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El mito de la justicia social

La égalité de la revolución francesa unida al principio igualitario de la democracia norteamericana facilitaron la aceptación de la justicia social como una forma nueva de la justicia

1.- El mito es consustancial a la naturaleza humana y las religiones anteriores al cristianismo, muchas de las cuales subsisten, eran religiones míticas. La gran novedad del cristianismo, la religión de la libertad,[1] consiste justamente en que rompe con el mito y la época mítica. El Lógos amoroso del evangelio de san Juan es  radicalmente desmitificador y, desde su afirmación como religión universal —la única salvo el islam, una herejía del judeo/cristianismo (H. Belloc)—,  hay una lucha permanente hasta el fin de los tiempos, decían Carl Schmitt, Nimio de Anquín o René Girard, entre el eón cristiano y el mítico de las religiones paganas, cuyo lógos es polémico. Eón del que habría devenido adalid el deus mortalis de Hobbes: el Estado que sometió a la Iglesia depositaria y representante del Lógos juánico en la revolución francesa.

Los mitos originarios del Paraíso perdido, la Edad de Oro, la justicia originaria, la Ciudad Perfecta, etc. siguen vivos en el inconsciente colectivo y el mítico deus mortalis suscita  mitos políticos, en los que están presentes los ancestrales alimentando la utopía. Saint Simon, uno de los padres del cientificismo y maestro de Comte y de Marx, impulsó del modo de pensamiento ideológico invirtiendo el mito de la Edad de Oro situándola en el futuro como realización, mediante la ciencia, del «nuevo cristianismo».    

Uno de los mitos políticos suscitados por el deus mortalis es el de la justicia social, que incita a los maquinistas a utilizar la potencia de la máquina estatal para politizar todo hasta devenir totalitario. La manera de instalar la Ciudad Perfecta regida por la «justicia originaria» del Paraíso perdido por el pecado original. Pecado cuya superación —la eliminación del sentimiento de culpa y el concepto pecado— obsesionaba a la tendencia del racionalismo cartesiano que desfundamentó la cultura occidental, triunfó en la Ilustración y culminó en la ontofobia (Ortega) kantiana.

2.- La ontofobia, la destrucción de la metafísica, el saber o ciencia del ente, dejó libre el campo al subjetivismo irracionalista —de ahí, por ejemplo, el Yo romántico—, y Lotze (1817-1881) propuso atenerse los valores para  compensar el vacío metafísico: el nihilismo sobre el que llamaron la atención Dostoyevski y Nietzsche.[2] Pues los valores no son entidades, sino lo que agrada o desagrada (Meinong), lo que deseamos o no se desea (Ehrenfels). Cualidades, decía Carl Schmitt,[3] crítico radical de los valores —una trampa, observó, en la que cayó Ortega—, que no se encuentran en la naturaleza de las cosas y reclaman, para ser aceptados como guías de la conducta, una respuesta emotiva, una adhesión o un rechazo afectivos. Es decir, más sentimental que racional.

En ese contexto, comenzó a imponerse el modo de pensamiento ideológico en las creencias colectivas como el método adecuado para comenzar la historia verdaderamente humana preconizada por la Gran Revolución. Guiada por el Estado, los valores ideológicos empezaron a sustituir, fungiendo como valores sociales ineludibles, a las virtudes —hábitos que son una forma de memoria— como principios de la cultura y la civilización.[4] En el Reino de los valores, «lo social» —un adjetivo cómodo, multívoco, dice Amando de Miguel, que poco o nada significa por sí mismo— es «el adjetivo que sirve de pretexto a todas las estafas» (Gómez Dávila).

3.- Simplificando siempre por razones obvias. Augusto Comte había remplazado la metafísica por la sociología, en la que son fundamentales los valores. Pero al ser subjetivos, comenzó la discusión sobre su jerarquía, sobre el bien y el mal, etc. Discusión zanjada por el artificioso deus mortalis imponiendo legislativamente como deberes valores cuyo contenido no era muy distinto inicialmente  de la conducta atenida a las virtudes de la tradición clásica y cristiana. Mas, como suele suceder, poco a poco, a medida que sustituía la ideología a la religión en la mentalidad colectiva y se debilitaba la auctoritas de la Iglesia, se impusieron los valores que interesaban a los gobernantes que conducían la máquina de poder.  Actualmente, los valores de la ideología de las oligarquías que imponen coactivamente —la political Correctness— la ética —o falta de ética— «progresista». Ersatz (sustituta) de la ética natural tradicional basada en el pecado original, para restaurar, más o menos inconscientemente, la justicia supuestamente originaria coherente con la naturaleza humana no dañada por el pecado[5] y, en definitiva, el Paraíso perdido. Tal es el sustrato del mito de la justicia social que implica de que las leyes deben adecuarse a las circunstancias históricas de cada momento. Es decir, el Derecho debe ser revolucionario convirtiéndose en su contrario: la política jurídica del tipo soviético.

