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El asesinato de Stig Engström

Ignoramos si el lector tiene la misma devoción por Suecia que la opiniología española habitual, o si tiene mitificado como estándar de la socialdemocracia perfecta el sectario y confrontativo período de gobierno del socialista Olof Palme entre 1969-1976 y 1982-1986, pero recomendamos, solo por tener unas pinceladas, echar un ojo al documental La teoría sueca del amor, o hacer el ejercicio de googlear sobre la reacción de los medios públicos suecos (controlados por los socialistas) al éxito del grupo musical ABBA. Nada que ustedes no conozcan sobre las ansias de control social de determinado tipo de socialdemocracia.

En cualquier caso, desde la óptica progresista, el gobierno de Olof Palme fue tremendamente exitoso, puesto que cumplió casi todas las metas que se había marcado, cambiando Suecia para siempre. Intensificó el control socialista de los resortes del Estado sueco sin que en Europa occidental se dudase de la calidad de su democracia; consiguió que el excelente nivel de la asistencia social sueca fuera una de las mejores cartas de presentación de un país en el mundo; y derrotó a la vigorosa oposición derechista interna. El elevado perfil internacional de Olof Palme, que no hubo charco que no pisara en busca de una supuesta equidistancia entre los bloques de la guerra fría —incluyendo relaciones carnales con los resistentes kurdos o con la dictadura cubana— hizo surgir todo tipo de rumores sobre la infiltración soviética en el gobierno sueco. Hoy parece que dichos rumores no tenían base ninguna.

La exitosa obra de gobierno de Olof Palme (insistimos, desde un prisma progresista) fue segada por un execrable asesinato: Palme fue tiroteado la noche del 28 de febrero de 1986 a la salida de un cine, cuando caminaba solo junto a su mujer. Un solo disparo a la base del cráneo. El tirador huyó. Multitud de testigos lo vieron sin poder evitarlo.

Ninguna idea de por qué un empleado bien pagado de mediana edad, residente de un suburbio acomodado, casado, vagamente derechista, apreciado por sus amigos y algo borrachín iba a matar a un primer ministro

Es aquí donde aparece la oronda y bonachona figura de Stig Engström, un creativo publicitario de mediana edad de la aseguradora Skandia que se encontraba en las cercanías del lugar del crimen. Engström cobró protagonismo muy rápido en los medios como testigo de los hechos, pero cuando la policía le interrogó, cambió varias veces de versión. A los medios les había contado una historia en la que perseguía al tirador y confortaba a la esposa de Palme (que recordaba vagamente al tirador, que no se parecía nada a Engström, pero no a este); a la policía le contó una más prosaica: vio el crimen, pero como otros tantos y de forma confusa. Engström fue desechado como testigo poco fiable, buscador de atención, y también fue rechazado como sospechoso: no tenía acceso a ningún arma, no tenía móvil, aunque militaba en un partido opositor a Palme, tenía coartada en su regreso a la oficina y no se parecía mucho a la figura que los testigos identificaban como tirador. El crimen quedó irresuelto después de varias pistas falsas que orbitaban en torno a kurdos decepcionados con Palme y la extrema derecha. Engström fue testigo, en apoyo de la viuda de Palme, años después, en un juicio contra un presunto tirador que resultó ser inocente. La viuda de Palme se negó a reconocer a Engström como el tirador varias veces. Engström se jubiló y divorció, parece que tuvo algunos problemas con el alcohol y murió en el año 2000.

