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La historia negra del PSOE (I)

Los dirigentes de la organización fundada por Pablo Iglesias Posse han renunciado a lo largo de su extensa historia a hacer cualquier lectura crítica de su pasado

La historia de cualquier entidad, y desde luego, la historia de cualquier país, está llena de luces y sombras. Eso es precisamente la historia. Cuando un investigador recoge los hechos haciendo una reseña en la que únicamente destaca lo positivo, entra en los terrenos del homenaje y la loa, y cuando se limita a recoger los hechos únicamente negativos, entra en el terreno del libelo. Comienza en este articulo, un serial que  no pretende ser «neutral» o «equidistante», pretende analizar la historia de un partido, que para lo bueno o para lo malo, está íntimamente ligada a la historia de España, de los prácticamente últimos 150 años. A medida que uno se adentra en la historia del Partido Socialista Obrero Español, le cuesta mucho trabajo encontrar aspectos positivos, le cuesta trabajo encontrar “las luces”, por mucho que uno intente ser ecuánime y no dejarse llevar por las emociones. Este artículo no es apto para todos los públicos. Sería interesante que todos conocieran lo que a continuación les voy a contar, pero no es un relato “amable” para ser leído por aquellos que solo buscan entretenimiento o diversión en la lectura, o por aquellos que no desean conocer la verdad, porque eso les obligaría a cambiar sus esquemas mentales y a aceptar una realidad que no están dispuestos a reconocer. No son pocos los que viven instalados en la mentira y el engaño, aun a sabiendas de que están en una realidad paralela. Aceptan la mentira a sabiendas de que lo es, pues así les resulta más fácil sentirse identificados con una organización con un pasado tenebroso y criminal que haría prácticamente impensable cualquier tipo de empatía hacia el Partido Socialista.

La historia del PSOE está repleta de episodios salvajes, desgarradores y en muchas ocasiones aterradores. El PSOE asume siempre todo su pasado y a todos sus dirigentes, simpatizantes y militantes, por muy criminales, corruptos o asesinos que estos hubieran podido ser. Nunca han manifestado públicamente, arrepentimiento por hechos, dichos o sucesos que podrían haber sido susceptibles, como mínimo, de algún tipo de crítica, aunque sea constructiva, la mínima aceptación de que en algo se pudieron haber equivocado.

Afrontar la historia y los crímenes de su pasado, es algo que cualquier entidad que aspire a la verdad histórica tiene que asumir.

La historia del PSOE podría haber sido distinta, podría estar llena de momentos de orgullo para los afiliados de este partido y de conquistas sociales que se podrían haber atribuido. Sus dirigentes históricos tuvieron oportunidades únicas e irrepetibles de hacer historia con mayúsculas, pero optaron, en la gran mayoría de las ocasiones, por otro camino. Se decantaron por el atajo del engaño, la mentira, la tergiversación y la corrupción. He intentado buscar esas “luces” de las que antes les hablaba y no descarto que posiblemente las hubiera, más como comportamientos individuales, que como organización, pero sobre todo, lo que he encontrado han sido crímenes injustificables que nadie que aspira a tratar la historia con honradez puede ocultar. La historia del Partido Socialista Obrero Español, ha sido la historia negra de España.

Los graves problemas que ha padecido y sigue padeciendo este país, incluso los problemas territoriales, se han dado también dentro de la estructura socialista, evidenciando un cierto mimetismo entre este partido y el Estado.

Pablo Iglesias Posse, Francisco Largo Caballero, Indalecio Prieto, Felipe González y Alfonso Guerra,  son  casi con toda seguridad, las cinco figuras del PSOE más relevantes del siglo XX para la gran mayoría de los historiadores, quizá también, de forma incomprensible, los más respetadas dentro de la sociedad española, pero este respeto no debe ser incompatible con la crítica – ¡Y vaya si hay cosas que criticar! – por episodios criminales ocurridos durante sus respectivos mandatos al frente del PSOE o como dirigentes relevantes de la organización.