4.- Un jesuita, el italiano Luigi Taparelli d’Azeglio (1793–1862), utilizó la expresión justicia social —no fue el primero— en 1843 en su voluminoso Saggio teoretico di diritto naturale appoggiato sul fatto (Ensayo teórico de derecho natural apoyado en la realidad fáctica). Su intención era actualizar a Santo Tomás en el contexto de la «cuestión social» suscitada por la revolución industrial, que impulsó el auge de la miseria en las ciudades al crecer la población y afluir a ellas los campesinos buscando mejores salarios. Contexto al que  hay que añadir, en el caso particular de Taparelli, la Restauración y los movimientos en pro de la unidad de Italia.

«La justicia social, escribió el sabio jesuita pensando en la justicia legal tradicional, debe igualar de hecho a todos los hombres en lo tocante a los derechos de humanidad». Admirador del Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo de Donoso Cortés y cofundador de la revista Civiltà Cattolica en 1850, no imaginó el éxito y el uso que iba a tener esa expresión al relacionar la justicia con la igualación. Con el tiempo, devino el gran mito político rector de la política estatal de las izquierdas, que no dejó indiferentes a las derechas.

La égalité de la revolución francesa unida al principio igualitario de la democracia norteamericana, que irrumpía por entonces en Europa, facilitaron la aceptación de la justicia social como una forma nueva de la justicia y su transformación en un principio revolucionario para cambiar la sociedad.

La revolución soviética aspiró a cambiar el mundo entero realizando la justicia social que libere a todos los hombres haciéndoles iguales; se supone que en todo: en estatura, belleza inteligencia, bondad, ganas de trabajar, etc., pues, sino vuelven las desigualdades. El mito del hombre nuevo. Aunque el gran novelista Balzac, otro mentor de Carlos Marx, no creía que pudiera conseguirse la igualdad definitiva: «La igualdad tal vez sea un derecho, pero no hay poder humano que alcance jamás a convertirla en hecho».

El sintagma hizo fortuna. Es una causa principal, sino la determinante, de la mundanización de la Iglesia, que habla ya también más de valores que de virtudes, y sirve hoy para distinguir y reconocer a amigos y enemigos, es decir, demócratas y antidemócratas, puesto que todo el mundo, sea comunista, socialista, liberal, conservador o nada, se supone que tiene que ser   demócrata, salvo que discrepe del establishment: «si queréis discutir con un político de ultraderecha hablad de justicia social», dice el Papa Francisco cercano a la teología de la liberación y «empático» con el comunismo, pues «son los comunistas los que piensan como los cristianos». La Iglesia de Bergoglio, que quiere agradar al mundo, es la del ateísmo líquido, indiferente al problema de Dios, exagera, no sin razón, el hegeliano neomarxista Diego Fusaro.    

5.- La justicia social como principio revolucionario tiende a crear una nueva comunidad homogeneizada por la pasión de la igualdad tan temida por Tocquevillle, justificada o legitimada por ese principio como pasión del gobierno: erradicación de la pobreza, redistribución de la rentaderechos laborales y sindicales, «jornal justo», «jornada justa», salario mínimo, etc., y otras justicias. Los fabianos ingleses hicieron suya la expresión justicia social  y la doctrina social de la Iglesia —Pío XI en las encíclicas Quadragesimo anno (1931) y Divino Redepmtoris (1937)— contribuyó a su divulgación y aceptación como principio jurídico fundamental de la política social en orden a realizar el Bien Común en el sentido aristotélico-tomista.[6] La última moda de la justicia social son las reivindicaciones multiculturalistas, el victimismo, de la bioideología de género, las revueltas aspirantes ser revoluciones de los “oprimidos” raciales o por otros motivos. Reclamaciones de las que no es raro se beneficien ONGs.[7]  

