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Juan Donoso Cortés, un pensador español famoso en Europa y Occidente  

Donoso afirma y proclama que «el remedio radical contra la revolución y el socialismo no es más que el catolicismo, porque el catolicismo es la única doctrina que es su contradicción absoluta»

La Comunidad de Madrid ha conmemorado el 170 aniversario de la muerte de Juan Donoso Cortés (1853-2023) con la publicación de un catálogo virtual titulado «Donoso»[1]. Se trata de un interesante recorrido por la vida y obra del Marqués de Valdegamas, secretario personal de la Reina y posterior Regente, María Cristina de Borbón y de su hija, la Reina Isabel II, y destacado político, filósofo y escritor reconocido y celebrado en toda Europa y Occidente. Desde su prematura muerte a la edad de cuarenta y cuatro años, el interés que despertó en los círculos intelectuales y académicos del mundo nunca ha decaído. Son innumerables los artículos y libros que se le han dedicado.   

El pensador español más europeo del siglo XIX  

Juan Donoso Cortés fue un estadista fiable, un diplomático fino y eficaz, un orador elocuente y admirado, un escritor de pluma elegante y fácil, y un filósofo y teólogo de prestigio[2]. Su fe cristiana y su amor a España le convirtieron en el más español de su tiempo. Pero, paradójicamente, su genio, sus firmes convicciones religiosas y su profundo apego a la nación y la cultura españolas le convirtieron también en el español más europeo del siglo XIX y quizá de los dos últimos siglos.   

Donoso Cortés alcanzó una considerable popularidad europea en muy poco tiempo. Su «europeidad» comenzó en 1849. Nunca antes ni después ningún pensador político español había causado tanta sensación, tanta emoción en el extranjero. Muchos intelectuales españoles han sido tan famosos como él, o incluso más, pero ninguno ha sacudido tan rápida y profundamente la opinión de la intelectualidad europea.   

Donoso irrumpió en la escena europea con su Discurso sobre la Dictadura y su Discurso sobre la Situación de Europa. Sus artículos, discursos y ensayos se tradujeron inmediatamente al francés, italiano y alemán. Fueron amplia y apasionadamente debatidos y juzgados. El historiador Leopold von Ranke y el filósofo Friedrich Schelling los comentaron, el estadista austriaco Klemens von Metternich los elogió, el rey Federico Guillermo IV de Prusia y muy probablemente el zar ruso Nicolás II los leyeron y ponderaron. Donoso gozó de la confianza y la estima del presidente francés y, más tarde, del Emperador Luis Napoleón III. Fue consultado por él sobre los temas más candentes de la época. Prácticamente todos los autores de su época, cualquiera que fuera su tendencia, mencionaban, discutían o juzgaban las obras donosianas. Cometa brillante y efímero, Donoso Cortés murió en 1853, apenas cuatro años después de alcanzar la cima de su fama.   

A este éxito fulgurante siguió un periodo de relativa oscuridad. En España, el silencio no fue total, gracias a las ediciones de sus obras realizadas por Gabino Tejado y Juan Manuel Orti y Lara. De hecho, las obras de Donoso se publicaron con relativa regularidad (cada 15 ó 20 años). Pero en el resto de Europa, el Marqués de Valdegamas fue olvidado e ignorado durante décadas (casi 70 años).   

Cómo Europa redescubrió a Donoso Cortés   

La iniciativa de redescubrir a Donoso Cortés partió principalmente de tres autores alemanes. El primero en interesarse por Donoso fue el jurista Carl Schmitt. Empezó a analizar la filosofía política de Donoso en 1922 y publicó varios artículos sobre el tema en la revista Hochland entre 1927 y 1929. En mayo de 1944, Schmitt pronunció una conferencia en la Academia de Jurisprudencia de Madrid. Posteriormente recopiló todos sus trabajos en el libro Interpretación europea de Donoso Cortés, publicado en Colonia en 1950 y en Madrid en 1952. Pero muy pronto, ya en 1936, Ramón de la Serna había traducido la obra de Edmund Schramm Donoso Cortés. Su vida y su pensamiento. Y en 1940, Dietmar Westmeyer publicó Donoso Cortés, Staatsmann und Theologe (traducido al español en 1957 como Donoso Cortés, estadista y teólogo).

Decenas de autores han comentado la obra del diplomático extremeño, entre ellos Azorín, Pemán, Pemartín, Lopez-Amo, Legaz Lacambra, Elías de Tejada, Vegas Latapie, Yanguas Messía, Galindo Herrero, Juretschke, Valverde y Federico Suárez. En el extranjero, el interés disminuyó temporalmente en la inmediata posguerra mundial, pero no se extinguió. Basta echar un vistazo a la bibliografía para convencerse de ello. Entre los autores que han dedicado ensayos y libros al marqués de Valdegamas y a su obra figuran los siguientes: en Italia, Primo Siena (1966), Giovanni Allegra (1972) y Rino Cammirelli (1998); en Argentina, Alberto Caturelli (1958); en Chile, Gonzalo Larios Mengotti (2003); en Estados Unidos, John Graham (1974), Frederick Wilhelmsen (1989) y Vincent MacNamara (1991); en Alemania, Günter Maschke (1989 y 1996); en Francia, Jules Chaix Ruy (1956) y André Coyné (1989). También en Francia he prologado y reeditado el Ensayo sobre catolicismo, liberalismo y socialismo (1986), e introducido y anotado una antología de textos Juan Donoso Cortés, Théologie de l’histoire et crise de civilisation (2013), publicado en España con el título Contra el liberalismo (2014).   

