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El Pol Pot de Valdepeñas

Bajo la égida del alcalde socialista Félix Torres se mató a doscientos valdepeñeros y a otros tantos forasteros que allí fueron ejecutados

     Hace diecisiete años escribí en la prensa local de Valdepeñas un artículo sobre la represión religiosa durante la Guerra Civil en esta ciudad manchega, pilotada entonces por el alcalde socialista, Félix Torres Ruiz, presidente también de la Casa del Pueblo, presidente de la Federación Local de los Trabajadores de la Tierra de Valdepeñas, Presidente del Comité de Defensa, y presidente y epónimo de cien instituciones más ( un batallón, un centro médico, etc. ), pues que su megalomanía no se sació nunca. El artículo consistía básicamente en un estudio crítico pormenorizado del Martirologio de la provincia de Ciudad Real, y en él describí los tormentos y muerte de casi cuarenta sacerdotes de Valdepeñas y otros pueblos cercanos que cayeron bajo las manos asesinas de los hombres de Félix Torres. Ni Decio ni Diocleciano llegaron al tipo de martirio que dispensó a los pobres sacerdotes la bonhomía de los socialistas mandados por Félix Torres. Y siempre me llamó la atención que nunca el pueblo hubiese erigido un monumento a estos mártires de Valdepeñas, como sí lo hicieron otros pueblos de España, como es el caso de Barbastro. No sólo no se erigió, sino que mi artículo escandalizó un poco las buenas conciencias de los más progresistas de la ciudad. Y, por otro lado, los de la otra banda me reprocharon que me hubiese quedado corto. Pero prefiero quedarme corto a caer en la mentira de la hipérbole. Además, los hechos fueron tan monstruosos que no se podían hiperbolizar. Posteriormente, se han escrito más trabajos sobre la represión roja en la retaguardia, y la verdad es que los crímenes del famoso alcalde socialista no han dejado de crecer desde entonces, un verdadero número uno del tirano sanguinario, un tirano que podría parangonarse con los tiranos de las póleis griegas que surgieron en los siglos VII y VI a. C., pero muchos menos sanguinarios y crueles en unas comunidades algo más grandes que la ciudad de Valdepeñas de la época (26.000 habitantes). Se mató bajo su égida a doscientos valdepeñeros, y a otros tantos forasteros que vinieron aquí a ser ejecutados. Superó con creces a Falaris de Agrigento. Un verdadero prodigio, que debería haber inspirado al gran director fallecido Jonathan Demme, el director de El silencio de los corderos.

    Nuestro Hannibal Lecter nació en 1894, y se afilió al PSOE en 1918. Era jornalero y al año siguiente de su afiliación formó parte muy activa de la huelga de jornaleros, que fracasó. La citada huelga la organizó en colaboración con Gabriel Camacho, Vicente Castellanos y Gregorio Tercero. Parece ser que tras la fallida huelga ninguno de los patronos de Valdepeñas, de los propietarios de la tierra, quería contratarlo como castigo a su audacia rebelde, entonces perfectamente justificada, en aquella época en donde la explotación y el hambre eran constantes de la condición del jornalero, y la soberbia de los amos infinita e indecente. Visto que no podía alimentar a su familia en su ciudad, aprovechó las relaciones de parte de la familia de su mujer que vivía en Francia (Bédarieux), y allí se fue a trabajar. Pero se fue con el alma llena de rencor contra aquella ciudad que no le había permitido vivir por haber pilotado una huelga del campo. El rencor siempre hace estragos en el alma de la gente, sobre todo si no es noble, y en la de Félix Torres produjo una catástrofe. Convirtió sus supuestos nobles ideales en perversas razones de venganza personal. Proclamada la República, Torres retornaría de nuevo a España, instalándose en Valdepeñas en 1931. Comenzaban los días del desquite y la revancha.

     Desde que llegase de Francia, Félix Torres, siempre intrigante y calculador, tuvo como el único proyecto de su vida hacerse con el poder político absoluto en Valdepeñas a través de su partido. Es evidente que desde el principio intrigó contra el alcalde socialista Antonio Ruiz García; y estamos seguros  que de forma sutil y solapada, tartufesca, le empezó a quitar la tierra de los pies a través del periódico socialista Nueva Luz, y así consiguió desalojar al alcalde de la presidencia de la Casa del Pueblo en 1932, para ponerse él. Y a través de Marcelino Astiz, director de este rotativo, se siguió acosando al alcalde socialista, demócrata y obediente de las leyes, y empujándole al sector más izquierdista y extremosamente revanchista del partido. Así, se le obligó a demoler la ermita de San Juan para hacer una glorieta, o a suspender la Semana Santa de 1933. Con la llegada de la derecha, tras las elecciones de noviembre de 1933, se sustituyó al alcalde socialista por Juan Antonio Ruiz Cejudo, del Partido Radical de Lerroux. El antiguo alcalde se quedaba ahora como simple portavoz del grupo socialista municipal, y entró en una continua confrontación con el ambicioso presidente de la Casa del Pueblo, Félix Torres, que anhelaba hacerse dueño único del socialismo valdepeñero, y le estorbaba la figura decente y democrática de Antonio Ruiz García. Hace años que mantengo la hipótesis, sacada de coser pequeños fragmentos de historia local y jirones de la memoria de los vecinos más mayores, que Antonio Ruiz García fue un hombre bien intencionado y que su posible colaboración en los espantos que produjo la voluntad brutal de Félix Torres durante la Guerra Civil se debió al miedo de perder la vida, si bien el miedo nunca puede justificar la inacción ante el mal.

