Desde hace aproximadamente un mes, abrir cualquier publicación de cine sirve para constatar que todo el mundo sigue hablando de The Substance (2024), de Coralie Fargeat (en la foto junto a Demi Moore), la última obra maestra que nos ha dado el cine hasta hoy; cine del siglo XXI y para el siglo XXI, cabe añadir; un cine «apocalíptico», en cuanto nos habla de una «epifanía» (o «revelación»), sobre la base propia de un cuento fantástico, con un estilo visual hipnótico y propio, partiendo de un inicio frenético que continúa sin decaer a lo largo de dos horas y media de metraje (con un clímax sostenido incluido), en una cinta que es divertida y terrible, perfecta y original, tragicómica y posmoderna, y que expone de manera penetrante el zeitgeist de un mundo que aplaude la belleza física hasta provocar la destrucción en aquel que la porta.
En apariencia, el discurso ideológico de The Substance, la película más creativa y bizarra del año, nos hablaría «del género», con una mezcla de alta cultura cinematográfica y serie B donde confluyen el «splatter» y «body horror» con la “nueva” «nueva carne» y un cine «neobarroco» que pretende hablarnos del cuerpo, lo femenino y los límites de lo humano como lo que son a la luz de la realidad actual: una y la misma cosa; y con una variedad de referencias que involucra todo el acervo cultural de Occidente.
En The Substance hallamos desde El retrato de Dorian Gray (1890) a The Neon Demon (2016), Ex Machina (2014) o Under the skin (2013), pasando por Sunset Boulevard (1950) y un sinfín de guiños al cine de, entre otros, Hitchcock, Henenlotter, De Palma, Frankenheimer, Cronenberg, Lynch, Aronofsky… Y, sobre todo, Stanley Kubrick. Por eso, para hablar del trasfondo kubrickiano de la película de Fargeat, en adelante vamos a valernos de las nociones teóricas de Pedro Bustamante, analista preciso de las claves ocultas del director de 2001: A Space Odyssey (1968).
Ahora leamos a William Butler Yeats: «¿Ciertamente, ha llegado tu hora, tus tempestades soplan,/ lejana, muy secreta e inviolada Rosa?» («Surely thine hour has come, thy great wind blows, /Far-off, most secret, and inviolate Rose?»). Para entender The Substance en toda su magnitud hay que diferenciar tres conceptos clave: «mater», «materia» y «matriz». Igual que hay que diferenciar la existencia de dos arquetipos femeninos fundamentales: la Eva maternal y la Lilith sexual, la Démeter esposa y la Afrodita amante, la Isis egipcia escindida en dos mitades, la Medusa ofídica y la Kali hindú.
Y, por terminar, se hace preciso señalar que, más allá de un discurso sobre el mundo del entretenimiento y su connatural violencia para con lo femenino (sobre todo a partir de una edad determinada), la película de Fargeat nos habla de los dos futuros posibles que se abren para Occidente: aquel dominado por una sustancia transhumana, artificial (de origen satánico), que pretende imponerse sobre otro tipo de sustancia espiritual, sapiencial (de origen divino), que aquí nos atrevemos a denominar como: «alquímica». Aunque abundaremos en ello en los últimos párrafos de este texto.
Siguiendo el planteamiento de Bustamante en libros como El imperio de la ficción (2015), decimos que The Substance revela el funcionamiento real del «Poder-Real-Soberano» que, en esencia, es, siguiendo a autores consagrados como Georges Bataille o Michel Foucault, este: «toda vida conlleva muerte»; y ese no es un discurso «de género», como decimos, sino una clara llamada de atención sobre toda una forma de entender la belleza en tiempos de OnlyFans, donde el deseo, esa fuerza espiritual de primer orden, que es capaz de sacralizar la materia, de poetizar lo material por medio del Amor, acaba por ser reconducida a conveniencia del Sistema hacia la objetualización de las personas y la mercantilización de los cuerpos, donde la mujer deja de ser una potencialidad maternal para, a cambio, acabar mutilada y reducida a un mero vehículo de la matriz.
En otras palabras, más arquetípicas si se quiere: Saturno no ha renunciado a Venus, sino que se ha acostado con ella. La aproximación de The Substance a esta temática tan acuciante no parte del moralismo de Barbie (2023) ni del nihilismo de Pobres Criaturas (2023), donde la mujer se libera yendo al ginecólogo o ejerciendo la prostitución, respectivamente, sino por medio de un inmoralismo que no desdeña mostrar la cruda violencia y el erotismo más diáfano para acabar destruyendo a sus dos protagonistas Elizabeth/Sue (Demi Moore/Margaret Qualley) cubriendo de sangre al observador sádico que ve la película y todavía está a tiempo de despertar: «No puedes despertar sin antes dormir» («You Can’t Wake Up If You Don’t Fall Asleep»).