6.- La justicia social, sinónima a la envidia dice Thomas Sowell, es como un pozo sin fondo, una justicia cósmica.[8] La justicia es una virtud, un hábito bueno que, mediada por el Derecho, hace posible y facilita la convivencia, garantizada por la justicia conmutativa, la distributiva y la penal. Pero la justicia social como principio de las ideologías igualitaristas que pueden resumirse en el socialismo, al destruir la idea natural de lo justo y lo injusto, justifica por ejemplo el derecho al aborto, un «imperativo de la justicia social, de justicia reproductiva y de derechos humanos» según Amnistía Internacional. Derechos invocados hoy por los justicieros sociales como fuentes del Derecho que socavan la función securitaria del Derecho.

La justicia social igualitarista desconoce el hecho de que Cristo no murió sólo por los pobres, sino por todos los hombres, lo que acabó afectando a la misma Iglesia, que se contagió de ideas socialistas. Puntualiza Ratzinger: «La pobreza de que habla [Jesús, en Lucas y Mateo] nunca es un simple fenómeno material…es simplemente una actitud espiritual» y «el Sermón de la Montaña como tal no es un programa social, eso es cierto».[9] Sin embargo, la propia jerarquía se envanece con frecuencia de su amor a los pobres, olvidando que su misión consiste, obedeciendo a su Fundador, en evangelizar y ejercer su auctoritas. La Iglesia ha sido la mayor institución de caridad y debiera seguir siéndolo, no por cierto por solidaridad —que implica reciprocidad—, sino por caridad, amor gratuito al prójimo, como complemento de su misión evangelizadora de difundir la Verdad. Pero evangelizar parece ser hoy políticamente incorrecto: el papa Francisco condena el proselitismo y la «opción por los pobres» de la teología de la liberación, que convierte a la Iglesia en una ONG sin auctoritas, no atrae a nadie. [10]

7.- Uno de los tópicos más nocivos del siglo pasado, escribe Ignacio Sánchez Cámara,[11] es la idea de que entre el comunismo y el cristianismo existe una profunda proximidad y que la moral cristiana —las normas para alcanzar la vida eterna— debería conducir al comunismo, que niega la vida en el mundo futuro. Se invoca la comunidad de bienes existente en las primeras comunidades cristianas, «pero se calla cuidadosamente que se trataba de una práctica voluntaria y no impuesta». 

Los numerosos cristianos socialistas y la teología de la liberación subordinan explícita o implícitamente la autoridad de la  Iglesia a la del Estado, cuando debe ser al revés. Hay «cristianos por el socialismo», «cristianos por el comunismo», «cristianos por la masonería», «cristianos por el ateísmo», «cristianos por…». Como decía Mikhail Gorbachev, «Jesús fue el primer socialista, el primero en buscar una vida mejor para la humanidad».[12] El socialismo es una inversión gnóstica del cristianismo que funciona como una religión mítica.

La realización de la justicia social se consigue mediante revoluciones violentas, como en la URSS, o sin prisas, mediante el revolucionarismo, en los Estados socialdemócratas, laboristas y similares, que son hoy casi todos los que no se proclaman revolucionarios. Estados cuyas oligarquías gobernantes prometen realizar  la justicia social, invocando valores demagógicos.

8.- En las décadas de 1840 y 1850, el ambiente era revolucionario. Marx y Engels, publicaron, por ejemplo el Manifiesto comunista en 1848, el año de la revolución de los intelectuales.[13] La expresión justicia social llamó la atención de socialistas, comunistas, anarquistas y la izquierda en general. Pero, temerosos de que el origen eclesiástico de la expresión justicia social enfriase los ánimos revolucionarios, la rechazaron inicialmente.[14] Sin embargo, acabaron apropiándosela como Stichwort  o lema favorito, a pesar de que, como dice Jesús Huerta de Soto, ni es justicia ni es social. Justicia antisocial, denuncia Sowell, porque ignora los costos que tiene para la sociedad.

