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Situación del campo de batalla un año después

El crecimiento del Poder siempre adopta la forma de contienda civil donde el que sale más fortalecido es el Estado

Luego de un año desde mi último artículo, empiezo recuperando a Bertrand de Jouvenel que en Sobre el Poder nos explicaba que “si el poder tiende naturalmente a crecer, y si no puede extender su autoridad e incrementar sus recursos sino a expensas de los poderosos, es natural que la plebe sea su eterna aliada. La pasión por el absolutismo tiene que conspirar forzosamente con la pasión por la igualdad”.

Esto ha sido así a lo largo de la historia, pues el Poder percute contra los gentiles, contra los nobles, contra los capitalistas… en alianza con la muchedumbre.

El Poder y sus aliados contra los múltiples poderosos

Ahora bien, cuando la riqueza y las autoridades sociales se extienden, el opulento sólo es un poderoso más y el Estado tiene que ampliar el abanico de los huéspedes a los que parasitar.

El padre de familia, el profesor en su tarima, el titular de una vivienda, un pequeño empresario o el cura al que acuden a escuchar los feligreses engrosan el listado de los enemigos del Poder, pues éste sólo puede crecer si elimina la cuota de influencia que ostentan los líderes de instituciones sociales como la familia, las escuelas, las organizaciones profesionales de todo tipo, las empresas o los lugares de culto. 

Para hacer posible esa usurpación de poderes ajenos, el Estado entendió que no era necesario pelear con los poderosos y sus corporaciones de manera directa, cuando podía ofrecer a los plebeyos un acuerdo imposible de rechazar: liberarlos de sus obligaciones como miembros de los cuerpos intermedios de la sociedad, a cambio de que destruyeran esas instituciones desde dentro para que jamás ofrecieran resistencia al Poder.  

Así, con la finalidad de acabar con el prestigio del profesor que tiene la desagradable manía de examinar a los alumnos desde la superioridad de sus conocimientos, el Poder otorga derechos a los alumnos para igualarlos con el docente, aunque en el proceso quede liquidada la función de enseñar.

Si se quiere deslegitimar al padre de familia que dirige a la prole hasta convertirla en un ente autónomo y en una sociedad de autoayuda en beneficio de todos sus miembros, nada mejor que conceder “protección” a los hijos y facilidades para la ruptura de los vínculos.

Para controlar al empresario que es capaz de lograr la superación de la necesidad para él y sus asalariados, se conceden derechos a los trabajadores para “democratizar” los centros de trabajo, aun cuando el precio sea la quiebra.  

Y al efecto de evitar que los devotos atiendan a la Iglesia y no al Estado, se les libera de Dios endiosándoles.  

Lo mollar de la contienda no reside tanto en la derrota del líder social (cabeza de familia, empresario, propietario, sacerdote) como en el exterminio de la organización que dirigía (la familia, la empresa, la propiedad, la parroquia) para que queden sólo los individuos atomizados, al albur de la intemperie de la que únicamente le puede librar el Estado porque han desaparecido las entidades que le servían de refugio, aunque también le exigieran compromiso y responsabilidad.

El Poder es el “tertius gaudens” del conflicto

Con estos ejemplos cotidianos queda en evidencia que el crecimiento del Poder siempre adopta la forma de contienda civil donde el que sale más fortalecido es el Estado.

Los que gobiernan son el tertius gaudens (el tercero que se ríe o que se alegra) figura creada por el sociólogo alemán Georg Simmel (1858-1918) para referirse al que resulta beneficiado de una rivalidad, que en el caso que nos ocupa promueve el Poder.

Los teóricos del realismo consideran que la política se explica a través de dos presupuestos que no jerarquizan por afectar a ámbitos distintos de lo social.

El primero sería la relación amigo-enemigo que nos permite entender la política exterior, mientras que la relación mando-obediencia definiría la política interior.

Sin embargo, creo que es hora de establecer la primacía del presupuesto amigo-enemigo también en el interior porque la agitación de la enemistad es lo que perpetúa la buena salud de la clase político-burocrática, haciendo posible que el otro presupuesto, la relación mando-obediencia, se cumpla sin apenas oposición.

