Como dise Aristóteles, cosa es verdadera
el mundo por dos cosas trabaja: la primera
por aver mantenençia; la otra era
por aver juntamiento con fembra placentera.
(Juan Ruiz, Arcipreste de Hita)
¿Qué ha hecho mal Íñigo Errejón? El diputado y fundador de Más País se ha visto obligado a dimitir por una serie de acusaciones de abusos sexuales y se enfrenta a un calvario penal que podría llevarle a la cárcel. En cualquier caso, a sus 40 años, su vida profesional está arruinada.
Pero, ¿cuál es su culpa, exactamente? ¿En qué consiste el delito?
Errejón ha caído en el fuego cruzado de dos revoluciones que definen nuestro tiempo, que se pretenden no solo compatibles, sino asociadas, pero que en la realidad convierten su intersección en una zona imposible de arenas movedizas: la Revolución Sexual y el feminismo triunfante.
En la actual sociedad postcristiana, la ética cristiana, aunque desleída y vaga, sigue siendo la plantilla básica de nuestra cultura. Nadie se gloría de ser envidioso, aunque la envidia reine bajo el nombre de socialismo; cualquiera se ofende de ser calificado de soberbio, aunque el Orgullo se haya convertido en la mayor de nuestras festividades oficiales. Y así, seis de los tradicionales pecados capitales mantienen de algún modo su mala fama. Todos, menos la lujuria.
Nadie se atrevería hoy a descalificar a un personaje público llamándole lujurioso. Sonaría incluso caricaturesco. Hasta la Iglesia como institución, sin ir tan lejos como para abolir el pecado, parece desde finales de los Setenta del siglo pasado reacia a recordar su existencia o a predicar contra él.
Por otra parte, el feminismo ha llegado a sus últimas consecuencias lógicas a partir del planteamiento maniqueo que divide la humanidad entre machos opresores y mujeres oprimidas. Como víctimas históricas, han logrado la condición laica equivalente a los elegidos del calvinismo clásico, predestinados a la salvación hagan lo que hagan. Idealmente, el feminismo moderno aspira a que las mujeres no tengan que sufrir las consecuencias negativas de sus decisiones.
La izquierda, ayuna del apoyo proletario masivo desde hace al menos medio siglo, se ha apropiado de ambas revoluciones en busca de nuevos ‘sujetos revolucionarios’ imprescindibles en su esquema ideológico, y la derecha del sistema las ha bendecido y consagrado como suele hacer con todas las ideas de la izquierda. Y ambas ideologías asimiladas, revolución sexual y feminismo, han sido para nuestra civilización infinitamente más destructivas que un bombardeo de alfombra con bombas nucleares.
La asociación entre los movimientos revolucionarios y la disolución de las normas sexuales es casi tan vieja como la humanidad. El sacerdote zoroastriano Mazdak, comunista avant la lettre, ya proponía en la Persia Sasánida la comunidad de mujeres tanto como la de los haberes, una constante que ha acompañado a cuantas sectas gnósticas, políticas o religiosas, se han desatado sobre el mundo, desde los fraticelli de Fray Dulcino hasta los anabaptistas de Münster, siempre con consecuencias devastadoras. Pero nunca, hasta el siglo pasado, en el nefasto Mayo del 68, se había institucionalizado esta disolución.
La revolución sexual ha sido la más destructiva de la historia, y la única de la que podemos decir que ha triunfado en todo Occidente con consecuencias pavorosas y perfectamente medibles. Le ha dado la vuelta a incontables estructuras, fórmulas sociales y mentalidades que llevan siglos vertebrando la vida social. La familia, el matrimonio, lo masculino, lo femenino, hasta el concepto mismo de ser humano han pasado a significar cosas muy distintas tras su triunfo. Incluso el propio lenguaje ha tenido que ceder a sus imposiciones El sociólogo Philip Rief se quedó muy corto cuando en los sesenta afirmó que se trataba de una revolución más radical que la bolchevique.
