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La Carga del Hombre Blanco 2.0

El colonialismo imperialista goza de perfecta salud, solo ha cambiado de nombre

Ese es mi reparo a vuestro cosmopolitismo. Cuando dice que quiere unificar a todos los pueblos, lo que en realidad quiere decir es que pretende que todos ellos aprendan los trucos de un solo pueblo: el suyo. Si el beduino no sabe leer, hay que enviar un maestro o misionero inglés para enseñarle, pero nadie dice nunca: «Este maestro no sabe montar en camello; paguémosle a un beduino para que le enseñe». Usted dice que su civilización incluirá todos los talentos. ¿ Los incluirá realmente? ¿ Quiere usted decir que en el momento en que un esquimal aprenda a votar para el Consejo Provincial, usted habrá aprendido a arponear una morsa?” (G. K. Chesterton, El Napoleón de Notting Hill)

Una mirada superficial a la historia de Occidente en el último siglo podría dar la impresión de que hablamos de una cultura ciclotímica, que pasa del entusiasmo a la depresión sin pausas intermedias. Ayer era el orgullo de exposiciones universales donde desplegar los frutos de nuestros imperios coloniales, de ese imperio blanco multinacional donde no se ponía ni la luna ni el sol, y hoy somos el cáncer del planeta, los culpables de todo lo malo que ha sucedido y sucede, y por los mismos hechos que causaban nuestra euforia.

Pero profundizar un poco, rascar bajo la superficie de esas reacciones extremas a una misma historia, es advertir que la causa es la misma: un espíritu de misión, sin duda heredado de nuestras raíces cristianas, unido a una egolatría que hoy se disfraza de cenizas y vil sayal, porque tan vanidoso es el hombre que se cree el mejor como el que se confiesa el peor. En los dos casos, pretende ser el número uno.

Lo cierto es que el colonialismo imperialista goza de perfecta salud, solo que ha cambiado de nombre —ahora se llama ‘globalismo’— y de misión. Lo que no ha cambiado es su mecánica de imponer las ideas de nuestras élites, aunque sean recentísimas (mejor si lo son, de hecho), y nuestros prejuicios a todas las naciones de la tierra.

La formación del Imperio Británico pudo venir dictada por implacables motivos mercantiles, aunque hay algo parecido a un consenso en que la aventura colonial fue ruinosa, en líneas generales. Pero, sobre todo, tuvo una justificación moral, la de llevar la civilización —es decir, nuestra civilización— a los pueblos inferiores.

La idea culminó en lo que el autor británico Rudyard Kipling —él mismo producto del imperio, nacido en Bombay— llamó la Carga del Hombre Blanco, título de un celebérrimo poema.

Llevad la carga del Hombre Blanco.

Enviad adelante a los mejores de entre vosotros;

Vamos, atad a vuestros hijos al exilio

Para servir a las necesidades de vuestros cautivos;

Para servir, con equipo de combate,

A naciones tumultuosas y salvajes;

Vuestros recién conquistados y descontentos pueblos,

Mitad demonios y mitad niños.

Los colonizados tendrían que dar las gracias a sus colonizadores, aunque Kipling no lo esperaba, convencido como estaba de su “pereza e ignorancia salvaje” y de que el sacrificio del hombre blanco solo cosecharía “el odio de aquellos que protegéis, el llanto de las huestes que conducís (¡tan laboriosamente!) hacia la luz”.

Hoy, tienen que pedir perdón, y ninguna humillación es suficiente, desde poner de rodillas a los jugadores de equipos deportivos occidentales a verdaderos rituales de mortificación por parte de nuestros líderes políticos.

Desde la posguerra mundial, la carga del hombre blanco se convirtió en la maldición del hombre blanco, y todos nuestros mandarines bajaban la cabeza, asintiendo, a la definición que dio Susan Sontag de la raza blanca como el cáncer del planeta. Casi de la noche a la mañana, el colonialismo había pasado de ser un regalo de Occidente a “los pueblos silenciosos y descontentos” a sinónimo de lo peor y arma verbal de la izquierda para demonizar la cultura capitalista, sin pasar apenas por lo que fue: un fenómeno histórico, con sus luces y sus sombras. El gran estudioso del terror soviético, Robert Conquest, advirtió en su día que “colonialismo” define ya “una fuerza maligna sin otro programa que el de subyugación y explotación de personas inocentes”.

Y, sin embargo, nada ha cambiado en la estructura, solo en los términos y las ideas que imponer a los pueblos inferiores.

En lugar de la fe cristiana o, al menos, las ventajas de la instrucción y la higiene, se exporta feminismo, multiculturalidad, derechos LGBT, alerta ecológica e ideología de género. Y con idéntica pasión.

Lo saben bien Yoweri Museveni (en la foto), presidente de Uganda, y otros líderes africanos, que deben elegir postrarse ante el ídolo LGBT o renunciar a las ayudas occidentales. Lo saben todos en África que deben aceptar mediante la extorsión la imposición de un ‘wokismo’ antitético a su cultura, sus creencias y su forma de vivir.

Lo saben afganos e iraquíes, viendo en su día proliferar banderas arcoíris que acompañaban a las tropas invasoras casi con mayor frecuencia que la de las barras y estrellas. Y, de hecho, la promoción de los ‘derechos LGBT’, en terrenos tan poco propicios como entre los pastunes, es misión explícita del Departamento de Estado norteamericano.

Occidente no ha renunciado a la carga del hombre blanco, solo la ha cambiado de nombre y, para consumo interno, no se vende como un evangelismo impuesto a bombazos o golpes de talonario, sino como si en lugar de las últimas ocurrencias salidas de las torres de marfil de los intelectuales blancos —esos pintorescos baizuo, la izquierda blanca de la que se ríen los chinos— fueran ideas evidentes en sí mismas que todo el mundo abrazará si se lo explicamos despacito.

Lo cierto es que la abrumadora mayoría del planeta, e incluso muchos del común en el propio Occidente, no están dispuestos a tragar con la nueva fe que le predican los blanquitos en un nuevo colonialismo impuesto con tanto fervor que está destruyendo el crédito y la influencia del Primer Mundo en todo el planeta. Una circunstancia, por cierto, que China y Rusia están explotando para construir imperios soft en los países del llamado Sur Global.

Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.

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