Los dirigentes de esta organización han renunciado a lo largo de toda su extensa historia a hacer cualquier tipo de lectura crítica de su pasado. Si Nikita Kruschev abordó la necesidad de reconocer públicamente los errores de la etapa de Stalin, o al menos de una pequeña parte de ellos, en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, el PSOE ha prescindido siempre de cualquier tipo de lectura oficial crítica de su propia historia.

El movimiento socialista español, fundado el 2 de mayo de 1879 como referente del ideario de Karl Marx y con Pablo Iglesias Posse como líder carismático, tuvo en el Partido Socialista Obrero Español, en el periódico ‘El Socialista’ y en el sindicato Unión General de los Trabajadores sus principales herramientas de acción, y las tres dirigidas por Pablo Iglesias Posse. Sus objetivos difícilmente se pueden considerar democráticos, entre otras cosas, porque hasta la segunda mitad del siglo XX, la democracia en sí no es objetivo para prácticamente ningún grupo o ideología política. La democracia, en todo caso, sería un método, pero el objetivo del PSOE y la UGT no era establecer un sistema más democrático que el de la Restauración vigente en la España de aquel momento, sino alcanzar una conquista social que lograra la igualdad, que acabara con la explotación del hombre por el hombre y pusiera fin a la lucha de clases. Lo que, dicho de otra manera, terminaría siendo la dictadura del proletariado. El marxismo y el anarquismo eran los dos grandes movimientos opositores al sistema democrático vigente de La Restauración, opositores a la monarquía parlamentaria. Ninguno de ellos tenía dimensión suficiente como para estar presentes en los órganos de poder, ni tan siquiera en Las Cortes. Además, socialistas y anarquistas, al contrario que los republicanos burgueses, que limitaban su acción de oposición al régimen por métodos democráticos pacíficos, consideraban necesario el ejercicio de la agitación de la calle, la violencia e incluso el terrorismo para desestabilizar a un régimen al que consideraban culpable de las graves injusticias sociales de la época.

El año 1909 es la primera vez que socialismo y anarquismo ponen todo su “empeño” para desestabilizar el régimen. La excusa fue la guerra en Marruecos contra las tropas moras del Rif autorizada por el Gobierno de La Restauración. Pablo Iglesias Posse declaró públicamente que ‘los enemigos del pueblo español’ no eran los marroquíes ‘sino el Gobierno’ y puso abiertamente sobre la mesa la violencia:

“Hay que combatir al Gobierno empleando todos sus medios. En vez de tirar hacia abajo, los soldados deben tirar hacia arriba. Si es preciso, los obreros irán a la huelga general con todas sus consecuencias”.

Ese año de 1909 se produjo la primera huelga general revolucionaria, una huelga en la que no se buscaba tanto lograr una reivindicación obrera concreta o una mejora social, sino que abiertamente se planteaba como un intento de desestabilizar al sistema vigente como paso previo para tomar el poder. De aplicar a la Huelga General Revolucionaria de 1909, el mismo rasero que algunos historiadores aplican a la Huelga General Revolucionaria de 1934, habría que concluir que los sucesos de 1909, fueron el primer intento de golpe de Estado de los socialistas para tomar el poder. Si en 1934, la zona de España donde tuvo más éxito la intentona golpista revolucionaria de los marxistas fue en Asturias, en la de 1909, el centro fue Cataluña, pasando a ser conocida popularmente como la Semana Trágica de Barcelona. Al ser una huelga revolucionaria teñida de sangre, tanto por la violencia de los propios revolucionarios como por la de la represión gubernamental posterior, no hubo demasiado interés, por parte de ningún líder político, por aparecer como ‘cabecilla’ o ‘artífice’ de aquel levantamiento. No obstante, contó con el apoyo del marxismo español encabezado por el Partido Socialista Obrero Español por su líder, Pablo Iglesias, aunque estese encontraba en la cárcel en el momento de la Huelga Revolucionaria, por haber firmado un manifiesto contra España en la guerra de Marruecos. La ‘Semana Trágica’ fue un fracaso para los marxistas, si lo que pretendían era tocar el poder a corto plazo, pero sí les sirvió para comenzar a ganar notoriedad.