Esto es lo relevante: Fargeat ha logrado burlar a todo el mundo del entretenimiento desde dentro, presentando su película en una edición del Festival de Cannes presidida por la “ínclita” y mucho más “conveniente” Greta Gerwig, y señalando de forma clara y contundente la dualidad del Capital en la Última Modernidad, actualizando el simbolismo clásico del espejo: el observador masoquista enfrentado al observador sádico, los dos a su vez contemplados por el saturnino «Ojo que todo lo ve» de la cámara.
Camino de la sociedad transhumana, estamos viviendo en primera persona la prostitución del cuerpo en el marco de una psicopatocracia satánica; y todo lo demás son cortinas de humo y psyops más o menos complejas para disimular este hecho. Como pronto veremos, el discurso ideológico The Substance acerca de «la matriz», la «materia» y la «maternidad» acaba desplegándose en múltiples matices, pero antes se hace necesario recalcar la originalidad del punto de partida: Fargeat ha sustituido el lienzo de Dorian Gray en la historia original por un doppelgänger de carne y hueso, creando una relación económica regida por un balance de deseos de signo claramente abusivo; exactamente el mismo balance, cabe añadir, que hoy por hoy rige al Sistema.
La imparable decadencia del cine, a pesar de obras maestras incuestionables como The Substance, ha impuesto en el séptimo arte una actitud que, poco a poco, también va permeando la literatura: es la primacía de la ficción sobre la fantasía. Diferenciar ambos conceptos es tanto como separar lo especulativo de lo operativo en la metafísica occidental de los últimos siglos. La ficción es contra-iniciática, mientras que la fantasía es una áscesis de Conocimiento. Cuando consumimos ficción, en realidad el Sistema nos consume a nosotros: todo entretenimiento, todo consumismo, reduce al espectador a mera mercancía; mientras que, por su parte, la fantasía nos permite vislumbrar ese tan necesario «otro lado» de la realidad por el que nos elevamos hacia los mundos superiores del ser y la purificación del yo.
Elizabeth, el personaje de Demi Moore, acabará consumiendo la sustancia y, con ello, alumbrando a Sue, no tanto a causa del envejecimiento y la explotación, como dice la crítica “moralista” del filme, sino por un problema de índole mucho más existencial: como ella misma reconoce en un determinado momento del metraje, no sabe estar a solas consigo misma, se detesta, y esa desesperación la empuja a consumir la sustancia… Que en realidad la hará ser consumida a ella por el Sistema. La escasa psique de los personajes de la película los convierte en meras carcasas vacías, en pura mercancía, recipientes prestos a ser utilizados: como ocurre con el ser humano contemporáneo, el trauma les ha arrebatado la voluntad. Elizabeth es la esclava de una industria de productores (el más reconocible interpretado por Dennis Quaid) puramente patriarcal; y, por eso mismo, también encarna a una sociedad profana prostituida por una élite fálica y opresora (véase: Eyes Wide Shut, del citado Kubrick, o Saló o los 120 días de Sodoma, de Pier Paolo Pasolini).
La película Barbie (2023) pretendía hablar de lo mismo desde la superficialidad y la vieja estrategia de la «falsa disidencia», empleando un planteamiento abiertamente maligno: la humanización del muñeco; mientras que The Substance muestra a Sue, la muñeca, como lo que es detrás de su apariencia libidinosa, seductora, malvada: un monstruo. El fin del Sistema patriarcal de abuso y «programación mental mediante trauma» es convertir al humano en una mercancía alumbrada por «la matriz», esto es, de forma inmaterial. En ese sentido, la película de Fargeat muestra que el sujeto nacido artificialmente es monstruoso. Por edad, Elizabeth es infértil; mientras que Sue es, desde su surgimiento, un trampantojo afrodítico que parece una mujer real, pero en realidad es un simulacro infértil.
Lo único productivo es, en ese sentido, el propio Sistema encarnado por los productores, dueños tanto del programa de TV que lleva a Elizabeth a consumir la sustancia como de el extraño invento que permite el nacimiento de Sue. El consumo inmaterial de Elizabeth/Sue a través del programa de televisión efectuará el consumo material tanto de Elizabeth/Sue como del propio espectador de su programa por parte del patriarcado (los productores). Un consumo que es eminentemente sexual, aunque en ningún momento desemboque en un acto sexual; y es que, aunque toda la película está dotada de una evidente carga erótica, apenas si hay una sola escena de sexo en todo el metraje.
