Una de las curiosidades del Brexit del Reino Unido se escapó a casi todos los expertos continentales que han dedicado sus análisis al respecto al batir de pecho y lamentaciones sobre populismo: y es que la Unión Europea ponía al parlamento británico entre la espada y la pared.
En la tradición española, y en general la de muchos otros países, los tribunales superiores tienen poderes extraordinarios para interpretar la ley, incluso por encima de la voluntad expresada por el pueblo votante (en teoría) a través de sus representantes, los parlamentarios. No así en la tradición británica.
Uno de los pilares de la constitución no escrita de aquel país es que el pueblo es soberano, y por ello el parlamento es soberano, y por ello las decisiones parlamentarias no está sujetas a veto, revisión o interpretación por los tribunales. Porque la constitución emana de los votos parlamentarios. Ningún grupo de jueces, como el Tribunal de Estrasburgo, puede reunirse y decidir que el parlamento, que el pueblo, se equivoca.
Todo esto es en teoría, por supuesto. En el Reino Unido también cuecen habas, como en todos lados, y hay jueces con idea cesaristas. Pero hay menos que en España, y lo tienen más difícil para hacer cosas como anular todas las penas de los EREs. Sobre todo, lo tienen más difícil que en miembros bien consolidados de la UE como Rumanía.
En las últimas semanas, gracias a los jueces rumanos, hemos visto como la propia idea de “democracia liberal” occidental ha quedado expuesta como una farsa, lo que es un logro de importante alcance. Esto lo ha hecho en particular el Tribunal Constitucional de Rumanía, al dictaminar que la primera vuelta de sus elecciones presidenciales no era válida tras la victoria sorpresa del candidato independiente Calin Georgescu (en la foto), quien lidera un movimiento que viene a ser (con sus diferencias, no insustanciales) el Vox local y obtuvo un 22% de votos y tenía serias posibilidades de ganar.
La irrisoria justificación para cancelar las elecciones es que Rusia, en opinión de los jueces, lanzó un “ataque híbrido” contra las elecciones al supuestamente comprar algunos anuncios de TikTok o algo por el estilo. No tienen pruebas ni ninguna explicación de cómo eso constituiría un “ataque”, ni argumento que presentar cuando ello se contrapone a la persistente y mucho más obvia injerencia estadounidense en todas las elecciones del planeta Tierra desde hace ya décadas.
Lo que tienen, de hecho, son presuntos informes de inteligencia que aseguran que Rusia manipuló las elecciones: informes de ésos que no firma nadie, muy similares a los que informaron de que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva y las pruebas incriminatorias contra Joe Biden que se encontraron en el ordenador de su hijo Hunter en 2020 eran otra operación de manipulación rusa. Ese tipo de informes.
También tienen una investigación en marcha sobre presunto uso de fondos procedentes del lavado de capitales en la campaña de Georgescu. Ya saben, una investigación sobre la posibilidad de que un partido político europeo haya podido incurrir en algún tipo de financiación ilegal, lo nunca visto. Ese tipo de investigaciones que nunca jamás han llevado a que PP, PSOE, socialdemócratas alemanes o socialistas franceses hayan sido excluidos de ninguna elección, y mucho menos han llevado a que se suspendan.
Es obvia la raíz de esta preocupación. Como explicó recientemente la revista estadounidense Foreign Policy, de lectura obligatoria en la Beltway (lo que sería el equivalente en Washington DC a la zona dentro de la M-30 de Madrid: el área donde está la gente que toma las decisiones), Rumanía es “un pilar estratégico en la defensa de Europa de Ucrania (el punto más avanzado de la OTAN en su flanco oriental), cuya pérdida obstaculizaría considerablemente el esfuerzo militar”.
El país alberga un grupo de combate multinacional y varias bases de la alianza atlántica, incluida una cerca de Constanta, en la costa del mar Negro, que actualmente se está ampliando para convertirse en la mayor base militar de la OTAN en Europa. Las rutas rumanas y búlgaras que los barcos mercantes ucranianos utilizan para eludir el bloqueo ruso permiten a los barcos ucranianos enviar mercancías a través del estrecho del Bósforo. Según un informe del Centro de Análisis Político Europeo (CEPA), esto ha “funcionado más allá de las expectativas”. Ucrania transporta casi dos tercios de su grano por tierra y barcazas hacia los puertos del río Danubio.
Georgescu nunca ha puesto sobre la mesa la salida de su país de la OTAN, ni se ha comprometido a cerrar las instalaciones de la alianza. Pero ha hecho suficientes ruidos heréticos (ha descrito a la OTAN como la “alianza más débil del mundo”, y ha calificado el escudo de defensa antimisiles balísticos en Deveselu como una “vergüenza de la diplomacia”) como para llamar la atención de los clérigos de la globalización.
Este tema podría dar lugar a muchas reflexiones sobre el apetito del no-del-todo soberano electorado europeo para mantener una política de confrontación contra Rusia (muchos comentaristas han descrito a Georgescu, con bastante exageración, como prorruso) pero ello es un tema secundario. El motivo específico por el que el Constitucional rumano ha decidido suspender elecciones hasta que les salga de las narices celebrarlas en las condiciones que les parezca aceptables es lo de menos en este caso. Si Georgescu hubiera sido acusado de ser demasiado favorable a la masonería, o al ganchillo o a la petanca de interiores, tendríamos el mismo escenario en las manos.
El escenario que tenemos en las manos es que el Constitucional rumano ha dejado en evidencia que las elecciones en Occidente son como un partido de baloncesto entre los Harlem Globetrotters y los Washington Generals: ya saben, esos partidos de baloncesto de exhibición amañados en los que Harlem gana el 90% de las veces y a los Generals solo se les deja ganar de vez en cuando para que haya cierta intriga.
Lo más importante aquí no es asumir que, si eres los Generals, solo vas a ganar como mucho el 10% de los partidos, y concentrarte en disfrutar esas victorias. No: lo más importante es entender que tu papel en el show es perder, ser sistemáticamente humillado y nunca jamás salirte de ese rol; y si intentas romper ese negocio que ya lleva décadas generando beneficios para sus dueños al formar un movimiento que quiere salir de ese dualismo, te vas a enfrentar a la curia de la “democracia occidental” en pleno.
Ha quedado claro que, si quieres ganar, en el sistema occidental no hay otra formar que irte con los de Harlem, unirse al equipo ganador y tragar con lo que haya. Y si no te gusta, están los Generals, y a perder. Gracias por la confirmación, jueces rumanos.