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El deseo de tener un hijo y las «imposiciones» biológicas

La gestación subrogada es una cuestión controvertida que ha generado un intenso debate en los últimos años. Es una cuestión polémica, entre otras razones, por el carácter disruptivo que plantea sobre la procreación humana y, por ello, sobre las relaciones de maternidad y filiación. Por un lado, hay quienes la ven como una forma de ayudar a parejas infértiles a cumplir su deseo de tener un hijo, mientras que otros la consideran una forma de explotación y una violación de los derechos humanos. Las justificaciones para aceptar o rechazar la gestación subrogada van desde historias idílicas hasta las noticias más sensacionalistas y escandalosas, pasando por sucesos violentos en los que la explotación y el tráfico de personas revelan la cara oscura de este problema. Tales son los conflictos y consecuencias que ha alcanzado esta práctica, que diferentes organismos internacionales están trabajando en desarrollar mecanismos internacionales para su regulación, ya que es innegable que pueden darse situaciones de vulnerabilidad y desprotección.

Son muchas las cuestiones que, al menos en mí, se despiertan con este tema: ¿sabemos qué riesgos y consecuencias hay a medio y largo plazo, tanto para la gestante como para el niño? ¿Se puede defender que sea una indicación de tratamiento para hombres (parejas homosexuales y solteros) dada su incapacidad para concebir y gestar? ¿Qué ocurre en los supuestos en los que el bebé muere durante el embarazo y la dificultad que entraña ese tipo de duelo? ¿Y si el bebé tiene alguna malformación y los padres intencionales solicitan el aborto pero la gestante, por principios, se niega? ¿Existe un derecho a tener un hijo? ¿Qué ocurre cuando hay imposibilidad biológica por enfermedad o tratamiento quimioterápico? ¿Es equiparable la autonomía entre personas con un estatus socioeconómico idóneo y las nacidas bajo estructuras de desamparo?

Antes de intentar responder a esas y otras cuestiones, considero necesario evitar las pugnas terminológicas, para que la deliberación resulte fructuosa. Es innegable que todos usamos el lenguaje para enfatizar lo que queremos y defendemos. Para hablar de la gestación subrogada se usan términos que ya contienen una valoración ética (vientres de alquiler vs. madres de alquiler), toda una estrategia viejísima que se usa para persuadir por medio de términos que despiertan adhesión o rechazo. Me vais a permitir que, atendiendo al término legal establecido en España (gestación por sustitución) haga uso como vengo haciendo del término gestación subrogada. También se hace necesario dejar a un lado los sensacionalismos y las descalificaciones ideológicas, pues estamos ante un problema que tiene implicaciones bioéticas, jurídicas y políticas, en el que median factores biopsicosociales, culturales, políticos y económicos. Así que seamos cautos antes de opinar desde las vísceras.

Para entender por qué hoy en día hablamos de gestación subrogada hay que entender que esta «práctica» es una consecuencia de otras previas, como son la donación de esperma y óvulos y la fecundación in vitro. Estas técnicas de reproducción humana asistida (TRHA de ahora en adelante) son avances en el campo de la medicina reproductiva que se han dado porque ha habido una demanda social al respecto. Una petición popular que responde a diversos factores, como el retraso en la edad de acceso a la maternidad/paternidad, cambios en el estilo de vida y en la conducta sexual, eliminación de tabúes en torno a la infertilidad y la aparición de nuevos modelos de familia, entre otros. La gestación subrogada, en concreto, lleva décadas realizándose de manera informal y no es hasta los años 70 del siglo pasado cuando se formaliza, como una opción para las parejas infértiles. La cara más desagradable de las TRHA no son las técnicas como tal sino la pluralidad de regulaciones en cuanto al acceso a las mismas, lo que ha posibilitado un turismo reproductivo internacional. Un negocio que partía de dar soluciones excepcionales a situaciones excepcionales y que ha dado lugar a que, hoy en día, haya quienes vean en la gestación subrogada un modo de superar la biología y liberarse de las «imposiciones» biológicas de la reproducción. Pero la gestación subrogada no es una «técnica» más de reproducción asistida, no es un tratamiento médico, pues la gestación y la maternidad son un aspecto central de la vida sexual de las mujeres, una realidad que implica una gran riqueza existencial y afectiva.