A diferencia de otros países del continente, España se había mostrado “impermeable” a la penetración de las ideas marxistas. Si bien existía el Partido Socialista Obrero Español desde 1879, su presencia era residual, tanto en Madrid como en las principales regiones industriales del país. Aunque en Asturias, Cataluña y las provincias vascas, disponían de cierto tejido industrial, el número de obreros era limitado y en su mayoría, simpatizaban más con las corrientes anarquistas y anarcosindicalistas, que con las teorías marxistas. Pablo Iglesias tendría que esperar hasta las elecciones de 1910, para obtener una exigua representación limitada a un diputado y obtenidas gracias una coalición con otros grupúsculos marxistas con las que cosecho apenas 41.000 votos, pero suficiente para entrar en el parlamento.

Cuando en 1910, Pablo Iglesias Posse fue elegido diputado en Las Cortes dentro de una Conjunción Republicano-Socialista, se convirtió en el primer marxista que pisaba el pleno de la Carrera de San Jerónimo y ahí, en esas Cortes, se encontraría cara a cara con la figura que más detestaba, Antonio Maura. Ese era el contexto en que Iglesias Posse quiso dejar claro a todo el hemiciclo, a toda España y, de paso, dejar escrito ante la historia en aquel diario de sesiones, que la animadversión que sentía el marxismo español hacia Maura era suficiente como para justificar el intento de asesinato a su persona. “¡Consideramos que antes de permitir que Su Señoría suba al poder, estamos dispuestos a llegar hasta el atentado personal!”. Ante todos los diputados de Las Cortes de Madrid, aquel 7 de julio de 1910, acababa de proclamar su duro alegato el fundador del Partido Socialista Obrero Español. Era la primera vez que un socialista realizaba una intervención parlamentaria, y esta fue para amenazar con un atentado personal al líder del Partido Conservador, toda una declaración de intenciones, de lo que sería el PSOE en un futuro no muy lejano.

No se puede decir que Iglesias Posse pronunciara sus palabras víctima de un calentón. Su mensaje estaba claro y quedaría aún más claro cuando unos días después, el 22 de julio de 1910, Antonio Maura fuera víctima de un atentado terrorista, aunque el político conservador lograría salvar milagrosamente su vida. En 1911, Antonio Maura había dejado de ser el enemigo público número uno del socialismo, ese puesto paso a ocuparlo José Canalejas, líder del Partido Liberal. Canalejas sería asesinado por el anarquista Manuel Pardines el 12 de noviembre de 1912. Como sería también asesinado años después Eduardo Dato, el 8 de marzo de 1921, en otro atentado terrorista, del que algunos de sus participantes escaparían a tiempo a la Unión Soviética. En ninguno de estos casos, se puede afirmar que los líderes socialistas, o los líderes anarquistas, y ni siquiera los líderes republicanos de la época, encabezaran ningún tipo de “pancarta” o manifestación de repulsa contra el asesinato de líderes políticos de La Restauración, pues el objetivo de ellos era abolir ese sistema por encima de todo y de todos, y eso incluía también la eliminación física de sus rivales políticos. Los autores materiales del crimen de Eduardo Dato fueron Ramón Casanellas, Pedro Mateu y Luis Nicolau.

Ramón Casanellas había desempeñado un papel muy relevante en las huelgas revolucionarias de 1918. Ramón sería el único de los autores materiales de Eduardo Dato que consiguió escapar de la acción de la justicia española, huyendo a la Unión Soviética, que le daría cobijo. Simpatizante socialista, más tarde ingresaría en el Partido Comunista. El crimen contra Eduardo Dato se llevó a cabo el 8 de marzo, la escisión de los comunistas del PSOE se materializaría en noviembre de 1921. En 1931, a pesar de ser uno de los autores materiales del crimen de Dato, regresa a España para organizar el Partido Comunista de Cataluña, como sección regional del PCE, presentándose a las elecciones generales del 28 de junio de 1931 como cabeza de lista por Barcelona. A los otros dos asesinos se les conmutaría la pena capital por cadena perpetua por Miguel Primo de Rivera en 1924. Ambos serian puestos en libertad por la amnistía concedida con la llegada de la II República.

