¿Qué está pasando en Vascongadas y Navarra?
Los resultados correspondiente a las pasadas elecciones autonómicas vascas, de 21 de abril de 2024, han puesto sobre la mesa una realidad que no pocos periodistas, políticos y opinadores sabelotodos se negaban a reconocer: ante todo, la existencia de una mayoría más que absoluta, cercana al 75%, de votos emitidos, en favor de los dos opciones nacionalistas soberanistas, es decir, EAJ-PNV, generalmente presentado como un partido «moderado», y la coalición liderada por la izquierda abertzale de ETA, a saber EH Bildu. Paradójicamente, también se ha destacado que ello coincide con la disminución del sentimiento independentista, según diversos estudios demoscópicos del todo solventes. En cualquier caso, es evidente que la mentalidad nacionalista, en cualquiera de sus vulgatas, se ha impuesto en el conjunto de la sociedad vasca, avanzando considerablemente también en la vecina Navarra, lo que se traduce en réditos electorales y conquistas de nuevas parcelas de poder político; a la vez que la presencia simbólica de lo español y de la mismísima Administración Central, se reduce a mínimos históricos, hasta el punto de que es perfectamente posible desenvolverse en la vida cotidiana sin darse de frente con expresión alguna de la rica historia común de los vascos que hicieron grande a España en centurias anteriores.
Es incuestionable que dos factores han contribuido a la imposición de tamaña agenda de ingeniería social panvasquista: el terrorismo de ETA, con la «limpieza étnica» que desplegó y la consiguiente desarticulación de los principales focos de resistencia españolista, y las políticas culturales, lingüísticas e ideológicas de un EAJ-PNV al que se ha dado de todo, desde los sucesivos gobiernos centrales, con la excusa de representar la moderación y constituir, supuestamente, un valladar ante los radicales filoetarras. Esos resultados electorales desmienten por completo ambas premisas.
Desde nuestra perspectiva, esos avances electorales, expresión de relevantes movimientos políticos, son consecuencia en gran medida de cambios culturales previos, de un cambio de mentalidad por tanto, de la sustitución de unos mitos, tramas comunitarias y símbolos colectivos por otros elaborados e impuestos en clave de «construcción nacional vasca». De ahí que, en esta ocasión, veremos un poco más de cerca este cambio cultural mediante el acercamiento a los contenidos y subtramas de una película de éxito —de crítica y público— no sólo en Vascongadas, sino también en el resto de España. Nos referimos a Irati, film de 2022 con 5 nominaciones a los Premios Goya de 2023, dirigida por Paul Urkijo Alijo y guión de Paul Urkijo Alijo. Producto de Filmax, se encuentra disponible en la plataforma Amazon Prime Video. Coproducción hispano-francesa, fue financiada por el Gobierno de España y ETB, así como patrocinada por el Gobierno vasco y diversas administraciones autonómicas y municipales vascas.
De entrada señalemos que esta película reúne buena parte de los paradigmas y elementos simbólicos de un nacionalismo cultural vasco volcado en la recuperación del paganismo de sus ancestros. No obstante, buena parte de sus ingredientes no son originales, pues los que se refieren a su carga histórica ya fueron recogidos y reelaborados en una célebre obra escrita propia del romanticismo decimonónico: Amaya o los vascos en el siglo VIII, un fruto de la imaginación del navarro de Viana y, ante todo, católico tradicionalista Francisco Navarro Villoslada. Los ingredientes de sus respectivas tramas son análogos, cuando no los mismos: así encontramos una dialéctica entre cristianismo y paganismo, idénticos personajes históricos, dispares roles de sexos, el mismo contexto de los remotos orígenes del reino de Pamplona como primitivo solar del pueblo vasco en un cambio de ciclo histórico… Sin embargo las dos propuestas son por completo diversas.
