. Paul Valéry ha roto su propio pronóstico y, al burlar ese vaticinio oscuro, nos regala un rayo de esperanza. Cuando el pensamiento es fino y valioso, vence los peores presagios y se sacude de encima su época. 

La edición de Abada Editores resulta ejemplar, porque (…) el epílogo de José Luis Gallero, que está escrito —juego de espejos— en forma fragmentaria, es magistral

Lo cierto es que Paul Valéry se equivoca muy poco. Hay pensamientos más profundos que me han conmovido más, pero éste me ha impresionado. Ya en 1931 advirtió Valéry de lo que supondría la globalización: «Consideren qué será de Europa cuando en Asia el acero, la seda, el papel, los productos químicos, las telas, la cerámica y lo demás se produzcan ahí en cantidades aplastantes, a precios invencibles, por una población que es la más sobria y numerosa del mundo». Es lo que tenemos ahora, noventa años después, tal cual.

T. S. Eliot tenía una foto de Paul Valéry en el escritorio de su oficia de Faber & Faber. Decía de él que «era tan inteligente que carecía de toda vanidad». Como medida de la inteligencia, pasma

En los pensamientos más filosóficos y literarios va más hondo aún. La edición de Abada Editores resulta ejemplar, porque, además de una traducción de Malika Embarek López muy afinada, el epílogo de José Luis Gallero, que está escrito —juego de espejos— en forma fragmentaria, es magistral. Sitúa perfectamente a Valéry en su época, con especial atención a su recepción en el mundo hispánico. Entre muchos datos significativos nos cuenta que nada menos que T. S. Eliot tenía una foto de Paul Valéry en el escritorio de su oficia de Faber & Faber. Decía de él que «era tan inteligente que carecía de toda vanidad». Como medida de la inteligencia, pasma.

Y más después de leerlo, cuando uno concluye que perfectamente se le podría perdonar un poco de legítimo orgullo. ¿O no?

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Cada pensamiento es una excepción a una regla general: la de no pensar. 

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Nuestra mente está hecha de desorden, más una necesidad de poner orden.

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Debemos aprender a no creer en nuestro pensamiento porque sea nuestro.

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Si las cosas se hicieran como deseamos en el instante mismo, muy pronto tendríamos miedo de desear.

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La necesidad de lo nuevo es señal de cansancio o debilidad de la mente, que pide algo de lo que carece.

Pues no hay nada que no sea nuevo.

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[El artista] Debe observar como si ignorase todo y ejecutar como si supiera todo.

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Las Optimistas escriben mal.

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Todas las posibilidades de error acompañan a quien odia.

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Ser uno mismo… ¿pero vale uno mismo la pena?

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El alma es la esposa del cuerpo. No sienten el mismo placer o, al menos, raramente lo sienten juntos. Dárselo es el extremo del arte.

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Hay personas a las que desearíamos que pensaran de nosotros lo peor. Pues conviene parecer feo ante un espejo deformado.

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El tono de broma es, junto con el de mando, el único que conviene (decet) a las relaciones con nuestros semejantes.

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Un hombre serio tiene pocas ideas. Un hombre con ideas jamás es serio.

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La verdadera valentía reside en la cantidad de simulación disponible; y si no hay simulación, hay insensibilidad, no valentía. 

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Que para ser malo hay que ser primero bueno; y para ser bueno hay que ser malo; si no, el «mérito» se desvanece, y los términos malo y bueno querrían decir rubio o moreno, gordo o delgado.

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Un ladrón sólo perjudica a los demás ciudadanos en lo que tienen de más vil. Quizá en lo que tienen de conforme con el ladrón y el robo. 

Un hombre que impone o quiere imponer sus opiniones, por mucho que alegue su fe o su convicción, perjudica a los ciudadanos en lo que tienen de más puro.
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El orgulloso crea su ultraje.

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El hombre inteligente, en virtud de sus características, considera siempre como una tontería el mal que sucede.

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Quienes ven las cosas con demasiada exactitud no las ven, por tanto, exactamente.

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En todo ser hay un traidor denominado vanidad, que entrega los secretos a cambio de incienso.

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Ese embustero: el sentimiento.

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Política de la vida.

La realidad está siempre en la oposición.

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De cerca, se percibe que en el desprecio subyace una secreta envidia. […] Lo que no se digiere, se vomita.

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Un gran hombre es una relación particularmente exacta entre las ideas y su ejecución.

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El arte ha perdido la observación, el tiempo.

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El pintor no debe hacer lo que ve, sino lo que será visto.

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La inteligencia reside en servirse de todo. Es una especie de… inmoralidad.

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Si supieras lo que desecho, admirarías lo que conservo.

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Los innovadores más profundos son necesariamente conservadores.

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Lo que ha arruinado a los conservadores es la mala elección de las cosas que deben conservarse. 

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Todo poeta valdrá, al cabo, lo que haya valido como crítico (de sí mismo).

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El único sentido que tiene la democracia es la formación continua de una aristocracia.

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Una mujer inteligente es una mujer con la cual se puede ser tan tonto como se quiera.

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Para un autor no hay otra recompensa real que la atención de un lector de calidad.  

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