Al primar el enfrentamiento en las relaciones privadas para “liberar” a los individuos de las instancias tradicionales, la consigna es clara: nadie debe mandar, nadie debe obedecer, salvo al Estado.

Es la ideología igualitaria del único amo, omnipotente, terrible, pero sólo uno, con la fuerza suficiente para igualar a todos.

Es el igualitarismo lo que hace preferible al Leviatán impersonal y totalitario, pero nivelador; antes que las pequeñas, múltiples y familiarizadas sujeciones que el tiempo modera, pero que llevan de suyo las diferencias y la jerarquía.  

En definitiva, el conflicto entre los consumidores netos de impuestos (Hans-Hermann Hoppe) y los grupos espiritual y económicamente independientes que se ven criminalizados como enemigos de la igualdad, garantiza la sumisión al Estado porque éste aparece como el libertador de la mayoría, frente a los orgullosos rebeldes que exigen sean respetados los derechos propios de los cuerpos intermedios.  

“La política de los derechos” como caballo de Troya del Poder

Si ya hemos explicado que el crecimiento del Poder es el porqué de la alianza entre el Estado y la clase pasiva, digamos algo más sobre cómo cimenta su triunfo.

La política de la concesión de “derechos” es el caballo de Troya de la destrucción del pueblo como ente autónomo y corporativo.

Entrecomillo la palabra derechos porque no hablo de los naturales a la vida, la libertad y la propiedad que el Estado debe proteger, sino de los pseudoderechos o “derechos recompensa” con los que el Estado premia a sus soldados civiles.

Esos derechos no resuelven conflictos reales a la luz de la experiencia o la razón, sino que se constituyen como gratificación a los que combaten, a mayor gloria del Estado, en cada familia, en cada centro de producción, en cada edificio de viviendas, en cada aula para derribar estas comunidades que les acogen.  

La multiplicación de los dizque “derechos”, lejos de dulcificar las relaciones sociales, las reglamenta y cosifica hasta el paroxismo para favorecer el imposible ideal igualitario. 

Obviamente, su fracaso resulta irrelevante, pues si el objetivo de las políticas contra la violencia de género no es acabar con la violencia de género, sino aumentar los presupuestos contra la violencia de género; la política de “extensión de los derechos” no tiene como tarea mejorar las relaciones de pareja, restaurar la confianza en las aulas o en las empresas ni garantizar el derecho a la vivienda; pues insistimos en que la misión no declarada, pero cristalina, de la “política de los derechos” es aumentar el Poder a costa de la disolución del pueblo organizado gracias a la labor de zapa de una amplísima parte de sus integrantes.

Ahora quizás puedan entender el nexo que une asuntos en apariencia separados como las fronteras inseguras, la “okupación”, el hostigamiento a los triunfadores y la “extensión de los derechos” como consigna electoral de los partidos políticos.   

La clase media es el nuevo “aristos” a destruir

Empezamos con de Jouvenel y vamos a seguir con el autor: “el Estado encuentra en los plebeyos los servidores que le refuerzan, mientras que los plebeyos encuentran en el Estado el amo que los eleva”.

El problema para el Estado es que los antiguos plebeyos ahora son titulares de inmuebles, empresarios, padres de familia numerosa que reclaman sus inalienables derechos a la vida, a la libertad y a la propiedad.

La aparición de la clase media supone un cambio cualitativo en el estado de cualquier sociedad, puesto que una parte del pueblo se convierte en poder aristocrático (“aristos”) es decir, en un cuerpo de sujetos excelentes formado según principios distintos a los del Estado y con capacidad de hacerlos valer.

La mera posibilidad de que la clase media independiente llegue a ser mayoritaria en regímenes de competencia electoral supone el mayor riesgo al crecimiento incontrolado del Poder.

Por eso en los sistemas dizque democráticos donde el Estado concentra un botín, el pueblo aristocratizado, en tanto poseedor de intereses contrarios a la depredación estatal, debe ser depauperado para que se eternice la oligarquía extractiva y su clientela.

