Una de las cuestiones más debatidas en los últimos años entre muchos observadores políticos europeos -periodistas, historiadores y politólogos- es la posibilidad o imposibilidad de superar la división izquierda/derecha. Esto ha sido especialmente cierto en los países de la llamada Europa «latina», Francia e Italia, donde la «vieja» dicotomía, vigente desde hace más de un siglo, parecía estar firme y bien establecida. En las encuestas realizadas en estos países desde finales de la década de 2000, entre el 60% y el 70% de los ciudadanos han afirmado inequívocamente (cuando se les ha permitido hacerlo) que la democracia ha dejado de funcionar correctamente, que no existen diferencias sustanciales entre los gobiernos de derecha e izquierda y que la división ya no es realmente relevante.
He contribuido a este debate sobre la permanencia o el fin de la división, su transformación o su declive, publicando Droite / Gauche: pour sortir de l’équivoque. Histoire des idées et des valeurs non conformistes du XIXe au XXIe siècle (Éditions Pierre Guillaume de Roux, 2016). Si vuelvo hoy sobre este tema es para responder a los deseos de unos cuantos amigos españoles que me han pedido que resuma el contenido de este libro, y también porqué sé por experiencia hasta qué punto un volumen muy documentado puede echar para atrás al lector apresurado.
Para entender la radical y sorprendente evolución político-social reciente de los países europeos (nacimiento y desarrollo de numerosos movimientos populistas en la mayor parte del continente, rebeliones/insurrecciones populares como los «Bonnets rouges» y los «Gilets jaunes» contra las autoproclamadas oligarquías o «élites» progresistas, el Brexit del Reino Unido, etc.), es necesario responder a algunas preguntas claves: ¿qué es la derecha? ¿Qué es la izquierda? ¿Cuáles son los argumentos a favor y en contra de la división «inevitable» o solo «accidental» que articula la vida política de las democracias representativas modernas? Ò también, ¿por qué la dicotomía izquierda-derecha está cada vez más desacreditada en la opinión pública de los países europeos?
Más allá de la multiplicidad de definiciones de la derecha y la izquierda, chocan dos enfoques radicalmente diferentes: uno es filosófico y el otro histórico. El enfoque filosófico pretende definir la esencia, el carácter íntimo de los dos fenómenos; el enfoque histórico, empírico y relativista, niega que sean absolutos aislados, independientes de las situaciones contingentes (locales y temporales). El primer enfoque conduce a reforzar o consolidar la dicotomía tradicional, mientras que el segundo conduce a criticarla, cuestionarla o ponerla en tela de juicio[1].
¿Cómo definir la izquierda y la derecha? El punto de vista esencialista: la división nunca terminara
El punto de vista esencialista ha sido defendido por muchos autores durante más de medio siglo. Desde una posición de derechas, podemos citar, entre otros, al democristiano francés René Rémond, al tradicionalista húngaro-americano Thomas Molnar o al conservador español Gonzalo Fernández de la Mora. Más recientemente, se encuentran, por ejemplo, el ex asesor del ex presidente Nicolas Sarkozy, Patrick Buisson (y su biógrafo, estrecho colaborador de Alain de Benoist, el periodista François Bousquet[2]), el politólogo Guillaume Bernard o el profesor de derecho constitucional Jean-Louis Harouel. En la izquierda, los más conocidos son el italiano Norberto Bobbio, el inglés Ted Honderich, el francés Jacques Julliard y la española Esperanza Guisán[3].
En el sentido más convencional y vulgar del término, la derecha sería sinónimo de estabilidad, autoridad, jerarquía, conservadurismo, fidelidad a la tradición, respeto al orden público y a las convicciones religiosas, protección de la familia y defensa de la propiedad privada. Por el contrario, la izquierda encarnaría la insatisfacción, la reivindicación, el movimiento, el sentido de la justicia, la donación y la generosidad.
La doxa y la propaganda neomarxista, neosocialdemócrata y a veces incluso neoliberal, autoproclamada «progresista», ve en la derecha una reacción contra la Ilustración, contra el Progreso, la Ciencia, la Igualdad y el Humanismo (verdaderos dioses siempre escritos con mayúsculas). Simplificando, podríamos decir que según ellas la derecha y la izquierda reflejan el eterno conflicto entre ricos y pobres, dominantes y dominados, opresores y oprimidos. Pero cuando se investiga el tema de manera más seria, pronto queda claro que esa identificación de la derecha política con la derecha económica, o de la derecha de convicciones con la derecha de intereses o de dinero, tan extendida en los medios de comunicación, no es más que otro mito, una cortina de humo ideológica, una mentira propagandística. Los lectores de Vilfredo Pareto, familiarizados con su famosa tesis sobre la connivencia entre plutócratas y revolucionarios, lo saben bien. Abundan los ejemplos que matizan o desmienten ese mito, desde los actores y herederos burgueses de la Revolución Francesa hasta los actuales magnates multimillonarios y especuladores financieros como George Soros.