Motivos de odio y admiración   

El insulto o el silencio fueron las armas predilectas utilizadas contra Donoso tanto en vida como tras su muerte. El jurista Carl Schmitt decía que el odio hacia él no debía confundirse con la hostilidad normal inherente a la lucha política. Vinculada a la racionalidad e idiosincrasia de Donoso, esta aversión se basa en motivos profundos y metafísicos.   

Donoso fue a su vez diputado, embajador, ministro plenipotenciario y secretario particular de la Reina. Fue condecorado con la Gran Cruz de Isabel la Católica, honrado con el título de Marqués de Valdegamas y elevado al grado de Gran Oficial de la Legión de Honor por Francia. Dicho esto, fue ante todo un católico que vivió una vida ejemplar. Esto era demasiado para sus adversarios. No podían soportar que un hombre así desafiara su pretensión de poseer la clave para interpretar el sentido de la historia, el monopolio de la inteligencia y la cultura. Por supuesto, hubieran preferido que las trágicas predicciones de Donoso fueran los desvaríos de un romántico o de un loco, de un autodidacta o de un primitivo. La voz de un ermitaño o de un monje no habría tenido el mismo impacto ni el mismo eco. Pero frente a Donoso, el desprecio o la indulgencia benévola estaban fuera de lugar: era demasiado inteligente y tenía demasiado peso.  

El pensamiento dominante o, como se dice hoy, el «pensamiento único» o «políticamente correcto», sigue juzgando sus ideas como anticuadas y pasadas de moda. Prefieren ignorarlas, menospreciarlas o caricaturizarlas. Pero la historia le ha dado en gran parte la razón. No se puede negar la actualidad de un pensamiento que asesta un golpe mortal a la filosofía progresista de la historia. No se puede negar el interés de una obra que, ya en el siglo XIX, vaticinaba el advenimiento de un gigantesco despotismo, obsesión de muchos pensadores prestigiosos del siglo XX. Tampoco es posible negar la clarividencia de un hombre capaz de prever y anunciar, en pleno zarismo, el papel de Rusia en la revolución comunista y el océano de sangre en que iba a sumirse Europa durante más de cien años después de la revolución de 1848.  

Las tres etapas del pensamiento de Donoso Cortés  

En general, la atención de los comentaristas políticos se centra en el católico tradicionalista, el Donoso Cortés del último periodo. Se trata de una actitud lógica, ya que fue entonces cuando su pensamiento alcanzó su plenitud y madurez. Pero lo cierto es que Donoso no surgió de la nada. Sin una lectura atenta de las obras que siguieron a lo que él llamó su «conversión», no puede entenderse su actitud intelectual definitiva, pero quienes se limitan a este enfoque corren el riesgo de llegar a falsas interpretaciones.   

Hubo tres fases en la trayectoria política de Donoso. La primera es la fase liberal-moderada (de 1832 a 1836). Fue una fase racionalista, en la que proclamó la supremacía de la inteligencia y la razón y criticó tanto a los revolucionarios liberales como a los «fanáticos» tradicionalistas que apoyaban al pretendiente carlista Don Carlos. Fue el periodo en que defendió los intereses de las clases medias, denunciando tanto el despotismo oriental como el abismo de la democracia tumultuaria. Fue también el periodo en el que alabó a Lutero, el «regenerador, el intérprete de la razón humana», y saludó al «genio de la magnífica Revolución Francesa». La segunda etapa fue la conservadora-liberal (de 1837 a 1847). Fue una etapa de reconocimiento del co-imperio de la razón y la fe, o más bien de la necesidad de que la razón invoque el apoyo de la fe si no quiere sucumbir. Es una etapa marcada por el intento de reconciliar catolicismo y filosofía; de acercar la Iglesia al mundo, no el mundo a la Iglesia. Tras cantar el himno a la Revolución Francesa, Donoso la definió como el último «descarrilamiento de la razón humana». Ya no defendía la monarquía de la clase media, sino la monarquía encargada de los intereses comunes o colectivos. Espíritu ecléctico, trató de conciliar fe y religión, pero ya no creía en el principio de la perfectibilidad indefinida de la sociedad y del hombre. Por último, la tercera etapa fue la estrictamente católica y tradicionalista (de 1847 a 1853).   

Lo que Donoso llamó su «conversión» no fue el resultado de una iluminación repentina. Fue el resultado de un proceso lento. Se lo explicó a su amigo, escritor y traductor francés, Albéric de Blanche Raffin (que también fue traductor al francés de Jaime Balmes): «Yo siempre fui creyente en lo íntimo de mi alma; pero mi fe era estéril, porque ni gobernaba mis pensamientos, ni inspiraba mis discursos, ni guiaba mis acciones»[3]. Sus convicciones religiosas fueron sofocadas durante muchos años, reprimidas por las numerosas lecturas de obras francesas que seguían a las de los autores clásicos grecolatinos. Influido por las ideas del poeta liberal Manuel José Quintana, Donoso devoró primero a Rousseau, Montaigne, Voltaire, Condorcet, Condillac, Destutt de Tracy, Maquiavelo, Hobbes, Locke, los enciclopedistas… Luego, durante muchos años, se nutrió de doctrinarios liberales como Mme de Staël, Benjamin Constant, Pierre Royer-Collard, Victor Cousin, el duque de Broglie, François Guizot y Charles de Rémuzat.   

