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La fábrica de los niños transgénero

Hace ya algunas semanas salió a la venta La fábrica de niños transgénero (Deusto) y apenas ha surgido debate en torno a la publicación del libro. La jurista Paula Fraga, que firma el prólogo en la edición española, habla con mucha gracia pero no menos preocupación de «la Santa Inqueersición» y tiene razón. Hace no tanto se publicó en España Nadie nace en un cuerpo equivocado y apenas pudo realizarse con éxito la presentación del libro, puesto que muchos piquetes del género trataron de impedir, violentamente, el mero intercambio de ideas. No ha sido así esta vez, así que quizás queden aún motivos para la esperanza. Paula Fraga, pese a todo, los tiene.

Y las autoras del libro también. Lo primero que debo comentar es su profesión, claro. Céline Masson y Caroline Eliacheff son dos médicos francesas que denuncian, con la precisión del bisturí, el delirio trans que desde hace ya alguna década invade la vida de nuestros niños. Psicoanalista de prestigio y eminente doctora en Medicina, respectivamente, las autoras comienzan por denunciar, en primer lugar, la neolengua «orwelliana» con que se trata el tema del transgenerismo. Ahora se habla, nos dicen, de disforia de género como la inadecuación del sexo biológico y el sexo psicológico. Quizás vea usted aquí, como veo yo, la solución: falla el sexo psicológico. Sin embargo, las nuevas ideologías LGTB llevan desarrollando durante años la antítesis de lo que nos dicta el sentido común: falla el sexo biológico. Ya no importa el sexo de nacimiento, sino el de sentimiento.

Masson y Eliacheff aclaran desde el principio, eso sí, que éste no es un problema de los adultos transgénero –llamados toda la vida “transexuales”–. Siempre han existido, siempre existirán y es del todo legítimo respetar sus decisiones adultas e informadas, que no deja de ser el ejercicio de la libertad –tantas veces errada– de los hijos de Dios. Hablan incluso del «derecho a la indiferencia», como derecho a pasar inadvertidos en las sociedades modernas. Así que no, el problema que diagnostican las autoras se da, más bien, en los más pequeños. Creo que dan en las primeras páginas del libro con la clave del problema actual de la transexualidad, que hoy se nos torna en tarea: «Defender a los menores de edad incluso contra sus propios deseos».

Unos deseos que, según queda perfectamente explicado en el libro, empiezan por la «transición mental». Una batalla en la que ceder en lo pequeño termina por significar una imparable cesión en lo grande. Se empieza por tanto con el cambio de nombre, explican las autoras, y se termina con la mutilación genital, todo ello, claro, con el blanqueamiento del reconocimiento institucional. A todo esto se le suma, además, una gran causa: las redes sociales. Dedican Masson y Eliacheff el segundo capítulo a alertar sobre el peligro evidente de las redes sociales, que colaboran en la propaganda unidireccional sobre la transexualidad. Son muchos los influencers trans que narran en Instagram, YouTube y Tiktok las delicias del cambio de sexo, cuando no directamente animan a la mutilación.

Tal es así que las autoras recogen en el libro hasta doce puntos sobre la influencia trans que poseen las distintas redes sociales sobre los más jóvenes. Entre ellos, algunos como la aceptación en una nueva comunidad, el uso frenético de la neolengua (que culmina en la academización del delirio a través de los «Queer studies»), una fe inquebrantable en lo irracional, la propaganda de la victimización, y, por último, la democratización del sexo –donde todo lo deseable, hasta, por ejemplo, la producción artificial de testosterona, es realizable–. Recogen además, a raíz de todo lo anterior, una triste evidencia: cada vez son mayores los beneficios de la industria farmacéutica.

El punto más interesante de La fabrica de los niños transgénero llega quizás con el testimonio de algunos padres cuyos hijos han sido abducidos por la ideología transexual. Colegios, influencers, médicos e instituciones: todos ellos colaboran en la entronización de las causas y en la construcción de cadalsos para las consecuencias. José Errasti, coautor de Nadie nace en un cuerpo equivocado cierra la obra con un acertadísimo epílogo, claro. Porque frente a este delirio en forma de fábrica de niños transgénero, todo suma, en una suerte de ecumenismo de trinchera del sentido común. Las autoras concluyen que nada de lo que se nos vende como seguro lo es: «Tomar una fantasía por un deseo y, además, hacer creer que es realizable es una fuente de confusión, y no de seguridad». 

Estudiante de Relaciones Internacionales, Filosofía, Política y Economía. Colaborador habitual de La Gaceta, Revista Centinela, Libro sobre Libro y La Iberia. Woody Allen, Fernando Alonso y Julio Camba.

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