La adopción de la revolución sexual por parte de la izquierda está trufada de contradicciones. La izquierda moderna, de raíz marxista, nació de una obsesión con la redistribución de la riqueza y los medios de producción. Es decir, con lo que el Arcipreste de Hita llamaría ‘aver mantençia’. Pero no solo se despreocupó por completo de la segunda parte –‘aver juntamiento con fembra placentera’, los medios de reproducción– sino que se apuntó a una anomía sexual que, por efecto de la tecnología y de meros imperativos biológicos, lleva indefectiblemente a una situación sexual/sentimental de oligopolio, con unos triunfadores que se lo llevan todo y una gran masa de desposeídos.
Mal que bien, la estructura reguladora de las relaciones entre los sexos en Occidente durante siglos ha respondido a la demanda de los hombres y mujeres normales, permitiendo que el individuo ordinario, no especialmente rico, ni atractivo ni poderoso pudiera encontrar un semejante con quien vivir de forma estable y tener hijos propios. En cambio, la consecuencia natural de la Revolución Sexual es una poligamia temporal o sucesiva en unos, y la absoluta carencia en muchos otros. Paradójicamente, la situación que los socialistas deploraban en el panorama económico es la que han propiciado en el mercado sexual y sentimental.
La prueba del pudding, dicen los anglos, está en comérselo. Quien predice lo que luego sucede valida su teoría, y por eso deberíamos desconfiar, por ejemplo, del Cambio Climático. Y hubo quien, en su día, predijo lo que se nos venía con esta deletérea revolución: la Iglesia católica, esa bestia negra de la modernidad. Un Papa tan poco sospechoso de fundamentalismo como Pablo VI publicó en el fatídico 1968 una encíclica, Humanae Vitae, fuertemente contestada en su día y hoy absolutamente ignorada, en la que hacía algunas interesantes predicciones sobre uno de los pilares de la Revolución Sexual práctica, la anticoncepción.
Se “abrirá de par en par el camino a la infidelidad marital y a una reducción general de los estándares morales”… “Un hombre que se acostumbra al uso de métodos anticonceptivos puede olvidar el respeto que se debe a una mujer”… El hombre “reducirá [a la mujer] a mero instrumento para la satisfacción de sus propios deseos”… Ya no la considerará “su compañera a quien debe rodear de cuidados y afecto”… “Podría suceder, pues, que las personas, tanto individualmente como en la vida familiar o social, cuando experimentan las dificultades inherentes a la ley divina y se empeñan en evitarlas, pongan en manos de las autoridades públicas el poder de intervenir en la responsabilidad más personal e íntima de los esposos”.
No sé, Rick…
Las ideologías, todas, son el reino del apriorismo, y eso las hace enormemente destructivas, porque tienden a manipular la realidad para ajustarla a la idea, y no al revés. En palabras de Chesterton, cuando la cabeza no se ajusta al sombrero, no se les ocurre cambiar de sombrero, sino de cabeza.
Pero la realidad tiene la insidiosa costumbre de imponerse, y lo que tenemos delante es un desolador paisaje después de la batalla. Vemos las tasas de natalidad hundidas hasta unas cifras que parecen abocar a la extinción a sociedades enteras, al planeta, si se mantuvieran constantes. Vemos en España casi cinco millones y medio de personas que viven solas, un 28% de todos los hogares. Vemos soledad, decepción, depresión y hombres y mujeres que apenas saben cómo encontrarse en la vida real de forma sana y normal, sin sortear un laberinto de trampas ideológicas y jurídicas que pueden activarse en cualquier momento del proceso.
Lo que presuntamente hacía Errejón es Revolución Sexual; lo que le ha perdido es Revolución Feminista. No hay espacio conocido, cartografiado, entre los dos, y uno se aventura por esa intersección como quien entra en territorio inexplorado y señalado con un único epígrafe: Hic sunt dracones.