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El bolero de Revel  

Tiene interés rescatar, en el siglo de su nacimiento, la obra del escritor francés para comprobar su vigencia

Quizá muchos no la recuerden, pero hay una película de Garci de 1978 en la que un locutor de radio, interpretado por José Sacristán, divagaba sobre el nuevo orden político que se instauraba y pedía a su audiencia que lo acogiera con esperanza, abandonando rencores del pasado, «porque no podemos pasarnos otros 40 años hablando de los 40 años» ¡Anda que no! Muy cerca del medio siglo después ahí seguimos. La izquierda recuerda a Franco cada día y lo desentierra periódicamente, quizá con la esperanza de encontrarlo resucitado, porque el discurso antifranquista, con todo el martirologio, fraseología y estética construido a su alrededor, no guardará ya relación con nuestra realidad ni resolverá los problemas del presente, aunque es como la farola bajo la que el borracho buscaba sus llaves: seguramente no las perdió ahí, pero es donde había luz para mirar.   

No obstante, esa actitud de no cambiar de tema porque no se sabe otro es bien cierto que la encontramos también en otros lados del espectro ideológico. Hay gente que simplemente se encasquilla. Quizá tenga algo de inercia vital: uno se hace mayor y pierde reflejos, encuentra buen acomodo en algún sitio y ya no está para muchos cambios. Estos días hemos podido ver con cierta sorpresa a Savater y Azúa descubriendo que el periódico El País, en el que llevaban escribiendo 47 y 48 años respectivamente, es un órgano de propaganda progresista que ha perdido todo el prestigio. Se acaban de percatar de tal cosa en el año del Señor de 2024. Bien está, ahí tenemos a San Dimas para mostrarnos que nunca es tarde para el arrepentimiento. También escribió allá Losantos, por poner otro ejemplo, que pasó de querer combinar marxismo y psicoanálisis —como mezclar vudú y el horóscopo para ver qué sale— a ser azote de la Unión Soviética durante más de tres décadas después de su disolución. Por supuesto, esto no significa que no debamos recordar el pasado y buscar en la historia las claves del presente, basta con no confundirlos.

A la luz de todo lo anterior tiene su interés rescatar, con motivo del centenario de su nacimiento, la obra de Jean-François Revel para comprobar qué tal ha resistido el paso del tiempo. Cabe decir que regular en unos aspectos y francamente bien en otros, teniendo en cuenta que, por ejemplo, cuando él criticaba a la URSS esta ciertamente existía y el zeitgeist de la Guerra Fría lo impregnaba todo. Precisamente una idea recurrente en sus escritos era la obsesión que veía en el ámbito mediático-intelectual francés y occidental con denunciar el nazismo siendo esta una ideología totalmente derrotada varias décadas atrás, mientras que aquella que sí ejercía un considerable poder en el contexto internacional en aquel momento, el comunismo, se pasaba por alto como si apenas fuera una anécdota. Para Revel es como si el mundo estuviera conduciendo a toda velocidad mientras fijaba su atención en el retrovisor ¿No es, en cierta forma, algo similar a lo que ocurre hoy en día con el propio marxismo, agitado como espantajo, pero sustituido realmente por otra agenda? Miremos a nuestra dizque izquierda, desde Yolanda Díaz, que solo habla de europeísmo, feminismo y cambio climático a Irene Montero, para quien Kruschov, Honecker o Gramsci apenas pasarán de ser señoros blancos cisheteros (si es que los conoce).

Fue nuestro autor, por tanto, un hombre de su tiempo, filósofo de formación y periodista de profesión, tan atento a la discusión teórica como a su realidad circundante, alguien a menudo perspicaz al intuir lo que pasaría más adelante. Revisando El conocimiento inútil, escrito en 1988, resulta particularmente interesante cómo analiza con detalle la posición de dominio que ejercía la minoría tutsi sobre la mayoría hutu en Ruanda y Burundi desde los tiempos coloniales y las tensiones en la población local que eso estaba provocando. Había allí un polvorín a punto de estallar, advertía, como 6 años después el mundo pudo contemplar horrorizado… Como señala refiriéndose a otros conflictos africanos «¿De qué sirve indignarse contra los historiadores llamados ‘revisionistas’ que afirman que el genocidio hitleriano nunca tuvo lugar, si luego se considera normal que el director general de la UNESCO sahúme oficialmente con incienso a un practicante contemporáneo del genocidio, como Sékou Touré, o como el dictador etíope Mengistu?». Aparentar preocupación por genocidios de hace 80 años para a continuación desentenderse de los actuales, atendiendo a Revel ahí tenemos una buena lección de algo a evitar.  

