Si hiciésemos un retrato robot del creador medio del cine español sería alguien más artista que artesano, comprometido con la izquierda y alérgico a la comedia. Seguramente también sería feminista, cultureta y criado entre varias generaciones de profesionales del cine, gente más apegada a la tradición de las subvenciones que a la de la Navidad. Santiago Segura (Madrid, 1965) es justamente lo contrario: un currante de Carabanchel bajo, que financió sus trabajos a fuerza de ganar concursos y de negociaciones con la óptica de su barrio para conseguir a mitad de precio rollos de película caducada pero utilizable. Entre sus primeros trabajos destacan los de camarero, escritor de historias pornográficas y vendedor de libros a domicilio. Muy pronto saltó a la fama por sus cameos en cualquier programa televisivo que se pusiera a tiro, entre ellos El huevo de Colón, Locos por la tele y No te rías que es peor.
En los salvajes años noventa, cuando todavía no se había instalado en España la corrección política, el gremio no le tenía tanta tirria y ganó un Goya al mejor cortometraje y otro como actor revelación. Lo bordaba interpretando al chaval satánico y adicto al death metal que ejercía de escudero del cura protagonista en El día de la bestia (1995), una de las cimas del gran Álex de la Iglesia. A partir de aquí, despega una carrera de ritmo estajanovista donde se suceden trabajos en cine, televisión y teatro. Ya era un personaje popular y querido por todos, supieran o no su nombre, hasta que se transformó en estrella con el campanazo de Torrente: el brazo tonto de la ley (1998), parodia de una película menor de Sylvester Stallone que Segura llevó al terreno cómico. Lo que parecía una simple ocurrencia terminó cristalizando en personaje inmortal: policía cutre, corrupto y colchonero con sonrojaste delirios de grandeza. Aparte de resucitar la comedia española, Segura devolvió a la actualidad a Tony Leblanc, estrella de nuestro cine desarrollista.
Al tiempo que nuestro héroe disparaba su éxito, crecía el rechazo hacia su persona. Recuerdo una entrevista en televisión donde repasaba reseñas tremendamente hostiles, que traía subrayadas: los críticos de cine serios hablaban indistintamente de Torrente y Segura, como si no existiese diferencia entre la persona y el personaje. El éxito de la saga no fue solo nacional sino global, con devotos de la talla de Oliver Stone, buenas taquillas en Europa –hay un grafiti de José Luis Torrente en Belgrado– y la cuarta entrega colocándose la sexta más vista del mundo el fin de semana de su estreno. En sus tres primeros días en los cines en 2011, Torrente IV: Lethal Crisis logró igualar la recaudación de la cinta española más vista de todo 2010, la comedia romántica Tres metros sobre el cielo.
El progresismo no le perdona que haya revitalizado las mejores tradiciones cómicas del cine español, que nuestra izquierda relaciona con la dictadura. No solo la recuperación de Tony Leblanc en Torrente, sino la revitalización del cine familiar de siempre con las exitosas sagas Padre no hay más que uno y A todo tren. Según sus propias palabras, el éxito está en el enfoque del artesano: “Es como un menú de un restaurante, una receta de cocina o una pastelería ¿no? Dices pues he triunfado con el donut, ahora voy a hacer el donut glaze y luego lo aderezas con chocolate y a lo mejor llega un momento en el que dices ‘pues ya no voy a hacer más donuts porque ya he cubierto todas las posibilidades de experimentación’, pero siempre puedes decir seguir y decir ‘uy ¿y si lo hacemos relleno?, ¿o procuramos que sea el chocolate lo que vaya por dentro?’. Imagino que ocurre en todos los oficios”, explicaba en La Razón el pasado verano.
Segura se siente muy cómodo actuando en películas ambientadas en los sesenta y setenta, con las que ha obtenido resultados brillantes como en Muertos de risa (1999) de Alex de la Iglesia y El gran Vázquez (2010) de Óscar Aibar. El hecho de que apenas se relacione con la estética y conflictos de la modernidad –es todo lo contrario a Almodóvar y Los Javis– le ha convertido en un bulto sospechoso para el cogollito ‘guay’ de nuestro cine. Muchos dicen que el problema de sus películas es el despliegue de mal gusto, pero suelen ser los mismos que luego adoran a John Waters, conocido como el Papa del Mal Gusto. La diferencia entre ambos es que Waters hacer cine esnob y Segura, cine popular. No parece tanto una cuestión de gusto como de elitismo, ¿no creen?
El pasado verano, durante una entrevista con El Mundo, el periodista se interesó por si Segura seguía considerándose una persona de izquierda. «Pues ya no lo sé”, respondió el director. «Yo creo que sí, pero con la izquierda actual nunca se sabe. Como cada vez está más enfrentada entre sí y nadie les parece suficientemente rojo…“, lamentaba. En la misma onda, hace unos días ironizaba con éxodo masivo de progresistas de X –antiguo Twitter– escribiendo el siguiente mensaje: “Llevo 14 años en esta red social, pero, viendo los recientes acontecimientos, creo que ha llegado el momento de seguir por aquí al menos otros 14 años”. Un gol legendario a todo el artisteo progresista que dejó la red social de Elon Musk dando un portazo melodramático.
Un claro ejemplo del odio visceral que despierta Segura son artículos de El País con títulos tan gráficos como “Absurda y chabacana: ¿está en crisis la comedia popular española?”, firmado por Miguel Echarri en noviembre de 2023. “España importa humor cinematográfico, pero lo consume con reticencia. Prefiere el producto local. La nuestra es una risa autárquica. Las grandes comedias internacionales aterrizan, por supuesto, en nuestros cines, pero se ven forzadas una y otra vez a hincar la rodilla ante producciones nativas”, denuncia. Por lo visto, a algunos les da rabia que la creatividad española se imponga a la extranjera. Segura ha sido frecuente salvador de la nuestros números de taquilla: el artículo citado del diario de Prisa calcula que sus películas han superado los 136 millones de euros de recaudación.