A veces le pregunto cosas a gente que opina sobre política internacional, para evaluar su nivel de conocimiento. Por ejemplo, cuál es el porcentaje de afroamericanos sobre la población total de EEUU o si piensan que habría que defender a Taiwán si China anuncia que anexa la isla como provincia.
De verdad que se sorprenderían con las respuestas. En mi experiencia, pocas personas con sólidas opiniones sobre Donald Trump saben que los afroamericanos son solo un 12% de los estadounidenses, a pesar de las consecuencias que puedan extraer de ver series de Netflix; y muchos menos saben que la política oficial, explícita, del gobierno español, de la Unión Europea y de EEUU es que Taiwán es una provincia inseparable de China y que hay una sola China, a la que reconocemos oficialmente, y que tiene capital en Pekín.
Esta postura sobre China es muy antigua, data de la década de los 1970, y fue una condición inequívoca que Mao Zedong impuso a Richard Nixon para establecer una alianza informal que hizo mucho para que EEUU acabara derrotando a la Unión Soviética.
Merece la pena recordar este tipo de compromisos explícitos y obligatorios para todos los países que tienen relaciones diplomáticas y comerciales con (la República Popular de) China para que no haya más equívocos, medio promesas, malentendidos y treguas trampa como los que desembocaron en 2022 en la situación que afrontamos en Ucrania. También merece tener en cuenta que China –a diferencia por ejemplo de la Unión Soviética– no es ahora, ni ha sido nunca, un país que represente una amenaza para la independencia de Occidente.
Recordemos la Guerra del Peloponeso, que enfrentó a Atenas y Esparta en el siglo V antes de Cristo. Es notable por muchas razones, entre ellas, el hecho de que fue el primer conflicto del mundo entre lo que (en el lenguaje moderno) describiríamos como un estado «liberal» y un estado «autoritario»: y fue un conflicto provocado por el estado liberal, Atenas, que fue quien atacó y se negó en todo momento a firmar la paz.
La gran mayoría de los crímenes de guerra y masacres durante la guerra fueron cometidos por Atenas, que impulsó la guerra total, incluyendo la expulsión de Esparta de las instituciones internacionales existentes en ese momento (los Juegos Olímpicos). Cuando Atenas perdió, Esparta aceptó un acuerdo de paz notablemente generoso que no implicó ocupación militar. Cuando este acuerdo fue violado por Atenas, Esparta prefirió ignorar el asunto y evitar reanudar una guerra altamente destructiva entre griegos, y dejó correr el tema de dominar Grecia.
A lo largo de la historia, solo ha habido cuatro tipos de estados con ambiciones reales de dominación global, independientemente de la escala que pudieran alcanzar: el primer grupo son los estados liberales como la República Romana, el Imperio Británico o Estados Unidos, con «valores» o «ideas» que presentan como superiores a otros (y que, de hecho, podrían ser superiores, al menos en algunas ocasiones).
Los otros tres grupos son estados impulsados por la religión, con ánimo catequizador y civilizador, como el imperio español, o con el objetivo de eliminar todas las otras religiones, como los imperios islámicos; estados liderados por conquistadores carismáticos y ambiciosos como la Francia de Napoleón o la Macedonia de Alejandro Magno; y sistemas políticos racistas, o al menos con una base étnica, como los mongoles de Gengis Khan o la Alemania nazi.
No hay otros ejemplos de estados que hayan intentado o siquiera hayan dado los primeros pasos hacia la dominación global. Persia, bajo el fundador del imperio, Ciro, podría decirse que fue similar a la Macedonia de Alejandro Magno, pero cualquier sueño de dominación mundial murió con Ciro: incluso sus sucesores más ambiciosos, como Darío, estaban más interesados en fronteras bien defendidas.
Fuera del núcleo euroasiático, ningún imperio chino intentó proyectar su poder más allá de las fronteras de China, y lo mismo puede decirse incluso de los estados indios más exitosos y poderosos. En América, todas las potencias políticas que han existido, desde los toltecas hasta los incas, tenían horizontes limitados y estaban rodeadas de enormes extensiones de terreno que no pretendían conquistar bajo ninguna circunstancia.