La maternidad y la infancia, dos vulnerabilidades

Se ha constatado que la maternidad provoca modificaciones en determinadas zonas de la corteza cerebral, zonas que se vinculan con las relaciones sociales, que sirve para mejorar la empatía y la capacidad para proteger al bebé. Haciendo a las mujeres más inteligentes. Una ventaja adaptativa especialmente relacionada con la capacidad de leer y responder a las emociones de los recién nacidos. Es evidente que un embarazo supone la mayor transformación física y biológica en la vida de una mujer, pues se dan lugar una serie de mecanismos que permiten el buen desarrollo del bebé y facilitan, además, el cambio de conducta que significa criar a un niño. Tal y como explica Elseline Hoekzema, es un proceso neuroendocrinológico que sucede en el cerebro y conlleva una transformación duradera e irreversible del mismo. Cambios también constatados en las madres adoptivas. A eso hay que sumarle que el embarazo puede verse afectado seriamente por diversos factores psicológicos, así como socioculturales, lo que entraña para la mujer una mayor vulnerabilidad.

A estos cambios y adaptaciones que se dan en la mujer durante el embarazo, se le suma otra cuestión relevante: hay células fetales que pasan a la sangre de la gestante, instalándose de por vida en órganos como el cerebro, sin saber claramente la función que ello desarrolla. Una muestra de que hay una biología compartida entre la gestante y el bebé y que se prolonga más allá del embarazo. Por ello es comprensible pensar que puede haber consecuencias de lo que implica la gestación subrogada que se manifiesten a lo largo de la infancia, adolescencia y de la vida adulta. Es decir, que es posible que los niños gestados de este modo puedan desarrollar problemas emocionales y comportamentales en mayor medida, al igual que ocurre con los niños adoptados. Cuestiones nada desdeñables y para las que disponemos de escasos estudios, dada la dificultad inherente de estudiar a largo plazo las posibles consecuencias en bebés gestados por este modo. Tan difícil como estudiar a las gestantes durante el embarazo y posteriormente.

Habrá quien piense que no habiendo vínculo genético entre la gestante y el bebé tampoco habrá vínculo afectivo, sin embargo, el vínculo biológico y afectivo no se puede reducir a la presencia de una genética compartida, ya que la epigenética nos ha mostrado que el ambiente materno regula la expresión o no de algunos genes fetales, incluso si el óvulo no es de la gestante. Siendo importante, además, destacar que el feto no es un ser pasivo, sino que participa activamente en el embarazo, pues tiene la capacidad para percibir estímulos in útero y comunicar sus respuestas.

Teniendo presente que el bebé participa activamente durante el embarazo y que puede desarrollar problemas emocionales y comportamentales, no debería sorprender que, además, pueda presentar otro tipo de riesgos en mayor medida. Al menos así muestra una investigación de 2017 que concluía que los bebés nacidos por gestación subrogada presentan más resultados perinatales adversos, incluidos nacimientos prematuros y bajo peso al nacer, entre otros. Sin olvidar la posibilidad de que experimenten dificultades para establecer su identidad y su relación con los padres, de un modo similar a los niños adoptados y a los concebidos por medio de TRHA. Lo que puede generar sentimientos de confusión e incertidumbre acerca de su origen. Como también puede ser fuente de inseguridad y preocupación, en términos de salud, que no puedan tener acceso a información médica completa sobre sus progenitores genéticos y sobre la gestante. Además, puede darse una vulnerabilidad añadida en términos de derechos y protección cuando los intereses financieros de los padres intencionales o los de las agencias primen sobre el interés superior del niño. Sin olvidarnos de la estigmatización social, pues la gestación subrogada es vista, por una parte de la sociedad, con recelo y desaprobación social. A la luz de tantas incertidumbres, vulnerabilidades y posibles problemas biopsicosociales cabe preguntarse si es aceptable contar con la gestación subrogada como una opción más dentro de las TRHA, sabiendo que puede aumentar el número de niños con problemas de salud. Cuestión que también hay que dilucidar con el resto de TRHA, pues es importante tener en cuenta que estas vulnerabilidades no son exclusivas de los niños gestados por gestación subrogada.

Del interés familiar al deseo individual

Es evidente que el avance vertiginoso de la tecnociencia tiene ventajas pero también inconvenientes. Avances para los que como sociedad no estamos preparados, en muchas ocasiones, para comprender lo que entrañan. Así nos está ocurriendo con la gestación subrogada, que ha transformado por completo la ordenación de la procreación humana: la base biológica de la filiación está siendo reemplazada por la voluntad procreativa de las personas. Se ven las condiciones biológicas como obstáculos a sortear para satisfacer un deseo, entendiendo que la ruptura entre gestación y maternidad es menos relevante que satisfacer el deseo de tener un hijo por parte de quien no puede gestarlo, incluso por parte de quien no quiere gestarlo. Es cierto que de nada sirven los avances para preservar la fertilidad de mujeres y hombres que, por ejemplo, se van a someter a tratamientos de quimioterapia si, posteriormente, no se pone a su alcance técnicas que posibiliten utilizar esos gametos preservados.