Durante años, las principales fuentes que inspiraron su pensamiento fueron francesas, aunque obviamente filtradas por las particularidades de su estilo y su genio. Las lecturas de los doctrinarios liberales del siglo XIX seguirían las de los clásicos de la Ilustración. Pero los contrarrevolucionarios franceses Bonald y Maistre, y los conservadores románticos Lamartine y Chateaubriand también influyeron en el pensamiento del diplomático extremeño, probablemente mucho antes de lo que se cree.  

Donoso Cortés, Chateaubriand y la crème de la crème de la intelectualidad francesa 

El segundo Chateaubriand, el católico-conservador que soñaba con reconciliar el Antiguo Régimen y la Revolución, sintonizaba perfectamente con el segundo Donoso. Es probable que antes de escribir el Ensayo, Donoso no tuviera tiempo de leer Mémoires d’outre-tombe, la obra maestra de Chateaubriand publicada en 1848 y 1850. Pero es seguro que conocía el resto de su obra. ¿Influyó Chateaubriand en Donoso? ¿En qué medida? Sólo una cosa es cierta, y es que el marqués de Valdegamas conocía a todas las figuras de la intelectualidad católica francesa de la época, a las que frecuentaba en París sobre todo en el salón literario de Madame Swetchine.   

Sophie Jeanne Saymonof Swetchine era la esposa de un general ruso. En su juventud había sido dama de compañía de la emperatriz rusa. Ortodoxa rusa, se convirtió al catolicismo a los 33 años por influencia de Joseph de Maistre. En el momento de su exilio forzoso en Francia (debido a su conversión al catolicismo), Joseph de Maistre la recomendó a Louis de Bonald, la otra gran figura del tradicionalismo francés. Durante 40 años, Madame Swetchine dirigió un reputado salón literario. Por él pasaron Chateaubriand, Cousin, Lacordaire, Montalembert, Félix Dupanloup, Armand de Melun, Alexis de Tocqueville, Augustin Cochin… en resumen, la crème de la crème del catolicismo intelectual parisino. Y, por supuesto, entre ellos estaba el diplomático Juan Donoso Cortés. Algunos han llegado a afirmar que la influencia de Donoso y de su amiga Swetchine ayudó a Tocqueville a reavivar su fe cristiana, adormecida durante mucho tiempo. ¿Quién influyó más en los demás? Es imposible saberlo. Lo que sí sabemos es que en este salón literario se intercambiaban ideas y opiniones sobre los temas más diversos, y que la presencia de Donoso era muy apreciada.  

1847: la conversión de Donoso Cortés  

Pero volvamos a la «conversión» del marqués de Valdegamas. En París, conoce al célebre compositor y pianista Santiago Masarnau y Torres, hombre excepcional cuya vida y actitud cristiana le impresionan. Músico romántico y liberal, Masarnau se había convertido al catolicismo en 1838. La muerte de la mujer y la hija de un amigo, en circunstancias muy parecidas a las de su propia mujer e hija, doce años antes, también le hizo reflexionar sobre el sentido de la vida. Pero el acontecimiento decisivo que cambió radicalmente la vida de Donoso fue la agonía y muerte de su hermano Pedro, y no, como a menudo se ha dicho y escrito, la revolución de 1848. Él mismo lo dijo en una carta de 28 de julio de 1849 al marqués de Raffin.   

En el momento de su «conversión», a principios del verano de 1847, Donoso tenía treinta y ocho años, una edad en la que las personas son claramente conscientes de sus decisiones y actos. Esta «conversión» precedió en unos meses a su tumultuosa aparición en la escena europea a raíz de su Discurso sobre la dictadura del 4 de enero de 1949. En España, y quizá más aún en el extranjero, el éxito de esta notable pieza oratoria fue inmediato. Donoso luchaba entonces frontalmente contra las opiniones que había defendido. Realizó afirmaciones que fueron consideradas escandalosas por los adoradores del progreso. Donoso negaba la premisa fundamental del liberalismo: todo por y para la libertad. Por el contrario, sostenía que la libertad había llegado a su fin, que la lucha no era entre la libertad y la tiranía, sino entre la dictadura de arriba y la dictadura de abajo, entre la dictadura de la revolución y la dictadura de la autoridad. Desarrollo el famoso paralelismo entre los dos frenos, las dos represiones, la represión política y la represión religiosa. “Señores, no hay más que dos represiones posibles: una interior y otra exterior, la religiosa y la política. Estas son de tal naturaleza, que cuando el termómetro religioso está subido, el termómetro de la represión está bajo, y cuando el termómetro religioso está bajo, el termómetro político, la represión política la tiranía está alta. Esta es una ley de la humanidad, una ley de la Historia”[4].  

Evidentemente, no se trata de una simple defensa de la dictadura: nadie elegiría arrodillarse ante la dictadura si pudiera abrazar la libertad. No se trata de eso. No se trata de elegir entre libertad y dictadura, sino entre dos dictaduras. Cuanto más se debilita la religión entre los hombres, dice Donoso, mayor es el poder del Estado sobre ellos: «El mundo, señores, camina con pasos rapidísimos a la constitución de un despotismo, el más gigantesco y asolador de que hay memoria en los hombres»[…]. «Señores: las vías están preparadas para un tirano gigantesco, colosal, universal, inmenso; todo está preparado para ello «[5]. Donoso reafirma que la naturaleza humana no es buena ni perversa, sino sólo caída, y reitera la importancia del dogma católico del pecado original. Para él, no hay lugar para la duda: sólo los pueblos profundamente religiosos son auténticamente libres. La religión es la base sobre la que descansa toda gran cultura. «La religión es la clave de la historia», diría más tarde Lord Acton.  