La raíz de gran parte del odio liberal hacia la extinta Esparta es perfectamente racional, ya que no se debería presentar a Esparta como ejemplo de potencia liberal y expansionista como Estados Unidos o el antiguo Imperio Británico: porque Esparta no era expansionista en absoluto, y de hecho se conformaba con su pequeño nicho en el sur de Grecia y un reducido grupo de aliados/súbditos para protegerse de los liberales atenienses, y posteriormente tebanos, tan bienintencionados como sanguinarios.
Es importante comprender este contexto cuando se utiliza la historia para comprender nuestra situación actual. Por ejemplo: cuando escucho a gente preocupada por el «ascenso de China», su suposición siempre se reduce a un muy ateniense «en cuanto dejemos de darles puñetazos, ellos empezarán a darnos puñetazos».
Esta es una visión bastante reduccionista de las relaciones humanas, por mucho que se presente como realismo, particularmente en una era nuclear en la que los malentendidos entre grandes potencias son más peligrosos que nunca, y no solo para las potencias. Y es una visión que está extendida incluso entre gente muy brillante e influyente.
En un reciente debate político celebrado en China, el distinguido John J. Mearsheimer, quizás el más prominente analista geopolítico estadounidense de esta generación, planteó un punto clave que dejó a su audiencia, mayoritariamente china, conmocionada: que Estados Unidos busca impedir que China se convierta en una potencia hegemónica regional porque es evidente, según las teorías de relaciones internacionales ampliamente aceptadas, que una vez que China se convierta en una potencia hegemónica regional sin amenazas en su territorio, aspirará a un dominio global similar al que Estados Unidos disfruta hoy (o disfrutó hasta 2022).
El debate completo está disponible en inglés aquí, en Bili Bili (el YouTube chino), con la discusión que acabo de citar comenzando alrededor del minuto 70. Como no podría ser de otra forma, el rival de Mearsheimer en el debate, un profesor chino llamado Yan Xuetong, responde que incluso la propia palabra “potencia hegemónica” tiene un sentido negativo en el idioma chino.
Esto ha sido evidente durante siglos, pero permítame que les recuerde un par de anécdotas relacionadas con los Ming de China, la última dinastía nativa que gobernó el imperio chino, entre los mongoles de Kubilai, el amigo de Marco Polo, y los manchúes del Último Emperador.
Una de las primeras cosas que hizo el primer emperador Ming, Hongwu, fue enviar un mensaje a quien consideraba uno de sus pares internacionales, el emperador del gran Imperio de Roma sobre el que los chinos habían escuchado durante siglos. Así que le llegó una carta al pobre Juan V Palaiologos de Constantinopla, que para entonces solo gobernaba aquella ciudad y unos cuantos cachitos de territorio más o menos cerca.
En su carta, Hongwu anunció su gran satisfacción por haber liberado a China del yugo mongol y expresó su voluntad de mantener relaciones pacíficas y amistosas con la gran Roma: “aunque no somos tan sabios como nuestros antiguos gobernantes, cuya virtud era reconocida en todo el universo, tenemos que anunciar nuestra intención de mantener la paz en los cuatro océanos”. No creo que se sorprendan mucho de saber que la Dinastía Ming jamás atacó a Occidente, pero Occidente sí que encontró la forma, siglos después, de tocarles las narices varias veces.
Esta carta puede sonar exótica, pero incluso los que no conocen mucho sobre la historia china han oído alguna vez hablar de Zheng He (en la ilustración), el almirante chino que unas pocas décadas después de que le llegara la carta a Juan V llevó una gran flota de barcos chinos a África Oriental, compró allí algunas baratijas y recuerdos y navegó de regreso a China para informar que África no estaba mal pero no tenía nada que China necesitara con urgencia. Así que los chinos cerraron la ruta y nunca volvieron a adentrarse en África durante medio milenio.
Cada vez que he escuchado o leído a un occidental contando esta historia, lo hacía en tono despectivo o al menos sorprendido: estos chinos, qué bobos, tenían barcos tan buenos que podrían haberse quedado con toras las riquezas de África antes de que llegáramos y nunca lo hicieron. Quizás sea hora de entender que no todos en el planeta comparten la misma mentalidad.