La justicia social es desde entonces la idea rectora de la izquierda igualitarista  y de la derecha que busca la igualdad democrática, que, como enseña Antonio García-Trevijano, sólo puede ser formal, jamás material. Ambas combaten las desigualdades y pobreza controlando la actividad del pueblo —la «sociedad civil»— y empobreciéndolo.[15] La justicia social, «tal y como se practica hoy en día, es a la justicia lo que El capital de Karl Marx a los Evangelios».[16]  

Uno de los criterios para realizar la justicia social es «la igualdad de oportunidades», que justifica el intervencionismo manipulador de los gobiernos, por supuesto con las mejores intenciones, como en «las políticas públicas» del humanitarismo y el economicismo burocráticos. Ecos del economista sueco comunista Gunnar Myrdal, premio Nobel ex aequo con Hayek en 1974 formando una extraña pareja. El gobierno socialdemócrata sueco rectificó a Goethe, para quien el mejor gobierno es el que nos ayuda a gobernarnos a nosotros mismos, y se tomó muy en serio el dictum de Myrdal, de que su función debiera consistir en «proteger a las personas de sí mismas».[17] ¿No se había convertido ya el partido comunista soviético «en un miembro de la familia»?[18] Ahora bien, si, con palabras de Mises, «se admite el principio de que es deber del gobierno proteger al individuo contra su propia insensatez, no se pueden plantear objeciones serias contra nuevas invasiones». El Estado Niñera de Myrdal perfecciona el Estado Tutor vislumbrado por Tocqueville, incapaz de imaginar la democracia paternalista que trata a sus súbditos como adolescentes casi idiotas[19] acaba infantilizándolos[20] y, con el tiempo, pueden llegar a ser dirigentes políticos en las sociedades idiotizadas.

El desconfiado lector de Nietzsche, Henry L. Mencken (1880-1956), decía sabiamente, que «la necesidad de salvar a la humanidad es casi siempre una falsa coartada del deseo de gobernarla. Lo que buscan realmente todos los mesías, es el poder, no la oportunidad de servir».

9.- Uno de los problemas de la justicia social consiste en cómo definir y decidir las «oportunidades» de la igualdad de oportunidades, quien las define y quien las decide, naturalmente mediante leyes. Generalmente del tipo de las que decía Bismarck: mit Gesetzen ist es wie mit Würstchen. Es ist besser, wenn man nicht zusieht, wie sie gemacht werden! (Con las leyes es como con las salchichas. Es mejor si no se ve como se hacen).  

¿Definen y deciden los «igualables» o los imperantes las «leyes sociales»? ¿Por imposición, seducción, deliberación, sorteo,…? Quienes reclaman de buena fe la igualdad de oportunidades para acabar con la pobreza, piden, sin darse cuenta, que se penalice a los más capaces de generar la riqueza que acabe con ella. O, como decía Margaret Thatcher,  los socialistas, que son los más radicales en esta cuestión, prefieren que los pobres sean más pobres, con tal de que los ricos no sean más ricos. Ser rico no es un pecado, ni tiene nada que ver con la avaricia, un vicio de personas concretas excitado por el economicismo y la ética utilitarista.

La justicia social, es una justicia ad kalendas graecas, que confunde y mezcla la justicia distributiva y la justicia política clásicas (Aristóteles) en detrimento casi inevitable de la justicia conmutativa, suministra infinidad de argumentos a la demagogia moralizante y a los oportunistas. Es una de las causas determinantes del «movimiento continuo» (H. Arendt) hacia el estatismo que padecen las sociedades,  genera incertidumbres y acaba en el totalitarismo «liberal».

10.- Otro mérito del mito de la justicia social, aparte de las buenas intenciones —indiscutibles en la mayoría de sus partidarios—, es su contribución langfristig a diluir las diferencias entre la «izquierda», en principio representante del Bien, y la «derecha», en principio representante del Mal, burocratizando la política. O sea, como decía Hayek antes de la reconducción de la justicia social a cuestiones de género, raciales o de identidad sexual, «mientras la creencia en la «justicia social» rija la acción política, el proceso se acercará cada vez más a un sistema totalitario» en el que están de acuerdo la derecha y la izquierda. Por lo menos, a un pseudo régimen político que destruye sistemáticamente las relaciones sociales independientes del Partido-Estado o de los partidos del Estado de Partidos. Es lo que ha ocurrido, aunque lo encubra el antipolítico, o por lo menos, impolítico,[21] consenso interpartidista característico de ese tipo de Estado. El «régimen exclusivo de los partidos», decía de Gaulle. Un Estado de partido único dividido en varios, que no representan la voluntad popular, para mantener la imagen-creencia en que hay partidos de derecha y partidos de izquierda que compiten en el Parlamento. «El consenso de posguerra», dice Russell R. Reno en El retorno de los dioses fuertes, que convierte la política en un mercadeo entre los partidos consensuados.

