Desde hace unos años estamos asistiendo a un fenómeno común desarrollado paralelamente en el ámbito de la política y el de la cultura/entretenimiento, quizá mutualmente retroalimentados o, tal vez, ambos consecuencia de algo previo: la rebelión de las élites contra las clases populares. Especulaba Bertolt Brecht en un poema sobre cierto gobierno que decidía disolver al pueblo y convocar otro; fenómeno que a base de asomarnos cada día a las noticias nos es ya extrañamente familiar. Pero, al mismo tiempo, nos encontramos con actores y cineastas cargados de reproches hacia una audiencia a la que según nuestro anticuado criterio pensábamos que debían intentar agradar y ponerse a su servicio. Pues ya no.
Ea, la gente entonces vota mal y consume peor. El pueblo está lleno de «deplorables» y el público de «fans tóxicos», porque desde hace un tiempo los medios de comunicación han dejado de ser prescriptores de sus gustos, valores y decisiones. Así que en la carta de menús que se les ofrece —generalmente arroz con pollo y pollo con arroz— ahora se atreven a pedir algo que no está ella ¡Hasta ahí podíamos llegar! De forma que nos encontramos a la presidenta de Lucasfilm, Kathleen Kennedy, lamentando que los seguidores de la saga sean mayoritariamente hombres y a la directora y guionista de The Acolyte, Leslye Headland, estableciendo que no son verdaderos fans de Star Wars aquellos que cataloga como intolerantes (bigots) un apelativo notablemente elástico y discrecional. Los auténticos fans serán los que ella diga y punto, tal como sostuvo en prácticamente los mismos términos el intérprete Ewan McGregor hace un par de años.
Lo cierto es que la evolución de esta saga desde su estreno allá a finales de los 70 hasta la cosa en que se ha convertido hoy día es bien digna de análisis. Aventuremos ahora un esbozo. Debo confesar antes de empezar que no soy un, ejem, verdadero fan, si bien la trilogía original es estupenda y me resulta simpática. Quizá no llegué a verla con la edad adecuada para que me calara hasta el fondo… Otras películas sí lo hicieron y por eso respeto a quienes sienten esta camiseta: fuera de aquí los pechofríos ¡La infancia es sagrada! En ella recibimos la impronta cultural que nos marcará de por vida, el acento que ya no nos quitaremos, los mitos que nos cautivarán y la iniciación a experiencias que luego al repetirse apenas resultarán un eco de la primera. Por eso no cabe apelar a la nostalgia, activando una fuerza tan poderosa, para luego pretender que ese público al que te diriges deba tragar acríticamente cualquier cambio introducido en aquello que pretendías revivir… Y si no lo hace entonces a ridiculizarlo como un inmaduro «llorainfancias».
Es difícil exagerar el impacto que tuvo el estreno en 1977 de La guerra de las galaxias (a ella le debemos Alien y que James Cameron se dedicara al cine). En palabras de su director era una alegoría de la guerra de Vietnam, aunque otros vieron una representación de la Guerra Fría con un Imperio Galáctico que simbolizaría a la URSS, unos jedis que con su espiritualidad encarnarían a sacerdotes/caballeros cristianos frente al materialismo ateo de aquella y una Alianza Rebelde liderando una revolución liberal que evocaba el nacimiento de la propia nación norteamericana. Pero más allá de interpretaciones subjetivas era, por encima de todo, una vibrante historia de aventuras que combinaba la ciencia ficción con las leyendas ancestrales. La estética era futurista, pero la historia que narraba a lo largo de la trilogía cumplía a rajatabla con el arquetipo del viaje del héroe mítico descrito por Campbell, por eso conectó tan íntimamente con tantos… Vemos cómo el protagonista llevaba una vida normal en la que no terminaba de encajar, su mirada estaba puesta en el horizonte; entonces recibe una llamada a la aventura ante la que inicialmente se muestra reticente, cruza el umbral hacia lo sobrenatural y conoce a su mentor; falla, aprende, supera una serie de dificultades y desciende a los infiernos; allí es tentado por el Lado Oscuro y sufre una revelación para finalmente renacer más sabio y derrotar al Mal. Un esquema sencillo a la par que profundo.