Donoso: ¿teórico de la dictadura, decisionista o jusnaturalista?   

No cabe duda de que, para Donoso, la dictadura no es la forma ideal de gobierno en todo tiempo y lugar; es sólo un recurso supremo en situaciones de emergencia: es el mal menor. No diría otra cosa el teórico republicano-liberal de la dictadura, Joaquín Costa. Donoso ya había aludido a la cuestión de la dictadura en sus Conferencias de Derecho Político de 1837. La dictadura de Donoso no es «comisoria» o «delegada», según la tipología de Schmitt, sino «soberana», porque marca el inicio de una nueva etapa en el derecho. El enfoque de Donoso no es jurídico ni sociológico, sino empírico. Dicho esto, su perspectiva ética última, la del iusnaturalismo, permanece. Por eso la interpretación de Schmitt, erudita, fina y brillante, es discutible. Schmitt ve en Donoso una mente cercana a la suya; por eso busca apropiárselo interpretándolo en términos decisionistas. Pero Donoso no es ni un teórico del decisionismo ni un teórico de la dictadura. Hay una constante en él: su desconfianza hacia la voluntad. En su primera etapa, Donoso subordinó la voluntad a la inteligencia; en su última etapa, la subordinó a Dios y a los Evangelios. Donoso defendió el derecho natural, el orden divino, como hicieron los grandes juristas españoles del siglo XVI. Para él, la ley, antes que un acto de la voluntad soberana, es «el orden establecido por Dios en principio».

La teología política clásica del católico Donoso debe distinguirse cuidadosamente de la antropología política moderna del jurista, también católico, Carl Schmitt. Pero por otra parte, tiene razón el prestigioso jurista y politólogo alemán cuando, en un plano retórico y literario, afirma, no sin un toque de provocación: «Siendo un sexagenario y después de todas las experiencias que he tenido de hombres, libros, discursos, posiciones y situaciones, no me avergüenzo hoy de afirmar que el gran discurso de Donoso sobre la dictadura, del 4 de enero de 1849, es el más magnífico de la literatura universal, sin exceptuar a Pericles, Demóstenes, Cicerón, Mirabeau o Burke»[6].  

El 6 de noviembre de 1848, el marqués de Valdegamas fue nombrado embajador extraordinario y ministro plenipotenciario de España en Berlín. En febrero de 1849, abandona Madrid vía París para ocupar su puesto en Prusia. Ya era famoso. Su Discurso sobre la dictadura fue traducido y publicado en Francia en L’Univers por su amigo y editor Louis Veuillot y en varios periódicos berlineses. Fue objeto de numerosos comentarios y críticas en la prensa europea. Una vez en Berlín, Donoso intercambió mucha correspondencia con otro amigo, el embajador prusiano en Madrid, el conde de Raczynski. También escribió cartas a la prensa en las que rechazaba la acusación de maniqueísmo. “¿Cuándo habría, pues, maniqueísmo? Le habría si yo hubiera dado a los estragos del mal una existencia independiente de la voluntad de Dios […] afirmando yo, por una parte, el triunfo natural del mal sobre el bien, y por otra, el triunfo sobrenatural de Dios sobre el mal, no hago otra cosa sino reducir a una fórmula breve y comprensiva los grandes principios del catolicismo, fundado todo él en la omnipotencia divina y la flaqueza humana»[7].  

Donoso es pesimista, pero no fatalista; ni resignado, ni vencido, ni desertor de la lucha. Ha perdido la fe en la filosofía progresista de la historia, en el optimismo de los sistemas que predican la felicidad futura de la humanidad, la sociedad paradisíaca hacia la que ineluctablemente conduce la historia de la humanidad; no cree en la ley de perfectibilidad y en el desarrollo progresivo del hombre y de la sociedad. Ha perdido la fe ciega en el hombre porque ha encontrado la fe absoluta en Dios. «Y no se me diga que, si el vencimiento es seguro, la lucha es excusada», escribe en una carta al conde Charles Montalembert, “porque, en primer lugar, la lucha puede aplazar la catástrofe y, en segundo lugar, la lucha es un deber y no una especulación para los que preciamos de católicos»[8]. Tal es el pesimismo trágico de Donoso.   

1850: los discursos sobre la situación en Europa y en España  

En 1850, Donoso atrae de nuevo la atención de Europa. El 30 de enero pronuncia su Discurso sobre la situación general de Europa, que es inmediatamente traducido y publicado en periódicos alemanes, belgas, franceses e italianos. En París circuló una edición en folleto, con una tirada de más de 14.000 ejemplares.    

Cima de la elocuencia donosiana, el Discurso sobre Europa contiene una crítica mordaz del economismo. Donoso niega que los verdaderos estadistas de la historia, los fundadores de imperios, naciones y civilizaciones, se hayan basado nunca en la verdad económica. «[…] todos —dice— han fundado las naciones sobre la base de la verdad social, sobre la base de la verdad religiosa. Y esto no es decir (pues yo preveo los argumentos y salgo delante de ellos), no es decir que yo crea que los gobiernos hayan de descuidar la cuestión económica, que yo crea que los pueblos hayan de ser mal administrados. Señores, ¿tan falto estoy de razón, tan falto de corazón, que pueda dejarme llevar de semejante extravío? No digo eso; pero digo que cada cuestión debe estar en su lugar, y el lugar de estas cuestiones es el tercero o cuarto, y no el primero; eso digo»[9].    