Siempre ha existido en Europa, al menos desde finales del siglo XIX, una derecha tradicional, social, anticapitalista, antiliberal o «iliberal» (como se dice hoy) que no sólo afirma su compromiso con la comunidad nacional, sino que también defiende la justicia social. Y siempre ha existido (aunque hoy bastante menos) una izquierda socialista o socializadora que defiende al mismo tiempo el republicanismo, el laicismo, la patria y la nación.
¿Cuáles son las oposiciones convencionales entre la izquierda y la derecha?
El punto de vista esencialista privilegia siempre la «idea» sobre la «existencia», la realidad o los hechos. Existen diferentes niveles de análisis, más o menos sofisticados a partir de esa posición. Así, se puede hacer una lista no exhaustiva de las oposiciones que han sido más frecuentemente señaladas:
En primer lugar, está el pesimismo de la derecha frente al optimismo de la izquierda. El realismo y el sentido trágico de la vida frente al idealismo, el sentimentalismo, el triunfo de la buena conciencia y el angelismo. Al final, el espíritu de la derecha conduciría a la negación del ideal, el de la izquierda a su prostitución. Según esta premisa, en última instancia habría dos temperamentos que siempre se opondrían. Siempre existiría el mismo antagonismo: reaccionarios/conservadores frente a progresistas reformistas o revolucionarios.
En segundo lugar, está la antinomia de las dos posiciones metafísicas: trascendencia e inmanencia. Por un lado, los que defienden a Dios y, por otro, los que deifican al hombre. La metafísica cristiana y la correcta lectura de los Evangelios se contraponen con las grandes herejías y utopías falsificadoras del cristianismo, con el milenarismo, con el gnosticismo (el Dios del mal frente al Dios del bien), o con la creencia en las religiones de la política con su versión secularizada de la apocatástasis (restauración final del estado original). En el fondo, habría una especie de lucha eterna de la luz contra las tinieblas, del bien contra el mal, por supuesto interpretados y definidos de forma diferente según se pertenezca a uno de los dos polos derecha o izquierda.
En tercer lugar, está la creencia en una naturaleza humana inmutable e inalterable frente a la creencia en la perfectibilidad indefinida del hombre. La izquierda no creería en el pecado original y la derecha no creería en la redención.
En cuarto lugar, está la defensa del orden natural por la derecha y la de la razón universal por la izquierda; la derecha tiene una visión holística de la sociedad frente al planteamiento individualista de la izquierda (este individualismo radical que apareció con la Revolución Francesa explicaría también la posterior reacción colectivista y totalitaria del socialismo marxista). Existe por tanto el organicismo de la derecha (es decir, la sociedad que se desarrolla como un árbol con raíces y ramas que no pueden ser cambiadas impunemente según la voluntad de cada individuo) que se opone al mecanicismo de la izquierda (es decir, la sociedad que funciona como un reloj con la posibilidad de cambiar y modificar cada una de las partes sin límite).
En quinto lugar, está la derecha obsesionada por la ética familiar y la izquierda obsesionada por la liberación o emancipación de la moral y las costumbres.
En sexto lugar, está la aristocracia espiritual (que no social o material) y el sentido de la libertad de la derecha frente al igualitarismo nivelador y materialista característico de la izquierda; es decir, calidad frente a cantidad[4]. La idea principal de la izquierda sería la búsqueda de la igualdad, cuyo motor sería la envidia, mientras que la esencia del mensaje de la derecha sería la creencia en la emulación. La izquierda sería una pendiente hacia la igualdad material y la derecha una pendiente hacia la aristocracia espiritual[5].
En séptimo lugar, está la pasión o angustia por la unidad de la derecha (con el llamamiento constante a la unión de la comunidad nacional) frente al espíritu o voluntad de división de la izquierda (con la reactivación permanente de la lucha de clases o de las luchas sociales).
En octavo lugar, está la visión conflictiva o polemológica del mundo, propia de la derecha, que se opone al sueño del futuro radiante de la humanidad, al multiculturalismo anti-identitario y a la utopía del «hombre nuevo» propia de la izquierda. Evidentemente, no se trata del hombre nuevo querido por el Dios cristiano, sino del hombre nuevo deseado por los totalitarismos modernos (en sus versiones marxista-leninista, nacionalsocialista y globalista neoliberal o neosocialdemócrata, sin olvidar la reciente variante ideológica de la «justicia antropológica», intensificada a su vez por las bioideologías, y otras ideologías diversas y delirantes, cuyas semillas se encuentran prácticamente todas, por extraño y triste que parezca, en el nacionalsocialismo).