Veinte años después, el 10 de junio de 2020, con el caso Palme a punto de cerrarse y Engström muerto desde hacía décadas, al fiscal Krister Petersson no se le ocurrió otra cosa que organizar una rueda de prensa faraónica para presentar a Engström como el asesino de Palme. ¿Pruebas? Ninguna. El fiscal se aferraba a los incoherentes testimonios de Engström como prueba de que había estado en la escena del crimen… pero no en la forma en la que él decía haber estado; y a un error en el reloj de la oficina de Skandia que le hubiera permitido huir como tirador, dar la vuelta en dirección contraria y aparecer en la oficina. Toda pura especulación ¿Algo más? Nada. Ninguna prueba. Ninguna idea de cómo pudo haber conseguido un arma y luego deshacerse de ella (las armas están hiper controladas en Suecia), ninguna hipótesis sobre el por qué, ni un solo testigo que le reconociese como el tirador o reconociese sus ropas, que eran muy distintas a las del asesino. Ninguna explicación sobre por qué la descripción del tirador realizada por la viuda de Palme no tenía nada que ver con Engström y, sobre todo, ninguna idea de por qué un empleado bien pagado de mediana edad, residente de un suburbio acomodado, casado, vagamente derechista, apreciado por sus amigos y algo borrachín iba a matar a un primer ministro y además salir absolutamente impune. Más allá, la explicación del fiscal sobre la culpabilidad de Engström era idéntica a un libro publicado recientemente con el mismo nivel de especulación y ausencia de pruebas. Ante el próximo cierre del crimen político sin resolver más importante de la historia de Suecia, un fiscal decidió recurrir a un libro lleno de conjeturas y señalar a un ciudadano sin ninguna prueba. El fiscal, poco después, matizó sus palabras: «Engström debería haber sido el principal sospechoso, pero como no había ninguna prueba más que su contradictorio testimonio (recordemos que Engström era alcohólico) nunca hubiera podido ser debidamente investigado y condenado». Fin del asunto. Caso cerrado. El fiscal se retiró a otros quehaceres y Engström quedó muerto e indefenso para la historia, asociado para siempre sin ninguna prueba como el más probable asesino de Olof Palme y uno de los magnicidas más afortunados de la historia. Estado de Derecho a la socialdemócrata.

Nunca sabremos qué sucedió en realidad. Engström tal vez sólo salió a echar un trago, vio el suceso y, en el calor del licor, acabó fantaseando ante el cuarto poder. O tal vez era un asesino habilidoso y afortunado que derrotó la incompetencia del sistema policial y judicial sueco. De lo primero hay muchas pruebas, de lo segundo ninguna, pero la fiscalía y los medios suecos han optado por lo último. La Damnatio Memoriae sobre los muertos es una costumbre muy importante en las sociedades progresistas.

Pero la historia no acaba aquí. Netflix tiene en su catálogo una entretenida y bien ambientada serie de televisión, muy exitosa en los países escandinavos, The Unlikely Murderer o El Asesino Improbable. La serie narra el asesinato de Palme y la supuesta impunidad de Engström. En ningún momento se deja duda al espectador. El asesino es Engström, todos los astros se conjuran en su favor: la esposa de Palme está aplastada por el shock, los policías son ineptos y alcohólicos cuando no corruptos, los periodistas son unos estúpidos que no se hacen ninguna pregunta sobre las contradicciones de Engström y la impunidad triunfa. Pero ¡ah! ¡siempre hay castigo para los culpables! Engström muere solo y alcoholizado, devorado por la culpa…

La descripción de la vida de Engström fue reconocida por la crítica como un buen retrato, como no, del orgullo herido de un varón blanco

La descripción de la vida de Engström fue reconocida por la crítica como un buen retrato, como no, del orgullo herido de un varón blanco, male tears. Poco importa que la serie describa a Engström como un inepto intratable pese a que han salido sus antiguos compañeros de Skandia a defenderlo como un hombre muy apreciado; que la serie describa constantemente a Engström como un inadaptado social humillado permanentemente por sus amigos de clase alta, pese a que varios de ellos, su viuda y la hija de uno de sus amigos (que en la serie es la única persona que se apiada del borrachín homicida) hayan declarado públicamente que era una persona de mundo, popular en sus círculos y que el relato que se hace de él en la serie es disparatado y alejado de la realidad. Engström es un hombre blanco derechista, derrotado e inepto; humillado por sus pares, que en venganza asesina a un político. No hay ni una sola prueba ni testimonio en la realidad que lo señale como tal salvo su afición al alcohol, pero ya está en la memoria de la ineptitud de una fiscalía, en los medios y en Netflix.

Si de verdad, como es muy probable, Engström no tuvo nada que ver con el asesinado de Palme, se puede decir que la bala que mató al primer ministro luego rozó el cadáver de un creativo de publicidad, a quien algunos sectores de la sociedad sueca han elegido como inverosímil cabeza de turco. En cierto modo, la elección es afortunada. Nadie encaja como Engström en el retrato robot de lo que en las sociedades progresistas se señala como el enemigo.

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