El éxito de público y la mercadería que vendió supuso un negocio tan colosal que una nueva trilogía terminó abriéndose paso un par de décadas después. En ella ya estaban latentes algunos defectos que luego se convertirían en espantosas deformidades, aunque puede decirse que lo que vino después las hizo buenas en comparación. Los efectos digitales empiezan a apropiarse de la pantalla sin disimulo (desde entonces es como si el cine hubiera perdido su tercera dimensión y ya solo viéramos dibujos animados), mientras que donde antes había leyenda ahora hay explicaciones pseudocientíficas que nadie pidió —¿midiclorianos, en serio?— así como unas referencias políticas ya explícitas sobre la democracia y su ocaso. Bien, dejémoslo pasar. El desastre llegaría tras la adquisición de Lucasfilm por Disney en 2012, decidida no solo a ordeñar la franquicia hasta dejarla en los huesos saturándonos de refritos en torno a ese universo (o «lore» como lo llaman algunos) sino a actualizarla a los nuevos tiempos, lo cual no podía traer nada bueno.
El planteamiento se volvió previsible según los estándares de la jerarquía interseccional: todos los nuevos personajes debían caracterizarse según raza, género y orientación sexual, poniendo un deliberado énfasis en esa «diversidad» (salvo en el caso de los villanos) y si alguien lo criticaba con más o menos delicadeza —en esta época de anonimato en redes ciertamente no abunda—, se le tacharía en campaña mediática de racista, misógino y homófobo, situando a la producción como adalid de la nueva moral ¿Qué crítico se atrevería entonces a cuestionar cada estreno sin naufragar en autojustificaciones? Se sustituye la calidad por la corrección, como esos humoristas que a falta de risas logran aplausos de aprobación ¿Que aun así no se lograba provocar esa reacción? Pues se dobla la apuesta hasta llegar, como hemos visto hace unos días en The Acolyte, a padawans considerablemente obesos (body posivity, lo llaman) bautizados por algunos como «jediabetes», así como mujeres negras lesbianas que usan la Fuerza para tener descendencia sin el tradicional método reproductivo opresivamente heteropatriarcal. Mira, aquello de los midiclorianos ahora hasta suena sugerente…
Bien es verdad que la historia de Estados Unidos en torno a las cuestiones raciales ha sido terrible. Pero hay en todo esto una sobreactuación, una mala conciencia a la que acallar con fariseísmo, una ostentación moralista muy del gusto protestante, que termina resultando para el espectador de fuera de ese país inequívocamente provinciana. Ya no es una galaxia muy, muy lejana, sino unas coordenadas geográficas, temporales e ideológicas perfectamente triangulables —más cerca de Berkeley que de Tatooine— de las que los guionistas por su juventud, falta de referentes culturales o dogmatismo no pueden escapar. Eso estrangula la magia. No hay suspensión de la incredulidad cuando a los alienígenas de algún sistema con varios soles poco menos que les falta mirar a la cámara condenando la muerte de George Floyd y pidiendo el voto para el Partido Demócrata. Oiga, déjeme en paz, que yo ni siquiera puedo votar allá.
Esa mala conciencia se extiende también al género, decíamos, o más globalmente al feminismo. Los héroes masculinos de antaño ahora son viejos huraños y torpes, sustituidos por personajes femeninos que no sufren ninguna transformación interior porque ya eran perfectas desde el comienzo ¡Claro, son mujeres! Incluso series de la franquicia como The Mandalorian inicialmente centradas en un personaje masculino terminan sustituyéndolo abruptamente por una mujer-reina. Resulta llamativo ese énfasis en su «empoderamiento», pues abandonados ya los valores cristianos igualitarios el poder, en sí mismo, la posición en la jerarquía social, pasa a considerarse algo inequívocamente positivo ¿Por qué es mejor mandar sobre muchos que, por ejemplo, cuidar de alguien? ¿Es el dominio más virtuoso que la compasión? ¿Qué tendría esta agenda feminista de «mala conciencia», según señalaba antes?
A esta última pregunta si puedo responder, pues la creadora de The Acolyte, Leslye Headland, fue asistente personal durante cuatro años del productor Harvey Weinstein, ahora encarcelado por violación. Ella asegura que no vio nada raro en la conducta de alguien que ya era objeto de críticas y habladurías desde hace bastantes años, pero sea como fuere su creación artística, es un decir, se centra ahora en una comuna multirracial de brujas lesbianas (como la propia Leslye, cuya pareja es la jedi verde) con pintorescos aquelarres donde la presencia masculina es inexistente. Así que, de Campbell, los mitos tradicionales y el universo mismo de Star Wars ya podemos ir olvidándonos, que ella ha venido a hablar de lo suyo, pues se jacta en las entrevistas de haber hecho la serie más gay hasta la fecha. También es, de paso, la peor valorada por la audiencia . ¿Cómo reaccionan a esto los medios? Si han leído hasta aquí ya se lo pueden imaginar: «The Acolyte no está arruinado a Star Wars, vosotros [el público] lo estáis haciendo».