En nuestra sociedad actual es muy extendida la creencia de que los deseos han de convertirse en derechos y tenemos que aceptar nuestra parte de responsabilidad, ya que desde la sociedad se ha ido promoviendo la satisfacción de los deseos —como si fueran derechos—, pero olvidando las responsabilidades que pueden traer consigo. Se le suma que cada vez es más fragmentaria la visión que se hace del sujeto, dejando de ver a las personas como seres completos y complejos. Cuestión que se puede observar, por ejemplo, en la transformación mecanicista y parcelada que se viene haciendo de la asistencia médica. Todo ello se traduce en una deshumanización y en una banalización de los daños. Y unido a ello, hay que aceptar que existen diferencias culturales importantes en torno a la infertilidad, las relaciones familiares, el matrimonio y la crianza. Patrones socioculturales que van a delimitar —que no determinar— la comprensión que haremos del comportamiento y, en el caso de la gestación subrogada, de la percepción que tendremos de las mujeres, el apego materno, el altruismo, la explotación y los niños.

Independientemente de lo que se considere como madre en nuestra realidad social, es innegable que una mujer que geste y dé a luz a un niño se convierte en madre desde el sentido biológico. Pero también es innegable que gestar y dar a luz no te convierte automáticamente en madre, en el sentido social y de crianza que se entiende por ello. Considero que una de las mayores expresiones de compromiso para con un menor es asumir su filiación, ya que de ello se derivan obligaciones muy importantes para con el menor y la sociedad. Un deseo orientado al pleno desarrollo de los hijos más que a la propia satisfacción de tenerlos. Ese deseo de asumir la filiación debería contar siempre con las máximas garantías jurídicas, para proteger y ayudar a la familia a llevar a cabo esa labor que entraña tanta responsabilidad. Es por ello que estimo crucial establecer sistemas de control para evitar abusos y explotación, y para garantizar esos derechos y obligaciones es necesario previamente llevar a cabo evaluaciones exhaustivas tanto a la gestante como a los padres intencionales, así como al círculo familiar de unos y otros. Es vital descartar situaciones de grave necesidad, así como excluir a quienes presenten vulnerabilidades (trastornos psicológicos que alteren la capacidad de juicio, inestabilidad en la pareja, adicciones, sospecha de coacción económica, emocional o social, etc.), del mismo modo que se realiza en las adopciones.

Hacia un acuerdo internacional, que no universal

Se hace imprescindible no dejar la gestación subrogada a merced del mercado sin menor control. Y la prohibición no afronta ni resuelve el problema, sólo lo deja de lado dificultando la protección de las personas nacidas por gestación subrogada. Las prohibiciones absolutas suelen generar mercados ilícitos que pueden resultar aún más dañinos. Como apunta Pablo de Lora, permitir la gestación subrogada en España sería una manera de contribuir a acabar con el turismo reproductivo que tiene lugar, en parte, en países donde las condiciones dejan mucho que desear y son objetivamente de explotación.

La gestación subrogada no supone una explotación de la mujer, pero existe el riesgo real de que ocurra. Tampoco supone una compra-venta de niños, pero puede que el aspecto mercantilista sea el núcleo de la gestación. Regularla también entraña el riesgo de prácticas corruptas, por ello hay que construir medios que prevengan, desenmascaren y reduzcan esos riesgos.

Disponer de nuevas formas de familia y de gestación presenta aspectos apasionantes que deben ser tratados con sensibilidad y ecuanimidad, por las múltiples connotaciones bioéticas, morales, sociales, médicas, jurídicas y religiosas que conlleva. Coincido con el Comité de Bioética de España en que conocer los distintos elementos que intervienen en cada gestación subrogada contribuyen a comprender mejor el supuesto y a ajustar la valoración ética. Pero centrarse en supuestos concretos incrementa el riesgo de que las emociones condicionen la imparcialidad del juicio ético. Es evidente que queda mucho por hacer tanto por parte del legislador como por parte de la sociedad, tan evidente como que esta cuestión tiene tantas aristas que no puedo abordar en un solo texto.

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