11.- Decía Pierre Legendre, que las sociedades reorganizadas en la «revolución liberal-libertaria», que siguió a la desaparición de los regímenes totalitarios, eran «sociedades post-Hitler» economicistas en las que el «ultraliberalismo» transformaba todo en mercancía. Efectivamente: el Parteienstaat, Estado de Partidos, se configuró después de la guerra de 1939-1945 para rivalizar con los comunistas imitando al Volksstaat, Estado Popular, nacionalsocialista. No es una consecuencia de la justicia social, pero interpreta el Derecho de acuerdo con este principio humanitarista. Como favorece la philopsychia, (φιλοΨυχια (de  φιλος, philos, amor, amigo y Ψυχη, psyche, alma, apego a la vida), la tendencia, ironizaban los griegos, de los gobernantes a apegarse excesivamente a sus intereses particulares, intensifica el autoritarismo en el espacio  público. Desengañó, por ejemplo, al geógrafo Christophe Guilluy, del partido comunista francés, porque no defendía a los trabajadores y al sociólogo marxista Alain Touraine que describió su desengaño en El Postsocialismo. No fueron los únicos decepcionados.

La philopsychia, una querencia natural de las oligarquías, es más intensa en Estados cuya Hacienda financia legalmente —incluso constitucionalmente, como, por ejemplo, en España— no sólo a los partidos sino a los sindicatos para integrarlos en las nomenklaturas con la finalidad de que capten clientelas —«votos cautivos»— para las oligarquías políticas y financieras y controlen a los trabajadores en vez de defenderlos. ¿Desinterés por el proletariado? ¿Existe hoy el «proletariado»? Los sindicatos que aparecieron en el siglo XIX para defenderlo, ¿han devenido sinecuras al servicio del consenso oligárquico socialdemócrata?

Es lógico, que se esté desplazando el  voto de los trabajadores a partidos o candidatos de la derecha consensuada con la izquierda, y, más lentamente, a partidos no socialdemócratas o ajenos, al menos aparentemente, al consenso establecido. Que excluye obviamente a los que considera «fascistas», extrema derecha, ultraderecha, etc. porque se interesan por el bien común más que por el bien de los partidos, que suele coincidir con el bien del Estado Recaudador. Partidos nuevos que están empezando a reclamar, quizá confusamente, que se gobierne para el bien común y se ha convenido en llamar despreciativamente populistas.

12.- El populismo denostado no es empero el popularizado por Ernesto Laclau y su esposa Chantal Mouffé, sino la reacción o rebelión del pueblo contra las oligarquías que lo dominan y explotan. El primero del que se tiene noticia, fue la plebe romana —plebe significaba entonces una parte del pueblo— en el año 448 a. C. amenazando a la casta senatorial con retirarse al monte Aventino, una de las siete colinas de Roma que controlaba el tráfico comercial por el río Tíber. Los senadores tuvieron que ceder y concedieron al pueblo participar en el gobierno de la res publica. Es el origen de la divisa del Imperio Romano SPQR, senatus populusque romanus.

Público significaba por cierto, lo común, lo Político como lo común. Hoy designa lo que monopoliza el Estado, que controla también indirectamente lo privado con impuestos como el de la renta de las personas físicas en virtud del eslogan comunitario y patriótico «Hacienda somos todos». Nicolás Gómez Dávila: «El acto de despojar de sus bienes a un individuo se llama robo, cuando otro individuo lo despoja. Y justicia social, cuando una colectividad entera le roba».