En noveno lugar, está la eterna lucha entre lo viejo y lo nuevo, lo de moda y lo pasado de moda, lo actual y lo obsoleto, lo antiguo y lo moderno. Algunos van aún más lejos y no dudan en considerar la defensa de la lengua como un auténtico marcador de derechas. Maestros de escuela pública, republicanos, laicistas, socialistas, nacionalistas y otros «progresistas» de antaño, moderados o extremistas, reformistas o revolucionarios, no serían entonces más que vulgares reaccionarios o derechistas disfrazados o que se ignorarían a sí mismos.
En resumen, desde un punto de vista esencialista, siempre ha habido y habrá una derecha y una izquierda. Algunos autores, como Jacques Anisson du Perron[6], parten de la premisa o axioma intangible: «La derecha siempre ha existido porque se confundía con la organización política de las civilizaciones tradicionales. Por el contrario, la izquierda sólo apareció en la modernidad…». En consecuencia, estaríamos condenados para siempre a vivir y conocer sólo dos concepciones opuestas del mundo y de la vida, y a un nivel inferior, dos morales, dos formas de psicología o incluso dos temperamentos.
Llegados a este punto, quizá sea útil recordar tres puntos. En primer lugar, que el matemático y disidente ruso Igor Chafarevich[7] dijo, no sin razón, que, desde un punto de vista filosófico, el socialismo siempre ha existido como tendencia específica de las sociedades humanas (y que no sólo apareció, históricamente, en el siglo XIX). En segundo lugar, que Nicolás Berdiaev[8] dijo lo mismo del nacionalismo o patriotismo (que, habiendo nacido en la izquierda a principios del siglo XIX, se fue en parte a la derecha a finales del siglo XIX). Y, por último, conviene subrayar que los defensores del liberalismo insisten también en la antigüedad de su pensamiento: para unos, nació con la Revolución francesa, primero a la izquierda (antes de ser empujado a la derecha por el socialismo), para otros, es el heredero directo de la Ilustración y, por tanto, existe desde hace no menos de cuatro siglos, y para otros, la tradición liberal no puede explicarse sin hacer referencia a la genealogía del cristianismo.
Dicho esto, la mayoría de los autores «esencialistas» insisten en la diversidad o el carácter plural de la derecha y la izquierda. Muestran con razón que no hay una derecha y una izquierda, sino derechas e izquierdas, aunque no haya consenso para definirlas o clasificarlas. Así, René Rémond distinguió tres derechas: tradicionalista, liberal y nacionalista y tres izquierdas: libertaria, autoritaria y marxista. Pero después de él, otros autores (como el socialista israelí Zeev Sternhell) distinguieron dos derechas: radical/revolucionaria y conservadora, y dos izquierdas: progresista y revolucionaria. Otros (como Stéphane Rials) veían una única derecha tradicional y cuatro izquierdas: autoritaria-nacionalista, liberal-burguesa, anarco-libertaria y social-marxista. Más recientemente, autores como Marc Crapez (especialista en la izquierda nacionalista o «reaccionaria») han señalado la existencia de una buena docena de tendencias de derecha e izquierda, lo que en última instancia desacredita o quita gran parte del valor e interés de estas clasificaciones.
¿Por qué y cómo se critica la división izquierda/derecha? El punto de vista histórico-relativista
Históricamente, la división derecha/izquierda apenas ha existido durante un siglo, o como más siglo y medio. Esta es la prosaica realidad. Tras la Revolución Francesa, y durante décadas después, la división u oposición se limitó a una cuestión de lenguaje parlamentario (los gobernantes ocupaban los escaños de la derecha y la oposición los de la izquierda). Como muy bien dijo el filósofo español Gustavo Bueno: «En las Cortes de Cádiz [la Asamblea Constituyente que se reunió de 1810 a 1814 durante la Guerra de la Independencia contra Francia], no hay derecha ni izquierda». La mítica división es, en efecto, mucho más reciente.
En la opinión pública, o mejor dicho para los ciudadanos-electores, su nacimiento se remonta sólo a los años 1870-1900 y quizás incluso más tarde, a los años 1930. Por tanto, el gran conflicto cíclico entre la derecha eterna y la izquierda inmortal apenas tiene más de un siglo. Como señaló acertadamente el sociólogo Julien Freund en 1986, se trata de una división «esencialmente europea e incluso localizada en los países latinos, aunque fue retomada hace tiempo por los países anglosajones».