Irati: mujer empoderada, pagana… y lamia
Empecemos por el argumento de Irati. Ambientada en el siglo VIII, se inicia cuando vascos y musulmanes atacan a las tropas de Carlomagno que han destruido Pamplona. En el fragor de la batalla, Eneko Ximeno, padre del protagonista homónimo y líder de un valle central del pueblo vasco, se quita la vida, propiciando con su muerte la destrucción del ejército enemigo merced a una intervención sobrenatural; contrapartida de un trato acorde al viejo culto pagano. Pero, a causa de la mediación de la anciana Luxa su cuerpo no será enterrado cristianamente, siendo instalado en lo más profundo de una sima cuya entrada fue obstruida. Luxa es presentada a modo de bruja y chamán que vive en el interior del bosque, lo que no le impide conocer perfectamente todos los anhelos de su pueblo y a los mismísimos poderosos del entorno. Eneko hijo (evidentemente se trata de Íñigo Arista, líder elevado sobre el pavés y considerado por cierta historiografía como primer rey de Pamplona) será educado en Bigorra (territorio actualmente Altos Pirineos franceses y del que Arista habría sido, según algunas fuentes, su primer conde) en el cristianismo. Su madre, Oneka, al enviudar, contraerá matrimonio con un Banu Qasi, Fortún Ibn Qasi en la película, convirtiéndose al islam.
Al término de su formación, Eneko se reencontrará con Irati, una joven con la que coincidió de niño fugazmente al término de la batalla de Roncesvalles. Irati se rebelará, empeñada en salvaguardar el bosque que se encuentra amenazado, pues algunos poderosos pretenden que sus árboles sean el pago de la compra de seguridad de los vascos a los extranjeros: una subtrama de resonancias ecologistas. Se muestra, además, ferozmente anticristiana, pues en palabras de Irati, los seres visibles e invisibles del bosque habrían desaparecido «por vuestras ermitas y molinos» (introducidos por otros cristianos como Eneko). Ya en casa, que no es otra que el castillo oscense de Loarre debidamente acondicionado, Eneko intentará cumplir la última voluntad de su abuelo Ximeno de ser enterrado cristianamente junto a su hijo Eneko Ximeno. A pesar de tan pío deseo, morirá con la mirada puesta en una talla de la Virgen María pero pronunciando el nombre de Mari —la «Venerable Madre Tierra» de quien se dice en el film «el sol y la luna son tus hijas» y «sólo tú administras premios y castigos»—.
Con ese ánimo, Eneko, su caballo Itzal (sombra, en vascuence) e Irati, quien percibe constantemente «el dolor del bosque» y el devenir de sus criaturas, se introducen también en las profundidades de una sima en una suerte de camino iniciático, superando dificultades y escaramuzas y afrontando, ulteriormente, su tensión sexual en un encuentro fugaz e intenso pero sin perspectiva de futuro.
Ya, al término de sus días, y de la propia película, Eneko se entregará a la muerte en el río en el que conociera a Irati de niños y donde observara asustado a una lamia de feroz mirada, uno de los personajes mitológicos (mujer con pies de ave, al igual que la propia Irati) de la discutible cosmogonía pagana vasca, junto al Basajaun, Gaueko, el cíclope Ttartalo, la serpiente Sugar, los Jentilak…
Los versos finales de una bucólica canción en euskera proporcionan la respuesta ideológica a la trama:
«La sombra de un único Dios
Desgracia para miles de flores
Nunca olvides el viejo proverbio
Todo lo que tiene nombre existe».
Y también alcanza notable relevancia la norma «sangre por sangre», varias veces presentes en la película; ya como venganza, también como tributo a tratos paganos.
Irati, libérrima e indómita, encarna la personalidad pagana de un pueblo en su agónico encuentro con un cristianismo que asumirá superficialmente. Una circunstancia así entendida, en el film, cuando Eneko coloca por delante de una imagen de la Virgen María y en su base un eguzkilore[1], símbolo omnipresente en la película, así como su observador mudo, un macho cabrío blanco (y no negro, tal y como lo retratara Goya en uno de sus célebres cuadros y que en la nueva mitología vasca se le denomina Akerbeltz).