13.- La justicia social confunde la igualdad de oportunidades con la igualdad de condiciones en que se asentaba la democracia descrita por Tocqueville  en los Estados Unidos de su época, un gran espacio prácticamente vacío, sin historia. El norteamericano o el emigrante que querían vivir independientes ser propietarios o prosperar, podían adentrarse en los vastos espacios del Oeste —el Far West de las películas de vaqueros—, y establecerse libremente donde le pareciese mejor. A costa a veces de algunos de los escasísimos pobladores indios. De ahí el dicho «el mejor indio es el indio muerto». Algo completamente imposible en Europa y hoy seguramente en todo el mundo, excepto en la Antártida o el Ártico,  salvo que el cambio climático los haga habitables como Groenlandia (Grundland, tierra verde, la llamaron los vikingos) en otros tiempos. Lo advirtió también Tocqueville, quien desconfiaba por eso de las posibilidades de la democracia excepto en Estados Unidos y espacios semejantes. Desconfianza compartida por los bolcheviques: intuyendo que la única solución al problema de las desigualdades causadas por la libertad, el esfuerzo, las circunstancias y la historia era la igualdad de condiciones, se apoderaron de todo para empezar de cero. Bajo la dictadura provisional del proletariado representado por el partido, dueño del aparato estatal, eran todos iguales, tovarich (товарищ), «camaradas». La dictadura, guiada por los valores igualitarios de la justicia social, sería transitoria, hasta que, mediante la educación, la disciplina y la costumbre, se transformasen los proletarios en hombres nuevos, figura que presupone de suyo la igualdad de condiciones, no de oportunidades. Pero en el camino por el lado correcto de la historia hacia la Ciudad Perfecta, la political Correctness de la dictadura del proletariado se transformó, por una de las piruetas frecuentes en la historia,  en la tiranía del PCUS, el partido comunista. «Una sociedad que pone la igualdad —en el sentido de igualdad de resultados— por delante de la libertad terminará sin igualdad ni libertad. El uso de la fuerza para lograr la igualdad destruirá la libertad, y la fuerza, introducida con buenos fines, terminará en manos de personas que la utilizan para promover sus propios intereses» (M. Friedman).

La ley de hierro de las oligarquías es inexorable y las oligarquías «cristalizadas» (W. Pareto), como las del consenso socialdemócrata establecido después de la guerra civil europea, que devino mundial, se creen dueñas del Estado y acaban siendo víctimas de la philopsychia, enfermedad que les induce a  confundir la justicia social con el bien común.


[1] Vid., por ejemplo, R. Stark, The Victory of Reason: How Christianity led to Freedom, Capitalism and Western Success. Nueva York, Random House 2006

[2] Vid. W. Schubart, Dostojewski und Nietzsche sowie Aufsätze zum geistigen Verhältnis von Russland und Europa (1939). BoD Norderstedt 2020.

[3] C. Schmitt, La tiranía de los valores. (Prólogo de Montserrat Herrero). Granada, Comares 2010. Cf. A. MacIntyre, Animales racionales y dependientes. Por qué los seres humanos necesitamos las virtudes. Barcelona, Paidós, 2001. Pierre Manent: «la clase dirigente, que no es política sino ideológica, que no manda lo que hay que hacer sino lo que hay que decir, habla indefinidamente de “valores”: los “valores de la República”, los “valores de la democracia”, los “valores de Europa”». Il Foglio, “Manent fotografa il cristianesimo in Europa” (3.VIII.2016).  Los “valores” europeos suelen ser  hoy los vicios característicos de la decadencia.

[4] Vid. J. Mercant Simó, “La tiranía de los valores y el olvido de las virtudes”. Infocatólica.com (29.V.2019). Los valores sustituyen las virtudes por los deberes. A. Buela, Virtudes contra deberes. Tarragona, Ed. Fides 2020.

[5] G. Römpp señala en Der Geist des Westens. Eine Geschichte vom Gutem und Bösen (Darmstadt, WGB 2009) la contribución de Norteamérica al imperio de la moral utilitarista de los valores, Ersatz de la ética natural tradicional. Cree que «no son apropiados para expresar la identidad de Occidente». La ética utilitarista persigue la realización de valores útiles para el individuo coincidentes o no con la ética del bien común que orienta las virtudes. Es decir, consagra el egoísmo como el motor de la acción humana y potencia el economicismo, el homo faber como homo oeconomicus, potenciado hoy por la técnica como homo technicus, regido por el principio enunciado por Konrad Lorenz «todo lo que se puede hacer debe ser hecho» en Decadencia de lo humano. Barcelona, Plaza & Janés 1985.  