Para el historiador de las ideas políticas es relativamente fácil demostrar que los valores de derechas y de izquierdas no son inmutables, que los chassés-croisés (cruzados de baile) o los intercambios de ideas han sido y siguen siendo constantes. Las derechas son diversas y plurales, como las izquierdas, lo que explica sus divisiones y conflictos permanentes. Las derechas y las izquierdas son universalistas o particularistas; globalistas y defensores del libre comercio o patrióticas y anticapitalistas; centralistas y jacobinas o regionalistas y federalistas (o incluso separatistas); atlantistas, occidentalistas y europeístas (defensoras de una Europa federal) o nacionalistas, europeístas (partidarias de una Europa de las naciones) y/o no tercermundistas; son individualistas, racionalistas, positivistas, organicistas, mecanicistas, ateas, agnósticas, espiritualistas, teístas o cristianas. No existe una definición atemporal de la derecha o de la izquierda que se aplique en todas partes y en todo momento. La derecha y la izquierda sólo pueden definirse históricamente en relación con los periodos y las cuestiones que se plantean en un momento dado.
Es fácil demostrar que las principales cuestiones políticas se desplazan constantemente de la izquierda a la derecha y viceversa. Creo haberlo hecho detalladamente en mi libro Derecha/Izquierda, para salir del equívoco al que remito al lector interesado. Es el caso del imperialismo, el colonialismo, el racismo[9], el antisemitismo, el antisionismo, el antimasonismo, el anticristianismo, el anticatolicismo, el antiparlamentarismo, la crítica al modelo liberal-democrático, la tecnocracia y la antitecnocracia, el maltusianismo y el antimalthusianismo[10], el federalismo, el centralismo, el antiestatismo, el regionalismo, el separatismo, el ecologismo, la crítica de los derechos humanos y del derecho de injerencia (recordemos las agudas críticas del liberal antifascista italiano Benedetto Croce, del socialista Harold Lasky o del nacionalista Mahatma Gandhi); y también es el caso de la denuncia de la Ilustración, del anticapitalismo, de la defensa de la soberanía y la identidad de los pueblos, del inmigracionismo y el antiinmigracionismo[11], de la preferencia nacional, de la islamofilia y la islamofobia, arabofilia y arabofobia, del patriotismo, del nacionalismo, del soberanismo, de la eurofilia y eurofobia, de la rusofilia y rusofobia, de la alianza o no con el Tercer Mundo, de la americanofilia o del anti-imperialismo americano, etc. Todas, absolutamente todas, estas cuestiones escapan al debate obsesivo entre la derecha y la izquierda. Muchas de ellas siguen oponiendo y dividiendo no sólo a los partidos, sino también dentro de los partidos. Por eso es fácil comprender por qué las uniones o alianzas de derecha o izquierda son y han sido siempre frágiles, volátiles, efímeras o temporales. A ello se añade, por supuesto, el peso de los egos, generalmente sobredimensionados, de los líderes políticos, así como sus intereses y planes de carrera antagónicos, mal enmascarados por supuestas diferencias sobre líneas políticas o programas a adoptar.
¿Quiénes son los autores que más han criticado la división izquierda/derecha?
El cuestionamiento de la validez permanente de la dicotomía izquierda/derecha es a la vez histórico, filosófico y moral. No es monopolio de ningún autor, movimiento intelectual o partido político.
Fue el liberal José Ortega y Gasset quien escribió: » Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral” (La rebelión de las masas, Prefacio a El lector francés, 1930).
Fue el liberal Raymond Aron quien declaró: «Sólo se puede aportar algo de claridad a la confrontación de las querellas francesas rechazando estos conceptos equívocos [de derecha e izquierda]» (El opio de los intelectuales, Prefacio, 1955).
Fue el liberal-conservador Julien Freund quien señaló: «La distinción entre izquierda y derecha es polémica y local, no determina categorías políticas esenciales […] La corrección filosófica exige ir más allá de esta clasificación circunstancial […] La rivalidad entre derecha e izquierda no se basa en un juicio moral, sino que es una de las formas actuales de la lucha por el poder» (La esencia de lo político, apéndice, reimpresión de 1986).
Fue el nacionalsindicalista José Antonio Primo de Rivera quien llamó a rechazar los odios enquistados de derechas e izquierdas, y quien dijo: «El ser ‘derechista’ como el ser ‘izquierdista’, supone siempre expulsar del alma la mitad de lo que hay que sentir. En algunos casos es expulsarlo todo y sustituirlo por una caricatura de la mitad» («Ha fenecido el segundo bienio», 9 de enero de 1936).
Es el marxólogo Costanzo Preve, figura representativa del comunismo italiano, quien afirma: «La dicotomía derecha/izquierda no es más que un residuo incapacitante o una prótesis artificial perpetuada por la clase dominante» (Italicum, nº1-2, 2004).
