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Grandes Momentos de Silvio Berlusconi

Fue la primera vez en que “Europa” destituyó por primera vez al líder de uno de sus países miembros

El fallecimiento de Silvio Berlusconi hace unas semanas fue una buena ocasión para hablar de algunos de los temas favoritos de la prensa internacional, Trump y el populismo. Pero hay ángulos mucho más interesantes en la carrera del ex primer ministro italiano; déjenme que sólo me fije en dos.

El primer ángulo se refiere a la entrada de Berlusconi en política. No hay duda de que Silvio, empresario de enorme éxito en todo lo que tocaba, nunca tuvo el menor interés en la política: durante su ascenso en los años 1980, pagaba comisiones y hacía negocios tanto con el PP como con el PSOE local. Su única opinión sobre los temas de gobierno era que aborrecía el comunismo, y ése fue precisamente el motivo por el que Berlusconi se decidió a dar el salto.

Durante la Guerra Fría, el sistema de partidos de Italia se había vuelto extraordinariamente corrupto incluso para los estándares italianos. EE.UU., obsesionado por mantener al Partido Comunista de Italia lejos del poder y endeudado con la Mafia desde que colaboró en el derrocamiento de Benito Mussolini en 1943, hacía la vista gorda respecto a lo que se llamó Tangentopoli, el complejo sistema de flujos de dinero y favores entre políticos, empresarios y mafiosos que mantenía el tinglado en marcha.

Para 1994, sin embargo, la Guerra Fría había acabado. Después de décadas de infiltración en las universidades, medios de comunicación y judicatura, los simpatizantes comunistas lograron destruir el bipartidismo a través de una investigación conocida como Mani Pulite o Manos Limpias, luego inspiración de muchos jueces españoles como Elpidio Silva.

Mientras las páginas de los periódicos se llenaban de juicios y encarcelaciones, y el líder socialista Bettino Craxi se exiliaba a Túnez, la embajada estadounidense pudo suspirar con satisfacción: los comunistas habían ganado la batalla política italiana, sí, pero demasiado tarde.

Ya no había riesgo geopolítico, con la Unión Soviética desparecida desde diciembre de 1991, y de hecho el PCI se había refundado y convertido en Partido de la Izquierda Democrática (PID), predecesor de tantos movimientos post-comunistas al tiempo destructivos (para sus países) e inofensivos (para los intereses del gran capital) como Izquierda Unida, Sumar y Syriza en Grecia.

En 1994, las encuestas le daban al PID hasta un 60% de escaños en las próximas elecciones italianas, y EEUU desde luego no iba a entrometerse más. Así que Berlusconi se reunió con sus asesores en busca de un solo objetivo: encontrar a un candidato que pudiera recoger el voto anticomunista y frenar la toma de las instituciones. Obviamente, el único candidato que se encontró fue Berlusconi, y el resto es historia.

Este contexto es importante porque explica el odio cerril a Berlusconi entre lo que el filósofo estadounidense Curtis Yarvin llama “la Catedral”, esa alianza del entorno académico y el famoseo, los medios y la judicatura para imponer sus visiones globalistas al resto.

Aunque ganó las elecciones de 1994 con un 58% de los escaños, Berlusconi fue destituido por el estado profundo italiano menos de un año después. Cuanto más quiso volver, más perseguido fue. Durante las siguientes dos décadas, fue el primer italiano más duradero desde la inmediata posguerra, y el único en concluir un mandato de cinco años, a pesar de espionajes, manipulaciones, filtraciones interesadas y todo tipo de maniobras.

Giuseppe Sottile, del diario Il Foglio, calculó recientemente que Berlusconi, por nadie considerado un empresario particularmente corrupto antes de meterse en política, fue objeto de tres docenas de procesos judiciales. Compareció ante mil jueces y fue obligado a asistir a 2.700 audiencias judiciales. El mismo Berlusconi estimó que había gastado US$700 millones en abogados.

Esto podría servirnos para comparar a Berlusconi con otros enemigos del sistema a los que se les hizo la vida imposible desde dentro. Sin embargo, un segundo momento clave de su era, que es aún más relevante que el primero y que viví en persona como corresponsal del Wall Street Journal entonces en Bruselas, se refiere a los enemigos que destruyeron la carrera política de Berlusconi desde fuera.

En 2009, el gobierno griego admitió que había mentido como un bellaco respecto a sus cuentas («no hemos sido nosotros, han sido nuestros predecesores» fue el argumento explicativo) y comenzó la crisis de deuda europea que sólo concluyó en 2013-2014, cuando quedó claro que España no necesitaría un rescate europeo completo: bastarían con los 64.000 millones de euros del rescate bancario.

En medio, quedó un momento olvidado por muchos pero que fue clave porque fue la primera vez en que «Europa», esa expresión papanatas para referirse a las instituciones que controlan la Unión Europea y a las que no ha elegido nadie, destituyó por primera vez al líder de uno de sus países miembros.

Esto ocurrió en 2011. En aquel momento, el gobierno español de ZP estaba como loco por dejarle el muerto a Mariano Rajoy (en elecciones adelantadas a diciembre) y, como constaté personalmente, el fondo de maniobra del gobierno español estaba casi a cero. La mayoría de analistas percibía altas posibilidades de que al menos un país saliera de la eurozona, forzado por inversores externos o votantes.

En ese momento, con Berlusconi como primer ministro, la prima de riesgo italiana se disparó por las nubes, y muchos expertos, intrigados, empezaron a especular con que Italia revelaría algún tipo de escándalo respecto a sus cuentas. Nada de ello ocurrió.

La prima siguió subiendo, y el Banco Central Europeo (BCE) decidió no intervenir; eventualmente, en noviembre Berlusconi anunció su dimisión y sustitución por Mario Monti, un eurócrata bendecido por «Europa». De inmediato, la crisis de deuda italiana acabó y la prima rápidamente volvió a los niveles anteriores.

Como desveló Lorenzo Bini Smaghi, representante italiano en el BCE, en sus memorias Morir de austeridad (2013), lo que ocurrió es que Berlusconi fue empujado a dimitir. La gota que colmó el vaso, explicó Bini Smaghi, fue su amenaza de que Italia se reservaba el derecho a salir del euro (la traducción es mía):

«La amenaza de salida del euro no parece ser una estrategia de negociación rentable (…). No es casualidad que la dimisión de Berlusconi (…) se produjera tras la emisión de la hipótesis de salida del euro en conversaciones privadas con los gobiernos de otros países».

Si se preguntaban por qué ha habido tanta referencia a Trump, el bunga bunga, a la Viagra y a la telebasura en los obituarios de Berlusconi, en lugar de los momentos claves de su carrera política, ya tienen la respuesta.

Madrid, 1973. Tras una corta y penosa carrera como surfista en Australia, acabó como empleado del Partido Comunista Chino en Pekín, antes de convertirse en corresponsal en Asia-Pacífico y en Europa del Wall Street Journal y Bloomberg News. Ha publicado cuatro libros en inglés y español, incluyendo 'Podemos en Venezuela', sobre los orígenes del partido morado en el chavismo bolivariano. En la actualidad reside en Washington, DC.

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