[6] No obstante, el muy influyente jesuita Oswald von Nell-Breuning (1890-1991), dió crédito a la teoría de la explotación de Marx «estamos sobre los hombros de Karl Marx»-, y tendió a interpretar la justicia social  en sentido socialista y estatista.

[7]  Las Naciones Unidas proclamaron en 2007 el 20 de febrero Día Mundial de la Justicia Social. Vid. las críticas irrebatibles de la “justicia social” de J. Marías, La justicia social y otras justicias. Madrid, Ed. Seminarios y Ediciones 1974.  F. A. Hayek, El espejismo de la justicia social. Madrid, Unión Editorial 1988. Th. Sowell, op. cit. J.-P. Dupuy, El  sacrificio  y  la  envidia.  El  liberalismo  frente  a  la  justicia  social. Barcelona, Gedisa 1998. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Madrid, Encuentro 2011.  4, 1, pp. 104-105 yç lo que sigue. 

[8] The Quest for Cosmic Justice. Detroit, Free Pres 1999.

[10] Lo esencial de la teología de la liberación, inventada por jesuitas, es la opción preferencial por los pobres -el proletariado- aplicando el cientificismo marxista. Esa supuesta teología fomenta la secularización o politización y la descristianización. Hispanoamérica era masivamente católica. Según encuestas, los católicos no llegan hoy al  60%, mientras crecen los evangélicos y ortodoxos -la ortodoxia atrae a muchos católicos romanos en la Europa descristianizada por las ideologías- que no hablan de la justicia social y opciones preferenciales, sino de Dios y la vida eterna. Y, por supuesto, aumentan también  los ateos, indiferentes y sectarios como en todas partes. Los jesuitas -no todos- se entretienen ahora con la teología de la bioideologías de género, homosexual, transexual, etc.

[11]  “El comunismo contra la Iglesia Católica”. eldebate.com (28. VIII. 2022).

[12] Daily Telegraph (16. IV. 1992). Vida mejor en sentido material. Lawrence W. Reed demuestra que es un disparate en Was Jesus a Socialist?  Why This Question Is Being Asked Again, and Why the Answer Is Almost Always Wrong. Washington,‎ ISI Books 2020. Quadragesimo Anno: “Socialista y católico son términos contradictorios”, “socialismo religioso, socialismo cristiano implican términos contradictorios, nadie puede ser a la vez buen católico y socialista verdadero”.

[13] L. B. Namier, 1848; The Revolt of Intellectuals. Londres, Oxford U. P. 1944.

[14] Vid. A. Piettre, Les chrétiens et le socialisme. París, France-Empire 1984.

[15] Un ejemplo es el llamado salario mínimo, que funciona como un impuesto típicamente demagógico: expulsa del mercado o impide acceder a el, a emprendedores deseosos de crear riqueza al dificultar la contratación de trabajadores, a los que condena al paro.. «Es fácil ser llamativamente compasivo cuando se obliga a otros a pagar el coste» (M. Rothbard).

[16] Ch. Gave, Un liberal llamado Jesús. Madrid, Unión Editorial/Centro Diego de Covarrubias 2020. VII, p. 95. El Capital está más próximo a los evangelios que la justicia social. Marx no era humanitarista ni nihilista. Es por lo menos dudoso que hubiese aceptado el aborto o la eugenesia como “conquistas” o derechos sociales.

[17] Cit. por T. Judt, Algo va mal. Madrid, Taurus 2011. 2, p. 80.  Sobre Myrdal y su influyente esposa, T. Etzemüller, Alva and Gunnar Myrdal. Social Engineering in the Modern World. ‎Washington, Lexington Books 2014. Cf. E. Verhaeghe, Ne t’aide pas et l’État t’aidera. París, du Richer 2016.

[18] Vid. Ch. Jelen, La ceguera voluntaria. Los socialistas y el nacimiento del mito soviético. Barcelona, Planeta 1985. 3ª, IV, B, p.184.

[19] Vid. Agustín Laje, Generación idiota. Una crítica al adolecentrismo. México, Harper Collins 2023.

[20] J. Benegas, “Hacia una sociedad eternamente adolescente”. vozpopuli.com (21. XI. 2017) y La ideología invisible. Claves del totalitarismo que infecta a las sociedades occidentales. Independently Published 2020.

[21] Vid. J. Freund, Politique et impolitique. París, Sirey 1987.

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