Donoso afirma y proclama que «el remedio radical contra la revolución y el socialismo no es más que el catolicismo, porque el catolicismo es la única doctrina que es su contradicción absoluta»[10].  En este Discurso sobre Europa, encontramos la extraña profecía de que la revolución tendrá lugar en San Petersburgo y no en Londres, y visiones premonitorias del futuro de Rusia y de los sangrientos acontecimientos que asolarán Europa. Habiendo conquistado Europa, decía, Rusia pronto caería también en la decadencia. Resumamos la tesis de Donoso: al pretender construir sistemas al margen o en contra del orden divino, los hombres desencadenan inevitablemente la mayor catástrofe, el caos definitivo, el despotismo gigantesco, la tiranía absoluta.   

Criticado y despreciado por «sus visiones catastrofistas y apocalípticas», Donoso replica el 11 de abril de 1850 en una carta a Louis Veuillot: «[…] debo protestar, y protesto, contra la idea de que se me coloque entre los que ven el porvenir. Yo no he cometido la temeridad de anunciar la última catástrofe del mundo. No he hecho otra cosa sino decir en alta voz lo que todo el mundo dice por lo bajo; he dicho que las cosas del mundo llevan hoy muy mal camino, y que, si prosiguen en la misma dirección, iremos irremediablemente a dar en un cataclismo. El hombre puede salvarse, ¿quién lo duda? Pero es a condición de que así lo quiera, y me parece que no lo quiere; y no queriendo salvarse el hombre, Dios no le salvara, a pesar suyo»[11]. En realidad, los adversarios de Donoso no soportaban verle proclamar sin reserva que prefería la ley cristiana del amor a cualquier otro ideal humano.   

Adelantándose a su tiempo, Donoso percibió el peligro del clero «progresista», para el que la Iglesia debía adaptarse, modificar su discurso para ser más «humanista» y ceder ante los tiempos y las circunstancias. En una carta a François Christophe Kellermann, tercer duque de Valmy, fechada el 20 de julio de 1850, se lamentaba: «Confesaré a usted francamente que me causa espanto ver el camino por donde ha echado cierta parte del clero francés. […] ¿Cómo no ven esos desgraciados que por este camino se va forzosamente a parar a una catástrofe? […] ¿Cómo se oculta a esos sacerdotes de quienes voy hablando que, al aconsejar a la Iglesia que desconozca a sus fieles y que se avergüence de sus amigos, no hacen otra cosa sino aconsejarla que cometa aquel gran pecado del avergonzamiento y de la ingratitud? Podrá ser éste quizá el consejo de la prudencia humana; pero la prudencia humana es a veces bien mezquina y bien imprudente»[12].  

El posterior Discurso sobre la situación de España del 30 de diciembre de 1850 es una terrible diatriba contra el liberalismo, el oportunismo y la corrupción de la clase media y sus representantes. Contiene también una crítica mordaz al centralismo, una acusación a la prensa y al periodismo en manos de los ricos, y una denuncia de la confiscación de la libertad por los partidos. «Gobernar, dice, no es servirse, sino servir…».  

Para Donoso, el orden material no es nada sin el orden moral. La burguesía, «clase discutidora», le parecía incapaz de hacer frente a una época de luchas sociales exacerbadas. Las clases medias estaban «gangrenadas hasta la medula de los huesos», y en ellas se encontraban “voces de alabanza para todos los fuertes”. En cuanto a las clases acomodadas, «despiertan la envidia y los instintos revolucionarios de las clases necesitadas» por su «egoísmo insolente y criminal». Sólo el pueblo, cuya situación no es tan desesperada, le parece esperanzador.  

Este es el sentido de su carta del 31 de agosto de 1850 a Mons. Gaume, Protonotario Apostólico, y de su carta del 26 de noviembre de 1851 a S.M. la Reina Madre María Cristina. «De lo que hoy se trata sólo es de distribuir convenientemente la riqueza, que está mal distribuida. Esta, señora, es la única cuestión que hoy se agita en el mundo. Si los gobernadores de las naciones no la resuelven, el socialismo vendrá a resolver el problema, y le resolverá poniendo a saco a las naciones. Ahora bien: el problema no tiene más que una buena solución, no tiene más que una solución pacífica, no tiene más que una solución conveniente. La riqueza, acumulada por un egoísmo gigantesco, es menester que sea distribuida por la limosna a grande escala». Las «amplias limosnas» que preconizaba no eran simples actos de caridad, sino actos de justicia cristiana. Consideraba que la caridad no podía seguir siendo estrictamente interindividual y que el poder debía intervenir sin demora. Estas «amplias limosnas» serían, según él, el primer ejemplo, “el punto de partida de la completa restauración del espíritu católico en nuestra legislación económica y en nuestra legislación política»[13].  