Eduardo Dato accede al poder en 1914, mantiene a España neutral durante la I Guerra Mundial. La neutralidad española provocó que a España llegaran agentes marxistas de muy diferentes procedencias, expulsados de sus países de origen, y todo ello contribuyó a avivar la protesta social. Se multiplicaron los atentados y se extendió lo que conoceríamos como el pistolerismo, con atentados más personales y directos, en lugar de bombas indiscriminadas. Aumento el clima de terror y cogió auge la C.N.T, el sindicato anarquista fundado en 1910, pero es al calor de “La Gran Guerra” cuando prospera.

En 1917 estalla la revolución Soviética y el mundo entero se estremece y se multiplican las huelgas revolucionarias en la mayoría de los países. España no es ajena a ese espíritu revolucionario y a los continuos amagos de revueltas. Esas inquietudes revolucionarias acabaran con lo que quedaba del régimen de La Restauración, que empezaba a dar ya sus últimos estertores.

Nótese que en la década de los años veinte, poco después de que el marxismo tomara el poder en Rusia y se constituyera la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, haciendo que por primera vez el marxismo en el poder dejara de verse como algo utópico, los partidos marxistas comenzaron a tener amplia representación en parlamentos europeos como el italiano, el francés, el alemán e incluso el inglés, este bajo la marca del laborismo, mientras que en España, bajo el liderazgo de Iglesias Posse, la representación parlamentaria en las cortes de La Restauración era muy minoritaria. No resultaría demasiado extremo calificar al movimiento marxista español como terrorista, desde el momento que aceptaban la violencia bajo el clásico ‘el fin justifica los medios’.

El PSOE disponía en 1920 de seis únicos diputados en Las Cortes, entre los que destacaba Pablo Iglesias Posse (Madrid), Julián Besteiro (Madrid), Francisco Largo Caballero (Barcelona) e Indalecio Prieto (Bilbao) y, oficialmente, este partido era el referente del marxismo en España. Teniendo en cuenta que la dictadura de Stalin en la URSS representaba el primer gobierno marxista en todo el mundo, era innegable el interés que generaba en todas las filas del marxismo del planeta. La URSS puso en marcha la idea ‘internacionalista’ del comunismo, es decir, que no hubiera un partido marxista en cada país, sino que hubiera un único partido marxista internacional que tuviera ‘secciones’ en cada país. Un partido marxista internacional que, en la práctica, estaría controlado por Stalin.

En el II Congreso Extraordinario del PSOE, celebrado en junio de 1920, se votó por primera vez si entraban o no en aquella Internacional Comunista que proponía Stalin. El resultado de la votación fue claro: a favor, 8.269 votos, frente a los 5.016 votos en contra, con 1.615 abstenciones. Por lo que, aunque se suela ignorar ese dato, inicialmente los marxistas españoles se declararon partidarios de entrar en la Internacional de Stalin para importar su modelo a España. El propio Pablo Iglesias Posse, se mostró partidario de ese alineamiento con Moscú en 1920, y en un artículo publicado en ‘El Socialista’ el 8 de julio de ese año, negó que fuera a haber ningún tipo de escisión en el marxismo español, asegurando que todos estaban de acuerdo en seguir aquella estrategia. Los hechos, desmentirían las palabras tranquilizadoras escritas por Iglesias Posse.