Sin duda alguna, Irati es la personalidad más fuerte de la película, lo que entronca con esa creencia tan extendida de la pervivencia de un fuerte matriarcado en Vascongadas y Navarra que enlazaría con los modernos feminismos. Pero su sentido del deber, empeñada en la supervivencia de su cultura pagana, le alejará irremediablemente de Eneko. En esta deriva se sitúa la frase, repetida en varias ocasiones, todo lo que tiene nombre existe; otra clave decisiva de la trama de la película derivada del característico constructivismo del nacionalismo vasco en su posmoderna expresión eco-feminista.
Amaya o los vascos en el siglo VIII: catolicismo ortodoxo
Recordemos, ahora, las tramas de Amaya o los vascos en el siglo VIII, una novela editada por entregas entre 1877 y 1878 en un medio carlista, claramente influenciada por los textos de Walter Scott, de particular incidencia en la configuración de los mitos nacionalistas, hasta el punto de que el historiador Antonio Elorza considera que «La elaboración de Navarro Villoslada se convierte en pieza clave para el trazado de lo que será la imagen mítica del pueblo vasco, propia del pensamiento nacionalista»[2]. Debemos señalar, no obstante, que esos temas y tramas narrativas eran comunes, por entonces, a vascos, navarros y vasconavarros; todos ellos de incuestionable españolidad. De hecho, la definitiva y antagónica separación entre nacionalistas vascos y navarristas no se consolidará hasta los años 20 del siglo XX.
Veamos la trama de Amaya. Los montañeses vascos, descritos por Francisco Navarro Villoslada como «rebeldes, indómitos y montaraces», deberán afrontar el destino de su pueblo en el contexto de la desaparición de la monarquía visigótica, la invasión musulmana y la irrupción de los francos en su intento de instalar una Marca Hispánica también en esta parte de los Pirineos. En consecuencia, los caudillos vascos deberán elegir entre unirse y construir un reino propio o continuar sometidos a extranjeros, sean los que fueren. Para ello, deberán empezar por nombrar un máximo caudillo, o primer rey. Se trata, vemos, de una trama análoga, que no idéntica, a la de Irati.
Amaya es la principal protagonista de la novela, hija del godo Ranimiro y Amagoya, vasca del linaje de Aitor[3]; presentándose así como trasunto femenino del anterior, supuesto patriarca de todos los vascos conforme la elaboración de Navarro. Otros personajes son el conspirador judío Pacomio y su hijo Eudes, quien ocultando sus orígenes raciales y religiosos llegará a convertirse en noble visigodo de oscuras maniobras. García Jiménez, el otro gran protagonista, será finalmente el primer rey pamplonés, enamorándose de Amaya, a su vez última pagana de quien arranca un nuevo principio, eso sí, ya cristiano. Y el cristianismo de García le orientará eficazmente en sus alianzas, por lo que optará por la incorporación de los godos a su causa en la lucha contra los infieles musulmanes.
Tal y como sintetiza el gran autor navarrista contemporáneo Iñaki Iriarte López, euskaldún de neta identidad vasconavarra, el creador de Amaya «Describió a los vascos inicialmente hostiles a cualquier compromiso con los godos, dispuestos a combatirlos hasta que abandonasen su territorio, inmóviles en su concepción del mundo. Pero ante la presencia de un enemigo mayor, capaz de exterminar a vascos y godos, se impone la necesidad de una alianza, de un sacrificio de la integridad que, a través de una mezcla entre nativos y advenedizos, introduzca a los vascos en la historia, aunque, en contrapartida, conduzca también a una pérdida de la independencia primitiva»[4].
También son interesantes al respecto las anotaciones de la Gran Enciclopedia de Navarra:
«No es meramente casual que Navarro Villoslada concibiese la idea de escribir su Amaya en plena actividad pública, porque en ella va a plasmar de forma novelada sus ideales políticos. Incorpora a la acción situada en la Euskal-Erria del siglo VIII, los problemas ideológicos de su siglo y de la Navarra de entonces; desarrolla y resuelve la narración desde su óptica de tradicionalista y católico. La tesis del novelista es sencilla: Los postulados cristianos están por encima de los objetivos de este mundo, la religión triunfará sobre el patriótico aislamiento de los vascos y les hará participar definitiva y responsablemente en los problemas y destino final de la nacionalidad hispánica»[5].