Europa y el Ensayo y la Carta al cardenal Fornari   

Es imposible condensar en pocas líneas una obra tan rica en reflexiones y sugerencias como el Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo (1851). Pero antes de cualquier otra consideración, hay que subrayar la idea fundamental: un mundo separado de Dios es metafísicamente imposible, «en toda gran cuestión política va envuelta siempre una gran cuestión teológica»[14]. El Ensayo es un desafío a todas las ideas de moda, una oposición decidida y consciente a la mentalidad moderna. Frente a la fe ilimitada en la ciencia, en la razón, en la humanidad y en el progresismo, Donoso expone los principios sobre los que debe edificarse la sociedad desde la Redención, es decir, las doctrinas que la Iglesia viene enseñando desde hace siglos.   

Donoso ve el mundo dividido en dos civilizaciones, la del catolicismo y la del filosofismo, entre las que existe un abismo insalvable. Las dos son radicalmente opuestas y se combaten sin tregua. Donoso rechaza y niega todos los sistemas racionalistas basados en el principio de que la razón es independiente de Dios y que todas las cosas son de su competencia. Del liberalismo, afirmación dogmática de la independencia absoluta de la razón individual y social, denuncia no sólo su inviabilidad práctica, sino también sus contradicciones teóricas. «Una escuela que nunca dice afirmo ni niego y que a todo dice distingo. El supremo interés de esa escuela está en que no llegue el día de las negaciones radicales o de las afirmaciones soberanas; y para que no llegue por medio de la discusión confunde todas las nociones y propaga el escepticismo»[15].   

La esencia del liberalismo es negociar, discutir. Del mismo modo que discute y transige sobre todos los detalles de la política, diluye la verdad metafísica en la discusión. Si los liberales se limitan a relegar a Dios al cielo como cosa inútil, desterrándolo o arrinconándolo, los socialistas más consecuentes se limitan a negarlo. Por eso Donoso desprecia a los liberales mientras respeta al socialismo como enemigo mortal en el que reconoce una grandeza diabólica. Para él, el liberalismo no es más que una solución bastarda que, bajo el nombre de orden, no rinde culto más que al equilibrio estático de poderes convenientemente proporcionados. Si la sociedad está sana y bien constituida —dice Donoso—, su constitución será lo bastante fuerte para soportar impunemente todas las formas posibles de gobierno; si no es capaz de soportarlas, es débil o está enferma. El mal sólo puede concebirse como un defecto orgánico de la sociedad o como un defecto de la constitución de la naturaleza humana; para eliminarlo, por tanto, no hay que cambiar la forma de gobierno, sino o el organismo social o la constitución del hombre.  

En otras palabras, o bien la alienación del hombre proviene de un defecto inherente a la organización social, o bien es el resultado de una perversión original de su voluntad, de la que el desorden social, las contradicciones económicas y los conflictos políticos no son más que un reflejo. Entre socialistas y católicos —proclama Donoso— sólo hay una diferencia fundamental: los católicos afirman que el mal procede del hombre y la redención de Dios; los socialistas afirman que el mal procede de la sociedad y la redención del hombre. Para el socialista, el mal desaparecerá en cuanto se resuelva la cuestión social. Para el católico, sólo puede desaparecer mediante una intervención sobrenatural. Para unos, es necesario trabajar por la fundación de una verdadera comunidad sin conflicto de clases. Para otros, es necesario recrear la comunidad ordenándola a Dios; es necesario enderezar la voluntad del hombre, orientarla hacia su principio y su fin. Comparadas con los problemas sociales y religiosos, las cuestiones de instituciones políticas y de gobierno no son nada. Por eso el verdadero y trágico debate, la lucha final, será entre el catolicismo y el socialismo ateo.   

Las páginas del Ensayo se pierden a menudo en largas digresiones teológicas. Los principales ataques se dirigen contra el anarquismo de Proudhon o el socialismo de Owen, no contra el socialismo autollamado «científico» de Marx. Hoy, el estilo parece un poco enfático, pero a pesar de sus defectos, la fuerza de la obra es considerable.   

Donoso ve lo esencial y lo proclama: la pseudorreligión de la Humanidad, la doctrina de la concepción inmaculada del hombre, es el inicio del camino que conduce a la servidumbre, al terror inhumano. La ilusión del siglo XIX residía en la asociación del progreso, la técnica y la ciencia con la libertad y la perfección moral del hombre, en la concepción uniforme del progreso. Un siglo más tarde, Hannah Arendt diría que el sueño del hombre ideal es el principio de todo totalitarismo y que el terror totalitario no procede de la furiosa locura de un autócrata, sino de la planificación de un paraíso terrenal.  

El Ensayo fue escrito en la primavera y principios del verano de 1850. El 7 de agosto, el manuscrito terminado fue enviado a Louis Veuillot. El original español fue inmediatamente traducido al francés y revisado. Se siguieron al pie de la letra las observaciones, sugerencias y correcciones de los eruditos amigos. Finalmente, el 18 de junio de 1851, pocos días después de la aparición de la edición española en Madrid, el Ensayo se publicó en París. El efecto fue rotundo. Periódicos como La Gazette de FranceLe MessagerLa PatrieL’OrdreL’Univers y Le Messager de L’Assemblée lo elogiaron, y otros se hicieron eco. Pronto se publicaron varias ediciones en Alemania e Italia. Una traducción italiana, basada en la francesa, apareció en 1852 en Foligno, en los Estados Romanos, con la doble autorización del obispo de la ciudad y del Santo Oficio.   

