Una institución tan honorablemente vetusta como es el Partido Conservador británico tiene hoy como líder a una nigeriana de nacimiento, Kemi Badenoch (para ser precisos, Olukemi Olufunto Badenoch), que sucede en el cargo a un originario de la India, Rishi Sunak, aunque no es de buen tono en sociedad señalar esta singular circunstancia.
Lo curioso de Badenoch, a efectos de esta reflexión, es que le ofende que la motejen de nigeriana, no porque eso pudiera disminuir su britanicidad, como sería quizá esperable, sino porque la líder conservadora reivindica una identidad aún más exclusiva. “Me parece interesante que todo el mundo me defina como nigeriana”, declaró Badenoch en una reciente entrevista. “Me identifico menos con el país que con mi etnia específica, la yoruba. No tengo nada en común con la gente del norte del país, el Boko Haram donde está el islamismo. Ser yoruba es mi verdadera identidad, y me niego a que me agrupen con la gente del norte de Nigeria, que eran nuestros enemigos étnicos, todo en nombre de ser llamada nigeriana”.
Fuera de nuestra menguante burbujita occidental, la lealtad social primaria no es el Estado nación, sino la tribu, incluso el clan; la etnia, en el mejor de los casos. El Estado nación es una logradísima innovación de Occidente, a medio camino entre la tribu y el internacionalismo, que hemos obligado a adoptar al resto del mundo para tratar con ellos.
Y el resto del mundo, a la fuerza ahorcan, ha aceptado como en su día aceptó el traje de chaqueta occidental. Pero una cosa es saber que necesitas una bandera, un himno, unas fronteras bien trazadas y un puñado de instituciones importadas para ir por el mundo, y otra cosa es que sean poco más que un disfraz y un espejismo en la mayor parte del globo. Creer que existe Somalia es un pintoresco acto de fe occidental; y si me aseguran que hay un verdadero patriotismo zambiano quedaré muy sorprendido.
Pero ellos están dispuestos a fingirlo y nosotros, a creerlo. Por nuestra parte, la inocultable polémica sobre la inmigración denuncia que el Estado nación ha entrado en crisis desde el extremo contrario, por el esfuerzo deliberado de unas élites convencidas de que, antes que sociedades, los países son economías.
Quien ha llevado al paroxismo el debate en Estados Unidos procede del campo más inesperado, del MAGA trumpista, última esperanza de quienes aún esperan conservar alguna identidad nacional estadounidense: del multibillonario y hombre clave de la próxima administración republicana, Elon Musk.
Musk ha pedido en redes sociales aumentar la inmigración de trabajadores extranjeros altamente cualificados. El sudafricano nativo ha denunciado la «escasez permanente de talentos excelentes en ingeniería» en Estados Unidos, que tacha de «factor limitante fundamental en Silicon Valley».
Respondiendo al empresario de origen indio Mario Nawfal, para quien la industria de semiconductores de Estados Unidos necesita más de 160.000 ingenieros para 2032, citando a McKinsey & Company, Musk asegura: «No, necesitamos más del doble de esa cifra. La cantidad de ingenieros supertalentos y supermotivados en los Estados Unidos es demasiado baja». Y las redes, como reza el tópico, ardieron, generando un apasionante debate sobre la identidad.
El asunto es tan sensible que una respuesta al tuit de Musk le ha valido a @suspended1233 hacer honor a su pseudónimo y ser suspendido de la red del multibillonario, pese a sus protestas de defensa de la libertad de expresión. Responde el exiliado tuitero: “Mi hijo se graduó con honores en Ingeniería Electrónica e Informática en 2023. No consigue una sola entrevista de trabajo, no digamos un empleo. Tampoco los consiguen todos los varones blancos que conoce de su promoción. Muchos trabajan actualmente en centros de datos que no requieren titulación”.
Harrison H. Smith, presentador del programa American Journal en InfoWars, pone exactamente el dedo en la llaga del malentendido con este tuit: “Las naciones son familias, no negocios. Entender algo tan sencillo hace obsoleto todo el debate sobre la inmigración. Uno no habla de sus hermanos o sus hijos como esta gente habla de sus compatriotas americanos”.