Fue el ex militante de los años sesenta, el izquierdista Jean Baudrillard, quien observó: «Si algún día la imaginación política, la exigencia política y la voluntad política tienen una oportunidad de resurgir, sólo podrá ser sobre la base de la abolición radical de esta distinción fósil que se ha anulado y desautorizado a sí misma a lo largo de las décadas, y que ahora sólo se mantiene unida a través de la complicidad en la corrupción» (De l’exorcisme en politique ou la Conjuration des imbéciles, 1998).
Fue el socialista libertario griego Cornelius Castoriadis quien reconoció: «Hace tiempo que la división izquierda-derecha, en Francia como en otras partes, ya no corresponde ni a los grandes problemas de nuestro tiempo ni a opciones políticas radicalmente opuestas» (Le Monde, 12 de julio de 1986).
En realidad, innumerables autores con convicciones muy diferentes forman parte de la tradición «escéptica» o crítica de la división izquierda/derecha. Muy minoritarios a finales del siglo XIX, y mucho más numerosos durante el siglo XX, los que denuncian el agotamiento de la fractura se han convertido en legión desde principios del siglo XXI. Ejemplos de ello son el tradicionalista Donoso Cortés, los liberales Ortega y Gasset y Unamuno, el heterodoxo socialista-marxista Gustavo Bueno; los franceses Pierre-Joseph Proudhon, Maurice Barrès, Charles Péguy, Simone Weil, Daniel-Rops, Jean Baudrillard, Jean-Claude Michéa, Christophe Guilluy, Vincent Coussedière, Alain de Benoist, Marcel Gauchet; los estadounidenses Christopher Lasch, Paul Piccone y Paul Gottfried; los italianos Costanzo Preve, Augusto del Noce, Pier Paolo Pasolini, Marco Tarchi, Marco Revelli, Diego Fusaro y muchos otros[12].
Buena parte de los politólogos y periodistas coinciden hoy en que la izquierda neosocialdemócrata (con sus aliados de extrema izquierda) ha dejado de proclamar su voluntad de resolver la cuestión social y de hacer una revolución social (con la esperanza de la liberación del proletariado) para asumir los principios del libre mercado e invocar preferentemente «valores» societales y antropológicos (defensa del «ciudadano global», integración de las minorías «victimizadas», homosexuales, transexuales, feministas, inmigrantes, ideología de género y multiculturalismo, la «cancel culture»/cultura de la cancelación o mejor dicho cultura de la censura). En cuanto a la derecha neoliberal (que rechaza las alianzas con la derecha tradicional y radical), ha abandonado la defensa de la nación, la moral, la religión y la familia, para ocuparse exclusiva y cínicamente de la economía. La ideología globalista representa ahora una sorprendente síntesis de elementos del pensamiento neoliberal y neomarxista.
¿Qué significa ser simultáneamente de derechas y de izquierdas?
Marxistas, neosocialdemócratas, social-liberales, neoliberales y conservadores-liberales por igual suelen reducir la denuncia de la oposición derecha/izquierda a una actitud extremista y cínica. Muchos de sus comentaristas políticos ven incluso en esta crítica de la dicotomía tradicional el resurgimiento del fascismo, por no decir del nacionalsocialismo o del nazismo. Pero en realidad se trata de un argumento propagandístico invalidado por los hechos históricos.
En el fondo, definirse simultáneamente de derechas y de izquierdas es expresar la convicción de que una comunidad política necesita a la vez justicia y libertad, progreso y conservación, patriotismo e internacionalismo, personalismo y solidaridad, orden y libertad, iniciativa económica y garantías sociales, respeto de los derechos humanos y afirmación de los deberes humanos, igualdad y mérito, fraternidad y competitividad, ni más ni menos.