Y es que las calamidades que acontecían en África, nos explicaba, eran frecuentemente silenciadas, disculpadas o tergiversadas porque «la tendencia que prevalece en nuestra época es la de considerar las violaciones de los derechos del hombre como graves solo cuando tienen un componente racista». Algo en lo que seguimos no ya igual, sino peor. En estrecha relación con lo anterior «cuando era un magrebí el que había cometido un crimen, muchos periodistas silenciaban su nacionalidad, por miedo a ser calificados, a su vez, de racistas, lo cual aumentaba la irritación de los franceses de los barrios mixtos y llevaba nuevos votos al cuévano de Le Pen [padre]». Es esta una cuestión, la de la inmigración y la convivencia multicultural en los barrios periféricos franceses, en la que observa con mucha agudeza ciertos vicios e inercias del sistema ya presentes en los años ochenta, advirtiendo sobre las medidas que deberían tomarse para evitar que el problema se agrave. Naturalmente, no se le hizo caso y más de tres décadas después podemos ver las consecuencias.

El alcance del interés que encontramos en Revel por todos los conflictos a lo largo y ancho del orbe durante la segunda mitad del siglo XX impresiona realmente, nada humano le parecía ajeno, y su escrutinio del seguimiento mediático que se les hacía no dejaba periodista sin su merecido azote. No obstante, el análisis de tales discordias a menudo pecaba del maniqueísmo dominante en su época: no había intereses nacionales o imperiales, conflictos culturales o religiosos, personalismos políticos, corrupción, sociedades secretas o intereses corporativos que no pudieran encajar en último término en la escatología milenarista del comunismo versus capitalismo. Llega a considerar la posibilidad del «invierno nuclear» que sucedería a una guerra atómica como mera pseudociencia, promovida por investigadores medio rojos que solo querían evitar el despliegue de misiles de alcance medio por territorio europeo a manos de la administración Reagan.

Líder político al que defiende en otro momento con estas palabras «fue considerado por todos los ‘espíritus sabios’ del planeta como un perfecto imbécil, así como un cruel enemigo de los pobres, cuando luchó, finalmente en vano, para impedir que el Congreso adoptara un proyecto de ley proteccionista, siniestro resabio de los años treinta. Los ‘liberales’ del Partido Demócrata y los sindicatos, deseosos de elevar las tarifas aduaneras, receta segura para reactivar el paro y, a la vez, fomentar el atraso tecnológico en su país y la asfixia económica del tercer mundo, gozaban en cambio de una reputación de generosos filántropos». Ahora sabemos que poco proteccionismo llegó a implantarse y por eso décadas después Trump tuvo que llegar al poder para revertir la deslocalización y promover la reindustrialización del país. Revel sustituyó ahí la ideología (liberal) por los hechos, la teoría por la realidad, algo que según él solo les ocurría a los marxistas…

En fin, él no lo pudo saber, nosotros ahora sí y por tanto es menos disculpable que caigamos en el mismo error. Quedémonos en cualquier caso con la parte buena de su obra y particularmente con su implacable crítica a los medios de comunicación, pues tal como comenzaba el mencionado libro El conocimiento inútil: «La primera de todas las fuerzas que gobiernan el mundo es la mentira». Afirmación tan atronadora como cierta, amargamente lúcida y un tanto desesperada. Digna de un bolero.

Nacido en Baracaldo como buen bilbaíno, estudió en San Sebastián y encontró su sitio en internet y en Madrid. Ha trabajado en varias agencias de comunicación y escribió en Jot Down durante una década, donde adquirió el vicio de divagar sobre cultura/historia/política. Se ve que lo suyo ya no tiene arreglo.

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