     La primera vez que Félix Torres fue apresado ocurrió el 5 de junio de 1934, aprendiéndosele propaganda favorable a una insurrección campesina y dinero (1.100 pesetas) con el que parece ser que pretendía que los jornaleros de Santa Cruz de Mudela se sumaran a la movilización revolucionaria. Fue enviado a la prisión provincial de Ciudad Real el 9 de junio. Al día siguiente Torres autorizó al administrador para que girase telegráficamente 1.000 pesetas de su propio peculio a favor de su mujer, Josefa Hurtado. Tenemos derecho a pensar, y lo han pensado otros, que ese dinero era parte del dinero revolucionario que se le había aprendido y que el dirigente socialista quería transferirlo a su familia. El gobernador civil ordenó su liberación el día 12. La Revolución de Octubre se adelantó en Valdepeñas el 3 de septiembre, con un primer conato de asaltar violentamente el Ayuntamiento. La llegada de la Guardia Civil lo impidió; hubo tiros por ambas partes en la Plaza de España, pero Dios quiso que aquel día no hubiera muertos, y sólo cuatro heridos recuperables, tanto de bala como de pedradas. Félix Torres fue detenido como el gran cerebro de la revuelta. El Tribunal lo sentenció y condenó, como inductor de la algarada, a la pena de dos años, cuatro meses y un día de prisión. Torres estuvo itinerando por varios penales (Burgos, Cartagena y Pamplona), pero tras las elecciones de 1936, antes de completar su condena, fue liberado. A partir de octubre de 1934 los concejales socialistas, entre ellos su portavoz Antonio Ruiz García, a fin de entorpecer y paralizar la vida municipal, no asistían a los plenos, y el Ayuntamiento de Valdepeñas tuvo que ser recompuesto en su totalidad por mandato del gobernador civil Ángel Yagüe Sánchez. El nuevo alcalde sería Andrés Sánchez González, ante la dimisión del alcalde anterior, Juan Antonio Ruiz Cejudo, que ya no podía más con el cúmulo de tensiones que anunciaban la tragedia de nuestra Guerra Civil. La Agrupación Socialista sustituyó al dirigente encarcelado Félix Torres por Félix Fernández Lucas, del mismo sector cerradamente caballerista, de Félix Torres, y quien afirmaba que “Valdepeñas es un pueblo apático”. Por entonces Largo Caballero, en el famoso mitin del Cinema Europa, de Madrid, había dicho: “Traída la República se trata ahora de traer el socialismo; debemos hacer saber que somos marxistas, que somos revolucionarios. La clase trabajadora no renuncia a la conquista del poder político, a la dictadura del proletariado. Tenemos que conquistar el poder como se pueda.” Tras las elecciones del 16 de febrero de 1936, el gobierno de Azaña aprobó una amnistía para los encarcelados de la Revolución de Octubre. Sin embargo, en estas elecciones los candidatos conservadores de la provincia de Ciudad Real obtuvieron ampliamente la mayoría, con 106.455 votos, frente a las izquierdas, que no pasaron de 82.168. Valdepeñas no fue la excepción de la provincia, y también aquí ganó el voto de derechas, lo que sin duda acrecentó el rencor criminal de Félix Torres contra su pueblo, próximamente víctima de su venganza personal. El Gobierno del Frente Popular también reponía los Ayuntamientos de 1931, lo que suponía de facto la entrega del Ayuntamiento de Valdepeñas al Frente Popular, cuando en esta población las fuerzas conservadoras habían ganado claramente las elecciones. La alcaldía fue a parar otra vez a Antonio Ruiz García, al que el teniente de alcalde saliente, Cornejo Rabadán, manifestó que se complacía de entregar la alcaldía a Ruiz García, esperando del mismo que gobernase “sin miramientos de matices políticos”, pues así haría una buena gestión de la alcaldía y de la ciudad. El socialista Ruiz García replicó que lucharía por el engrandecimiento de Valdepeñas “sin ideas ni matices políticos”, y que trataría de mejorar la ciudad. Cinco concejales de derechas que cesaron en la constitución de aquella Corporación serían asesinados al comienzo de la Guerra Civil por instigación de Félix Torres. La alcaldía cesó por decreto a todos los miembros de la Policía Municipal, 19 agentes y 15 vigilantes nocturnos, con el argumento de no tener la suficiente confianza en ellos – ¡no eran de izquierdas! – y a otras 66 personas, entre ellas 14 mujeres y el resto varones por la misma razón. Entre los despedidos había administrativos, bomberos, encargados, lavanderas, enterradores, escribientes, dependientes, barrenderos, ordenanzas, etc. Buena parte de los nuevos empleados que iban a sustituir a estos funcionarios eran socialistas y algunos serían los principales adláteres-matarifes del asesino Félix Torres durante la Guerra Civil.  La sombra negra de Félix Torres planeó con sus alas de murciélago sobre la alcaldía durante toda la primavera de 1936. El asalto al cargo se producirá unos meses más tarde, tras el inicio de la Guerra Civil, pero ya entonces era el único dueño de Valdepeñas. Nada más comenzar la Guerra las organizaciones políticas tomaron el control de la ciudad, al tiempo que Félix Torres cogía en sus garras el poder efectivo. Y aunque el 28 de julio el alcalde Ruiz García sacó un bando prohibiendo la detención de convecinos, las confiscaciones o el pillaje, bajo la amenaza de ser pasados por las armas, ya no tenía el poder real, pues que el principio de autoridad había pasado del Consistorio a la calle dominada por las turbas pilotadas por Félix Torres. Sin ningún poder ya real el alcalde legítimo cesó, y Félix Torres accedió a la alcaldía el 1 de noviembre. No obstante, hay que decir en favor de Ruiz Díaz que hasta su cese no se tocó el patrimonio histórico artístico de Valdepeñas, y que fue a partir de noviembre del 36 en que la barbarie iconómaca y la furia clerófoba aniquilaron la mayor parte del patrimonio artístico valdepeñero. Félix Torres exterminó a más de doscientos valdepeñeros, y a muchos más de los pueblos y comarcas vecinas. El exterminio estuvo unido a las torturas más sofisticadas que la imaginación más criminalmente morbosa pueda imaginar. La tortura no sólo era física –desollamientos, emasculaciones, amputaciones de miembros, extracción de los ojos, etc.– sino también moral. Cuando mataban a una familia entera, empezaban por los hijos, para que los padres vieran los tormentos y muertes de los hijos, antes de comenzar con ellos. Cuando bajaban la cabeza les ponían inmediatamente la bayoneta en la barbilla para que siguieran mirando. Muchos valdepeñeros fueron arrojados vivos a la sima de una mina ya sin explotar. Muchos cuerpos aún siguen reposando allí. El terror recorrió todos los corazones de los valdepeñeros durante los casi tres años de guerra. Y aún hoy permanece en la conciencia colectiva de la ciudad, deformando algunas mentes. Es así que una vecina un día me dijo lo siguiente:

-Yo, la verdad, no puedo hablar mal de Félix Torres, porque no mató a nadie de mi familia.

    Cuando el monstruo ha llegado a apoderarse así de la memoria familiar, es que las víctimas se han sentido alguna vez seres inferiores, que deben su vida al ser superior que las deja vivir y respirar. El demovoro de convierte en Dios. También algunos judíos en los campos de concentración veían a los nazis como seres superiores, y los admiraban. El psiquiatra Víctor E. Frankl ha explicado muy bien estas reacciones de las víctimas en su obra El hombre en busca de sentido. Francisco Nieva, hijo de Valdepeñas, en sus Memorias, Las cosas como fueron, habla de la Guerra y del personaje. Entresaquemos algunas frases: “En mi pueblo, durante la contienda civil se mató a mansalva. Algunos milicianos se emborrachaban de sangre y tenían el gatillo fácil y jocundo, como los malos de las películas más hard de Hollywood. El alcalde Félix Torres era un asesino de cuidado. Mi madre, por negligente o poco practicante que fuera, se había plegado en su juventud a tener un “padre espiritual”, un director de su conciencia, y este fue el seráfico padre Maroto, un alma cándida y un bien humilde hijo del pueblo. Ya era viejecito cuando lo conocí. Y él fue quien me quitó la crispación cuando me confesé por primera – y última – vez. Le pegaron dos tiros y lo arrojaron a un pozo seco. No lo habían matado del todo y comenzó a escalar aquel pozo hasta alcanzar el brocal. Un miliciano que hacía la guardia se sobresaltó y luego tomó un hacha y le cortó las dos manos para que cayera de nuevo. Días antes de terminar la guerra, Félix Torres y sus secuaces pretendían marcharse, no sin antes haberse cargado a una tira de gentes. En su despacho se encontró una lista, en la que venía el tercero mi padre. Mi hermano, que se colaba por todas partes, entró en el despacho personal de Félix Torres y tomó la pluma con la que había firmado tantas penas de muerte. Yo no la he vuelto a ver desde hace mucho tiempo y aún puede que él la guarde.” ( página 103, Espasa Calpe ).

     Se dice que durante el juicio sumarísimo, y tras dictar la sentencia de muerte el Tribunal, le preguntaron:

-¿Sabe usted por qué va a morir?

-Claro, porque perdimos la guerra. Si no hubiese sido así, yo estaría sentado en donde está usted.

    Definitivamente no supo por qué murió. No le ayudó su conciencia. Y probablemente la República perdió por gente como él, que le arrebató su sentido moral.

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