Adam Johnston, colaborador de The Federalist, incide en el mismo concepto cuando escribe: “America es una nación, no un equipo deportivo, esa es la colina en la que estoy dispuesto a morir. Porque América morirá si triunfa la analogía con el equipo deportivo!:
Entre paréntesis, quizá no sea ajeno a este debate y a los malentendidos en torno a los que gira que tanto Johnston como Smith sean patriotas de un país sin nombre. Llamar a tu nación “Estados Unidos” es como fundar una empresa y llamarla “Unión de Sociedades”. El abusivo “América” que ambos usan nace de esa necesidad de dar un nombre exclusivo a la tierra de sus ancestros.El usuario español (o hispano) @gutarno introduce con ironía en el debate la variante que citábamos al principio: las lealtades reales, a escala étnico-tribal, que a menudo se esconden bajo la etiqueta nacional. “Inmigración india: Tú te consideras ciudadano del mundo pero en el departamento de recursos humanos hay una guerra a muerte entre descendientes de herreros que adoran a una serpiente de dos cabezas y comerciantes que consideran la reencarnación de dios a un monje bizco del s. XVI”, escribe.
En cualquier caso, Musk ha agitado el avispero MAGA de un modo que podría ser bastante contraproducente si los trumpistas empiezan a sospechar que el ánimo antiinmigratorio de Trump tiene menos que ver con la identidad que con la idea de que, como dijo, “no nos mandan a los mejores”. Así, el autor Keith Woods concluye que el inmigracionismo de los empresarios tecnológicos “está volviendo a más personas contra la inmigración que los propios antiinmigracionistas”. Y es que para Woods es mala política, a efectos electorales, decirle a los americanos: “Sois una raza moribunda de estúpidos perdedores endogámicos y todos vuestros logros se deben a los extranjeros”.
Pascal-Emmanuel Gobry, de Policy Sphere, analiza precisamente este aspecto de la cuestión con una fascinante reflexión sobre la naturaleza de la identidad nacional en Estados Unidos. Para Gobry, todo ese discurso de “nuestra nación es una idea, todos los que quieran contribuir son bienvenidos” no es más que propaganda imperial, repetida por casi todos los imperios que en el mundo han sido.
Es un modo de maximizar el número de contribuyentes fiscales y de reclutas potenciales, cooptando además las élites de las colonias. Y funciona cuando el imperio está en su ascenso porque su modelo cultural se impone sin problemas sobre los recién llegados, que lo hacen suyo junto a la nueva identidad. Ser un cives romanus no solo ofrece evidentes ventajas jurídicas, sino que supone aumentar de rango, es un símbolo de éxito.
Pero Gobry advierte que, cuando el imperio entra en declive (sea temporal o permanente), la situación se da la vuelta, y ese es hoy el caso en Estados Unidos. El inmigrante deja de tener incentivos para asimilarse y contribuir al éxito del equipo y empieza a tenerlos para ver a la patria de acogida como un botín que repartirse.
Y acabamos con un extenso tuit de @The Brazen Head of Everso II que, aunque hace referencia concreta al caso de los indios cuya inmigración quieren favorecer las tecnológicas, tiene un mensaje que probablemente pueda universalizarse:
“Todos los indios de primera generación que he conocido «aman América». Pero cuando te tomas el tiempo de investigar el objeto de ese afecto, lo que es para ellos América, te das cuenta de que no es un amor tan noble. No es una emoción patriótica. Aman a América como un hombre de negocios «ama» una mina de cobalto, o como un hombre ama su barco. No aman a América la nación, aman el «sueño americano». América la tierra de las oportunidades y no América el hogar de los valientes. América es una carrera profesional. Una empresa. Una en la que trabajan sus primos, y esos primos prometieron hablar bien de ellos al jefe para conseguirles un trabajo también. América es una empresa con increíbles prestaciones y un gran sueldo. Pero no es su hogar, y nunca lo verán como tal. Que un indio vea América como su hogar es tan ridículo como que un empleado estadounidense vea Walmart o McDonalds como su hogar. Estados Unidos no es una empresa que necesite buscar a los mejores talentos. Estados Unidos no es un equipo deportivo. Estados Unidos no es una empresa tecnológica. Su suelo no es un cubículo.