El pueblo libre pretende salvarse de su fatal destino intentando alcanzar el Poder del Estado y ahí reside su mayor error porque la historia nos enseña que la aristocracia ha fracasado cuando ha intentado gobernar (ver la Francia del s. XVIII) pero ha tenido éxito cuando su fin era defenderse del Poder (la Inglaterra de los siglos XVII y XVIII).

Mientras el pueblo altivo sigue esperando a Godot, el Estado Total continúa su siempre inacabada revolución aumentando con nuevos burócratas y con nuevos plebeyos su catálogo de aliados con los que neutralizar cualquier ilusión de protesta.

El Estado Sísifo convierte el fracaso en modo de vida

El Estado reinterpreta hasta el mito de Sísifo, según el cual éste fue un rey castigado por su maldad con la frustración eterna de tener que subir una piedra a una montaña sin alcanzar la cima jamás porque, a punto de lograr su objetivo, fracasa y se despeña una y mil veces.

El Estado es el Sísifo contemporáneo al que el pueblo financia y mantiene para que transporte sus cargas con el fin de librarlos del yugo.

El reiterado fiasco estatal en la consecución de sus propósitos liberatorios, provoca que los sectores populares que más contribuyen al bienestar del Estado Sísifo le exijan responsabilidades y empiecen a organizarse sin él, pues hace mucho tiempo descubrieron que su Sísifo está condenado a la derrota.

El nuevo Sísifo no puede admitir que se sepa la verdad, esto es, que siempre será un inútil, porque para él no tener éxito en conducir la piedra hasta su destino no es un problema, sino su forma de vida.

Para el Sísifo del mito original, caer una y otra vez era su maldición.

Para el Estado Sísifo, caer una y otra vez le asegura más presupuesto, más exacciones, más servidumbre para que en cada nuevo ataque a la montaña que se le resiste, disponga de más recursos, más fuerzas, más Poder.

¿Pero cómo evitar que sea puesto en cuestión por la parte del pueblo que le demanda resultados o que les deje ascender hasta la cumbre por sus propios medios?

Volvemos al inicio para repetir que la forma más sencilla que tiene el Sísifo estatista de librarse de la queja de los mejores es que éstos pierdan sus medios de liberación a manos de los que conviven con ellos día a día.  

El secreto del Poder

Para terminar, voy a decirles un secreto: su Estado Sísifo les teme. ¿Por qué afirmo esto? Porque necesita aumentar sin descanso el número de sus defensores (¿no ven que se vanagloria de que cada vez más población recibe un ingreso público?) con los que sofocar el levantamiento del pueblo entendido en el sentido romano de “populus”, es decir, aristocracia.      

En la perentoria búsqueda de nuevos aliados nos descubre el Estado su pavor a la clase media aristocratizada en tanto que disconforme con el crecimiento exponencial del Poder.  

En el secreto de su debilidad se encuentra la solución al enigma de cómo superar la antropofagia del Estado Caníbal, pues todo se reduce a saber frenar, resistir, controlar no tanto a la oligarquía como a sus imprescindibles amigos que actúan en la sociedad al modo de soldados-civiles con los que acallar la protesta.

Por tanto, el problema político de la libertad no reside sólo en la búsqueda de un buen candidato a presidente, sino en identificar a los colaboradores del Poder en cada una de las relaciones sociales y organizarse para darles adecuada respuesta hasta que entiendan que su interés es dejar de serlo.    

¿La garantía de la democracia se encuentra en el Gobierno?

A la vista de los acontecimientos más recientes y los por venir, les sugiero que ese aval lo busquen en la fuerza de la aristocracia que hoy constituye la perseguida clase media, cuya misión no es otra que frustrar el triunfo de los palafreneros del Estado en el enfrentamiento civil que el Poder incentiva como forma de asegurar su crecimiento.

¿Encontrará una alianza política que le ayude en su diaria tarea de resistencia y oposición, aunque jamás llegue a gobernar?

Esta es la cuestión política de nuestro tiempo.

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