El Ensayo fue elogiado, pero también criticado y a veces violentamente atacado. A los ojos de sus adversarios ateos y católicos modernistas, Donoso era el más radical de los contrarrevolucionarios, un reaccionario extremo, un místico apocalíptico, un defensor conservador del fanatismo medieval, un oscurantista, un hombre medio loco, un representante de la barbarie medieval, un apóstol de la violencia, peor aún, un enemigo de la humanidad. El mensaje era claro: «¡Autor peligroso, no leer!” Incluso en la muy conservadora revista parisina Revue des Deux Mondes, Albert de Broglie afirmaba que Donoso idolatraba la Edad Media y aconsejaba a la Iglesia que buscara la dominación universal y absoluta.   

El 15 de noviembre de 1852, en una carta que no fue publicada por dicha Revue des deux mondes, el acusado explicó su postura: «En la Edad Media no hay nada sino la creación que me parezca asombroso, y nada sino la Iglesia que me parezca adorable […] La Edad Media, aun en medio del desconcierto de todas las cosas, estaba dominada por el principio católico, mientras que las sociedades modernas, aun en medio del orden material, están dominadas por el espíritu revolucionario […]. …] No se trata aquí […] de la cuestión que consiste en averiguar si la supremacía corresponde al sacerdocio o corresponde al Imperio; se trata solamente de averiguar si conviene o no a la sociedad civil tomar de la Iglesia los grandes principios del orden social; si le conviene o no ser cristiana […]»[16].   

Monárquico tradicional, Donoso volvió a insistir en su condena de la monarquía absoluta, «negación de la monarquía cristiana». «Un poder sin límites —decía— es un poder esencialmente anticristiano y un ultraje a un tiempo mismo contra la majestad de Dios y contra la dignidad del hombre»[17]. Reiteró su denuncia del parlamentarismo, que introduce la guerra en la mente y debilita e irrita a los pueblos en todas partes. No condenaba el Parlamento, sino el parlamentarismo; no la libertad, sino el liberalismo; no las formas de gobierno, sino las doctrinas y los principios. Y concluía: «Dios […] ha condenado a la servidumbre a las razas disputadoras […]»[18].  

En su larga carta al cardenal Fornari del 19 de junio de 1852, Sobre el principio generador de los más graves errores de nuestro tiempo, Donoso resume su tesis fundamental: las concepciones morales, políticas y económicas y todas las manifestaciones de la vida humana dependen en última instancia del concepto que tengamos de Dios. Y concluye: «[…] en el último análisis y en el último resultado todos estos errores, en su variedad casi infinita, se resuelven en uno solo, el cual consiste en haber desconocido o falseado el orden jerárquico, inmutable de suyo, que Dios ha puesto en las cosas. Este orden consiste en la superioridad jerárquica de todo lo que es sobrenatural sobre todo lo que es natural y, por consiguiente, en la superioridad jerárquica de la fe sobre la razón, de la gracia sobre el libre albedrío, de la Providencia sobre la libertad humana y de la Iglesia sobre el Estado; y para decirlo todo de una vez en una sola frase, en la superioridad de Dios sobre el hombre»[19].  

Las interminables polémicas en torno al Ensayo   

Donoso no se amilanó ante las duras e implacables críticas que recibió el Ensayo por parte de liberales y socialistas, ateos y agnósticos. En cambio, le afectaron profundamente las acusaciones vertidas por ciertos círculos galicanos y católicos liberales. Un año y medio después de la publicación del libro, la revista L’Ami de la Religion (revista de tendencia galicana), publicó una apasionada diatriba del abate Gaduel, vicario general del obispo de Orleans, monseñor Dupanloup. Gaduel acusó públicamente a Donoso de graves errores. Pretendía demostrar que el Ensayo contenía casi todas las herejías que habían afligido a la Iglesia.  

El Ensayo fue de hecho la oportunidad perfecta para que los católicos liberales y galicanos franceses atacaran al tradicionalista ultramontano Louis Veuillot, redactor jefe de L’Univers. Veuillot, amigo de Donoso y redactor de la introducción del Ensayo para el público francófono, era un brillante escritor y periodista, defensor a ultranza del catolicismo romano y frente al catolicismo monárquico, galicano y liberal. Veuillot también se declaraba partidario de todos los regímenes (monárquicos o no) mientras sirvieran al catolicismo. Por tanto, contaba con un gran número de partidarios, pero también con feroces oponentes. Era laico y los clérigos liberales intentaban acallar su influyente voz argumentando que los laicos no podían ni debían inmiscuirse en cuestiones teológicas.   

Consciente de la maniobra, Donoso se negó a entrar en la polémica. Más, le puso fin sometiendo públicamente su libro, sus opiniones y su persona al juicio de Roma. El 24 de febrero de 1853, envió el Ensayo al Papa, acompañado de una carta y de toda la información relativa a la polémica. Apaciguado, esperó.  

El 23 de marzo, Pío IX respondió con una carta muy afectuosa; el 16 de abril, la Civilta Cattolica, órgano vaticano con autoridad en la tradición teológica, confirmo finalmente la ortodoxia de las doctrinas profesadas por el autor. La revista romana reconocía a Donoso como heredero de los modos de expresión recibidos de la tradición de los Santos Papas y de los Padres de la Iglesia, y en su obra una comprensión auténticamente teológica y sobrenatural de la realidad católica.  