Estas preocupaciones pueden resumirse en pocas palabras. Es la voluntad política de defender valores espirituales, religiosos, patrióticos o nacionales y, al mismo tiempo, perseguir el bien común o afirmar la necesidad de solidaridad colectiva y justicia social. Este intento de síntesis puede encontrarse en los programas de muchos movimientos de pensamiento, que han surgido y se han desarrollado en Europa desde finales del siglo XIX hasta nuestros días. Estos movimientos son radicales, revolucionarios y extremistas, o moderados y reformistas, según el lugar y la época. Se pueden citar una veintena de modelos o ejemplos, entre ellos el tradicionalismo social (según el economista italiano Stefano Solari, Donoso Cortés fue el inventor de la Tercera vía); el legitimismo o primer catolicismo social (el de René de La Tour du Pin y Frédéric Le Play en Francia), el bonapartismo y el boulangismo de finales del siglo XIX; el nacionalismo social (de Maurice Barrès y Charles Péguy); el socialismo patriótico (de los herederos de los revolucionarios radicales de la Revolución Francesa, como Jacques Hébert); el socialismo libertario y nacionalista de Auguste Blanqui durante la Comuna; el socialismo no marxista de Henri Rochefort, Gustave Tridon, Jules Vallès, Albert Regnard, etc.; el sindicalismo revolucionario, el cooperativismo y el mutualismo (de Proudhon, Georges Sorel, Antonio Labriola, Georges Valois, etc.); el distribucionismo y el corporativismo católico (de los ingleses Hillaire Belloc y Chesterton, de los franceses Louis Baudin, Jean Daujat, Gaétan Pirou, Louis Salleron, Gabriel Marcel y del belga Marcel de Corte); el monarquismo nacionalista de la primera Action Française de Charles Maurras; el conservadurismo revolucionario alemán (de Spengler, Jünger, Spann, Moeller van den Bruck, etc.): el personalismo de los no-conformistas franceses de los años 30 (Emmanuel Mounier, Thierry Maulnier, Alexandre Marc, etc.); el nacional-sindicalismo de José-Antonio Primo de Rivera; el Fianna Fáil del irlandés Eamon de Valera (principal fundador de la República Democrática Irlandesa); el fascismo italiano (en su doble versión conservadora y revolucionaria); el gaullismo de la Francia de posguerra (1946-1969); el ordoliberalismo[13] de Walter Eucken, Wilhelm Röpke, Alexander Rüstow o Jacques Rueff; y, por último, los diversos populismos actuales (de izquierda y de derecha)[14] cuyos discursos mezclan con mayor o menor éxito la defensa de la soberanía popular y la identidad nacional y que se proponen reducir la brecha socioeconómica y/o etnocultural.
La división izquierda/derecha también ha sido cuestionada a menudo por políticos de centro, defensores de la ideología globalista. Es el caso, en particular, de Emmanuel Macron, Matteo Renzi y diversas personalidades políticas e intelectuales. Paradójicamente, se trata de representantes probados de la oligarquía globalista que, como perfectos conocedores de la magia de las palabras, han presentado con fines electorales una versión suavizada y centrista de la crítica a la división derecha/izquierda. Las políticas de estos líderes coinciden perfectamente con las de políticos socialdemócratas o democristianos de hace varias décadas (1995-2005) como Tony Blair, Schroeder o Clinton[15]. Estos últimos también reivindicaban la «tercera vía», teorizada por el inglés Anthony Giddens y el norteamericano Amitai Etzioni.
El éxito de esta estrategia y su resultado electoralmente beneficioso (aunque no definitivo, como demuestran las dificultades posteriores del presidente Macron) puede resumirse recordando las famosas palabras del joven Tancredi, personaje de Il Cattopardo (1963): «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie».
¿Qué queda de la división izquierda/derecha y cuál es la nueva división?
La crítica de la dicotomía izquierda/derecha consiste ante todo en demostrar que no existen ni «valores eternos» en la derecha ni «principios inmortales» en la izquierda. En otras palabras, criticar la dicotomía tradicional es revelar que la derecha y la izquierda son el resultado de ciertas opiniones sobre hechos e ideas, que no proceden de un modelo ideal, de un arquetipo o de una idea en el sentido platónico.
No se trata de negar que históricamente la división derecha/izquierda explique gran parte de los fenómenos políticos del pasado, sino sólo de negar que los explique todos. Se trata también de demostrar que, en la Europa actual, el debate político supuestamente inmutable entre dos categorías «esencializadas», la derecha eterna y la izquierda inmortal, se ha convertido en una prótesis artificial que sirve para perpetuar la situación de la oligarquía dominante.
La división D/I se ha convertido en una máscara, que sirve para ocultar otra división, ahora mucho más decisiva: la que opone los pueblos arraigados a las élites autoproclamadas vectores del desarraigo; la que opone los defensores de la soberanía, la identidad y la cohesión nacionales a los partidarios de la «gobernanza global»; la que opone los excluidos de la globalización neoliberal, la gente «de abajo» rechazada en las zonas periféricas del país (gente o ciudadanos que obviamente tienen -o tendrán- sus propios dirigentes en virtud de la «ley de hierro de la oligarquía») a los privilegiados del sistema, a los de «arriba», a la oligarquía dominante, a la clase o hiperclase dominante globalizada que vive en los barrios bonitos de las grandes ciudades, las zonas más desarrolladas del país, y que, además, mantiene relaciones preferenciales con los privilegiados de otros países[16].
Muchos autores consideran que la derecha y la izquierda son y seguirán siendo durante mucho tiempo, aunque cambien de apariencia. «Usted es libre de creer que la serpiente ha sobrevivido a su última muda y que tendrá otras. Yo soy libre de dudarlo», podría haber dicho el escritor y corresponsal de guerra Jean Lartéguy.