Stalin no aceptaba ‘gratis’ a cualquier grupo marxista, e imponía una serie de condiciones, los llamados ’21 puntos’ para entrar en su Internacional Comunista. Entre las condiciones más reveladoras del carácter totalitario de Stalin, estaba el que todo dirigente marxista que se hubiera opuesto a entrar en su internacional debía quedar expulsado del partido. Algo que evidenciaba el deseo de la URSS stalinista de convertir a los partidos comunistas de todo el mundo en las delegaciones de su dictadura en cada país y en satélites de información. Pablo Iglesias Posse, pasó entonces a posicionarse en contra de aquellos ’21 puntos’, y con él, los otros dirigentes políticos de la época con escaño, como Julián Besteiro, Indalecio Prieto y Largo Caballero. Aunque también hubo dirigentes partidarios de bailarle el agua a Stalin como García-Quejido, Ramón Lamoneda, Daniel Anguiano, Álvarez Angulo o Dolores Ibárruri ‘La Pasionaria’. La votación del Congreso Extraordinario de 1921 fue inversa a la de 1920. En esta ocasión, los partidarios de entrar en la Internacional de Stalin se quedaron en 6.025 votos a favor, frente a los contrarios a entrar, que sumaron 8.808, incluido el voto del propio Pablo Iglesias. Los perdedores de la votación optaron por abandonar el partido y crear su propio partido marxista que, tras la fusión de dos células, se denominó Partido Comunista de España (PCE), que sería el que se convertiría en la Sección Española de la Internacional Comunista de Stalin. De hecho, las siglas completas del partido eran PCE-SEIC (por sección española) y el su periódico órgano de expresión, ‘Mundo Obrero’, también figura la referencia a ‘Sección Española’ de la Internacional.

El congreso socialista de 1921 se celebró en el teatro de la Casa del Pueblo de Madrid, en la calle Piamonte 2. Sería el III y último congreso extraordinario de los socialistas. Aquella decisión no significó que el PSOE renunciara ni al marxismo ni a la revolución. Los líderes del PSOE, encabezados por Besteiro, Prieto y Largo Caballero, seguirían defendiendo un régimen marxista en España que acabara con la lucha de clases bajo el modelo soviético, pero sin tener que ser satélites de Moscú ni supeditarse a ninguna decisión de ningún Partido Comunista internacional. La etiqueta ‘socialdemócrata’, aún tardaría años en utilizarse en España y sería una etiqueta mal vista y hasta demonizada por los socialistas españoles durante décadas.

El PSOE sufre dos grandes crisis: esa escisión comunista en 1921 y la muerte de su fundador en 1925.

En 1920, España está en descomposición, los conflictos sociales se multiplican y los atentados en la calle era la norma habitual de conducta. Con este panorama, el 13 de septiembre de 1923, el general Primo de Rivera, capitán general de Cataluña da un golpe de Estado y proclama una dictadura militar. La dictadura militar fue aceptada por casi todos, políticos depuestos del antiguo régimen e intelectuales, así como la gran mayoría de la población civil que ya estaba muy harta y cansada de desórdenes y de la debilidad de los distintos gobiernos. El monarca también aceptó la dictadura como un hecho consumado.

Con inteligencia, Primo de Rivera se atrajo a sectores del socialismo, que se integraron en el recién creado Consejo del Trabajo, que legislaría a favor de los obreros. Julián Besteiro, Manuel Llaneza e incluso Largo Caballero, pasarían a ocupar puestos de relevancia en el nuevo sistema. Largo Caballero llego a formar parte del Consejo de Estado. Se permitió la actividad sindical, siempre y cuando se dedicaran a las actividades propias como el mutualismo, la cultura, la protección del trabajador e incluso “la sana política”. El sindicato del PSOE, la UGT, alcanzaría grandes cotas de poder. Muchas de las históricas demandas sindicales, fueron realizadas durante este periodo. Primo de Rivera consideraba que los españoles se habían cansado de las “películas de esencias liberales y democráticas” y tan solo aspiraban a tener “orden, trabajo y economía”.

A pesar de haber devuelto la tranquilidad al país, Primo de Rivera seria abandonado por todos. Presentaría su dimisión el 28 de de enero de 1930. El Rey la acepto de inmediato y Primo de Rivera partiría al exilio en Paris, donde fallecería poco después, el 16 de Marzo de 1930.

La caída de Primo de Rivera, daría pie a la época más sangrienta y cruel de la historia de España, teniendo al PSOE como principal protagonista.

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