Durante la única escena de este tipo que vemos en la película, justo al inicio de la «transgresión» entre Margaret Qualley y un motorista desconocido, la Venus/Vaina transhumana que encarna Sue sangra (por el oído) durante el «acto hierogámico», lo que remarca el «carácter sacrificial» de un «rito de sangre» en toda regla. Un acto, cabe recalcar, en el que es imposible que haya embarazo alguno; y ese es el tipo de relación sexual que el Sistema promueve para el siglo XXI: totalmente desgajada de la penetración entre un hombre y una mujer reales, capaz de habilitar la reproducción y la perpetuación natural de la sangre y la especie. Esa energía sexual desviada, que ya no es canalizada por la reproducción, es una fuerza espiritual que el Sistema recicla continuamente: el verdadero motor de su acción es la extracción y apropiación constante de dicha fuerza.
Y, sin embargo, ni los encandilados espectadores de The Substance ni, muy especialmente, todos los miembros de esta sociedad profana que es conducida diariamente al matadero en las primeras décadas del siglo XXI son capaces de vislumbrar la deriva aberrante de la Última Modernidad. ¿Por qué ocurre esto? Un pensador tan sobrevalorado como a la postre franco y decente, George Orwell, lo supo ver muy bien: es la vieja táctica totalitaria, que en realidad encubre un mecanismo de verdadera magia negra mental, por el que se llama X a Y (y viceversa) sin que nadie se queje del trueque ni ponga pie en pared al detectar el engaño. Es lo que ha ocurrido con los así llamados «géneros» del sexo: todo el mundo acepta el cambio por miedo a rechistar y quedar excluido del grupo, con todo lo de pernicioso y devastador que tiene el exilio desde el punto de vista material: en lo económico, en lo social, etcétera.
Más allá de la subjetividad, el consenso acerca de la realidad siempre demanda de un engaño, en el que las religiones e ideologías juegan un papel esencial; pero, a partir de la experiencia colectiva del totalitarismo en Occidente, ese engaño resulta mucho más potente: es un Simulacro perfectamente diseñado por los medios técnicos y mentales de los que dispone el Poder-Real-Soberano; y es que, aquello que la mayoría de la sociedad profana tiene por realidad, en el fondo no es más que un engaño perfectamente diseñado por una minoría que ejerce el control casi total de todo lo colectivo; y, en ese sentido, el Conocimiento adquirido por la búsqueda de Sabiduría en los libros, las técnicas físicas del yoga y la meditación, la experiencia común del sexo como alquimia espiritual de opuestos o la ampliación de la percepción mediante el uso adecuado de ciertas drogas supone la única forma posible de despertar a una existencia auténtica.
El teólogo Gilles Quispel dijo que «la alquimia es el yoga de los gnósticos»; y ante todo la alquimia es, tal y como estudió en el siglo XX Carl Gustav Jung, la conciliación del «Sí Mismo» en los opuestos polares masculino/femenino representados por el «Animus/Ánima»: una purificación interior de la psique que permite vislumbrar la rosa de los místicos y la piedra de los filósofos, que reconcilia el Todo, el Uno, a través de lo disperso y fragmentario, un drama o representación de personajes que reunifica un «cuaternario» simbólico compuesto por dos pares aparentemente opuestos: Bien y Mal, Espíritu y Materia.
En términos de Umberto Eco, el siglo XXI nos obliga a ser «apocalípticos» o «integrados» del Simulacro, con el coste que ello conlleva en ambos casos. La alternativa a esa hipnosis que impone el Sistema es la paranoia, la disonancia, el desorden psicótico, la esquizofrenia polar estudiada por Gilles Deleuze… Que es igualmente conveniente para el «Poder-Real-Soberano». Porque toda pulverización del yo que percibe una realidad subjetiva, potencialmente espiritual en su realización material, resulta satisfactoria para el Simulacro orquestado verticalmente por la élite iniciada que se reúne a conspirar, de tarde en tarde, en sus sórdidas reuniones.
At last: La única alternativa posible a esa realidad que The Substance expone con claridad a través de la excelencia cinematográfica se encuentra en el espíritu, en el «pneuma» o soplo divino que está en todo lo vivo, integrando con ello «la Sombra», conciliando alquímicamente el «Ánima» y el «Animus», haciendo que la «psique» se haga consciente de su tesoro oculto, de su inconsciente más profundo. Igual que ocurre con la fantasía en el exterior, ese tesoro es una luz interior que sale del corazón cuando este se reconoce con toda su potencia por la mente. En términos alquímicos: restaurar la «apocatástasis», el estado primordial previo a «la Caída», transformando la «prima materia» o «nigredo» en «Piedra Filosofal» o «lapis exilis». En términos más cotidianos: es despertar a la existencia auténtica.