Nacionalismo hecho cultura y mentalidad común
Si en Amaya la respuesta y la fuerza proceden del cristianismo, superando el paganismo de los ancestros que personifica Amagoya, en Irati, por el contrario, procederán desde un paganismo que, en contraposición al cristianismo extranjero, respeta a la naturaleza y a todos sus seres, reales o imaginarios. Si en Amaya los varones representan personajes fuertes, coherentes e incluso heroicos, en Irati se muestran, por el contrario, apocados, o ambiciosos sin escrúpulos y depredadores. De tal modo, la anciana Luxa, Irati y la propia madre de Eneko, musulmana al fin, se antojan como las personalidades más fuertes, consistentes y, en lenguaje de hoy, empoderadas, además de decididas transmisoras del sentido de la vida, de la identidad colectiva y de la misma justicia.
Los mitos y modelos antropológicos de Amaya e Irati, devienen, de tal modo,totalmente diversos; incluso podrían caracterizarse como contradictorios o, en el caso del segundo, una perfecta inversión de los del primero desde presupuestos posmodernos.
Aunque Amaya e Irati responden a formulaciones histórico-ideológicas muy diversas, los nacionalistas vascos de todos los colores de hoy, casi por completo descristianizados, bien pueden identificarse también en la obra de Navarro Villoslada, aunque sea de autor católico, tradicionalista y españolista, pues su carga mitológica, susceptible de ser rescatada y reelaborada por el nacionalismo en las décadas siguientes, es así salvada de «la quema de cuanto sonara a español e hispánico», convirtiéndola en preciado antecedente de su cosmovisión; aunque fuere forzando hechos, mitos, historias y mentalidades. De este modo, el paganismo declinante a superar en Amaya, deviene en autenticidad y propuesta de futuro en Irati.
Sintéticamente, vamos terminando, el nacionalismo supremacista vasco, constructivista y voluntarista, constituye la columna central que ilumina y edifica, en clave de hoy, como lo hiciera ayer, mitos y leyendas, sirviéndose para ello de creencias espirituales e ideologías políticas oportunas, siempre prescindibles y a sacrificar, con la mirada y la esperanza puestas en el objetivo final de la «construcción nacional vasca». Inmanencia, por tanto, frente a espiritualidad. Por todo ello, el nacionalismo vasco es una ideología por completo moderna que recurre a constructos posmodernos. En todo ello radica su capacidad de adaptación, su oportunismo nato y su éxito entre las nuevas generaciones nutridas de mitos superficiales, instintos básicos, desmemoria y conformismo ante el poder socio-político más próximo. De esta manera, los «nuevos derechos sociales», a los que son especialmente sensibles buena parte de una juventud europea educada en el sentimentalismo y el deseo, son más accesibles desde una soberanía política particularmente próxima, al «ser de aquí» y no de Madrid.
[1] El profesor de Historia del Arte de la UNED en Vergara Alberto Santana, en el programa de ETB El sabor del crimen, transmitido el 08/07/19 y disponible en Youtube, desmiente la teoría de que el eguzkilore (flor del sol), nombre asignado al cardo de puerto o carlina acaulis y popularmente conocido en buena medida gracias a la Trilogía del Baztán de Dolores Redondo, se remonte a los cultos paganos. Por el contrario, sostiene que es recogido en primer lugar en las mantelerías cristianas de los altares de la Contrarreforma, al identificar gráficamente a la Sagrada Eucaristía.
[2] Elorza, Antonio: Un pueblo escogido. Génesis, definición y desarrollo del nacionalismo vasco, Crítica, Barcelona, 2001, pág. 55.
[3] Nombre ideado por el protonacionalista francés Joseph Augustin Chaho hacia 1845.
[4] Iriarte, ensayo citado, página 56 y 57.
[5] Entrada de la versión digital Navarro Villoslada, Francisco: http://www.enciclopedianavarra.com/?page_id=15162