Para colmo, el Papa incluyó a Donoso en la lista de expertos, eclesiásticos y laicos, encargados de los trabajos preparatorios de la encíclica Quanta Cura y del Syllabus. Naturalmente, ni el imprudente clérigo Gaduel, que se había erigido en paladín de la ortodoxia frente a Donoso, ni sus superiores admitirían la derrota. El Amigo de la Religión se negó a decir a sus lectores una sola palabra que les hiciera sospechar de la existencia de las aprobaciones de los editores de la edición de Foligno, o de los elogios de la revista eclesiástica Armonia, ni, por supuesto, del juicio de la Civilta Cattolica.   

La pasión desatada por el Ensayo sobrevivió incluso a la muerte de su autor. Teólogos de la talla de Garrigou-Lagrange, el famoso teólogo neoescolástico y tomista, e incluso un santo como Don Bosco, pudieron expresar su respeto y afecto por la figura y la obra de Donoso, pero nada lo cambiaría. La antipatía y el odio de los adversarios nunca se extinguirán.   

La muerte de un cristiano   

El 3 de marzo de 1853, antes de cumplir 45 años, el marqués de Valdegamas muere de un ataque al corazón en la legación española en París. Celebradas en la iglesia de Saint-Philippe du Roule, las exequias de Don Juan Donoso Cortés fueron excepcionalmente solemnes. El Sr. Quiñones de León, Marqués de San Carlos, Encargado de Negocios desde la muerte del ministro, presidió el duelo junto con Monseñor Garibaldi, Nuncio de Su Santidad en París. La carroza era tirada por seis caballos y los cordones de la sábana fúnebre eran sostenidos por varios ministros y embajadores franceses y extranjeros. El cuerpo diplomático iba vestido de gala, con la cabeza descubierta. Napoleón III estuvo representado por uno de sus ayudantes de campo. Todos los ministros franceses estaban presentes de uniforme, así como los presidentes del Senado, del Cuerpo Legislativo y del Consejo de Estado, el cardenal-arzobispo de Burdeos, duques, mariscales, publicistas, el conde de Montalembert, el barón de Rothschild y todos los españoles importantes en París, entre ellos el general Narváez, el duque de Osuna y el marqués de las Marismas. Un batallón de zapadores armados hizo los honores. En el fondo del corazón de todos había una profunda y sincera tristeza. Nadie ignoraba la lealtad, honradez, nobleza y generosidad de Donoso.  

En definitiva, el marqués de Valdegamas nos dejó un mensaje de una asombrosa actualidad que puede resumirse en pocas palabras: la religión es la clave de la historia. Una sociedad que pierde su religión, tarde o temprano pierde su cultura. En el caso de Europa y Occidente, las ideas fundamentales que les han dado forma son prácticamente todas de origen cristiano, o han sido reelaboradas y readaptadas por el cristianismo. La decadencia de la civilización europea y occidental tiene su origen en la separación radical entre religión y cultura. Negar las raíces cristianas es renunciar tanto a la Europa y el Occidente históricos como a la Europa y el Occidente posibles. Un punto de vista a menudo despreciado y odiado por la mayoría del establishment político y mediático de nuestras sociedades descristianizadas y carentes de valores alternativos, pero no por ello deja de merecer consideración y una reflexión detenida.  


[1] [1] https://www.comunidad.madrid/noticias/2023/05/06/comunidad-madrid-presenta-catalogo-virtual-donoso-filosofia-politica-servicio-monarquia 

[2] Véase Obras completas de Donoso Cortés, edición de Carlos Valverde, 2 tomos, Madrid, BAC, 1970. 

[3] “Carta a Blanche-Raffin”, Obras completas de Donoso Cortés, II, BAC,1970, p. 342. 

[4] “Discurso sobre la dictadura”, Obras Completas de Donoso Cortés, II, p. 316. 

[5] Ibid., p. 319 

[6] Carl Schmitt, Glossarium. Aufzeichrungen der Jahre 1947-1951, Berlin, Duncker & Humblot, 1991, p.40. 

[7] “Polémica con la prensa española”, Obras completas de Donoso Cortés, II, pp 332-337. 

[8] “Carta al conde de Montalembert”, Obras completas de Donoso Cortés, II, p.327. 

[9] “Discurso sobre la situación de Europa”, Obras completas de Donoso Cortés, II, p.454. 

[10] Ibid., p. 463. 

[11] “Carta a Louis Veuillot”, Obras completas de Donoso Cortés, II, p. 474-475. 

[12] “Carta al duque de Valmy”, Ibid., p. 469-470. 

[13] “Carta a Maria Cristina”, Obras completas de Donosos Cortés, II, p. 726-727. 

[14] Es el título del primer capítulo de libro primero del Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo

[15] “Ensayo”, Obras completas de Donoso Cortés, II, p. 597. 

[16] “Carta al director de la Revue des deux mondes”, Obras completas de D.C., II, pp. 763 y 765. 

[17] Ibid., p. 769. 

[18] Ibid., p. 777. 

[19] “Carta al cardenal Fornari”, Obras completas de D.C., II, p. 759. 

Historiador y politólogo nacido en Bayona en 1948. Doctor de Estado en Ciencias Políticas, diplomado en Derecho y Ciencias Económicas. Es autor de introducciones a las ediciones francesas del Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo de Juan Donoso Cortés y de La rebelión de las masas de José Ortega y Gasset. Ha publicado, entre otros, 'Más allá de la derecha y la izquierda'. 'Historia del pánico recurrente de los bienpensantes' y 'José Antonio: entre odio y amor'

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