De hecho, en toda Europa, un nuevo dualismo ha sustituido a la antigua oposición izquierda/derecha. Incluso los autores esencialistas, que rechazan la posibilidad de una extinción o desaparición de la dicotomía, reconocen que se ha producido una profunda alteración o modificación. Populismo frente a oligarquismo, arraigo frente a globalismo, cultura comunitaria y solidaria frente a cultura liberal y progresista, reflejan la nueva división. Digan lo que digan los numerosos «expertos» y «especialistas» de los grandes medios de comunicación, se trata de dos formas completamente nuevas de interpretar la realidad que se enfrentan, dos maneras irreconciliables de ver de dónde viene el mayor peligro, de elegir nuestro compromiso y nuestro futuro.
[1] En el trasfondo de la crítica actual de dicha dicotomía está, por supuesto, la triple división entre los partidos políticos críticos con la globalización neoliberal radical llevada a cabo desde hace más de treinta años por la oligarquía dominante (política, económica, financiera y cultural), cuyas posiciones son a veces altermundistas, internacionalistas y cripto-marxistas (Podemos, Syriza o La France insoumise), y otras veces antiglobalistas, estos últimos divididos a su vez entre, por un lado los liberal-conservadores que persiguen la unión o la alianza de las derechas (como Marion Maréchal Le Pen, Jean-Yves Le Gallou y Éric Zemmour en Francia o los dirigentes de Vox en España), y, por otra parte la tendencia soberanista, republicana y laica, «a la vez de derechas y de izquierdas», que encarna una línea que intenta sintetizar las aspiraciones identitarias y soberanistas, las ideas de patria y de justicia social (como Los Patriotas de Florian Philippot o el Rassemblement National / Agrupación Nacional de Marine Le Pen o tambien la asociación cultural del filósofo, prudhoniano, director de la revista, Le Front Populaire, Michel Onfray ).
[2] Véase también el libro de uno de los fundadores de la Nueva Derecha y del GRECE, Michel Marmin escrito en colaboración con Eric Branca, – Droite + Gauche, Paris, Éditions Chronique, 2016).
[3] Desde la derecha véase: Jean-Louis Harouel – Droite-Gauche : ce n’est pas fini, Paris, Desclée de Brouwer, 2017 ; Guillaume Bernard – La guerre à droite aura bien lieu. Le mouvement dextrogyre, Paris, Desclée de Brouwer, 2016 ; Patrick Buisson – La cause du peuple, Perrin, 2016 ; Julien Rochedy – Philosophie de droite, Paris, Éditions Hétairie, 2022 ; Michel Florian et Yann Raison du Cleuziou – À la droite du Père. Les catholiques et les droites de 1945 à nos jours, Paris, Seuil, 2022; y, en la vertiente de la izquierda: Jacques Julliard – Les gauches françaises 1762-2012, Paris, Champs Histoire, 2013 ; Janine Mossuz-Lavau – Le clivage droite-gauche : toute une histoire, Paris, Presses de Science Po, 2020 ; Denis Pelletier et Jean-Louis Schlegel – À la gauche du Christ. Les chrétiens de gauche en France de 1945 à nos jours, Paris, Seuil, 2012 ou Carlo Galli – Perché ancora destra e sinistra, Bari, Laterza, 2013 ; voir aussi : Marco Revelli – Post-Sinistra, Bari, Laterza, 2014 et Sinistra Destra : L’identita smarrita, Bari, Laterza, 2014.
[4] Sobre la envidia igualitaria de la izquierda y el espíritu de emulación de la derecha, véase: Gonzalo Fernández de la Mora – La envidia igualitaria, Madrid, Planeta, 1984, Altera, 2011. Sobre el principio de igualdad síntesis de la política de izquierdas, véase: Norberto Bobbio – Droite et gauche, Paris, Seuil, 1996; Esperanza Guisán – La ética mira a la izquierda, Madrid, Tecnos, 1992 et Ted Honderich – Conservatism, Londres, H. Hamilton, 1990
[5] Sobre el igualitarismo frente a la aristocracia espiritual, véase: Jean Jaelic – La droite cette inconnue, préface G. Marcel, Paris, Sept couleurs, 1963.
[6] Jacques du Perron – Droite et Gauche, Tradition et Révolution, Puiseaux, Pardès, 1991.
[7] Igor Chafarévitch – Le phénomène socialiste, Paris, Seuil, 1977.
[8] Nicolas Berdiaev – De l’inégalité, Lausanne, L’Âge d’Homme, 1976.
