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Haiti, el ‘shithole’ entre Macondo y Amityville

A principios de marzo, las bandas criminales tomaron la capital, Puerto Príncipe. Un país devenido en sucursal del infierno

Hace seis años, en enero de 2018, en un encuentro con un grupo de senadores de ambos partidos en la Casa Blanca, el entonces presidente Donald Trump desencadenó uno de esos procesos de histeria mediática a los que tan dada esta prensa estadounidense del régimen al referirse a Haití como un “shithole country”, lo que podríamos traducir por “un vertedero de país”.

El rasgado de vestiduras empezó nada más informar de las palabras del presidente el Washington Post. La Oficina de Derechos Humanos de la ONU calificó los comentarios de Trump de “escandalosos, vergonzosos y racistas”, mientras que el ministro haitiano de Asuntos Exteriores llamó al encargado de Negocios de Estados Unidos, Robin Diallo, para que diera explicaciones.

Hasta ahí, todo previsible y normal. Pero, como era la norma durante el mandato de Trump, los medios no iban a dejar de ponerse en ridículo exagerando una indignación ya impostada. El New York Times publicó inmediatamente un artículo en el que explicaba ya desde su titular “cuán ignorante hay que ser para calificar de ‘vertedero’ a Haití”. Los famosos, las caras reconocidas de la televisión, como el presentador Conan O’Brien hizo incluso un desesperado esfuerzo por presentar al país caribeño, en esos días de locura racial tras la muerte a manos de la policía de George Floyd, como una inspiración para la sociedad norteamericana, y numerosos ‘celebrities’ aparecieron en pantalla con una camiseta donde se podía leer “Haití Ya Es Grande” (Haiti Is Great Already), parodiando el famoso lema de la campaña trumpista.

Los sucesos del pasado mes han convertido esta reacción en una broma cruel y ha dejado en ridículo al estamento ‘woke’, cuando Haití ha decidido por la vía de los hechos dar sobradamente la razón a Donald Trump. Todo parecido a una sociedad mínimamente civilizada en Haití ha desaparecido. El presidente, Jovenel Moise, había sido asesinado meses atrás, su mujer había sido detenida como cómplice. A principios de marzo, el primer ministro Henry viajó a Kenia y, en su ausencia, las bandas criminales tomaron la capital, Puerto Príncipe, y exigieron la dimisión del gobierno.

Los delincuentes controlan el 80% de la capital, hay muertos en las calles que nadie recoge. Se han reportado casos de canibalismo ritual y la situación ha descendido al caos total, donde no hay instituciones operativas, gobierno o actividad económica normal.

El más poderoso de los líderes bandoleros es Jimmy Cherizier, un antiguo agente de policía conocido como ‘Barbeque’, por su afición a quemar vivos a sus oponentes. Más que en un vertedero, Haití se ha convertido en una sucursal del infierno.

Pero Haití es cualquier cosa menos un país en decadencia, sencillamente porque nunca ha sido otra cosa que un estado fallido, desde el momento de su nacimiento. Pero también uno de los lugares más fascinantes del planeta, un territorio que parece pertenecer no tanto a la historia como a la literatura, como salido de la pluma de un maestro del Realismo Mágico, a medio camino entre Macondo y Amityville.

Haití tiene un montón de títulos para figurar en el Libro Guinness de los Récords: segundo país en independizarse del Continente Americano, primera república gobernada por negros, primer líder americano en declararse emperador, el país más pobre del Hemisferio Occidental, primera población de esclavos en alcanzar la libertad colectiva, primer ejército en derrotar a las tropas de Napoleón… Y primer genocidio exitoso de la edad moderna. Quizá el único completo, porque mientras hay judíos que sobrevivieron a Hitler y campesinos ucranianos que sobrevivieron a Stalin, el primer régimen haitiano masacró hasta el último hombre, mujer y niño la población blanca de la antigua colonia francesa. Para hacerlo aún más pintoresco, tiene por idioma oficial el francés, pero todo el mundo habla el colorista creole haitiano, y por religión oficial el catolicismo, aunque la verdadera práctica religiosa de buena parte de la población es el vudú, un culto sincrético de rituales y creencias africanas y trazas desleídas de fe cristiana.

El país más pobre de América nació, sin embargo, en el territorio más rico. Haití, la mitad de la isla de La Española (entonces denominada ‘La Perla de las Antillas’), que comparte con la actual República Dominicana, fue colonizada por los franceses en el siglo XVIII para establecer plantaciones de cultivos de exportación.

Los esclavos de Haití se sublevaron en 1794 liderados por dos figuras notables, Toussaint L’Ouverture y Jean-Jacques Dessalines. Derrotaron a las tropas de Napoleón y masacraron a los plantadores blancos. Y, desde ese mismo momento, iniciaron una historia nacional de miseria, violencia política y continuos golpes de Estado.

Basta mirar una fotografía aérea de la frontera entre Haití y su vecino dominicano. A un lado, un paisaje tropical cubierto completamente de árboles; al otro, un secarral desnudos. Recién liberados, los antiguos esclavos talaron sin ningún control los árboles de Haití como combustible para cocinar. Las lluvias torrenciales arrasaron la exuberante capa superficial del suelo que antaño producía cultivos. Los señores de la guerra y los bandidos se convirtieron pronto en la única autoridad real de Haití, que ejercían aterrorizando a la población.

El miserable Haití se convirtió en la nación más pobre del hemisferio occidental. Trágicamente, el periodo más relativamente estable que ha conocido Haití llegó de la mano de uno de los escasos médicos de la nación, François «Papa Doc» Duvalier y su hijo Jean Claude «Baby Doc» Duvalier, que controlaron el país entre 1957 y 1986.

Su modo de control, no hay que decirlo, era draconiano y salvaje, con escuadrones de la muerte conocidos como ‘los Tonton Macoute’, que torturaban y hacían desaparecer al culpable del menor asomo de disidencia. Los Duvalier también se sirvieron del vudú para sembrar el terror, sembrando en la población la identificación del dictador con la deidad más infernal del panteón vudú, el Barón Samedi.

La caída de ‘Baby Doc’ en 1986 devolvió al país a su estado habitual de caos político, disfuncionalidad, coto preferido de las ONG y del tráfico infantil, y miseria desesperada. Solo que ahora las bandas están mejor armadas que hace una década, con contrabandistas que traen rifles y pistolas de Estados Unidos. Unas 15.000 personas han abandonado sus hogares por la violencia, sumándose a las cerca de 313.000 que ya estaban desplazadas. Antes de que el caos alcanzara su cota actual de absoluto regreso al estado salvaje, la policía informaba de que 3.000 de sus 15.000 agentes habían abandonado su puesto en los dos últimos años, y esa cifra seguramente ha aumentado. La economía está paralizada porque las bandas han tomado el control de las carreteras.

El escritor norteamericano Herbert Gold, que vivió allí durante buena parte de su vida, dio de Haití una definición trágicamente perfecta: “la mejor pesadilla de la tierra”. Pero la dudosa ‘beneficencia’ internacional de las ONG seguirán haciendo del desgraciado territorio su particular paraíso y su mejor coartada, y los amos del discurso impedirán que cambie nada con su ideología ‘woke’ y su mitología del buen salvaje.

Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.

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