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El Gran Juego llega al Sahel

El número de jugadores ha aumentado y son Francia y Estados Unidos, acompañados por el resto de la OTAN, más Rusia y China en el otro bando

La cumbre de la OTAN celebrada en Madrid en 2022 llenó de satisfacción a los propagandistas del Gobierno de Pedro Sánchez y a la tertulianada, porque en ella se hablaba de orientar la atención de la alianza al sur. Se difundió que por fin las ciudades de Ceuta y Melilla estaba protegidas por los ‘marines’ y que la OTAN iba a llamar al orden al sultán Mohamed.

Al igual que en 2011, cuando la crisis arrojó a España de la Champions League de la economía y los lectores del ABC se frotaban las manos convencidos de que Bruselas iba a recortar el Estado de las Autonomías (que luego dejaría intacto Mariano Rajoy a cambio de subir los impuestos), los creadores de opinión o bien repetían un argumentario enviado por Moncloa o bien confundían sus deseos con realidades.

Ese sur al que se refería la OTAN estaba mucho más al sur que Ceuta y Melilla y que Rabat. Se refería al Sahel, convertido en el siglo XXI en una repetición del Gran Juego que enfrentó a los imperios ruso y británico en la India. Ahora el escenario es el Sahel, la región africana que se extiende, como una cinta, entre el Atlántico y el mar Rojo. El número de jugadores ha aumentado y son Francia y Estados Unidos, acompañados por el resto de la OTAN, más Rusia y China en el otro bando.

Uranio y, sobre todo, drones

En este juego, el 26 de julio ser produjo un movimiento inesperado: un golpe de Estado en Níger, uno de los países más pobres del mundo, que ha depuesto al civil Mohamed Bazoum, partidario de Francia, y ha aupado a la presidencia al general Omar Tchiani.

La reacción en contra de París no se debe a que esté en juego el suministro de uranio a sus centrales nucleares, ya que dispone de reservas para diez años; además, el uranio es un mineral muy repartido por el mundo (hasta España tiene minas de uranio, aunque con la ley de cambio climático, contra la que sólo voto VOX, ha renunciado a explotarlas). Tampoco a un desaforado amor por la democracia, pues Francia desde hace décadas respalda a dictadores en todo el continente y hasta ha promovido golpes de estado.

Otro Gobierno occidental que ha protestado contra el golpe y ha suspendido su ayuda humanitaria es el de Joe Biden. EEUU opera en la ciudad de Agadez, a casi mil kilómetros de la capital del país, una enorme base de drones.

La nueva junta militar repite el discurso antifrancés de su vecina maliense. Sectores cada vez más amplios de los países englobados en Francáfrica quieren desprenderse de la protección francesa. Las repúblicas nacidas en los años 60 del siglo pasado entregaron sus recursos, sus finanzas y su defensa a la antigua potencia colonial, y los resultados son descorazonadores. Los países que tienen el franco CFA como moneda figuran entre los más atrasados del planeta. A cambio, eso sí, la V República permite la emigración de sus poblaciones a Francia.

El último fracaso de Francia en el Sahel ha sido la Operación Barkhane, desarrollada entre 2014 y 2022. Las Fuerzas Armadas de Mauritania (por ahora el más estable de los países de la región), Burkina Fasso, Chad, Mali y Níger, coordinadas y apoyadas por unidades francesas, combatieron a varios grupos terroristas islámicos y separatistas (tuaregs en Mali); también participaron varios cientos de militares españoles. El presidente Macron declaró concluida Barkhane en noviembre de 2022 por el rechazo de la junta militar que gobierna Mali, sede del cuartel general de la operación, a seguir colaborando. Estos ocho años de presencia francesa no han erradicado a los rebeldes, ya que prosigue la violencia en amplias comarcas de la región: secuestros, matanzas, extorsiones, robo de ganado…

Rusia expulsa a Francia

Francia sufre el dilema de tantas potencias imperiales: si no garantiza a sus súbditos orden y prosperidad, su legitimidad se desmorona. En estos países muchos se preguntan de qué vale la ayuda francesa, pagada, además, al precio de perder la soberanía nacional. Y por eso prefieren acercarse a Rusia y China, socios a los que se cree más benignos.

Todo el Sahel está conmocionado desde la caída del régimen del coronel Gadafi y el estallido de la guerra civil en Libia en 2011. En la misma semana en que se producía el golpe en Níger, el Gobierno de Senegal, cuyo presidente, Macky Sall, que quiere presentarse a un tercer mandato prohibido por la Constitución, disolvió el principal partido de la oposición, al que acusa de promover disturbios. Y en el extremo oriental, Sudán sufre desde hace meses una guerra entre dos caudillos militares.

Rusia está aprovechando el descontento y la crisis para volver a África. Aparte de los mercenarios de Wagner presentes en Mali y Níger, Rusia construirá una base naval con capacidad para barcos de propulsión nuclear. A finales de julio se celebró en San Petersburgo la II Cumbre Rusia-África, a la que asistieron 40 delegaciones; uno de los 17 jefes de Estado presentes fue el coronel Goitia, de Mali. No acudió ninguna delegación de Níger, debido a la crisis política en la que fue derrocado Bazoum. El dominio de los países del Sahel por gobernantes aliados de Moscú permitiría a Rusia rodear a Europa y a sus (presuntos) socios norteafricanos, como Marruecos, Argelia y Túnez, por el sur.

España, ¿satélite de Marruecos?

Otro foco de tensión que está pasando desapercibido en la patética España es el Sáhara Occidental. Los Gobiernos occidentales van reconociendo la anexión marroquí del territorio, todavía no descolonizado según las Naciones Unidas. No debería sorprender un enconamiento del “estado de guerra” entre el Polisario y el ejército marroquí, provocado en Guerguerat, junto a Mauritania, en noviembre de 2020.

Mientras todo esto ocurre, el presidente del Gobierno español, el socialista Pedro Sánchez, se ha trasladado con su familia a Marruecos a pasar unos días de vacaciones. Se trata de un país tan hostil a España que no reconoce las fronteras y ha espiado los teléfonos del presidente del Gobierno y de varios de sus ministros. Esta conducta privada recuerda, en cutre, a los reyes balcánicos de la Belle Époque que viajaban a Londres, Viena o San Petersburgo, donde recibían consejos y sobornos.

Los medios de comunicación de izquierdas, envilecedores de la sociedad española, aseguran que no hay de qué sospechar, porque otros socialistas ilustres, como Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero, también viajan con frecuencia a Marruecos. Para los periodistas progresistas esta querencia de los socialistas por un país gobernado por un déspota, donde se condena a los ciudadanos (periodistas o simples particulares) que critican al sultán o la corrupción del régimen, no es motivo de investigación ni de reproche, como sí lo era, a principios de siglo, la estancia de José María Aznar en el rancho privado de George W. Bush.

Al final, las juntas militares de dos países paupérrimos como son Mali y Níger tienen más dignidad y más independencia que el Gobierno español (el único país europeo con territorio en África). Porque la política exterior no depende sólo del PIB, la diplomacia o los ejércitos, sino, sobre todo, de la voluntad política. Algunas naciones la tienen y otras carecen de ella y, por tanto, están obligadas a tragarse sapos.

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