[9] Podríamos mencionar aquí el racismo o el racialismo de la izquierda moderada y radical bajo la Tercera República francesa (la Société d’anthropologie de Paris, el Institut d’ethnologie de Paris, el Musée de l’homme y, más en general, la aparición y el desarrollo de la etnología y la antropología francesas de 1860 a 1930), o la eugenesia de la socialdemocracia sueca hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Cabe señalar que el «multiculturalismo» actual es una forma de internacionalismo que, sin darse cuenta, al menos en sus etapas actuales, postula una nueva forma de racismo. Es significativo que los jóvenes socialdemócratas suecos hayan pedido que se fomente la inmigración para acabar con la raza sueca mediante la mezcla racial. También es sabido que la homofobia ha marcado durante mucho tiempo el pensamiento marxista. Fue la norma en Cuba durante todo el periodo de Fidel Castro.
[10] El malthusianismo actual de la extrema izquierda constituye una clara ruptura con su pasado. El maltusianismo extremista del ecologista de izquierdas Yves Cochet (véase su declaración a L’Obs del 4 de enero de 2019) le habría valido una lluvia de críticas por parte de los frentepopulistas de los años treinta. En la posguerra, el maltusianismo (anticoncepción) seguía siendo denunciado como ideología burguesa por el PCF, y en particular por la esposa de su secretario general, Maurice Thorez, la diputada y senadora Jeannette Vermeersch, y eso, hasta por lo menos 1965.
[11] La «preferencia nacional» fue el principio defendido por la izquierda y el Frente Popular francés en los años treinta. Los partidos socialistas, radicales y democristianos y los sindicatos como la CGT marxista coincidieron entonces en denunciar el peligro de la inmigración en nombre de la defensa de la mano de obra francesa. Véanse las leyes antiinmigración de 1923, 1926 y 1932 y los decretos de 1936, 1937 y 1938.
[12] El agotamiento de la división D/I se ha analizado tanto desde la perspectiva «histórico-relativista» como desde el punto de vista «esencialista». Por ejemplo, el enfoque esencialista se encuentra en el mejor especialista del conservadurismo en Norteamérica, el historiador y politólogo Paul Gottfried (véase: Conservatism in America, Palgrave MacMillan, 2007; Le Conservatisme en Amérique, París, L’Œuvre éditions, 2012), quien sin embargo afirma sin rodeos: «Las diferencias políticas entre derecha e izquierda se reducen hoy en día a pequeños desacuerdos entre agrupaciones que compiten por un lugar. De hecho, se disputan nimiedades. El debate está muy enmarcado; cada vez tiene menos interés y no merece ninguna atención». P. Gottfried, Nouvelle Revue d’Histoire, septiembre-octubre de 2011, p. 32. Véase también sobre el tema ¿Derecha-izquierda ¿Una distinción política?’, Elementos, nº 63 con contribuciones de A. de Benoist, J. Ruiz Portella, J. J. Esparza, H. Giretti, A. Buela, D. Sanmarán, J. Estefania, F. Fernández Buey, A. Giddens, N. Bobbio etc.
[13] El ordoliberalismo considera que los mercados necesitan un marco ético-jurídico-político para garantizar la supervivencia de los valores liberales. Sobre el ordoliberalismo (primer “neoliberalismo”) frente al paleoliberalismo, el ultraliberalismo, el libertarismo y el neoliberalismo anglosajón de principios del siglo XXI, véase A. Imatz – «Wilhelm Röpke y la Tercera Vía», Cercle Aristote, 6 de junio de 2017, http://cerclearistote.com/2017/06/wilhelm-ropke-et-la-troisieme-voie-neoliberale/.
[14] Véase: Chantal Delsol – Populismes: les demeurés de l’histoire, Paris, Le Rocher, 2015 et Alain de Benoist – Droite- Gauche, c’est fini. Le moment populiste, Paris, Pierre-Guillaume de Roux, 2017.
[15] En plena erupción de los “Gilets jaunes”, movimiento popular antioligárquico, el presidente Emmanuel Macron se reivindicó contradictoriamente como un «progresista» que lucha contra la «lepra nacionalista» (1 de noviembre de 2018) y, muy poco después, dijo: «somos verdaderos populistas» (ante una asamblea de alcaldes, 21 de noviembre de 2018).
[16] El periodista italiano Marcello Veneziani habla de una lucha «entre cultura comunitaria y cultura liberal» (Véase: M. Veneziani – Sinistra e destra, Florencia, Vallechi, 1995). En cuanto al sociólogo francés Emmanuel Todd, se refiere a la nueva lucha entre «democracia xenófoba» (nacional) e «imperio autoritario» (europeo) (E. Todd – «L’État ne peut pas être incarné par un enfant / El Estado no puede ser encarnado por un niño», Atlántico, 20 de diciembre de 2018).